Racismo real
Cómo los borbones quisieron acabar con los gitanos
La gran redada y la legislación contra ellos diezmaron al pueblo gitano. La reciente petición de perdón del vicepresidente Pablo Iglesias trae del pasado estos hechos
Julio Tovar 10/08/2020
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El escritor y propagandista protestante George Borrow realizó una serie de viajes en España a mediados del siglo XIX. Sus experiencias en el país, desde 1835, se concretaron en el clásico La Biblia en España que se publicó en 1843 y tradujo al castellano con destreza el político republicano Manuel Azaña. Recogía el autor de Norfolk gran parte de la cultura calé del sur, en auge por un romanticismo que daba sus últimos coletazos, y tuvo la fortuna en estos periplos de entrevistarse con “el gitano Antonio”. Este cantaba una copla en apariencia banal, en una penumbra irradiada apenas por un mísero brasero, y que ponía lírica a una triste persecución:
“-Gitano. ¿Por qué vas preso?
-Señor, por cosa ninguna;
Porque he cogío una rama
Y etrás se vino la mula”.
La anciana calé que acompaña al tal Antonio, en Mérida, había sido mujer de un soldado en Orán, cuenta Borrow. Ese era el destino de muchos gitanos perseguidos, según el investigador Manuel Martínez: los arsenales de la armada española. Era la forma de redimirse de los apresados luego del intento de extinción de esta minoría realizado por el rey Borbón Fernando VI. El heterodoxo Borrow, al que el malicioso Menéndez y Pelayo definía un poco injustamente de “crédulo”, transcribía casi por primera vez una copla flamenca y recogía el testimonio doliente de una injusticia histórica. Pero, ¿por qué los gitanos llegaron a ser perseguidos?
Recibidos y perseguidos
El pueblo gitano, cuyo nombre parece derivar de “egicipiano”, llegó a Europa entre el siglo XIV y el XV. El escritor galo Jean-Paul Clébert da las fechas más tempranas para 1399 en Bohemia y ya entrado el siglo XVI para el norte de Europa en su estudio clásico sobre los gitanos. Trabajos recientes sobre el genoma realizados por la bióloga Isabel Mendizábal los datan como población en el viejo continente tan pronto como el siglo XIII. La génesis de estos migrantes sería el norte de la India, Punyab, según el estudio del idioma calé y las evidencias genéticas.
Las distintas nominaciones de los “egipcianos” hacen difícil datar bien las rutas que siguieron para llegar a Europa, ya que muchas veces mediante el término de “bohemios” se les ha asociado a otros colectivos vagabundos. En todo caso, para Clébert aparecieron casi todos a inicios del siglo XV y fueron protegidos por la Iglesia Católica al contar siempre con salvoconductos. Parece ser que no siempre eran respetuosos con la doctrina cristiana y volvían a sus antiguas prácticas religiosas.
El investigador José Luis Gómez Urdáñez cifra, siguiendo estudios previos, entre 9.000 y 11.000 gitanos desplazados, en un país con apenas 9 millones de habitantes en el siglo XVIII
Los gitanos entraron a España bien recibidos por los reyes de Aragón a inicios del siglo XV, quizá para repoblar unos territorios en un este peninsular azotado por la peste. El filósofo conservador Pedro Insua recuerda, en su libro 1492. España contra sus fantasmas, cómo los reyes solían proteger inicialmente a las minorías, citando expresamente a los judíos y sus negocios con la corona, para pasar a sancionarlas debido a la presión de una población oscurantista y poco amiga de novedades sociales. Esa fue la paradoja: esos nuevos grupos de población, que habían sido “invitados de honor” por casi todas las monarquías de Europa, pasaron a ser perseguidos en apenas cien años.
Del control a la extinción
Las primeras medidas de control de los gitanos fueron diversas pragmáticas regias en tiempos de Isabel y Fernando. En 1499, de marzo a septiembre, se emitieron varias leyes que buscaban evitar que vagaran por el país “sin aplicación a oficios conocidos”. El sociólogo Manuel Ángel Río Ruiz cifra en más de 250 las disposiciones contra los gitanos cubriendo toda la Edad Moderna. En principio, estas leyes pretendían “asimilar” esta minoría a las costumbres del país, obligando al sedentarismo a la vez que se les forzaba a nuevas costumbres y modos de vestir.
