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Los metadatos de la foto digital me permiten fechar con precisión la primera pinta que me interpeló. 7 de diciembre del 2016. Recuerdo que era de mañana y vi el letrero, presurosas letras negras –marcador indeleble– sobre el amarillo yema del banco. Parada Mitre-Berna del autobús H6.
“FORA
NEGROS
MOROS
SUDAKAS”
“A alguien lo está tratando mal la vida”, me dije.
Supongo ahora que me sentí aludido; dándole un uso bastante laxo, “sudaka” –la xenofobia no se anda con muchas sutilezas– bien podría referirse a un inmigrante reciente como yo. El caso es que saqué con el iPhone una foto de la pinta y se la envié por WhatsApp a mi mujer, también mexicana, con un “mira: pronto nos van a echar del barrio”, y la carita aquella, socarrona, que saca la lengua y pela un ojo.
El barrio en cuestión es el Putxet-Farró, barrio barcelonés de clase media, equidistante –en más de un sentido– de la desmelenada y combativa Gracia y del encorsetado y conservador Sant Gervasi-Galvany. Pertenece al distrito de Sarriá-Sant Gervasi y se podría decir que ahí arranca la llamada zona alta, que no es que se caracterice por su multi-culturalismo... Para quien lo vive, pero también para quien se anime a recorrerlo, el Farró es un barrio agradable, calmo, familiar. Aunque dada la evidencia que he podido recoger, y que a continuación me dispongo a presentar, pareciera que una pizca de exaltación y de resentimiento bullen bajo la superficie de su apacible latir cotidiano.
Pasados un par de días, volví a esperar al autobús. La proclama todavía estaba ahí, pero una nueva mano había tachado, con tres resueltas cruces, cada palabra. Una vez más, me pareció que debía documentarlo y enviarlo a mi mujer (quien, al primer mensaje, se había sentido levemente magullada por el odio en nuestro barrio). A partir de ese momento comencé a prestar más atención a los signos de la calle: algo había en pugna, buscando resolverse a un tiempo anónima y públicamente...
…como pronto demostró la siguiente proclama, en marcador negro sobre armario eléctrico, obra, como se deduce de las distintas caligrafías, a tres manos y en tres tiempos:
“VIVA ESPAÑA
TURKIA
MI MADRE”
Mi metodología, ahora que la formulo a posteriori, no resulta muy rigurosa: radio de colecta de unas doce manzanas –nada de fuera del barrio, vaya–; ceñirme a pintas reivindicativas, es decir, pronunciamientos más o menos “políticos”. Nada de tags adolescentes ni los narcisismos de un fulano autodenominado Iván, que todo lo que puede lo rubrica –lo mea, vaya– con su nombre; documentar fotográficamente cada vez que algo en la pinta me interpelara; evitar las redundancias (a menudo un pintador avanza garrapateando una vez y otra una idée fixe según su deambular).
En donde más cojeo es en la delimitación de un marco temporal. La historia (como que no me animo a la H mayúscula, aunque sin duda sería lícito hacerlo) pronto vendría a mi auxilio.
Lo primero que procuré fue situar las fuerzas en pugna. Si la facción xenófoba se puso la primera en evidencia, otra, la libertaria, tampoco resultó difícil de identificar:
“Terrorisme es
no arribar a
final de mes!”
Los antifascistas y anarquistas (ambos acostumbran –a veces juntos– a firmar sus pintas) cubren, con la gran convicción juvenil que el aerosol denota, cortinas metálicas enteras:
“Fora NAZIS del Farró”
¿¿¿Nazis???
¿¿¿Aquí en el Farró???
Bueno, supongo que no de aquellos de uniforme negro y brazalete rojo, gorra de plato con águila imperial, Luger Parabellum al cinto, y azul y escalofriante mirada carnicera fijamente puesta en la solución final... Nunca he visto uno pagando su barra de pa de massa mare en la cafetería de la Plaça Sant Joaquim, ni comprando toallitas de bebé en el DIA. Supongo, pues, que no se trata de nazis históricos. Ni del sucedáneo hollywoodense. Deben entonces ser nazis simbólicos.
