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Brigadas policiales

Deconstruyendo a Villarejo (III). La ‘modernidad’

No lo llame impunidad, llámelo ‘modernización’

Gloria Elizo 17/04/2021

<p>Felipe González preside el acto de Revista al Cuerpo de la Policía Nacional en la Plaza de Colón el 1 de octubre de 1983.</p>

Felipe González preside el acto de Revista al Cuerpo de la Policía Nacional en la Plaza de Colón el 1 de octubre de 1983.

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“Se fundieron en un solo cuerpo, como en el monstruo de las dos espaldas,
el rostro atroz de la tiranía y la cara dura de la ambición clandestina.
A ese monstruo se le llamó consenso.”
A. García Trevijano

Me encantan los personajes –¿a quién no?–, los nombres, las biografías, las conjeturas pseudoanalíticas del bien y del mal, las fotografías –aquí con éste, éste con el otro–, los garbanzos más gordos del cocido, nuestros genios del mal, antihéroes cañí de nuestra intrahistoria, culpables y triunfadores, chorizos ilustrados, filósofos de barrio, poderosos desclasados con el síndrome del impostor acechando solo unos metros por detrás de su papel de verdugos prepotentes, víctimas vociferantes del sistema que encarnan, protagonistas de la historia, ellos, los que saben demasiado y por eso perviven, los que saben demasiado y por eso caen...  de golpe.

Y sin embargo lo sabemos: ni la corrupción, ni tan siquiera la criminalidad, es nunca una cuestión de garbanzos. Así que habrá que dedicar un episodio, uno al menos, para hablar del cocido... 

Empecemos por el final. Octubre de 2020, el Tribunal Supremo confirma la sentencia: Cohecho activo y pasivo, falsedad en documento mercantil, malversación de caudales públicos, prevaricación, asociación ilícita, fraude a la administración pública, blanqueo de capitales, delitos contra la Hacienda pública, tráfico de influencias, apropiación indebida, exacciones ilegales... Es solo una sentencia, una más, como tantas anteriores que no se han dictado y muchas más que no se dictarán. 

Sólo una frase llama la atención en el páramo descorazonador en que se ha convertido la continua moviola de la jugada idéntica de la corrupción –con su medido retardo de diez, veinte, treinta años...–, idénticos partidos –“nosotros, los de entonces”–remedando a Neruda–“ya no somos los mismos”. Solo una frase... la que pronuncia otro tesorero en su declaración, mientras pide perdón por el daño causado “fruto de una España en la que todo valía”. 

La trastienda de esa España en la que todo valía... Donde todo pasó y nada puede contarse... Esa trastienda que guarda celosa la consabida Ley de Secretos Oficiales franquista, esa ley a la que, al mejor estilo de la España de siempre, vendrá cualquier Gobierno a “modernizar” un día, es decir, a cambiarle el nombre –solo el nombre– para que siga sirviendo ni siquiera para ocultar la verdad, sino, sobre todo, para evitar lo único que en realidad podría salvarnos como país, como sociedad: contarla. Contarnos la verdad. 

Contar la verdad que no salió en los periódicos, esos susurros que no lograron traspasar el quicio de la puerta de los despachos de los jefes de redacción, la perfecta frontera trazada por los directores de seguridad de las grandes empresas, por las discretas “oficinas de negocios” de las embajadas, por la cada vez más líquida legislación penal que admite las denuncias que quedan en nada –o no– pero quitan el sueño, cierran las bocas y secan la tinta. Y nos impiden dibujar, poseer y expiar esa España a la que solo conocemos por el olor.   

Me fascinan los personajes –¿a quién no?– pero especialmente cuando pasan de verdugos a víctimas, parada la imagen en el preciso instante en el que la realidad les agarra del tobillo y mantienen aún el gesto de intentar correr, cada vez más solos, pillados en las trampas que han ido construyendo, atrapados por el invierno, niñatos desafiantes descubiertos moviéndose en el escondite inglés de la política, daños colaterales que caen de pronto en la cuenta de que no eran los reyes del mambo, sino piezas centrales –pero piezas– de un sistema corrupto que, escandalizado, sólo les reconocerá el derecho de ser protagonistas de su desgracia. 

