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Las raíces históricas del terrorismo revolucionario

El recurso a la lucha armada en los sesenta y setenta fue especialmente agudo en aquellos países desarrollados en los que la modernización económica y política del periodo de entreguerras había sido más conflictiva

Ignacio Sánchez-Cuenca 31/01/2021

<p>Guardaespaldas de Aldo Moro asesinados por las Brigadas Rojas.</p>

Guardaespaldas de Aldo Moro asesinados por las Brigadas Rojas.

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Gli ultimi rivoluzionari del XX secolo . Era la última ocasión . Poi le cose sono cámbiate. Il mito rivoluzionario è crollato”.
Valerio Morucci (Brigadas Rojas)

Desde la perspectiva de nuestro tiempo, la decisión tomada por tantos activistas radicales de finales de los años sesenta y principios de los setenta de tomar las armas contra el “sistema” en las democracias avanzadas resulta incomprensible. Estos revolucionarios estaban convencidos de que, pasando a la clandestinidad y matando a miembros de las fuerzas de seguridad, a funcionarios del Estado y a empresarios, conseguirían que las masas se levantaran contra el capitalismo.

La idea de que la revolución es posible en los países desarrollados puede parecer absurda hoy en día, pero en su momento tuvo sus seguidores en la izquierda. Muchos de los terroristas revolucionarios que empuñaron las armas eran estudiantes de clase media con educación superior que podrían haber tenido una exitosa carrera personal y profesional. Sin embargo, optaron por la causa de la revolución. No eran unos locos. Piénsese en Renato Curcio y Margherita Cagol, dos estudiantes de sociología de la Universidad de Trento en los años 1966-69, que se casaron y unos años más tarde crearon las Brigadas Rojas. O piénsese en personas en principio poco afines a la lucha armada que, sin embargo, quedaron fascinadas con la guerrilla urbana y finalmente se involucraron en la misma: ahí tienen a Ulrike Meinhof, una periodista de izquierdas de prestigio que conoció a los jóvenes extremistas y ayudó a organizar la Facción del Ejército Rojo (acabó suicidándose en la cárcel en 1976) (Bauer 2008); o el famoso editor y millonario Giangacomo Feltrinelli, que creó uno de los primeros grupos terroristas revolucionarios italianos de la década de 1970, el GAP (Gruppi d'Azione Partigiana): murió a la edad de 46 años, por una bomba que explotó accidentalmente mientras la estaba colocando en una línea eléctrica (Feltrinelli 2002); o el teniente coronel Otelo Saraiva de Carvalho, uno de los protagonistas de la Revolución de los Claveles de 1974, que se desencantó con el desarrollo de la democracia en Portugal y luego desempeñó un papel importante en la formación de un grupo clandestino, Forças Populares 25 de abril. Tras su detención, fue condenado a 15 años de prisión (Barra da Costa 2004: 57-58). Estos son solo algunos de los nombres destacados entre las miles de personas que participaron en el movimiento de “guerrilla urbana” que se extendió por los países ricos en la década de 1970.

Hubo gran variación en el nivel que alcanzó este tipo de terrorismo. Las Brigadas Rojas (Brigate Rosse) y Primera Línea (Prima Linea ) en Italia, la Facción del Ejército Rojo (Rote Armee Fraktion ) en Alemania, el GRAPO (Grupos Revolucionarios Antifascistas Primero de Octubre) en España, el Ejército Rojo Unido (Rengo Sekigun ) en Japón, la Organización Revolucionaria 17 de Noviembre en Grecia, las Fuerzas Populares 25 de abril (Forças Populares 25 de abril ) en Portugal y Acción Directa ( Action Directe) en Francia, son algunos de los grupos más conocidos. Todos tomaron la decisión crucial de matar gente. En cambio, en otros muchos países desarrollados no se formaron grupos armados o, si se formaron, no intentaron matar. Por ejemplo, en Australia, Canadá, Irlanda, los Países Bajos, Nueva Zelanda, Suiza, los países nórdicos y el Reino Unido, no hubo víctimas mortales debido al terrorismo revolucionario.

