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Diario itinerante

El trabajo sucio de Lava Jato y Transparencia Internacional

Después de conocer las conspiraciones entre jueces y fiscales para acabar con la carrera de Lula, muy pocos medios y organismos internacionales han reconocido su complicidad en un asunto tan enlodado

Andy Robinson 24/02/2021

<p>Manifestación a favor de la Operación Lava Jato en Río de Janeiro en 2016. </p>

Manifestación a favor de la Operación Lava Jato en Río de Janeiro en 2016. 

Tomaz Silva / Agência Brasil

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La última tanda de mensajes por Telegram entre los fiscales de la investigación brasileña anticorrupción Lava Jato y el antes llamado súper juez Sergio Moro no dejan mucho lugar a dudas de que existía una incestuosa relación conspirativa en la que Moro era juez, parte y todo lo demás también. Publicamos en La Vanguardia un artículo, el viernes, sobre el ignominioso final de Lava Jato basado en esos mensajes filtrados al Tribunal Supremo y antes al Intercept, de Glenn Greenwald, medio que hizo un valiente trabajo de investigación y transparencia. El blanco principal de la operación Lava Jato (limpia coches) era Lula, que en esos momentos lideraba los sondeos para las elecciones presidenciales del 2018.

Esto ya va siendo una vieja noticia. Pero lo que llama la atención es que pocos políticos, oenegés internacionales, facultades de derecho de universidades prestigiosas o grandes medios de comunicación, que elogiaban la investigación Lava Jato hace cuatro o cinco años y hasta daban premios a los intrépidos fiscales, hayan reconocido su complicidad en el sucio asunto.

Es un problema porque cuando Moro y su discípulo-cómplice, el fiscal evangélico Deltan Dallagnol, salían en las portadas de las revistas posando como los intocables de Eliot Ness, lograban una credibilidad internacional que les permitía saltarse todas las normas del Estado de derecho. Y encima creyéndose superhéroes.

Yo recuerdo ir a entrevistar en 2018 a Roberto Paulo Galvao, otro elogiado fiscal de Lava Jato, en la ciudad un tanto provinciana y muy conservadora de Curitiba, centro neurálgico de la operación jurídica. Al entrar en la sede de la task force Lava Jato, pude contemplar decenas de premios nacionales e internacionales amontonados en la entrada. Había trofeos de plata y medallas doradas, la mayoría de valor estético francamente discutible.

Moro había recibido ya en el 2015 el Premio Faz Diferença, del poderoso diario O Globo, en cuyos artículos los fiscales reconocen –según los mensajes hackeados– basar algunas de sus acusaciones.

Después de O Globo, los premios llovieron sobre Curitiba. El premio Sociedad Interamericana de Prensa. El Allard Prize, de la Escuela de Derecho de Vancouver. La estatuilla de Don Quijote del premio de ética Sergio Luiz Sottomayor (apoyado por el Rotary Club).

Pero el plato estrella en la sede de Lava Jato en Curitiba era el Premio Anticorrupción 2016 de Transparencia Internacional, una escultura con forma de vela en cristal azul traslúcido.

Tras un mini tour, los fiscales de Lava Jato me explicaron los homenajes rendidos por otras escuelas de derecho en Estados Unidos, de gremios de abogados en Europa, de cámaras de comercio, y de revistas nacionales e internacionales que admiraban su valiente lucha por la democracia. Me enseñaron algunos efusivos titulares en medios como Time Magazine. “Es una lucha mediática para nosotros”, me confesó Galvao (aun tengo la grabación), dando por hecho que yo entendería.

Me resaltó la importancia crítica del apoyo de los medios nacionales e internacionales para el futuro de su investigación, de Brasil, y de América Latina. Y ¿cómo íbamos a decir que no a fiscales como Dallagnol con su charme brasileño y sus masters de Harvard? The Economist elogiaba “la cruzada contra la corrupción”, mientras que preparaba la famosa portada de Dilma Rousseff con aquel título “Time to go” –un chiste irónico digno del cónsul inglés. Lava Jato ya era el futuro esperanzador de Brasil y ya iba siendo hora de que la presidenta del viejo y corrupto Brasil –elegida solo un año antes– se marchara.

(Los fiscales de Lava Jato se frotaron las manos tanto como The Economist ante el impeachment de Rousseff pese a que, ni con sus métodos más inquisitoriales, lograron destapar un solo delito de la presidenta, ni un delito fabricado en un testimonio comprado. En una conversación, Dallagnol, master por Harvard y amigo del catedrático Matthew Stephenson, autor del Global Anticorruption Blog de Harvard, se dirige a sus colegas fiscales: “¡Tíos! ¡Es importantísimo que no vayáis a ver el impeachment a los bares (...) los medios pueden veros!”. “¡No se si podré cancelar la cerveza, el bufé y la orquesta!”, responde uno).

En fin. Todos estábamos seducidos por aquellos intrépidos fiscales de tez blanca, bien afeitados y limpios, muchos de ellos formados en Estados Unidos y asiduos espectadores de los conciertos de Bon Jovi en el estadio de Curitiba. Todos los líderes del free world aplaudían al juez Moro y a los fiscales, desde Marco Rubio en la cumbre anticorrupción de Lima del 2018 hasta Barack Obama en su nuevo libro.