Me fascinan, sobre todo, porque es justo cuando ya no importa, justo cuando su credibilidad está bajo cero, cuando se ponen como locos a gritar la verdad... 

“.... fruto de una España en la que todo valía”. Adjudicaciones a cambio de dinero negro para los partidos, zanahorias envenenadas que se pagan con la nómina de los ciudadanos, en las facturas de las familias, jóvenes herederos del Estado que se inician en brillantes carreras políticas, grises funcionarios que devienen presidentes de empresas y de clubes de futbol, grandes empresarios de empresas sin trabajadores, todos los clichés costumbristas de la España “modernizada”, barajados y repartidos aleatoriamente en la fiesta de las biografías engrasadas con el fraude a la hacienda pública, la malversación, la apropiación indebida, las exacciones ilegales... Cuatro décadas de corrupción dirigiendo los destinos de un país en el que todo vale.

La trastienda de esa España en la que todo valía... Donde todo pasó y nada puede contarse... Esa trastienda que guarda celosa la consabida Ley de Secretos Oficiales franquista

Y luego el palo. Porque donde hay una zanahoria hay siempre un palo. Siempre. Esos policías que llevan a cabo las adecuadas pesquisas para que esos jueces con algo que callar puedan llevar a cabo las actuaciones pertinentes que ya antes se han filtrado en los dosieres para esos periodistas... Nadie es inocente. Nadie. Pero ahora, además, algunos van a tener el “privilegio” de ser culpables, víctimas propiciatorias que han sido verdugos, voladuras controladas –muy controladas– donde las estructuras paralelas llevan a cabo actuaciones quirúrgicas para poner en marcha la rueda habitual del que sabe cómo van las reglas: la prisión provisional te saca de la circulación, el juicio mediático te destruye, la dura sentencia te sienta a negociar, los permisos penitenciarios te abren el camino para pedir el indulto parcial que te trae de vuelta a casa y al silencio espeso. Porque hay una cosa fundamental para entender las cloacas, el espeso frutal de esa España en la que todo valía: los culpables siempre son culpables. Siempre sin excepción. Y de varios delitos. Pero, claro, no solo ellos...

Es lo que tienen las partidas de póker entre tramposos, que si no vienes con las cartas marcadas no puedes ni sentarte a la mesa. No, en la España de los trileros no queda sitio para la honestidad. No se trata de no hacer trampas. Se trata de asumir el juego de ser el que más sabe de los demás, el que más comodines maneja –periodistas, jueces, fiscales, policías...–, el que manda callar... El tipo al que no pillan.

Y aquí viene el cocido de hoy, con una pregunta casi infantil, casi un poco grotesca, pero que de alguna manera todos debiéramos hacernos. ¿Dónde estaba la Justicia? La de verdad, todos estos años.... ¿Dónde estaban los periodistas? Los de verdad, todos estos años. Y, quizá la más interesante, al menos en el caso que nos ocupa: en esta España en la que todo valía ¿dónde estaba la Policía?

La Policía... ya ves tú. ¡Qué cosas! Si hiciéramos un repaso histórico del papel fundamental de la Policía en estos últimos años seguramente llegáramos a una conclusión sarcástica. Porque atendiendo a las noticias de los periódicos y a los programas políticos de sus responsables la respuesta a la pregunta de dónde estaba la Policía solo puede ser una: estaba “modernizándose”.   

La Policía lleva modernizándose desde que José Sainz González –el primer jefe de Villarejo, el de verdad, el que al llegar a Euskadi le enseñó lo que en la Academia de Policía no le habían enseñado– dijera aquello de que “no es posible acabar con el terrorismo sólo con medidas policiales”. Claro, eran otros tiempos. José Sainz había sido llamado por los servicios de inteligencia de Carrero Blanco para luchar contra el incipiente terrorismo independentista en Euskadi. Estados de excepción, humillación a la población civil, infiltración, tortura... La profesionalización del terror contra el terror, con las ideas claras de con quién trabajas, cómo trabajas y, sobre todo, para qué trabajas... en una creciente estrategia de tensión en la que construir al enemigo es tan importante como vencerlo. 