En el siglo XVI, poco después, Felipe II les prohibió hacer las Indias, el viaje a América, y a lo largo de la centuria siguiente, dominada por los pensadores políticos y económicos arbitristas, se decretó una legislación con cuentagotas que pretendía una asimilación temprana. Según describe Miguel de Cervantes en su novelita El Coloquio de los perros (1613), las comunidades de zíngaros actuaban como una especie de “sociedad secreta” entre ellas, contando con un sistema patriarcal muy parecido a la actualidad:
“¿Ves la multitud que hay dellos esparcida por España? Pues todos se conocen y tienen noticia los unos de los otros, y trasiegan y trasponen los hurtos déstos en aquéllos y los de aquéllos en éstos. Dan la obediencia, mejor que a su rey, a uno que llaman Conde, al cual, y a todos los que dél suceden, tienen el sobrenombre de Maldonado”.
Todas esas medidas coercitivas, que tan bien estudió el periodista Antonio Gómez Alfaro, fracasaron en sus propósitos, algo que quizá fuera la razón de las durísimas leyes que habrían de adoptarse en el siglo XVIII. La llegada de Felipe V a España, luego de la cruenta guerra de sucesión, se concretó en medidas civilistas que buscaban hacer eficaz un Estado anquilosado para esta nueva dinastía de los borbones. Este rey los confinó, de este modo, en 41 ciudades y creó la Junta de Gitanos en 1721. El último protector en el país de este pueblo nómada, la iglesia, pudo ser sorteada, ya que la nueva dinastía consiguió eliminar la inmunidad eclesiástica a los zíngaros en 1748.
Reina desde 1746 Fernando VI, pero gobierna el marqués de la Ensenada, que había logrado ser una personalidad importante en el gobierno. Hombre diligente, reformista moderado, realizó importantes reformas fiscales, pero no tuvo escrúpulos en ordenar “la gran redada” contra los gitanos. No fue una medida excepcional en el siglo y estos habían sufrido órdenes de expulsión tanto del Reino Unido como Portugal pocos años antes. Este último país alentó la migración a América como método “utilitario” de poblar regiones perdidas de Brasil, según la historiadora Natally Chris da Rocha. Esta medida no llegó, sin embargo, a ser totalmente exitosa y los zíngaros sobrevivieron en Lusitania.
Esto influyó en que la medida en España fuera mucho más expeditiva, coordinada con las autoridades militares –se llegó a pagar sueldo a los soldados con varios meses vista– y no buscó la expulsión, sino literalmente el “exterminio” tal como se dice en las directrices de la operación aprobadas por el Consejo de Castilla en junio de 1749:
“No habiendo llegado el deseado católico fin de S.M. todas las disposiciones y órdenes que se han dado para contener el vago y dañino pueblo que infecta a España de gitanos, a su cumplimiento continuado en sus feos delitos y perturbando el sosiego del país. Siendo preciso remedio que debáis curar tan grave enfermedad, es el único, exterminarlos de una vez”.
El vocabulario, nada común en las disposiciones legislativas, guarda pocas dudas de las intenciones: “infección” o “exterminio” no son verbos que indiquen un guante de terciopelo, sino más bien un guantelete de hierro. De julio a septiembre se desarrolló esta acción xenófoba, aunque antes se había iniciado el control de familias ya asentadas e integradas en la comunidad paya. El investigador José Luis Gómez Urdáñez cifra, siguiendo estudios previos, entre 9.000 y 11.000 gitanos desplazados, lo que es considerable para un país con apenas nueve millones de habitantes en el siglo XVIII. La mayoría de la población gitana estaba en la Andalucía occidental, dominando Sevilla y El Puerto de Santa María en Cádiz.