En París, ciudad donde viví durante casi casi dos décadas, el insulto instintivo, ya lexicalizado –es decir, disociado de la coyuntura histórica que lo vio nacer (la ocupación de 42-44) y reteniendo solo su carga de infamia, traición, vileza– era collabo. Pronunciado colabó, hoy puede y suele esgrimirse ante quienquiera que, saltándose por ejemplo su sitio en la cola del cine, consideres que te faltó al respeto. Lo claro es que, como denuesto, marca una frontera yo/tú (antes fue nosotros/ustedes), con la que el que lo esgrime se abroga la superioridad moral.
Me quedé, pues, con la impresión de que para los antifascistas del barrio el apelativo “nazi”, en modo análogo, se emplearía sin referentes históricos precisos. Lo cual podría explicarse, aventuré, apelando a un manejo simplista de ciertos conceptos, añejos para los jóvenes de hoy y por ende vaciados de substancia.
Pronto, mis explicaciones se revelaron insuficientes. Un grafismo entra en escena: 卐. Y alguien –del barrio– lo estaba reivindicando como propio. ¿Un simbólico nazi putxetenc?
[Hallazgo curioso: al querer escribir sobre la cruz gamada, pretendí ponerla aquí en tanto signo gráfico. Por más que exploré, hasta agotarlas, las numerosísimas opciones que ofrece el teclado, me rendí a la evidencia: los fabricantes informáticos se han tomado a pecho protegerme de tan funesto signo. Avec les moyens du bord, simplemente ¡no se puede poner! Así que, ¿cómo lo hice? A partir de la web, y no de la más deep, uno encuentra esvásticas incluso como emojis de cortar y pegar. (Les paso el tip, por si aplica para sus chats...)]
Las esvásticas aparecían aquí y allá, solas, pequeñitas sobre sus diversos soportes, escondidas a medias. Diríase que un poco avergonzadas. Pero supliendo con su profusión lo que les faltaba en aplomo. Sin ser experto en grafología, me pareció que la esvásticas del Putxet-Farró presentaban, en la rapidez del trazo, similitudes evidentes con aquellas eses desasidas de “negroS, moroS y SudakaS”.
Pero las esvásticas no provenían todas de una única mano: un poco ex-centrada respecto a la zona de colecta, apareció en las rampas del gimnasio municipal una esvástica más grande. Solo que el grafitero, torpe y disléxico, ¡equivocó el trazado de las aspas!
Rauda, una nueva pinta vino a señalar con una flecha tan patética esvástica y a conminar a su autor:
“Vuelve al cole!”
Y luego, de súbito, los enemigos en la contiendas murales mudaron de rostro y nombre. ¡Se nos vino encima el Procés!
El Procés.
No sé qué tan presente tenga mi hipotético lector la cronología de ese delirio colectivo que se apoderó de todas las mentes, de todas las conversaciones. Yo, mero innocent by-stander con un recién nacido en brazos lo seguí azorado –ley del referéndum, Diada, 1-O, los Piolines, los Jordis, DIU, ¡la Puigde-fuga!, los presos, C's, marchas, lacitos vs. banderas, y etc., etc., y ¡uf!, ¡requete-uf!– sin más entrada interpretativa hacia los hechos que la que, en este mismo medio, me daban las crónicas de Guillem Martínez.
En Barcelona, el tercer trimestre del 2017 y el primero del 2018 fueron tiempos de exaltación/indignación permanente. Las bardas del Farró, por supuesto, no se quedaron de mármol.
El gran muro amarillo de Padua y Mitre... ¡Blam!:
“SOM REPÚBLICA”
El trazo, vigoroso. Aerosol negro. Letras de medio metro de alto. Por la manera y momento en que apareció, no niego que su optimismo me produjo cierta ternura.
Y ya menos, las proclamas subsiguientes:
“ -TRACTORS
AL PORT!