En España de otra cosa no sabremos, pero de “modernizarse” sabemos un rato. Nos modernizamos en 1977 cuando el Tribunal de Orden Público pasó a llamarse Audiencia Nacional

“Modernizarse”. En España de otra cosa no sabremos, pero de “modernizarse” sabemos un rato. Nos modernizamos la mañana de 1977 en la que el Tribunal de Orden Público pasó a llamarse Audiencia Nacional, casi tanto como el día en el que su principal “proveedor” –la Brigada de Investigación Social, también conocida como “Brigada político-social”– pasó a llamarse Brigada Central de Información.... Y salvo los “resentidos”  –¡ay!– y los muertos, toda España tuvo la oportunidad de alegrarse de tan enorme modernización... pero los que más se alegraron fueron sus integrantes que, alegremente y sin excepción, siguieron en su puesto.

Lo que voy a intentar contar ahora –una vez y sin que sirva de precedente– es el increíble milagro español por el cual la policía política del franquismo, la sección de la policía señalada por sus crímenes, infiltrada y asesorada por los terroristas en excedencia de Gladio –fascistas italianos del terrorismo nero, exlegionarios franceses de la Organisation de l'Armée Secrète, los restos insepultos del nazismo derrotado en Europa que recibieron una segunda oportunidad en España a través de la red Stay Behind–, esa brigada policial dirigida por esa parte de los servicios secretos españoles empeñados en hacer fracasar la transición, la que apenas puede evitar salir –de refilón– en el juicio del 23F, la encargada de mantener –a la vez que combatir– la tensión en el País Vasco, en Madrid, en Barcelona, en Ferrol, en Valencia, en cualquier lugar en el que hubiera un foco de rebeldía, un conflicto laboral o una organización política que no hubiera sido oficialmente autorizada para participar en la “modernización” de este país... Contar, en suma, cómo los jefes de la policía política del franquismo –la citada Brigada “político-social”– lograron hacerse con la dirección y el poder real dentro de la Policía española durante más de cuarenta años de democracia hasta hoy, en un proceso en el que solo la biología intentaba poner fin –con premioso éxito– a la sólida estructura de control privado de lo público, causa y efecto de la corrupción.

Y me van a perdonar el galimatías siguiente, pero no es mi culpa, como tampoco es casual. Son cosas de la “modernización”: el denominado Cuerpo General de Policía del franquismo se componía de dos patas: la Brigada de Investigación Criminal y la Brigada de Investigación Social (la conocida como “brigada político-social”). Aunque esta última era la joya de la corona franquista –había sido fundada por la Gestapo y la dirigía uno de sus antiguos miembros, el comisario Roberto Conesa–, ambos grupos prestaban su servicio sin necesidad de uniforme y compartían dos herramientas fundamentales para su trabajo: la ausencia total de garantías para los investigados y la ausencia total de responsabilidades para los investigadores, es decir, no había nada que no pudieran hacer y no había nada que les pudiera pasar: la impunidad total. 

Luego, al margen de este Cuerpo General de Policía, pero con parecida impunidad, estaba la Policía Armada –los grises–, un cuerpo militar uniformado, dedicado al mantenimiento “del orden público”, que tenía prohibido reunirse en grupos de más de cuatro y pedía permiso a los mandos para casarse.  Tanto el Cuerpo General de Policía –en sus dos ramas– como la Policía Armada dependían orgánicamente del Ministerio de la Gobernación y, en la práctica, de la siniestra Dirección General de Seguridad. 

Los jefes de la policía política del franquismo lograron hacerse con la dirección y el poder real dentro de la Policía durante más de cuarenta años de democracia hasta hoy

Como había que “modernizarse” –y aprovechar de paso para desconcertar al personal– durante la transición, la Dirección General de Seguridad pasó a llamarse Dirección General de la Policía y, como hemos dicho, la “Brigada político-social” se llamará primero Brigada Central de Información y hoy la conocemos como Comisaría General de Información. La Policía Armada pasó a llamarse Policía Nacional, modernizando su atuendo al marrón y, posteriormente, al azul actual –que es mucho más moderno–, y el Cuerpo General de Policía cambió su nombre por el de Cuerpo Superior de Policía hasta que, cuando en 1986 se produjo la unificación en un único cuerpo civil, este quedó integrado en la parte superior de la estructura jerárquica del unificado Cuerpo Nacional de Policía. 

