Brasil, el gigante paradójico
Bolsonaro actúa cada vez más en consonancia solo con su base más radical y fiel. Esta no supera más del 20% del electorado
Eber Pires Marzulo (Luzes) 20/11/2019
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No deja de ser curioso que el primer producto de exportación brasileño de la época colonial fuera el palo brasil, un árbol con madera marcada por su color rojo que servía como tintura. Árbol que será también responsable del nombre del país. Y color que será símbolo del Partido de los Trabajadores (PT), así como la estrella amarilla. Símbolos históricamente ligados a los movimientos socialistas de los trabajadores, que dominaron la política brasileña de 2002 a 2016, desde la primera elección de Lula hasta el impeachment de Dilma. Su derrota es una parte ineludible para entender el absurdo en el que se transformó Brasil en 2019.
Bolsonaro y sus tres hijos adultos tienen una trayectoria en la política institucional brasileña de casi tres décadas. Todos marcados por posturas antidemocráticas, misóginas, racistas, homóbofas, anti-intelectuales, violentas y beligerantes, con alianzas con el crimen, directa o indirectamente, particularmente en la ciudad de Río de Janeiro, su base electoral. No por casualidad, el estado de Río de Janeiro ha elegido a los hijos de Bolsonaro como senador y diputado federal –además de ser concejal en esta ciudad un tercer hijo–, y también ha elegido a un exjuez con discurso proarmas, a favor de la violencia policial, misógino, homófobo y racista, igual que los Bolsonaro, para gobernador.
Si esto no hubiera sido suficiente, la ciudad de Río de Janeiro, conocida como lujuriosa y violenta, ya había elegido en 2016 como prefecto a un exobispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, la mayor iglesia neopentecostal del país, que controla una de las mayores redes de comunicación de Brasil y que está instalada en varios países, en especial en la África lusófona.
Los resultados electorales de 2018 demostraron de manera clara que fue en la periferia urbano-metropolitana del sur y sudeste, las áreas de mayor concentración de población, donde la derecha ganó. Por otro lado, en los estados más pobres del país, localizados en el noreste, el PT ganó las elecciones para presidente y la izquierda eligió gobernador. En el sur y sudeste, la victoria fue absoluta de la derecha, tanto para la Presidencia de la República como para los gobiernos de los estados.
Pero el encanto ha durado poco. Actualmente Bolsonaro presenta los más bajos índices de aprobación de la historia de la democracia en Brasil, en todos los períodos de evaluación por las encuestas en los primeros nueve meses de gobierno. Ni la normal esperanza de los electores en los primeros 100 días de gobierno ha resistido. La alianza entre agrupaciones de derecha autoproclamadas como liberales en la economía, la extrema derecha conservadora y reaccionaria, y sectores que apoyaban las medidas anticorrupción de la operación Lava Jato –a partir del poder judicial y el Ministerio Público– se deshizo rápidamente. Los liberales en la economía no fueron capaces de soportar el desgaste de los primeros meses de un gobierno en el que tienen presencia frágil y los ataques contundentes del gobierno a los derechos humanos más elementales e incluso a presupuestos de la economía liberal contemporánea, como la globalización. Los moralistas vieron a su superhéroe, el juez Sérgio Moro, aceptar tras la elección de Bolsonaro el cargo de ministro de Justicia, demostrando claro intereses personales en su cruzada contra Lula. Incluso sus apoyos más resistentes vieron derrumbarse cualquier señal de idoneidad en la conducta del exjuez tras las revelaciones de su actuación junto con los procuradores visando la condena de Lula, con la publicación de las conversaciones entre los procuradores y el juez en Telegram por parte de la revista digital The Intercept, fundada, entre otros, por el periodista Glenn Greenwald.
Desde siempre defensor de la dictadura militar en Brasil (1964-1985), aunque fuera apartado del ejército como simple capitán debido a la acusación de elaborar un ataque a la infraestructura urbana por una disputa salarial –en la época de la misma dictadura que defiende hoy–, Bolsonaro actúa cada vez más en consonancia solo con su base más radical y fiel que no debe llegar al 20% del electorado. En los estados del noreste, donde Bolsonaro perdió y fueron elegidos gobernadores de la izquierda (PT, PSB y PCdoB), encuestas recientes demostraron una solidez de posicionamiento contra el gobierno, que ya había en la época de las elecciones, de mujeres, jóvenes, negras, de renta y escolarización bajas. Se han ido sumando a este núcleo socioeconómico de oposición parte de los sectores medios que sienten el aumento de las pérdidas económicas desde el golpe; liberales y agentes del mercado financiero que pierden con la falta de confianza en el país y el aislamiento internacional del gobierno Bolsonaro; y parte de la clase media tradicional que vio su sueño de moralización convertirse en moneda de cambio político con las revelaciones del acuerdo entre el juez y los procuradores de la Lava Jato.
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Eber Pires Marzulo es sociólogo. Profesor en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS) y coordinador del Grupo de Pesquisa Identidade e Território de la UFRGS.
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Eber Pires Marzulo (Luzes)
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