-BARREM-LOS
EL PAS ! ”
En los momentos álgidos del conflicto (diciembre del 2017, según mis metadatos), hubo brigadas de un bando y otro respondiendo y corrigiendo pintas rivales, cada “España da asco” prestamente enmendado a:
“España da asco
GLORIA”
De inmediato vino un tiempo de singularísimas amalgamas, los exaltados de toda ley echando mano de conceptos complejos, torciéndolos en invectivas, desvirtuándolos según la propia conveniencia. Acomodo las siguientes pintas, de diciembre y enero, cronológicamente. Es interesante notar cómo los conceptos se contaminan recíprocamente, se re-significan. Nótese también que, en el batiburrillo conceptual, comienzan a precisarse adversarios concretos, siglas, nombres...
“Fora Colon's”
•
“ 卐
ESPAÑOLS,
OCUPANTS
FATXES!”
•
“ Fills de Puta
de Colons
PPSOEC's: 卐 ”
•
“C's: 卐 ”
•
“RATA
ARRIMADAS
NAZI”
Todo parecería indicar que los nazis de hoy no son los nazis de antier (“tus nazis no son mis nazis”). Y que los españoles de hoy son los españoles de hoy. Que nosotros somos nosotros, y no ustedes.
En
“PORCS ESPANYOLS, FDP!” ,
justo encima de la N, tapándola, una segunda mano comprometida pegó una diminuta etiqueta. En ella se podía leer:
“Acció real:
enpeudepau.org”
La dirección remite a un sitio en catalán, hoy día un poco abandonado, que se plantea como misión “extender y promover la resistencia civil pacífica y no violenta”. Presenta un decálogo de reglas de conducta y de resistencia. El punto número 8, colgado en la red el 22 de abril del 2018, reza: “Prepararse para la prisión”. Enarbola una cita inspiracional de Henry David Thoreau, apóstol de la desobediencia: “Bajo un gobierno que aprisiona injustamente, el lugar que corresponde a una persona justa es la prisión”.
¡Gulp!
Alguna vez, corriendo por leche de fórmula a la farmacia, vi a un empleado de limpieza del Ayuntamiento capturando como yo, en su teléfono móvil, una pinta antes de acometerla con el pulverizador de agua a presión. Apurado como yo iba, no alcancé a preguntarle qué motivaba su gesto. Acaso exista alguna gran base de datos central en la que toda pinta se documenta y clasifica. Acaso los agentes de limpieza sólo estén guardando constancia del antes/después para justificar un sisífeo trabajo de borrado...
Conservados por las cenizas del Vesuvio, los grafitis de Pompeya —unos 11.000, lascivos y amatorios los más, llegaron hasta nosotros— terminarían, andando el tiempo, recogidos en una noble edición crítica de la Biblioteca Clásica Gredos. Son de una gozosa y vital procacidad. Calvicies, pedos, penes y vulvas aparte, en las ruinas de la llamada basílica, un pórtico techado de entrada al foro, pudo leerse una proclama, justamente célebre, que nunca perderá vigencia. Reza:
“MINIMVM MALVM FIT CONTENENDO MAXV”
Que en castellano vendría a ser:
“Un pequeño problema, se hace grande si se ignora”.
Su pertinencia se afirma al punto que debería ponerse en letras de oro, en Madrid ante el Congreso y frente a la Moncloa, y en Barcelona en plena Plaza Sant Jaume. Así que pido a una amiga que me la vierta también al catalán, sólo por cerciorarme de que no se aduzcan problemas de traducción:
“Un petit problema, es fa gran si s'ignora”.
Para espolear un poco mi argumentación, me voy a permitir una cita que pecará de extensa y una digresión que lo hará de escatológica.
¿Por que es larga la cita?
Porque el análisis de la pulsión grafitera que Witold Gombrowicz atreve en su Diario (1953-1969) es tan sugerente y rico en matices psicológicos que no conseguiría glosarlo sin pérdida.
Confiesa Gombrowicz, un jueves, desde la Argentina:
“¿Decirlo o no decirlo? Hace aproximadamente un año me ocurrió lo siguiente: entré en el baño de un café de la calle Callao… En las paredes había dibujos e inscripciones. Pero aquel deseo delirante nunca me hubiera atravesado como un aguijón envenenado de no haber palpado por azar un lápiz en mi bolsillo. Un lápiz de color.
