“Ignatius le ha estado dando una paliza brutal a Juan Ignacio durante estos años y es el momento de reaccionar”
Gabriel Méndez-Nicolas 16/03/2021
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Son las once de la mañana de un día soleado en Malasaña, Madrid. Plaza Dos de Mayo. Ancianos sentados en bancos, traperos en la sombra con un fuerte olor a porro, modernos pegados al móvil paseando al perro o vendedores de mecheros y pañuelos que se acercan a las terrazas donde otros esperan su café. Ese contraste entre lo feo y lo bonito, lo agradable y lo cruel, es la particularidad de este lugar. En Juan Ignacio Delgado Alemany (Granadilla de Abona, Tenerife, 1973) también existe esa dualidad. Está Ignatius Farray, un cómico tan impredecible como genial, conocido por su grito sordo, por chupar pezones, gritar y conquistar al público con un humor siempre al límite. Y también está Juan Ignacio, un padre tinerfeño, separado, miope, tranquilo y extremadamente amable. Es este segundo el que se sienta en la terraza del Café Tatiana para charlar con CTXT.
Ha tenido momentos de bajón personal y eso se ha notado. En su libro ‘Vive como un mendigo, baila como un rey’ (Editorial Planeta 2020) nos deja entrar en su vida más íntima.
El libro es Juan Ignacio imponiéndose a Ignatius Farray. Rara vez sucede (risas), sobre todo en un escenario, delante de un micrófono o escribiendo. En esos momentos Ignatius Farray suele tomar el mando. Tengo un TOC que consiste en comprar ediciones de la Isla del Tesoro y vengo de comprar una nueva. No sé cuántas ediciones tengo ya. Reconozco que es algo obsesivo, pero a mí me fascina la relación que hay entre John Silver el Largo y el grumete Jim Hopckins. El grumete Jim Hoopckins es una persona que se está iniciando en la vida de los adultos y la figura de John Silver es ambigua, porque por un lado es una especie de mentor para el niño, pero por otro lado es un pirata, es alguien con ese lado perverso. Como Ignatius Farray. Yo le he dado la mano a Ignatius Farray para atreverme a subir a un escenario, pero, claro, le he dado la mano a un pervertido.
Doctor Jekyll y míster Hyde.
También, es otra novela que me obsesiona. Una vez más me miento y me busco justificaciones literarias para encontrar un respaldo en lo que hago. En el fondo es fliparse y eso sirve como arsenal para cuando vengan las malas actuaciones o cosas que te hagan tambalearte un poco: tienes un arsenal de mentiras disponible para apoyarte.
¿Cómo definiría su estilo de comedia?
Creo que para cualquier persona es muy importante tener vergüenza. Hay muchas maneras de hacer comedia, pero hay algunas que son clichés o convencionales. Ese humor observacional es válido, claro, pero es verdad que a fuerza de repetirlo se puede convertir en un molde un poco vacío. Ahí entra en juego la vergüenza de cada uno para detectar cuando está cayendo en esas convenciones. Cuando caes en ese cliché, automáticamente, si tienes un sentido de la vergüenza suficientemente desarrollado saltan las alarmas y entonces te das vergüenza a ti mismo. Yo creo que tengo un sentido de la vergüenza bastante afilado, quizás más de la cuenta. La mayoría de las veces lo que siento después de una actuación es arrepentimiento y remordimiento. Pensar que no me ha salido bien me atormenta hasta el punto de no poder dormir o buscar la opinión de la gente que estuvo en la sala.
¿Por las cosas que dice o por cómo lo dice?
Por cómo lo digo. Yo creo que en la comedia se puede hablar de todo y siempre puedes encontrar la manera de contarlo para que sea asumible. El otro día buscando en cosas mías antiguas encontré una frase que dice: “La comedia es como tirarte un pedo, pero conseguir que su olor sea agradable”. Se puede hablar de cualquier tema y apañártelas para que sea asumible por todos, para que en vez de enfrentamiento cree conciliación. El fin último de la comedia es tender ese puente entre dos personas que se están riendo juntas. Se puede hablar de cualquier tema, pero no de cualquier manera. Temas controvertidos como el feminismo, la eutanasia, el incesto... puedo tener la suerte de explicarme muy bien o que la gente me de ese margen de complicidad para que me sienta arropado y quede perfecto. Pero hablándote del tiempo o de cosas más banales yo puedo llegar a ser desagradable si te lo cuento de una manera tosca. El problema no es el tema sino la manera de contarlo. Esos son los verdaderos límites de la comedia.
