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Un acrónimo en inglés que acaso no conozcan –NIMBY– designa con tino (y aguijón) la postura general de cierto tipo de personas...
Bueno, pues aquí está uno que se dice (porque así se piensa) progresista, solidario, con francas convicciones de izquierda y que, así en abstracto, empatiza con todos y cada uno de los colectivos de lucha por el derecho a la vivienda... ¡Qué probo eso de asquearse por la escandalosa ratio de personas sin techo frente a pisos vacíos que impera en la confundida Barcelona de hoy!
Y ándate que esta noche, al volver a casa tras un agradable día de piscina con los niños, nos topamos con menudo brete y tremendo follón: unos “okupas” entraron al piso justo bajo el nuestro, cambiaron las cerraduras y se instalaron, según sus intenciones, definitivamente. De momento, parece que no están.
Nuestra vecina de arriba –a quien los recién llegados pidieron por la tarde, con mentiras evidentes, llaves del portal–, smelled a rat y movilizó a la minúscula comunidad de vecinos: el dueño de la imprenta de los bajos, los inquilinos fidedignos del primero y nosotros –sólo faltaba la pareja del ático. (Cabe aclarar que los arrendatarios del piso en cuestión tienen un contrato de renta congelada, están en juicio con la propietaria que lleva años queriendo echarlos, se fueron ‘al pueblo’ desde Navidades y, entre confinamientos y rebrotes, su pisito lleva nueve largos meses con las persianas bajadas...).
En el rellano, un par de ‘amigos de los inquilinos’, alertados de urgencia, descubre con alarma que, efectivamente, la llave no gira. Mientras rebozo la merluza para la cena de los niños, miro cómo, desde el patio trasero de la imprenta, se dan a la tarea de reconquistar lo perdido. Consiguen, con una escalera, entrar por la ventana. Hallaron, cuentan ya desde dentro, bolsas de ropa, comida, y la cerradura cambiada. Hacen venir un cerrajero –que no a la policía– y otra vez se cambian los cerrojos. Vueltos ‘del pueblo’ a toda prisa, nuestros sudorosos vecinos se parapetan para pasar ahí la noche y esperar a ver si “los rumanos” se apersonan.
Cosa que no tardó ni dos horas en acontecer: los “okupas” llegaron, se azoraron de hallar las luces encendidas y descubrieron furiosos que estaban encerrados afuera.
Acabamos de asistir con entradas de platea –escribo todavía un poco despeinado– a un pleitazo a gritos entre el balcón de abajo y una extraña y airada familia de dos mujeres extremadamente jóvenes, un hombre y un adolescente –todos chanclas, leggings y bermudas–, con una bebé en brazos y un carrito. De parte y otra se intercambiaron las más altisonantes invectivas, más cargadas de furia (y de vituperios xenófobos) las de nuestra vecina (en cuyo balcón colgó durante largo tiempo una estelada XXL). Los otrora invasores, ellos, alegaban que “tenían contrato” y hasta “el teléfono de La señora”.
Desde su propio asiento de platea, el francés bonachón del edificio de al lado entró a terciar. Gritaba: “te reconozco, te reconozco” a uno de los muchachos: lo sorprendió in fraganti el jueves a las cuatro de la mañana (hoy es sábado), escalando la fachada asido de tuberías y cables para alcanzar el balcón de las plantas muertas y las persianas cerradas. Lo interpeló. El chico se descolgó de un salto. El francés dio parte a los mossos y tuvo que irse –la reserva para un paseo en globo en el alto Empordà lo había obligado a madrugar. Cuando partió, los mossos seguían sin llegar y el muchacho, rondando.
Al cabo de un rato, los del balcón se replegaron. Los recién desahuciados no. Siguieron armando jaleo, espectáculo para los pasantes. Sin dejar de hacer bulla, la madre de la niña se puso a dar el pecho. Los hombres, más abatidos ellos, se sentaron en el escalón de granito de nuestro edificio.
Terminaron por llegar dos agentes, ante quienes los invasores se presentaron como agraviados: habían sido estafados. Tenían contrato, pero “estaba secuestrado arriba”. Los policías, afables, los instaban a presentar una denuncia: pantomima, de parte y otra. Las verificaciones de identidad tomaron eternidades (los documentos no aparecían, el más joven decía que era menor y que no recordaba el nombre de su padre...) Mi perspectiva era cenital, así que los rostros debo adivinarlos. Tras largo rato sin dar la cara, el vecino agraviado abre de súbito la puerta del inmueble y vocifera que nadie se equivoque, que es un delito muy distinto meterse a una oficina vacía que allanar una casa “en la que vive gente”. Los va a denunciar por robo “y se van a ir todos detenidos”.
En eso aparece un oficial de mayor rango, severo. No se anduvo con payasadas. El allanamiento de morada, repitió, es un delito serio. Luego entró a hablar con los vecinos.
En la acera, el tono de las mujeres mutó de reivindicativo a lastimero. Veinte minutos más tarde, el oficial salió con dos abultadas bolsas de pertenencias que depositó en el suelo. Puso las opciones claras: si decidían largarse de inmediato, los de arriba estaban dispuestos a no denunciar. Si no, todos a la comisaría. Optaron por lo evidente. El vecino estaba de nuevo en su balcón, vulgar y satisfecho de sí: había hecho justicia. Tuvo mucha suerte.
Bueno, y nosotros con él...
Leopardi dedica la última entrada de su descomunal Zibaldone (Florencia, 4 de diciembre de 1832) a la conmoción del descubrimiento, para un hombre, de que el mundo efectivamente es como se lo habían descrito, tal como se lo imaginaba y como lo conocía por la teoría: uno queda “estupefacto de ver la regla general validada en su caso particular”.
NIMBY es acrónimo de ‘Not In My Back Yard’: ‘No En Mi Patio Trasero’. Conversando con mi mujer tras tan insospechada, intensa, reveladora y desvelada velada, nos descubrimos –¡ouch!– rotunda e innegablemente NIMBYs.
(Un cuarto de hora más tarde se escuchan nuevos intercambios acera-balcón: las mujeres han vuelto y a gritos piden a la vecina que les arroje el cargador blanco, que está enchufado abajo de la mesita de la tele).
Un acrónimo en inglés que acaso no conozcan –NIMBY– designa con tino (y aguijón) la postura general de cierto tipo de personas...
Bueno, pues aquí está uno que se dice (porque así se piensa) progresista, solidario, con francas convicciones de izquierda y que, así en abstracto, empatiza con todos...
Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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