Encerrado, aislado, con la seguridad de que nadie me veía, en una especie de intimidad… el murmullo del agua que me susurraba: hazlo, hazlo, hazlo, saqué el lápiz. Mojé la punta con saliva. Escribí algo en la pared, en la parte superior para que sea más difícil borrarlo, escribí en español algo, ¡bah!, completamente anodino, del género de: “Señoras y señores tengan la bondad de…”
Guardé el lápiz. Abrí la puerta. Atravesé el café y me mezclé entre la multitud de la calle. Allá quedó el escrito.
Desde entonces vivo con la conciencia de que mi escrito está allá.
Dudaba si debía confesarlo. Vacilaba no por razones de prestigio sino porque la palabra escrita no debe servir para la publicación de ciertas manías… Y sin embargo no voy a ocultarlo: nunca soñé siquiera que aquello podía resultar tan… fascinante. Apenas si puedo reprimir el remordimiento por haber malgastado tantos años de mi vida sin haber conocido una voluptuosidad tan barata y desprovista de todo riesgo. Hay algo raro y embriagador en ello… que posiblemente proviene de la terrible evidencia del escrito que está allá en la pared unido al absoluto secreto de su autor, al que es imposible descubrir”.
Me interesa en particular una intuición sobre la psicología del grafitero: la consolación inmediata que le produce el gesto, la “voluptuosidad tan barata”, como de esfínter que se relaja. También me atrae aquella sobre la cuasi-certidumbre de que el acto quedará impune. Nada me extrañaría que me dijeran que un pintador regresa siempre al lugar de su pinta, la mira de reojo, regocijado, y continúa de largo como quien no quiere la cosa...
La cita alumbra, con el resplandor digno de una insolación, las pintas políticas de que hemos venido hablando —aunque, me objetarán y con razón, Gombrowicz se refiere a un género más delimitado, el que la lengua francesa denomina grafitti de pissotière: grafiti de mingitorio. En tanto género, es más procaz, más pompeyano, y también más ocurrente y cómico. Si algo es incompatible con el cagadero, ese algo es la solemnidad. Axioma que también podemos voltiboquibajear para tornarlo pro-activo. No se lo vamos a explicar a los catalanes: tienen su figura del caganer, acuclillado, concentrado en lo suyo tras el belén donde se está adorando al niño. Y su sonriente leño con gorro frigio que, aporreado, caga turrones en navidades...
Del primero, hay que decir que todo quien se precie de ser alguien en el mundo tiene, en los puestos de baratijas de las Ramblas, su caganer de barro pintado a mano: Putin tiene el suyo, Trump tiene el suyo (su copiosa mierda es de color dorado), el rollizo y sonriente Kim Jong Un también, y por supuesto que en tiempos de 155 Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría centuplicaron los suyos. ¡Vaya, que hasta Bruce Springsteen, guitarra a la espalda, tiene su caganer! Nada tan humillante como ser sorprendido cagando. De ahí la irreverencia de traer el acto a la luz. Quién querría comprar una figurita y colocarla en su repisa es, para mí, uno más de los modestos misterios de la catalanidad.
[Solo por rizar el rizo —mi mente funciona por ricochet de asociaciones, lo siento— les comparto aquí la liga a un extraño libro de Erik Kessels: fotos de jerarcas y oficiales Nazis (de los genuinos) sorprendidos por la cámara mientras hacen del vientre en las campiñas de la Europa incendiada].
Dicho todo lo anterior, los convido ahora a acompañarme —es un decir— a un café bastante chic de la Zona Alta de Barcelona. Un descafeinado con leche de avena sale en 1€ 90, el croissant choco-avellana a 2€ 10. Ponen a disposición de su selecta clientela La Vanguardia, ARA, y Mundo Deportivo. También un W.C., pasablemente limpio y con un odorizante frutado. El dorso de la puerta del mingitorio se ha convertido —gracias a plumas más o menos ingeniosas— en un palimpsesto. Se lee de arriba a abajo, cual hilo de Twitter:
“ARRIBA ESPAÑA”
“RIVERA NAZI
CIUDADANOS NAZIS
ARRIMADAS NAZI”
“VISCA
CATALUNYA
LLIURE!!!”