¿Se han perdido? Pues sus integrantes no. A la muerte del Caudillo en (La) Paz la práctica totalidad de las jefaturas de Policía provinciales estaban ocupadas por miembros de la “político-social”. Después de la “modernización”, la mayoría de los Jefes Superiores de la Policía pertenecerán a la Brigada de Información. En resumen: que, en términos de personal, para la “modernización” se utilizará el enorme ejemplo del Generalísimo: los cambios, pocos y por extinción. 

Y la pregunta es: ¿cómo aceptó la oposición democrática que los torturadores se hicieran con las riendas de la Policía de la democracia? La respuesta larga tiene que ver con la naturaleza, selección y comportamiento de la “oposición democrática”, pero como esta respuesta larga sería muy larga, nos vamos a conformar con la corta, es decir, la que tiene que ver con los torturadores. Con el hecho indiscutido de que los miembros de esa Brigada “político-social”, los que había protagonizado la represión en los últimos años del franquismo y los primeros de la transición, no estaban de ninguna manera dispuestos a pagar el pato de la democracia, es decir, a responder ni un poquito por los crímenes de la dictadura, a perder –en suma– el privilegio de la impunidad... 

¡Y vaya si tenían herramientas para conseguirlo! Manejaban la estrategia de tensión, el miedo y la seguridad, y estaban dispuestos a demostrar no solo su fuerza para desobedecer sino su utilidad para los que quisieran gobernar. Plata o plomo. Motines y servicios especiales. Orden y desorden público... Y la democracia, convertida en un hermoso desfile de selectos figurantes abrazados camino del futuro y la modernidad, se desentendieron –todos– de lo que le pasara al público –entre los que curiosamente siempre se encontraba un grupitos de ultras “descontrolados”–, de lo que le pasara a los que no aplaudían, de extender un clima de desastre y terror –e impunidad– en todo lo que estuviera más allá de su impecable pasarela televisada. Y de eso se encargó la policía política del franquismo –y sus amigos de la ultraderecha–, y para eso se escogieron, uno tras otro, a los ministros adecuados, los que a su vez escogieron a los comisarios adecuados...  Y ninguno, probablemente ninguno, de los errores que haya podido cometer nuestra joven democracia ha sido más grave que ese: la continuidad de la policía política del Régimen a cargo del castizo negocio de la impunidad.

En términos de personal, para la “modernización” se utilizará el enorme ejemplo del Generalísimo: los cambios, pocos y por extinción

El resto de la historia es tan conocida como olvidada. Nada más llegar a La Moncloa, Adolfo Suárez nombra al falangista Rodolfo Martín Villa –gobernador franquista de Barcelona, conocido represor y amigo de sus amigos– para “modernizar” la policía. Y la “fiesta de la democracia” no solo guardará un estricto derecho de admisión, sino que lo hará en el momento de mayor movilización social manteniendo el preciso esquema de los infames interrogatorios en los sótanos de la Dirección General de Seguridad. El periodista Alfredo Grimaldos lo cuenta aún mejor: “La Transición se convierte en la metáfora de un interrogatorio policial. Eso que los funcionarios de la Brigada Político-Social sabían hacer a la perfección. Los reformistas ejercen de ‘policías buenos’, piden constantemente sumisa colaboración a los opositores ‘sensatos’. Con un claro aviso añadido: en caso contrario, pueden intervenir los incontrolados ‘policías malos’. Y será peor para todos”. 

Será de hecho Martín Villa quien –entre quema y quema de los archivos del Movimiento– tranquilice uno por uno a los torturadores del franquismo –algunos, asustados, han pedido la excedencia o el traslado a destinos alejados de Madrid y del País Vasco– para que vuelvan a sus puestos de responsabilidad. Al propio José Sainz le reserva la flamante subdirección general de Seguridad, que éste acepta con una condición: quiere un “sindicato de policías” encargado de impedir cualquier democratización policial dentro del cuerpo, un sindicato que, sobre todo, garantice la impunidad de “su gente” frente a cualquier intromisión política o judicial. Quiere, fundamentalmente, que sean los jefes de la Brigada de Investigación Social quienes lleven a cabo su propia “modernización” en particular y la de toda la Policía en general. 