¿Está a favor de los límites de la comedia, aunque sea uno de los cómicos que más estira el chicle?
Sí, estoy a favor (risas). Para estirar el chicle tiene que haber un chicle y el chicle tiene sus dimensiones. Para empujar una pared tiene que haber una pared. Los límites te ayudan porque te dejan claro dónde está la línea, es justo lo que yo necesito. Solo necesito que alguien me diga donde está la línea. Ya sabré dónde puedo colocar un pie más allá, luego recogerlo, caminar con cierto equilibrio sobre esa línea o por lo menos intentarlo. Pero necesito una puta línea, los límites me ayudan mucho.
Al hilo de la libertad de expresión y los límites, le parece que, por ejemplo, Hasél se ha podido pasar de rosca por cómo ha dicho lo que pensaba.
La mayoría de las veces lo que siento después de una actuación es arrepentimiento y remordimiento
El otro día bromeaba sobre este tema y llegué a decir que el problema no es de los raperos sino del género musical. Decía que yo intenté rapear durante un fin de semana y solo me salían enaltecimientos del terrorismo (risas). No conozco personalmente a Pablo Hasél, ni a Valtonyc, pero sí puede haber personas que tengan ciertas ideas radicales, que a lo mejor las llevan a un extremo hasta un punto que uno no comparte, pero por encima de eso está el respeto a la expresión de cada uno. Realmente cuando se ve la fortaleza de un sistema democrático es cuando es capaz de asumir a gente que se mueve muy en los márgenes, incluso que pueda llegar a ser desagradable. A mí también me pasa, escucho a gente y pienso que no comparto lo que dicen. Pero precisamente libertad de expresión y democracia significa que, aunque tú no estés de acuerdo con ciertas maneras, no tienes que tambalearte por un par de rimas o que el sistema se derrumbe por un par de rimas. La fortaleza se demuestra cuando el sistema es capaz de asumir también esa expresión. Más todavía cuando una persona utiliza una forma artística para expresarse. Con más o menos talento. Pero la democracia no depende del talento.
“El contexto lo es todo” es nuestro lema.
El contexto, ¡no había caído! Me parece perfecto, en la comedia es justo así. Conceptos tan ambiguos como la libertad o la verdad de repente en un contexto resaltan de manera especial y los consideras con una autenticidad absoluta. Por ejemplo, actuando en un bar o en un teatro la complicidad que se crea en un aquí y ahora con esta gente.
Eso lo consigue mucho más ahora que es conocido.
Sí, que la gente haya creado un contexto ayuda, antes era un puto loco que aparecía y la gente pensaba “por dios que acabe ya”.
También tiene su rollo imagino.
Lo echo de menos. En lo de chupar pezones, por ejemplo, hubo situaciones violentísimas. Ayudado por gente del público que estaba a favor, llevaba a gente contra la pared a chuparle los pezones. Verdaderos linchamientos (risas). Y ahora que la gente me ha visto chupar pezones en la radio o en más sitios, hay quien incluso te lo pide, que viene deseándolo. Entonces esto puede ser una salvajada, pero la gente después de verlo muchas veces lo contextualiza.
Abre su vida personal y su intimidad al público ¿No le preocupa?
Hay cómicos buenísimos que tienen un sentido del pudor muy desarrollado y que no hablan de su vida personal. Yo soy todo lo contrario. Yo lo hago como una huida hacia delante. Los cómicos que me gustan tienen también ese estilo. Por ejemplo, Richard Pryor fue la revolución de la comedia en ese sentido.
Pero es Ignatius contando cosas íntimas de Juan Ignacio.
Claro (risas). Me he buscado esa coartada. Durante muchos años dije que Ignatius no era un personaje en el sentido en el que no fue premeditado. Él tomó las riendas por sí mismo, yo tengo tanto pánico y tanta histeria que él se apoderó de eso. La única manera que tenía de subir a un escenario era en medio de la histeria y del pánico absoluto.
La diferencia entre Ignatius y Juan Ignacio es abismal.
Sí, es abismal. La gente se sorprende de verte de otra manera que no se esperaban. Bueno, se sorprenden y se tranquilizan también al ver que eres una persona con la que se puede hablar con cierta tranquilidad. Pero es verdad, la gente que me conoce solo de verme en el escenario puede tener esa confusión. En el fondo Ignatius Farray es un escudo para poder hablar de Juan Ignacio.