Lava Jato era una cruzada contra el viejo Brasil y todos los demócratas del mundo teníamos que dar la cara en la lucha contra la corrupción

Lava Jato era una cruzada contra el viejo Brasil y todos los demócratas del mundo teníamos que dar la cara en la lucha latinoamericana contra la corrupción. (Para saber cómo en La Vanguardia se optó por publicar en la edición impresa aquella entrevista al fiscal Galvao bajo el título “Lula es responsable de la trama de corrupción más grande del mundo”, los lectores interesados pueden mandarme un mensaje encriptado por Telegram).

Pero pasan los años y, después de lo que ha trascendido últimamente en Brasil, cuesta imaginar que vayan a llegar muchos más premios al portal de Sergio Moro, que, tras un año al mando del Ministerio de Justicia de Jair Bolsonaro, fichó como asesor del bufete de abogados estadounidense Alvarez & Marsal, excliente de Odebrecht, la empresa a la que Moro investigaba por su papel en la red de sobornos.

Ya va quedando claro a partir de esos miles de mensajitos de Telegram cosas en absoluto transparentes ni limpias. Por poner un ejemplo, este mensaje de Dallagnol a Moro: “Estamos trabajando con la colaboración de (el diputado) Pedro Correa que dirá (la negrita es mía) que Lula sabía de los sobornos”, dice Dallagnol en un mensaje a Moro, muy seguro de que el polémico método de colaboración recompensada daría el resultado que exigía el juez.

Otro ejemplo. Tras sentenciar a Lula y excluirlo de las elecciones, Moro eligió un momento crítico en la campaña electoral para filtrar la acusación contra Antonio Palocci, el ex ministro de Hacienda de Lula, que había sido inculpado de corrupción y expulsado del gobierno 15 años antes.

La filtración de Palocci cayó como maná del cielo para Bolsonaro en su pulso con el candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad. Pero ya se sabe que el testimonio –obtenido también mediante la colaboración premiada– fue una sarta de mentiras. Hasta la propia policía federal concluye que Palocci elaboró las acusaciones a partir de “noticias en la prensa” con el fin de reducir su condena. “De longe, delação de Palocci foi explosiva, de perto, era um terreno baldio” (De lejos, el testimonio de Palocci fue explosiva; de cerca, era un erial), ironiza Elio Gaspari, en O Globo

Entre una cosa y otra, todos éramos cómplices del golpe blando contra el PT en Brasil y de sentar los precedentes para usar acusaciones fabricadas de corrupción con el objetivo de evitar la molesta necesidad de ganar elecciones con argumentos políticos. Muchos medios, expertos legales y oenegés de transparencia  ya lo van reconociendo de forma discreta, como suele ocurrir tras los golpes o las guerras. Siempre con retraso para que la rectificación no cambie el resultado.

The New York Times acaba de publicar un artículo del académico Gaspard Estrada que concluye que “la colaboración indebida entre el juez y la acusación” convirtió Lava Jato en “el mayor escándalo judicial de la historia brasileña”, una frase reproducida a mediados de febrero por el juez Gilmar Mendes, integrante del Tribunal Supremo en Brasilia, en lo que puede ser el inicio de la anulación de los juicios.

Otros medios hemos ido mejorando nuestros titulares. Hasta O Globo –ya libre del PT y sus masas sin lavar– publica artículos críticos con Lava Jato como el de Gaspari.

Por todo esto, cuando la semana pasada, preparaba un artículo para La Vanguardia sobre el final ignominioso de Lava Jato, me puse en contacto con Transparencia Internacional para darles la oportunidad de rectificar si querían.

A fin de cuentas, la ONG alemana, más que nadie, fue clave para la credibilidad internacional de Moro y sus fiscales. Los medios ayudamos, pero un watchdog (perro guardián) anticorrupción con el pedigrí de TI, fundado por Peter Eigen exdirector del Banco Mundial y con el apoyo del incansable lobbista  omnipresente en Davos y cumbres semejantes, Frank Vogl, resultaba una garantía de calidad indiscutible. También lo era la presencia del consejero delegado de la consultora anticorrupción Fairfax group, Michael Hershman, exagente de inteligencia militar del Pentágono.

Incluso cuando el súper juez Moro ya había anunciado su incorporación al gobierno de Bolsonaro, se dejó fotografiar en un avión con un ejemplar del libro de Transparencia Internacional. Y los directores de TI no se mostraron  demasiado preocupados de que la ONG alemana se viera identificada con un presidente cuyo héroe es el torturador militar Carlos Alberto Brilhante Ustra, y que considera que los derechos humanos son cosas de comunistas.

Ésta es la pregunta que mandé a Transparencia International en Berlín: ¿Después de la publicación de los últimos mensajes de Telegram entre el juez Moro y los fiscales de Lava Jato, Transparencia Internacional siente algún remordimiento por haber concedido el Premio Anticorrupción de 2016 a operación Lava Jato? ¿Consideraría retirarla?

Y esta es la respuesta redactada en Brasil, pero con el beneplácito de la dirección alemana de TI: “Transparencia Internacional no se arrepiente y no retiraremos el premio; porque seguimos creyendo que Lava Jato realizó aportaciones relevantes en la lucha contra la corrupción en Brasil. Por primera vez se rompió el paradigma de impunidad absoluta para las élites brasileñas, y cientos de oligarcas y autoridades de los más altos niveles han tenido que responder ante la justicia”.

La última tanda de mensajes por Telegram entre los fiscales de la investigación brasileña anticorrupción Lava Jato y el antes llamado súper juez Sergio Moro no dejan mucho lugar a dudas de que existía una incestuosa relación conspirativa en la que Moro era juez, parte y todo lo demás también.

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Autor >

Andy Robinson

Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)

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