OPORTUNIDAD DE CAMBIO
El gobierno de los crédulos o la generación 15M
El impacto prometedor de aquel movimiento no ha conseguido la gran reforma institucional que (en parte) se propuso
Emmanuel Rodríguez 23/05/2020
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Hay una constante demoscópica que sorprende. En casi todas las encuestas realizadas durante el estado de alarma, y en las que a los encuestados se les preguntaba sobre el gobierno, los votantes de Unidas Podemos solían manifestar las mejores valoraciones. La sorpresa no proviene únicamente de que sean los votantes de Iglesias, y no los del PSOE –que en ocasiones se muestran algo más críticos– quienes expresen una valoración más positiva. La sorpresa tiene que ver también con el hecho de que muchos de esos votantes de Unidas Podemos fueron también quienes protagonizaron la mayor algarada de la democracia desde la Transición.
El pasado viernes 15 de mayo se recordó discretamente ese movimiento que generó el maremoto político de cuyos coletazos todavía no nos hemos librado. Si aceptamos esta pequeña trampa –la de que Unidos Podemos es, si bien de forma distorsionada, el principal heredero del movimiento y de que buena parte de sus votos coincide con los sectores activos del 15M–, ¿cómo explicar esta adhesión al gobierno de progreso? ¿Cómo explicarla con respecto de algunas de sus viejas consignas como “PSOE-PP la misma mierda es” o “Lo llaman democracia y no lo es”, y de su enfrentamiento con Zapatero y al PSOE de ayer? ¿Cómo seguir esa evolución que, entre otros componentes, se formó en la impugnación total a la llamada “cultura de la Transición”, al turnismo electoral y a la pantalla ideológica de repartirse obligatoriamente entre izquierda y derecha?
Atendiendo a la crisis sanitaria, habría que reconocer que el gobierno actuó tarde, careció de previsión y medios y recurrió demasiadas veces a la excusa
Una posible respuesta a estas preguntas contrasta con la práctica ausencia de crítica a este gobierno en la presente crisis. Las posibilidades de esta crítica han sido sin duda enormes. En el caso de que sólo atendamos a la crisis sanitaria, habría que reconocer que el gobierno actuó tarde, que careció de previsión y medios, que recurrió demasiadas veces a la excusa, que trató de suplir con declaraciones institucionales una situación caótica, que algunas compras sanitarias fueron fraudulentas, que hay contratos de compra de material sanitario cuando menos sospechosos. El hecho de que muchas administraciones autonómicas hayan fallado de igual modo, y en primer lugar el Gobierno de la Comunidad de Madrid (PP al frente), y el hecho de que la incompetencia haya sido de nivel europeo (las escenas se repiten en Reino Unido, Francia e Italia), no debieran excusar el silencio. La primera labor de un ejercicio democrático, también ciudadano, es el control del gobierno, incluso cuando se siente simpatía por su color.
Caso de que atendamos al orden seguramente más preocupante de la crisis que viene, las insuficiencias son todavía mayores. Gran parte de las medidas propuestas son un parche a una debacle social que va terminar por desaguar en pocos meses. La riada se anuncia con un caudal incontenible y la escala de las soluciones no se puede situar en la defensa de soluciones temporales. Una renta mínima, que coincide con la que tienen ya la mayoría de las comunidades y que apenas sienta un suelo mínimo. Los ERTE a los que a partir de julio sucederán los despidos. Tampoco parece que la política de este gobierno, incluida su parte podemita, haya resultado mucho mejor a la hora de encarar las posibles soluciones a escala continental. De hecho, el Gobierno no se ha separado ni un ápice de la disciplina europea, que trata de contener el giro keynesiano, en línea con Alemania y los países centrales. Algo que debiera más que sorprender, indignar, es que España haya estado más a la derecha que Macron, cuando este propuso mutualizar la deuda en abril y cuando el gobierno socialista rebajó rápidamente las expectativas con iniciativas peregrinas como el recurso a la “deuda perpetua”. O también que haya acabado aceptando el MEDE, el mecanismo de disciplina y rescate de la crisis de 2008, cuando el Gobierno italiano se negó en redondo.
La respuesta a las preguntas se debe encontrar así menos en el terreno de la políticas reales que en la lógica de bloques en la que ha entrado, una vez más, la política española. Defender al gobierno “de progreso” se ha convertido en el único asidero frente a una crisis (económica) de una magnitud difícil de comprender. Quizás esto también explica la conveniente figura del espantaniños en que se ha convertido Vox. Una particularidad curiosa de Vox es que parece demasiadas veces un producto diana de la izquierda (una maniobra de distracción) antes que una opción política solvente. Basta echar un vistazo en redes sociales, para constatar a quiénes preocupa y quiénes amplifican la revuelta de los “cayetanos”.
La política de bloques es una forma de “no política”. Convierte cualquier discusión en una cuestión de identidades. Funciona como el papel absorbente, retira la humedad y con ello toda complejidad de una superficie. En este sentido, el estado de alarma ha confirmado algo que venía ya largo tiempo anunciado: el 15M se ha hecho de “izquierdas” y lo ha hecho de la mano de Unidas Podemos. El resultado es de una simplicidad paralizante: apenas parece que quede mucho que defender y mucho por lo que apostar más allá del raquítico marco de posibles que este partido representa: subidas del salario mínimo que no se está en condiciones de cumplir, paro de masas pero con salario de pobres, declararse de lo más radical pero siempre dentro de la responsabilidad de Estado y todo un estilo ideológico que habla de feminismo, gravar a los ricos, profundizar la democracia o incluso derogar la reforma laboral, siempre sin consecuencias reales.
