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Consenso o caos

Sobre la Generación Tapón

Quienes llegaron al poder en la Transición y principios de los ochenta han bloqueado el acceso a generaciones posteriores y estrechado la actividad artística, intelectual y política

Ignacio Sánchez-Cuenca 2/11/2020

<p>Felipe González y Alfonso Guerra asisten al XXXIV Congreso de UGT en 1986.</p>

Felipe González y Alfonso Guerra asisten al XXXIV Congreso de UGT en 1986.

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1. Felipe González, en una larga entrevista sobre su experiencia de gobierno realizada por María Antonia Iglesias, admitía la importancia del factor generacional. Estas eran sus palabras: “A la hora de formar mi primer gobierno busqué, en todos los casos, a las personas que podían identificarse mejor con el proyecto (…). Cuando trabajaba en la formación del equipo, yo notaba, desde el principio, que había una limitación, la limitación que siempre representa el horizonte generacional (…). Yo no veía fuera de mi horizonte generacional, ni hacia arriba ni hacia abajo (…). Mis vínculos, como es natural, eran generacionales. Yo tenía 40 años, y la media de edad del primer gobierno era aproximadamente de un año menos” (en María Antonia Iglesias (ed), La memoria recuperada, Aguilar (2003), p. 807).

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Suele ocurrir que en los momentos de cambio político haya un acusado componente generacional, tal como rememoraba González. Lo que no es tan habitual es que aquella generación socialista se irritara porque, más de 20 años después de la victoria de 1982, José Luis Rodríguez Zapatero intentara algo similar tras ganar las elecciones de 2004. Zapatero, nacido en 1960, era 18 años más joven que González (1942); había vivido más tiempo en democracia que en dictadura, no provenía de la cultura de oposición al franquismo y forjó un grupo generacional afín reunido en la corriente Nueva Vía. A pesar del proyecto de renovación de Zapatero, en la práctica hubo entre los ministros de su gobierno una mayoría de miembros procedentes de la generación anterior, de la de González, muchos de los cuales se mostraron poco entusiastas, por decirlo suavemente, con las iniciativas más arriesgadas (la primera ley de memoria histórica de la democracia, el proceso de paz con ETA, la extensión de los derechos civiles).

Cuando se acabó la etapa de Zapatero en 2011, le sustituyó un destacado miembro de la generación anterior, Alfredo Pérez Rubalcaba. El PSOE transmitió así la idea de que la renovación anterior había sido un episodio puntual. Con Rubalcaba volvía el PSOE “de siempre”. Sin embargo, el experimentado político no fue capaz de reaccionar a los nuevos problemas que trajeron las crisis económica y política. No entendió el problema de la vivienda, ni el aumento de la desigualdad, ni la profundidad de los casos de corrupción. Cosechó resultados electorales pésimos y, tras prestar un último servicio al Estado, garantizando la lealtad del partido socialista a la sucesión monárquica, se vio obligado a dimitir en 2014.

Con todo, la generación felipista no estaba dispuesta a dejar paso a cualquiera. Querían tutelar el proceso de renovación, eligiendo a una persona joven que no se desviara demasiado de su visión del mundo y de su manera de hacer las cosas. Su candidata favorita era Susana Díaz (1972), pero esta no quiso presentarse a las primarias, que se dirimieron entre Pedro Sánchez (1972) y Eduardo Madina (1976) (hubo un tercer candidato, José Antonio Pérez Tapias (1955), que era una especie de outsider que terminaría abandonando el partido). El ganador fue Sánchez, que contó con el apoyo del sector andaluz de Susana Díaz. Cuando Sánchez se salió del guion preestablecido y se negó a abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy (el famoso “No es no”), los poderes fácticos del PSOE se organizaron y dieron una especie de golpe de opereta en el comité federal del 1 de octubre de 2016, expulsando al secretario general. La intención, nada disimulada, era dejar vía libre para que Díaz diera el paso de una vez y se hiciera con las riendas del partido.

Sánchez acabó formando la primera coalición de la historia de nuestra democracia, con Podemos como socio menor de gobierno: esa coalición era (y es) la mayor pesadilla de la generación de la Transición

Sánchez parecía un cadáver político: tenía enfrente no sólo a los dirigentes de su propio partido, sino también al grupo PRISA, que adoptó una postura de gran beligerancia en su contra. Con todo, decidió presentarse a las primarias de 2017. Para entonces la vieja guardia había perdido casi todo su crédito político y El País conservaba tan sólo una pequeña parte de la influencia que llegó a tener en el pasado. Además, esa oposición frontal, lejos de debilitarle, contribuyó a reafirmar su imagen de renovación generacional y de ruptura de los vicios adquiridos en los interminables años del bipartidismo. Contra todo pronóstico, ganó las primarias, llegó al gobierno a través de una moción de censura audaz y, tras muchos titubeos y vacilaciones, acabó formando la primera coalición de la historia de nuestra democracia, con Podemos como socio menor de gobierno: esa coalición era (y es) la mayor pesadilla de la generación de la Transición.