¿Por eso, además del humor, también reflexiona en el escenario?
Hay partes del show que considero que no tienen chistes, sino que son expresar ideas y ahí lo paso muy mal porque a mí las risas me dan la vida. Si pasa mucho tiempo sin que haya una risa, me vengo abajo. Si la gente me da esa complicidad, me atrevo. Soy muy cobarde y pocas veces me he atrevido a eso.
¿Ese es el papel de un cómico, saber hasta dónde puede llegar en su discurso o en sus chistes?
Lo veo como un privilegio. A ciertos oficios hay que darle más margen que a otros y eso es un privilegio como cómico. Es privilegio y al mismo tiempo una obligación. Tienes la obligación de no traicionar a la gente. Ya que te han dado ese margen extra lo mínimo que puedes hacer es jugar al límite para sondear un poco donde puede haber todas esas zonas erróneas de la sociedad.
No estará Juan Ignacio ganándole terreno a Ignatius.
En el libro digo eso un poco. Juan Ignacio ahora, como lleva tanto tiempo contra las cuerdas, siente que puede haber llegado su momento. Ignatius Farray le ha estado dando una paliza brutal durante todos estos años y es el momento de reaccionar. Ignatius se mueve a base de espasmos, llevado por la histeria y la ansiedad. Juan Ignacio necesita más aliento para venirse arriba y expresar con más calma ciertas ideas. La lucha continúa.
Se habla cada vez más de la ansiedad y los problemas mentales por parte de personajes públicos y los efectos derivados del confinamiento y la pandemia. ¿El libro es premeditado o es fruto del encierro de la pandemia?
Sí, lo escribí durante el confinamiento. Yo el confinamiento lo llevé bastante bien, la soledad la llevo bastante bien. Tenía horarios súper marcados, dormía muy bien, encontré un orden que no había tenido hasta ahora. Todo el material nuevo que tengo lo escribí entonces. De repente, estaba muy bien, pero la desescalada fue lo que me costó. Me tambaleé y volví a caer en la ansiedad. De hecho, ahora estoy yendo al psiquiatra. Estoy haciendo terapia, que yo creo que es otro paso lógico en la carrera de un cómico (risas). ¿Quién querría a Ignatius Farray si en algún momento no tuviese que ir a terapia? El libro refleja todo eso. Ahora soy más consciente de lo que me viene bien. Ahora me doy cuenta de que la ansiedad me ha acompañado desde siempre, pero desde que empezó lo de subir al escenario especialmente. Ignatius Farray, como te digo, es fruto de toda esa ansiedad. Incluso una vez leí una cosa muy reveladora de Freud, que decía que si tuviésemos que representar la ansiedad sería a través de un grito sordo. Ahí me quedé de piedra, el grito sordo es un tic que tengo yo de siempre. Se me desencajaba la mandíbula incluso, eran los inicios de esa sensación de ansiedad que luego me acompañaría toda la vida.
¿Qué piensa de lo políticamente correcto?
Hay que tener respeto a todo el mundo, pero a parte del respeto existen ciertas libertades. Hay que tener respeto, pero no se debe convertir en un encorsetamiento que nos impida hablar por miedo. Al hablar es muy fácil meter la pata, pero callar por miedo creo que es peor. La izquierda debería aspirar a conquistar esas libertades. Me jode mucho que como la izquierda es más respetuosa o consciente de ese respeto, muchas veces cae en esa falsa trampa, esa mordaza. Eso te acabas maniatando. Me da mucha rabia que la derecha, que no respeta esas cosas, se sienta amparada en la libertad de expresión para ser más punky que la izquierda. Me jode muchísimo. Debería ser al revés, no podemos permitir que la derecha nos robe lo punky. Ahora un joven que quiera tener una posición antisistema se va a la derecha cuando antes su lugar natural era la extrema izquierda. Eso es una derrota. En fin, hay que intentar ser desagradable con todo el mundo por igual (risas).
Son las once de la mañana de un día soleado en Malasaña, Madrid. Plaza Dos de Mayo. Ancianos sentados en bancos, traperos en la sombra con un fuerte olor a porro, modernos pegados al móvil paseando al perro o vendedores de mecheros y pañuelos que se acercan a las terrazas donde otros esperan su café. Ese...
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