El estado de alarma ha confirmado algo que venía ya largo tiempo anunciado: el 15M se ha hecho de 'izquierdas' y lo ha hecho de la mano de Unidas Podemos
Un inciso sobre la composición 15M, y en parte del voto a Podemos, que quizás ayude a entender esta evolución contradictoria que va de la impugnación democrática al “gobierno progre”. El 15M fue un fenómeno masivo y complejo pero que no escapa a una caracterización sociológica. En el 15M se expresó una generación en el filo del desclasamiento respecto de las clases medias que eran su origen. Esta generación era la de los nacidos en los años setenta y ochenta, que después de 2008 ya no tenían ninguna perspectiva de empleo garantizado, carrera profesional o un mínimo cumplimiento de sus expectativas. En cierto modo, el éxito del 15M estuvo en dar paso a un amplio relevo generacional, cuyo éxito más aparente se produjo en la clase política. Hoy todos los partidos tienen líderes que corresponden a esa franja de edad. Y en cierto modo, la política está adaptada a su propio estilo generacional, promovida también por una renovación, menos lograda y menos exitosa, en los estamentos del periodismo y de la opinión pública.
El éxito o el fracaso de un proyecto político se mide con respecto de los cambios sociales e institucionales que produce. Como ocurre tantas veces en la historia, el impacto prometedor de aquel movimiento no ha conseguido la gran reforma institucional que (en parte) se propuso. De hecho, el aspecto más decepcionante de la generación 15M está en haberse conformado con esta renovación generacional. En este terreno, “volver a ser de izquierdas” tiene un efecto compensatorio. Las identidades políticas tienen la particularidad de funcionar como una suerte de consuelo, permiten ser parte y seguir en política sin necesidad de complicarse, tampoco de violentar mucho la propia coherencia.
Para volver a ser útiles en esta coyuntura tenemos que dejar de ser crédulos con el actual Gobierno y con la idea de que esta crisis será pasajera
Derivado de este “volver a ser de izquierdas”, la legitimidad última de una posición política ya no remite a una reivindicación sentida en carne propia, como aquellas que se esgrimían en 2011: “Sin futuro”, “no somos mercancías de políticos y banqueros”. En buena medida, la generación 15M ha hecho suyo el lenguaje de Podemos: su justificación política ya no está en sí misma, sino en “la gente”. Hoy se apoya la renta mínima o el salario mínimo en favor y en pro de los pobres, de los desasistidos, de los “sin nada”. Del mismo modo, se vota a Unidas Podemos en razón de la “gente” y en razón de que Podemos será mejor que Vox o el “trifachito”. El motivo último son así “ellos”, la gente. Quizás, por eso, la generación 15M haya quedado atrapada en una de sus condiciones sociológicas, aquella que consiste en entender la política como una esfera pública, un marco de comunicación con distintas posiciones discursivas y no una relación de fuerzas apoyada en instituciones y organizaciones colectivas. Es algo que corresponde también con su condición posuniversitaria y su largo entrenamiento en la manipulación simbólica.
Lo que viene es, sin género de dudas, una crisis profunda, profundísima. Esta puede trastocar de nuevo las bases de la clase media, y quizás con un poco de suerte volver a radicalizar a la generación 15M que seguramente verá amenazados los frágiles raíles en los que ha construido su futuro. No obstante, es más probable que en esta crisis cobre fuerza otro protagonismo, otro muy distinto al del folklore de los cayetanos, pero también al del 15M en 2011. Entre las 200.000 personas que acuden a diario a los comedores populares de Madrid, entre los muchos posibles destinatarios de la renta mínima pero que nunca la cobrarán, entre el 15 % de la población en situación de pobreza, entre todos aquellos que no están integrados y a los que la política partidaria les resbala, hay también un gigantesco malestar. Si esta bestia despierta, la política de bloques entrará inmediatamente en barrena. La consecuencia inmediata de tal despertar es que la política ya no se “hará para ellos” (para la gente, para los pobres, para los desheredados), sino que la política será realizada “por ellos”, en primera persona.
La conclusión que parece desprenderse de todo lo dicho es simple: para volver a ser útiles en esta coyuntura tenemos que dejar de ser crédulos, crédulos en primer lugar con el actual Gobierno y con la idea de que esta crisis será pasajera. Toda creencia es siempre una forma de autoengaño, una modalidad de autocomplacencia. Si se permite la imagen bíblica, en la Epístola a los Hebreos 4:2 se puede leer: “Porque en verdad, a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva, como también a ellos; pero la palabra que ellos oyeron no les aprovechó por no ir acompañada por la fe en los que [la] oyeron”. Debemos perder toda fe y aprender de aquellos que no oyeron “la palabra”, aun cuando esta se pronuncie en Twitter sin cesar. Caso de que así sea, la crisis económica se volverá a convertir en crisis política, y con ello en oportunidad de cambio.
Hay una constante demoscópica que sorprende. En casi todas las encuestas realizadas durante el estado de alarma, y en las que a los encuestados se les preguntaba sobre el gobierno, los votantes de Unidas Podemos solían manifestar las mejores valoraciones. La sorpresa no proviene únicamente de que sean los...
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Emmanuel Rodríguez
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.
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