2. Sánchez sólo pudo llegar a encabezar un proyecto autónomo en el PSOE después de librar una batalla brutal con las élites de la Transición. Su historia refleja a la perfección las dos tesis principales del libro de Josep Sala i Cullell, Generació Tap. L´herencia enverinada dels fills de la Transició (Ara Llibres, 2020): que la generación que vivió la Transición llegó muy joven al poder y se mantuvo en el mismo durante más tiempo del que suele corresponder a un grupo de edad y que, precisamente por esa longevidad en posiciones de influencia, ha tratado de tutelar la renovación generacional, seleccionando a aquellos jóvenes que fueran más fácilmente domesticables y renunciasen a cuestionar el legado de la Transición o, si se prefiere, de los consensos que surgen de la Constitución de 1978 y que se encarnan en los casi treinta años del bipartidismo (1982-2011).

El autor identifica tres generaciones: la Generación Tapón (nacidos entre 1943 y 1963), la Generación X (nacidos entre 1964 y 1981) y la Generación Millennial (nacidos entre 1982 y 1996). La Generación Tapón ha dominado la política hasta hace unos pocos años, ha creado un atasco monumental en la universidad (entre otras cosas, por la estabilización masiva de los profesores no numerarios en los años ochenta) y ha copado todos los puestos relevantes en los medios y en la vida cultural del país. Las víctimas en esta historia somos los miembros de la Generación X, que hemos quedado emparedados entre una Generación Tapón que no acaba nunca de marcharse y una Generación Millennial, liberada por fin de la tutela de los mayores de la Transición y que ha tenido su momento de gloria con el 15-M. La descripción que hace de las desgracias de la Generación X está muy bien traída. Tipos que fueron ministros, catedráticos, directores de periódico en la treintena y que miran desdeñosamente a los cuarentones y cincuentones de la Generación X como meritorios sin experiencia.

Las víctimas en esta historia somos los miembros de la Generación X, emparedados entre una Generación Tapón que no acaba nunca de marcharse y una Generación Millennial que ha tenido su momento de gloria con el 15-M

Creo que este ensayo es el primero que plantea de forma abierta (y muy provocativa) el problema generacional que arrastra España desde la muerte de Franco. A pesar de que se sitúe en posiciones políticas muy diferentes (si no opuestas) a las de Guillem Martínez, resulta inevitable establecer una conexión entre la Cultura de Transición y el dominio de los protagonistas de la Transición que analiza Sala i Cullell. Ambos se refieren a un tapón, cultural y generacional, un tapón que ha estrechado la actividad artística, intelectual y política del país, produciendo un “sentido común” cohesionador en torno a la contraposición entre consenso y caos. Curiosamente, ambos libros, el de Martínez y el de Sala i Cullell, han provocado reseñas furibundas de coetáneos suyos (la de Jordi Gracia, nacido el mismo año que Martínez (1965) en El País, y la de Jordi Amat, nacido el mismo año que Sala i Cullell (1978), en La Vanguardia). Estas reacciones tan agresivas creo que son la mejor demostración de que se trata de libros que pinzan un nervio muy sensible del sistema.

Generació Tap es un libro fácilmente criticable, pues el autor mezcla todo el tiempo las tesis generales con opiniones políticas personales. De hecho, el libro no tiene la pretensión de ser un análisis sistemático del fenómeno generacional, hasta el punto de que, en algunos momentos, parece más un desahogo, en el que el autor da rienda suelta al sarcasmo y la ironía, sin dejar títere con cabeza, que una exposición argumentada. Algunos dardos dan en la diana, otros creo que se estrellan contra la pared. No obstante, ese no es, para mí, el mayor problema del libro. Me limitaré a señalar dos aspectos que darían para un debate mucho más largo.

3. El primero de los problemas tiene que ver con la animadversión que muestra el autor hacia los datos y la argumentación. Tiene especial manía hacia los politólogos de la Generación Milennial, de aspecto pulcro y aseado, bien formados, con estudios en el extranjero, dóciles con el sistema y con muchas ganas de alcanzar visibilidad mediática. Yo me he reído mucho leyendo esas páginas, pues, por mi profesión, conozco a muchos de ellos. No voy a entrar en si las palabras que les dedica son justas o no, pero sí me gustaría señalar que, como dicen los ingleses, Sala i Cullell “tira al niño con el agua de la bañera”, pues es tanta la antipatía que le despiertan estos jóvenes politólogos que la emprende también con el uso de los datos en la argumentación y, en general, renuncia a utilizar el conocimiento que tenemos sobre el funcionamiento de las sociedades y la política. El paso del inconformismo rebelde al oscurantismo es bastante corto. Puedo estar de acuerdo con Sala i Cullell en que, a veces, en nuestro debate público, quienes recurren a los datos se comportan como los hechiceros de la tribu, pero prescindir de los datos sin más y reemplazarlos por puro opinionismo es un salto mortal. Ahí se origina una de las mayores debilidades del libro, pues no está claro que todo lo que el autor enfoca con la lente generacional se deba a los taponadores de la Transición.