 

Ofrezco a lo largo de las páginas siguientes un análisis comparado e histórico del terrorismo revolucionario en 23 países ricos (países de la OCDE anteriores a 1994). Me centro en los efectos a largo plazo que los procesos de transformación económica y política del período de entreguerras tuvieron sobre el terrorismo revolucionario algunas décadas después. El principal desafío en los países desarrollados durante dicho periodo consistió en la incorporación de la clase trabajadora al sistema político tras el sacrificio humano de la Primera Guerra Mundial; se generó entonces la estructura moderna de los conflictos políticos (cleavages) que Lipset y Rokkan analizaron en su estudio clásico. En algunos países, el trabajo fue reprimido y se estableció un régimen autoritario (a veces fascista); en algunos otros, el trabajo se integró en el sistema y prevaleció la democracia. Las condiciones económicas y las políticas económicas variaron enormemente, añadiendo una gran tensión al conflicto capital-trabajo. En aquellos lugares en los que se practicó una solución represiva, el terrorismo revolucionario fue más intenso en la década de 1970; en otros en los que se alcanzó algún tipo de compromiso de clase, el terrorismo no llegó a surgir décadas después. El terrorismo revolucionario fue especialmente agudo allí donde el proceso de desarrollo económico y político de entreguerras había sido más conflictivo.

Para fundamentar el argumento sobre la relación entre los eventos de entreguerras y el terrorismo revolucionario, he tomado prestadas, de manera abiertamente oportunista, ideas y hallazgos de campos muy diferentes, incluyendo la Política Comparada, la Economía Política, la Historia, la Sociología Histórica, la Historia Económica, las Relaciones Internacionales, la Antropología y la Psicología Cultural. Borrar las fronteras de todas estas disciplinas ha sido crucial: los principales hallazgos de este libro han sido posibles porque he tratado de introducir variables explicativas que generalmente se han pasado por alto en la literatura sobre violencia política. Al conectar la violencia revolucionaria clandestina con las trayectorias seguidas durante los años de entreguerras, podemos entender las condiciones históricas que hicieron más probable el surgimiento de la violencia.

Muchos de los que empuñaron las armas eran estudiantes de clase media con educación superior que podrían haber tenido una exitosa carrera personal y profesional 

Gracias a este enfoque interdisciplinario, he podido cuantificar los patrones de desarrollo que los países siguieron en el período de entreguerras, lo que me ha permitido a su vez analizar estadísticamente la fuerza de la asociación entre el terrorismo revolucionario y dichos patrones. Basándome en una serie de indicadores (violencia anarquista, quiebra de la democracia, guerras civiles, niveles de desigualdad de la tierra, tipo de capitalismo y niveles de industrialización) he podido caracterizar el grado de proximidad de cada país con respecto a un modelo ideal de sociedad liberal y democrática en los años comprendidos entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. El análisis estadístico muestra de diferentes maneras que la asociación entre los patrones de desarrollo de entreguerras y el terrorismo revolucionario es extremadamente sólida. Esta asociación no se ve afectada por el hecho de introducir factores contemporáneos. Es como si la variación entre países con respecto al terrorismo revolucionario en 1970-2000 fuera idéntica a la variación con respecto al liberalismo político y económico en 1918-39.

Los mecanismos que unen los patrones de desarrollo de entreguerras y el terrorismo revolucionario son difíciles de precisar, pues se trata de dos fenómenos que se encuentran en diferentes niveles de la realidad social. Si bien los patrones de desarrollo son fenómenos macro, el terrorismo revolucionario se produce a un nivel micro. Esta heterogeneidad complica enormemente las cosas. A pesar de estas dificultades, me centro en un mecanismo de gran importancia, a saber, las restricciones que las comunidades de apoyo imponen al ejercicio de la violencia terrorista. Según el argumento principal, en países que siguieron una trayectoria iliberal, la izquierda se radicalizó (como lo atestigua, por ejemplo, la fuerza electoral de los partidos comunistas en el período de posguerra) y, como consecuencia de ello, hubo grupos (minoritarios) que respaldaron la lucha armada. En este sentido, resulta de gran interés analizar los casos negativos, es decir, los grupos armados que tenían la capacidad de matar pero se abstuvieron de hacerlo. Estos grupos se concentran sobre todo en países con un patrón liberal en el período de entreguerras. Un examen en profundidad de estos grupos revela que la razón principal por la que mostraron moderación es precisamente por la desaprobación de los ataques letales en sus comunidades de apoyo.