“de CDR's”
“de indepes”
“de fatxes”
“Un besito ♥”
“En la panza de Junqueras”
“de tu puta madre”
El renga cívico de la cafetería concluye, como bien pide una puerta de mingitorio, con una resolución excrementicia:
“A cagarla”
Un renga, en la tradición poética japonesa, es un “poema encadenado” compuesto a varias manos. Suelen ser espirituales, no políticos. Que la poesía política suela ser de menor calidad que la poesía sin porqué no es ni un secreto a voces. Otras tribunas habrá para debatirlo, que ahora estamos en un baño público. Aún cuando divertidos, los grafitos de mingitorio comparten con la poesía política cierta indigencia poética. Pero de cuándo en cuando los poetas, seres aéreos y casi diáfanos, también tienen que pasar al WC. Y si los roza el ala de la musa, pueden acercar la vulgaridad a lo sublime. En el baño público de un centro comercial de la capital mexicana leí una vez una cuarteta, certerísima, y de una acusada perfección formal (atentos a su redondez prosódica):
“Y llegado este momento
me siento a considerar
lo caro que está el sustento
¡y en lo que viene a parar!”
La leí siendo niño —tuve que pedir, a algún adulto, que me explicara qué quería decir “sustento”— y se me grabó en la mente con marcador indeleble. De no doblegarme el Alzheimer, me temo que me la llevaré a la tumba.
Gombrowicz, me parece, nos hace un poco de trampa —sus fascinantes Diarios van sembrados de cepos de toda especie— al escamotearnos lo que garrapateó su lápiz mojado de saliva. Aventuro que pudo haber ido un poco en las líneas, auto-referenciales, que algún Witoldo mexicano dejó en un baño de aeropuerto:
“Si tus dedos son pinceles
y pintura tu cagada
¡no pintes en las paredes
hijo de la chingada!”
Pasaron los meses.
La cosa Procès —como la llamara Guillem— se fue enfriando. En el Putxet-Farró, la vida de barrio prosiguió sin sobresaltos. El vecino de abajo descolgó de su balcón la estelada blava XXL y su señora la dobló y devolvió al cajón. El bebé aprendió a caminar y luego a correr, y está, justo ahora, aprendiendo a hablar. Con tanta foto de sus logros se me saturó la memoria del teléfono y dejé de retratar muros. “Aunque no estén exentas de interés, tampoco es que las pintas —me justifiqué— sociológicamente prueben algo”.
Llegamos al presente.
Terminó el juicio del Procés y los presos preventivos esperan su sentencia. Entre tanto cayó un gobierno, que apostó por la sordera y la judicialización de la política. El que lo sucedió no consiguió ponerse en pie, y convocó elecciones que nadie ganó. Irrumpió Vox en el paisaje mediático para reivindicar —¡ay!— lo que bien sabemos reivindica...
Y en el ideario de Vox, el resentido grafitero del barrio reconoció su propia voz. Su rumbo habitual de merodeo se salpicó —cual entusiasta brote de viruela— de apuradas siglas, de cuatro centímetros de alto, en marcador negro:
“VOX
VOX
VOX
VOX
VOX […] ”
Lo que falta en aplomo se compensa en profusión.
Yo, por mi parte, reconocí el pulso de un viejo conocido y comprendí, un poco por accidente, cómo el rencor personal pretende ennoblecerse al maquillarse de política.
Me explico: en Escipión esquina Homero hay, a ras de calle, una gigantesca oficina abandonada, la de una extinta Cambra d'Associacions de Parcel·listes de Catalunya. En los cristales polvorientos hay anuncios de “en venda”, pero tras estos, por entre las persianas, se adivinan los desorganizados rastros de una okupación. Colchones, tablas, cacerolas, bolsas de ropa, sillas disparejas, juguetes regados por el suelo. Calle abajo sobre Homero, a escasos diez metros, comienza el furor proclamatorio:
“OKUPAS FORA”
“PARASITOS”
Y luego esta perla, vehemente e inspirada:
“NECESITEM UN
SALVINI
CATALA”
La verdad es que, sin saber lo que sabemos, mete harto más miedo del que debería.
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Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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