Pondré un solo ejemplo. Sala i Cullell denuncia las malas decisiones que tomaron los sucesivos gobiernos (compuestos en casi todos los casos por ministros de la Generación Tapón) en materia de mercado de trabajo, estableciendo unas relaciones laborales que favorecen a quienes tienen contratos indefinidos y dejan en una situación de gran precariedad a los jóvenes que vienen detrás (muchos de ellos con una preparación muy superior a la de sus mayores). El diagnóstico, no me cabe duda, es certero. Ahora bien, ¿es eso consecuencia de que tengamos en España una Generación Tapón? ¿Acaso no se observan resultados muy parecidos en otros países del sur de Europa en los que no se da esta generación eterna de la Transición? ¿Cómo demostrar entonces que los problemas proceden del elemento generacional y no del predominio de ciertas ideas económicas de nuestra época? Estas mismas dudas se pueden plantear con otros muchos asuntos tratados en el libro.

El segundo problema que quisiera señalar es el de la delimitación temporal de las generaciones. El autor no se esfuerza mucho por justificar la elección de los años. Así, la Generación Tapón corresponde a los nacidos entre 1943 y 1963. ¿Por qué estos años y no otros? Aquí el autor trata de adaptar los patrones demográficos de los países que participaron en la Segunda Guerra Mundial al caso español. De esta manera, la Generación Tapón sería el equivalente a los baby boomers de la postguerra. La Generación X española, por su parte, se inicia con el ciclo expansivo de la natalidad. A mi entender, este criterio no es acertado, pues la tesis del libro no es sociológica, sino política, tiene que ver no con el tamaño de las distintas cohortes, sino con las circunstancias históricas que les tocó vivir a cada una. En este sentido, el suceso clave es haber vivido los años de la Transición y haber alcanzado posiciones de poder y responsabilidad siendo muy jóvenes, en los primeros años de democracia, sobre todo en la década de los ochenta. Generació Tap trata sobre el legado de una generación que se hizo con el control del país muy pronto y que se ha resistido cuanto ha podido a soltarlo. Pero eso no fue consecuencia de patrones demográficos, sino de la longevidad de Francisco Franco. Si Franco hubiera muerto antes o después, el lapso temporal de la Generación Tapón habría sido otro.

Pensemos en alguien nacido en 1960. Tenía 15 años cuando muere Franco, 22 cuando arrasa el PSOE en las elecciones de 1982 y 26 en el referéndum de la OTAN de 1986. ¿Tiene sentido considerar a los nacidos en los primeros sesenta como parte de la generación de la Transición? Creo que sería más ajustado con la historia política de España situar a la Generación Tapón en los nacidos antes de 1955. Son ellos quienes protagonizan la Transición y la sustitución más o menos rápida de las élites franquistas en todos los ámbitos del poder. Son también quienes consideran la democratización y modernización de España como su gran contribución histórica y quienes más se enfadan con el revisionismo de la Transición que surge a raíz del 15-M y, por supuesto, con el independentismo catalán. Así lo intenté argumentar en este artículo de CTXT. Si pasamos de las élites a la opinión pública, son hoy las personas de más de 65 años las que, con independencia de su posición ideológica, muestran un mayor apoyo a las opciones del bipartidismo (PSOE y PP), un mayor apego a la monarquía, un mayor rechazo a la posibilidad de celebrar un referéndum en Cataluña y un españolismo más cerrado. 

Cerrar la Generación Tapón en 1955 obligaría a reconsiderar algunos de los análisis del libro de Sala i Cullell. Y lo mismo cabe decir sobre las generaciones siguientes. La arbitrariedad en las fechas que marcan las generaciones es uno de los mayores problemas de este libro.

 4. Pese a los reparos señalados, creo que Josep Sala i Cullell ha contribuido a abrir un debate necesario, un debate que la Generación Tapón ha intentado evitar y que la Generación X no se ha atrevido a plantear. Hablemos de ello, procurando evitar el juego de las descalificaciones. ¿Se ha producido en España un desequilibrio generacional? Creo que es evidente que así ha ocurrido. ¿Y qué consecuencias ha tenido?  Pues, entre otras muchas, como apunta el autor, que la Generación X ha llegado muy tarde y debilitada a la renovación del país. La crisis económica, por lo demás, ha agudizado las diferencias generacionales, dejando a los Millennials en una posición muy precaria, con un futuro más bien oscuro. Paradójicamente, el país ha sobrevivido a los años de ajuste gracias a las pensiones de la Generación Tapón, que han permitido salvar y cubrir a quienes venían después. Hablemos de todo ello, que ya toca.

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Autor >

Ignacio Sánchez-Cuenca

Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).

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