En los países que siguieron la ruta no liberal durante las décadas de 1920 y 1930, la legitimidad del Estado era baja dentro de la izquierda. La experiencia autoritaria dejó heridas duraderas y recuerdos traumáticos. Además, estos países fueron más represivos en respuesta a las protestas de finales de los 60 y principios de los 70. Cuando las fuerzas de seguridad mataron a manifestantes, la izquierda interpretó estos sucesos como una señal de que el autoritarismo realmente no se había disipado y que la democracia era solo una fachada, una farsa. Esta lectura estuvo ausente en los países con un pasado liberal, incluso en los casos en que la policía también mató a activistas. Así, la represión tuvo consecuencias diferentes dependiendo de la historia política previa. Este es el mecanismo más específico que proporciono y se puede confirmar con evidencia cualitativa sobre cómo los terroristas (y la izquierda radical en general) reaccionaron a la represión estatal.

El terrorismo revolucionario sería una manifestación tardía (y más bien leve) de la naturaleza conflictiva de las sociedades menos liberales

La relación entre los patrones de desarrollo de entreguerras y el terrorismo revolucionario no debe entenderse de manera determinista. No estoy suponiendo que los sucesos de entreguerras fueron un “tratamiento clínico” cuya consecuencia (tardía) fue el terrorismo revolucionario. El terrorismo revolucionario no estaba destinado a suceder dados los acontecimientos de 1918-1939 (tal y como habría que deducir si interpretáramos esos sucesos como un “tratamiento”); en realidad, sin las movilizaciones de fines de la década de 1960, el terrorismo revolucionario no habría surgido, independientemente de los antecedentes históricos.

He tratado de reducir al mínimo el aparato conceptual utilizado en el libro. Así, es suficiente para mis propósitos distinguir entre condiciones causales y fuerzas causales. En el ejemplo clásico de la filosofía analítica, la chispa de un cortocircuito provoca un incendio. Una condición necesaria para que el cortocircuito provoque el incendio es la presencia de oxígeno. Cuando damos por supuesta la presencia del oxígeno, concluimos que el cortocircuito es la fuerza causal o evento desencadenante que produce el fuego, a pesar de que no se hubiera llegado a producir sin el oxígeno. Aplicando esta distinción a la pregunta de investigación de este trabajo, podríamos decir que mi interés principal radica en el oxígeno. La ola de radicalismo ideológico y de protesta antisistema que se extendió por la mayoría de los países desarrollados a fines de los años sesenta y principios de los setenta puede concebirse como la chispa. Los efectos de este nuevo radicalismo (la chispa) variaron dependiendo de las condiciones históricas en cada país (el nivel de oxígeno).

A pesar del proceso de convergencia entre los países en el período de posguerra, los países siguieron rutas distintas tras las movilizaciones del 68 en función de sus condiciones causales a largo plazo. Las condiciones causales históricas, por descontado, se desarrollan lentamente y tienen un fuerte poder estructural. Mientras que los eventos desencadenantes son resultado de la contingencia de la historia, las condiciones causales históricas limitan y moldean las consecuencias de dichos eventos. Se pueden distinguir tres situaciones. En algunos países no hubo ni un cortocircuito ni oxígeno (en Austria, Finlandia, Islandia, Irlanda, Luxemburgo, Nueva Zelanda y Suiza). En algunos otros, el cortocircuito ocurrió, en forma de protesta y movilización, pero el patrón liberal de entreguerras había vaciado todo el oxígeno (en Australia, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Holanda, Noruega, el Reino Unido y Suecia). Finalmente, en el tercer grupo, se produjo un cortocircuito y había oxígeno, por lo que la llama de la violencia revolucionaria prendió (en Francia, Alemania, Grecia, Italia, Japón, Portugal, España y Estados Unidos). En Francia y Estados Unidos, el oxígeno se consumió por completo en las primeras etapas, pero en los otros seis países el fuego se extendió y el terrorismo se convirtió en un asunto grave. Curiosamente, no observamos países con oxígeno pero sin chispa: todos los países que tenían condiciones favorables para el terrorismo revolucionario acabaron experimentándolo.

