Unión Europea
El acuerdo europeo: un éxito que necesitará de otros
Los Estados miembros de la UE han logrado alcanzar un pacto para una Europa más justa, pero hay que seguir presionando. Recortar el Estado de Bienestar no es la vía para lograr el crecimiento
Juan Ruiz (La paradoja de Kaldor) 21/07/2020
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Finalmente, los distintos gobiernos europeos han logrado un acuerdo histórico que permite dar un paso adelante en la Unión Europea. Semanas de duras negociaciones y una cumbre de cinco días, una de las más largas de la historia de la UE, que terminan en una imagen de unidad que era difícil recordar y que permite aparcar muchas tensiones. Pese a que no cabe duda del éxito del acuerdo y de que la respuesta ha sido muy diferente a la de la anterior crisis, el pulso que supondrá la evaluación de los planes de reformas será un momento clave para confirmar que definitivamente existe la posibilidad de una política económica diferente.
El problema que encuentra el discurso de los recortes es que las recetas que se proponen han demostrado ser fallidas desde el punto de vista económico
Estas semanas hemos visto cómo se han repetido los viejos mantras de que la población de los países del Sur ha vivido por encima de sus posibilidades. Hasta el punto de que durante las negociaciones hubo quien propuso más recortes como remedio a una crisis económica que tiene su origen en una pandemia mundial. En realidad, convivimos con dos pandemias de forma simultánea. La primera nace del coronavirus, cuyo origen se sitúa en China y cuyos efectos han tensionado los sistemas sanitarios y las economías de muchos países hasta límites desconocidos. La segunda es anterior y consiste en la vuelta a los fanatismos y nacionalismos exacerbados. Así, la sustitución de Obama por Trump marcó un nuevo punto de inflexión en las relaciones internacionales al redefinir los límites de lo tolerable hasta alinearlos con lo denigrante en demasiadas ocasiones. En esta ocasión el intento de hacer hegemónico un discurso que justificaba nuevos recortes, para promover una agenda política al margen de los parlamentos, no se ha impuesto, aunque no debe darse por sentado que los viejos argumentos que defienden la austeridad no retornen una vez que hayamos superado la pandemia y deje de estar activa la cláusula de salvaguarda y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento vuelva a escena.
En esta crisis la receta de más recortes está plagada de inconsistencias. La primera, llevar al centro del debate la reforma del mercado de trabajo y el sistema de pensiones cuando la crisis productiva que nos azota no tiene su origen en ninguno de estos dos campos. Es lícito que algunos partidos y pensadores defiendan en el Parlamento, en sus programas políticos y en sus artículos de opinión, recortes y consolidación fiscal agresiva, pero son las urnas quienes deben darles la razón en lugar de tratar de supeditar el plan de reconstrucción a cuestiones que no han estado en el origen de la crisis. En el último informe de la Comisión Europea previo a la pandemia se señalaba que la economía española necesitaba: fomentar la innovación, mejorar la cualificación de la mano de obra, reformar infraestructuras como la ferroviaria, ampliar las conexiones energéticas con Europa, y promover la calidad del empleo y la mejora de los servicios sociales. Estos problemas no han desaparecido y son el objetivo de las reformas que se deberían solicitar para lograr un crecimiento fuerte y socialmente inclusivo, no los recortes de derechos laborales y del sistema de pensiones. El discurso de que los países del Sur viven por encima de sus posibilidades debería convertirse en el de que los países del Sur deben desarrollar políticas orientadas a lograr mayor inversión en I+D, desarrollar mejores infraestructuras y una industria fuerte que genere empleos de calidad para converger con Europa, además de mejorar sus sistemas de protección social.
El segundo problema que encuentra el discurso de los recortes es que las recetas que se proponen han demostrado ser fallidas desde el punto de vista económico. Para modernizar la economía es necesario invertir, y para invertir es necesario endeudarse. El ejemplo de Italia es paradigmático para ilustrar las consecuencias negativas de la falta de inversión. Desde 2011 hasta la explosión de la crisis de la covid-19, Italia ha registrado superávits primarios con el objetivo de mejorar la posición financiera del país, pero su nivel de endeudamiento respecto al PIB no ha dejado de crecer, del 104% al 134%. Este aumento del endeudamiento paradójicamente se explica por la falta de crecimiento producido por la falta de inversiones. Aquí el mito de la austeridad expansiva ha tenido consecuencias muy negativas en lo económico, en lo social y en lo político. La otra cara de la moneda sería España, que ha demostrado que déficits y crecimiento son compatibles con la reducción de la deuda: en los últimos años se ha recortado en cinco puntos, mientras los déficits han oscilado entre el 5% y el 2,5% del PIB. Las finanzas públicas distan mucho de funcionar como la economía de una familia y la deuda es necesaria para poner en marcha inversiones que permitan el crecimiento sano de la economía.
Quienes han tenido una postura más dura son quienes registran mayores niveles de deuda privada, como es el caso de los Países Bajos con una deuda del 241,7% del PIB
En tercer lugar, mientras en España se ha vivido un fuerte proceso de desapalancamiento, en el que la deuda del sector privado ha pasado de superar el 200% del PIB en 2010 a situarse en el 130% en 2019, quienes han tenido una postura más dura en la negociación en la UE son precisamente quienes registran mayores niveles de deuda privada. Valga como ejemplo el caso de los Países Bajos, con unos de los sectores privados más endeudados de Europa (241,7% del PIB). Además de contar con un sistema fiscal que supone un problema para las haciendas de muchos socios. Si en los sesenta, con el descubrimiento de grandes reservas de gas en el Mar del Norte comenzó lo que en la literatura económica terminaría por conocerse como la enfermedad holandesa, hoy estamos a la espera de bautizar la enfermedad europea producida por el dumping fiscal que lleva a que los países de la UE dejen de ingresar 20.000 millones de euros al año dentro de una unión política y monetaria. Se da la paradoja de que los países con una posición más dura en la negociación son los que más se benefician del mercado interior por la vía del comercio internacional, así como por unas estructuras fiscales perniciosas para el resto de los socios.
La pandemia ha tenido efectos asimétricos, por lo que es lógico que el plan para enfrentarse a ella también lo sea. El hecho de que tengamos una moneda y un banco común lleva a que la decisión se deba tomar en unión, pero sin olvidar que el bien común de Europa a largo plazo incluye el de todos los países. Las reformas que se sugerían a España antes de la covid-19 se dirigían a modernizar la estructura productiva, fomentar la innovación, mejorar las infraestructuras y promover la calidad del empleo y la inclusión social. Este debe ser también el objetivo cuando vuelva el discurso de la necesidad de reformas. Ha de darse por cerrado el episodio de acusaciones y recetas económicas que se tratan de imponer al margen de los parlamentos nacionales. Recortar el Estado de Bienestar ha demostrado no ser una vía para lograr el crecimiento. Hoy celebramos el éxito del acuerdo y la imagen de unidad en la búsqueda de una Europa más justa, pero hay que seguir empujando para que no se repitan los errores del pasado.
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Juan Ruiz es doctor en Economía por la UCM y miembro del blog La paradoja de Kaldor.
Finalmente, los distintos gobiernos europeos han logrado un acuerdo histórico que permite dar un paso adelante en la Unión Europea. Semanas de duras negociaciones y una cumbre de cinco días, una de las más largas de la historia de la UE, que terminan en una imagen de unidad que era difícil recordar y que permite...
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