Hay un problemilla: estamos en 1976. Es decir, los sindicatos –también los de verdad– están prohibidos, como lo siguen estando los partidos políticos... Así que “el sindicato” de la “político social” tendrá que conformarse con una clandestinidad activa. La demostrarán en Barcelona, en octubre, en el juicio a cuatro de sus integrantes por las torturas a varios miembros de asociaciones vecinales, golpeando a la puerta del juzgado impunemente a denunciantes, abogados y público en general; o unas semanas después, reclamando democracia ante el ministerio en Madrid. Control y descontrol. Estrategia de tensión. No solo no están dispuestos a que se les juzgue, sino que, además, ha llegado el momento de acusar a los políticos de no defender “a la policía”. Ellos también saben “comunicar”.   

Así que, guste o no, la Asociación Profesional de la Policía echará a andar el otoño siguiente de acuerdo a los requisitos establecidos: no será una asociación, será una hermandad juramentada sobre la terrible hoja de servicios de la policía política del franquismo en Euskadi. Rafael del Río, jefe en Vitoria; Manuel Ballesteros, jefe en Guipúzcoa; el propio José Sainz, jefe en Vizcaya... Esos son los importantes, los que tienen contactos con los servicios de inteligencia, con el SECED (Servicio Central de Documentación), con los militares, con los americanos, con los que dirigen la “modernización”… Pero hay muchos “incontrolados” detrás… Y no faltarán, por supuesto, las siniestras glorias de la “político-social” en el panorama nacional, el “supercomisario” Conesa –de quien Martín Villa será admirador confeso y gran valedor– y su “equipo” de “especialistas” en Madrid: Billy el Niño, Pepe el Putas, Benjamín el Galleta, Genuino el Muñecas’… Al que hay que añadir algún amigo y compañero de promoción importante, como José Luis Fernández Dopico, o como Agustín Linares Molina que, aunque no ha estado en el Norte, es de toda “confianza”.

José Sainz quiere un “sindicato de policías” encargado de impedir cualquier democratización policial dentro del cuerpo, un sindicato que, sobre todo, garantice la impunidad de “su gente”

Por supuesto, para legalizar la flamante Asociación, se tirará de los jóvenes, de esos “incontrolados” de probada confianza, gente sin quemar y apenas conocida, empezando por ese muchacho tan dispuesto que fue secretario de José Sainz en Bilbao, un tal Pepe Villarejo… Porque se trata de crear una Asociación “que represente a todos”, que por un lado impida la presencia en el Cuerpo de sindicatos “marxistas” y por otro canalice “la interlocución” con los políticos de turno, porque a todos les interesa una policía “moderna”. El tal Villarejo no sólo será vicepresidente, sino que tendrá encomendadas las importantes funciones de “comunicación”, y para ello se encargará de crear y dirigir la revista Tribuna Policial, órgano de expresión de la nueva Asociación. 

Llegan los años 80 y la Asociación es ya el Sindicato Profesional del recientemente modernizado Cuerpo Superior de Policía, es decir, ya es el sindicato de los mandos policiales, y el tal José Manuel Pérez Villarejo es ya su secretario general. Corren tiempos convulsos. En marzo de 1979, Adolfo Suárez ha ganado sus segundas elecciones, desoyendo el claro mandato de perderlas que han dictado todos los poderes, los mismos que le pusieron en la presidencia… los americanos, la Zarzuela, los banqueros... Felipe González, el candidato perdedor, no es el menos indignado con la legalización del PCE y su presencia en los Pactos de la Moncloa: ahora tiene un competidor por la izquierda, lo que le obliga a modular su discurso, a hacer complejos equilibrios y, lo que es peor, a incumplir sus compromisos internacionales con respecto a la OTAN –de entrada NO– al mismo tiempo que abomina del marxismo... Una locura “este Suárez y los conejos de su chistera”. El Partido Comunista nunca debió ser legalizado... Todos –todos– están de acuerdo en que hace falta “un buen golpe de timón”.