La gran redada, en definitiva, fue una medida inmoral, inútil y violenta que empobreció más a este grupo y retrasó su integración social
No parece ser que hubiera gran resistencia a esta persecución. Manuel Martínez recoge un testimonio en Vélez Málaga donde los propios zíngaros se entregaron a las autoridades puesto que “ya sabían se les había de prender, y que desde luego venían a que S.M. les mandase donde habían de ir”. Hubo, con todo, ciertos impedimentos por las jurisdicciones religiosas, entre ellas el arzobispo de Sevilla, que pretendió proteger a esta minoría de cualquier pena corporal e invocó la inviolabilidad de los templos para protegerlos. En Castilla y León, según los registros, la operación en Segovia fue realmente expeditiva y fueron a las casas de los gitanos robándoles sus “inútiles bienes” y les impidieron volver al recoger las llaves en una escena propia de las persecuciones más insidiosas del siglo XX.
Una medida inútil
A inicios de septiembre de 1749, las medidas ejecutadas, la extinción de la etnia, no habían llegado a un buen fruto. Así, ante el ingente trabajo burocrático que obligaban estas disposiciones, la dispersión de las comunidades y la carga en la conciencia del religioso monarca, se debilitaron las leyes contra los gitanos. En otoño se dejó de perseguir a los zíngaros que tuvieran formas de vida “honradas”, mientras que los apresados, como recordaba la anciana que entrevistó Borrow, hubieron de trabajar en el ínterin en los arsenales de la monarquía hispánica (en las continuas guerras marítimas de aquí a final del siglo). El rey Fernando VI había muerto en 1759 y pocos años antes Ensenada –instigador de la persecución– había caído por intrigas diplomáticas. El nuevo rey, Carlos III, decretó en 1763 la libertad de los gitanos apresados, aunque tardó en encontrar su destino final. Dos años después, serían liberados.
La gran redada, en definitiva, fue una medida inmoral, inútil y violenta que empobreció más a este grupo y retrasó su integración social. Borrow todavía pudo recoger una copla donde se testimoniaba el miedo que provocó esta persecución y cómo los gitanos se sabían acosados por las autoridades si salían de las ciudades donde estaban asignados:
“Tu patu y tun dai
Me publican chinga
Como la rachi mu chalemos
Afuera d'este gau”
(“Tu padre y tu madre/me publican guerra/como la noche nos vayamos/fuera de este pueblo”).
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Bibliografía:
BELLOSO GARRIDO, J., En torno a los orígenes del Cante Flamenco, Madrid, Ecobook, 2016
CAÑIZARES, J.F., Testimonios de un Legado Romaní, Madrid, Vision Libros, 2010
CLEBERT, J.P., The Gypsies, Editorial: E. P. Dutton, 1963
GÓMEZ ALFARO, A., Legislación histórica española dedicada a los gitanos, Sevilla, Consejería de Igualdad y Bienestar Social, 2009
HENRY BORROW, G., The Bible in Spain and the Gypsies of Spain, Nueva York, Robert Carter Ed., 1847
MARTÍNEZ MARTÍNEZ, M., Los gitanos y las gitanas de España a mediados del siglo XVIII: El fracaso de un proyecto de exterminio (1748–1765), Almería, Universidad de Almería, 2017
PYM, R. J., The Gypsies of Early Modern Spain, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2007
VV.AA., Andalucía en la Historia (Dossier Gitanos La Historia Olvidada), nº55 (Año XV), Sevilla, Centro de Estudios Andaluces, enero de 2017
RODRÍGUEZ VILLA, A., Don Cenon de Somodevilla, Marqués de la Ensenada: ensayo biográfico..., Madrid, Librería de M. Murillo, 1878
El escritor y propagandista protestante George Borrow realizó una serie de viajes en España a mediados del siglo XIX. Sus experiencias en el país, desde 1835, se concretaron en el clásico La Biblia en España que se publicó en 1843 y tradujo al castellano con destreza el político republicano Manuel Azaña....
Autor >
Julio Tovar
Periodista e historiador
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