Hay una segunda analogía que quizá ayude a entender mejor la tesis que defiendo. La combinación de contingencia y condiciones causales a largo plazo también puede entenderse en términos biológicos, siguiendo la fórmula célebre de Jacques Monod (1970) sobre el azar y la necesidad: las mutaciones genéticas ocurren al azar, pero sus efectos reproductivos están determinados por su adaptación al medio ambiente. La ‘tentación armada’ podría entenderse como una mutación política causada por las protestas de 1968. La mutación aparece en muchos de los países ricos, pero solo encontró un nicho favorable en Italia, España, Japón y Alemania. En países como Canadá, el Reino Unido, Holanda y Estados Unidos, la mutación se extinguió rápidamente. La mutación, evidentemente, se conecta con el azar; la adaptación al medio ambiente, por el contrario, está determinada por condiciones objetivas. De ahí la mezcla de azar y necesidad.

Por supuesto, el lector tiene derecho a preguntarse por qué el antecedente crítico más importante fue el período de entreguerras y no alguno anterior. El peligro de una regresión infinita en la cadena de causalidad es bien conocido. En lugar de profundizar en la historia, presento, de manera bastante exploratoria, una conjetura audaz sobre las raíces comunes tanto de los patrones del desarrollo en el período de entreguerras como del terrorismo revolucionario en el periodo 1970-2000. Según esta conjetura, la fuerza del individualismo en el proceso de modernización es una variable fundamental. En aquellas sociedades en las que el individuo disfrutaba de una mayor autonomía con respecto a la familia y otros grupos sociales, el patrón del desarrollo durante los años de entreguerras fue liberal y el terrorismo revolucionario letal se evitó en la década de 1970. Por el contrario, en sociedades más “familistas” o colectivistas, el patrón de entreguerras fue típicamente iliberal y se crearon grupos letales en la década de 1970. En pocas palabras, el argumento establece que en sociedades más individualistas, el cambio económico y político que vino con la expansión de la industria y el capitalismo se encontró, en términos relativos, con poca resistencia. Estas sociedades estaban mejor preparadas para la transformación producida por la modernización que aquellas otras en las que el individualismo era más débil. En los lugares en los que el individualismo se extendió insuficientemente, el proceso de modernización generó protesta, resistencia y conflicto. El terrorismo revolucionario, desde esta perspectiva, sería una manifestación tardía (y más bien leve) de la naturaleza conflictiva de las sociedades menos liberales.

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Este texto está escrito a partir de la introducción del libro Las raíces históricas del terrorismo revolucionario. Una explicación histórica del terrorismo revolucionario en Occidente, publicado recientemente por la editorial Catarata

Gli ultimi rivoluzionari del XX secolo . Era la última ocasión . Poi le cose sono cámbiate. Il mito rivoluzionario è crollato”.
Valerio Morucci (Brigadas Rojas)

Desde la perspectiva de nuestro tiempo, la decisión tomada por tantos...

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Autor >

Ignacio Sánchez-Cuenca

Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).

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1 comentario(s)

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  1. Aramis

    La tesis no solo es audaz, sino que también es incendiaria por tierra mar y aire, pues disecciona la simple secuencia causal «clásica» de las ciencias físicas complicándola severamente en fuerzas y condiciones con la misma alegría con la que Moises separaba las aguas. Sin embargo, la causa sine qua non para que un cortocircuito provoque un incendio no es el oxígeno por cuanto si el pirómano eléctrico no ha pagado su factura de la luz el malogrado circuito eléctrico no tendrá energía eléctrica que genere cadena causal alguna y no habrá chispa que prenda fuego ni al butano. Pero hablar de «condiciones causales a largo plazo» es tanto como reactualizar la vieja visión chamanista de la «acción a distancia» por la que pinchando un muñeco en Córdoba, sangra tu cuñao en la Conchinchina. Así pues, también podemos decir que todos los montes de España que tenían condiciones para un incendio acabaron experimentándolo. Es de una lógica implacable. Es decir; algo que es tan cierto como que Suecia no participó en ninguna de las dos guerras mundiales. No obstante, el alineamiento «individualismo–liberal» versus «colectivistas–iliberales» resulta de un reduccionismo hercúleo que se complica cuanto más se profundiza. Momento en que el lector empieza a sacar la navaja de Occam, pues en demanda de mas evidencias que aseguren tan amplios patrones, lo más probable es que una explicación más simple sea la correcta.

    Hace 3 años 9 meses

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