Suárez hace tiempo que es consciente de su soledad, sabe de sobra que todos los poderes quieren acabar con él, que lo harán por cualquier medio. Desconfiando de su propia sombra, durmiendo en La Moncloa con una pistola bajo la almohada, nombrará al viejo general Ibáñez Freire ministro del Interior. Ibáñez Freire es de la “vieja escuela”, gobernador civil y jefe provincial de Falange, primero en Vizcaya y luego en Barcelona, de los de los tiempos de la Gestapo, condecorado con la Cruz de Hierro del Tercer Reich. Suárez sabe que necesita ganar tiempo, sabe todo lo que hay que saber sobre la estrategia de tensión, y necesita la fiesta en paz. 

Poco tardará el nuevo ministro en poner a José Sainz directamente al frente de la “modernizada” Dirección General de la Policía –la antigua Dirección General de Seguridad–. Y, a partir de ese momento, lo que era un sindicato de la policía política del franquismo se convertirá en un poder del Estado: el Cuerpo ha caído en manos de la Brigada “político-social”. Y la consigna sigue siendo la misma: impunidad. 

En marzo de 1979, Suárez gana sus segundas elecciones, desoyendo el claro mandato de perderlas que han dictado todos los poderes... los americanos, la Zarzuela, los banqueros...

Desde tan alta atalaya los rumores no se escuchan, se silencian: “Lo de la democracia se va a parar”, Suárez ha ido “demasiado lejos”… Los servicios de inteligencia preparan el “golpe de timón”, “el rey está convencido”, “los empresarios y grandes financieros del país los bendicen”… La Iglesia, la CIA, los grandes medios de comunicación… La noche del 23-F el Sindicato Profesional del Cuerpo Superior de Policía guardará también un espeso silencio, por más que el ínclito Manuel Ballesteros no pueda evitar pasarse a saludar… Y al día siguiente se hará cuentas, como todos, de que la “transición” ha terminado, que el futuro le corresponde a Felipe González y a los americanos, que todas las cuentas han caducado, que el pasado está a salvo y que todo lo que viene está por ganar. 

El resto, más de lo mismo. La ruleta gatopardiana de nombres y cargos para perderle el hilo a la bolita, una bolita que siempre es la misma y que, sólo años más tarde, devuelve el cuerpo de sus ahogados para explicarle a los iniciados lo que le ocurre a los que se salen del juego. Para explicarle al mismísimo Tierno Galván que al frente de la concejalía de Seguridad de Madrid “merecen estar” dos jóvenes falangistas –que ahora se han “modernizado”– muy bien relacionados, llamados José Barrionuevo y Rafael Vera, los mismos que le explicaron que dos inspectores de policía habían sido reclutados para acabar con la vida del futuro alcalde de Madrid poniendo una bomba en un restaurante con motivo de un homenaje a su ilustre persona... Seguridad e inseguridad, la estrategia de tensión… Y total, ¿a quién le importa una concejalía de Seguridad? 

Un tal José Manuel Pérez Villarejo se entrevistará con González para explicarle en persona las ventajas de mantener en sus puestos a los mandos de la cúpula policial

No mucho después le explicarán al flamante presidente in pectore, Felipe González, que su representante en la comisión de Interior del Congreso, Carlos Sanjuán de la Rocha, no puede ser nombrado ministro del Interior, y menos ahora, que ha ganado por fin las elecciones... que hay un candidato mejor, con más consenso, con menos problemas... En este caso será personalmente el flamante secretario general del Sindicato Profesional de la Policía –el nombre se ha vuelto a “modernizar”–, un tal José Manuel Pérez Villarejo, quien se entrevistará con González para explicarle en persona las ventajas de mantener en sus puestos a los mandos de la cúpula policial. 

Y, pese a sus largos años de relación con la CIA, con el SECED, más aún ahora con el CESID, seguramente González no puede evitar sentir un pellizco de inquietud recordando cómo hace apenas un mes, al inicio del primer acto de la campaña del PSOE en San Sebastián –la misma campaña que le ha conducido a La Moncloa– algunos policías trajeron la noticia de un inminente atentado y la recomendación de no salir al escenario de Anoeta... Menos mal que ahí estaban algunos miembros de la Brigada de Información quienes, oportunamente, se apresuraron a asegurarle que la información era falsa, le garantizaron su seguridad… Tensión, miedo… Y al final seguridad.

Será sin embargo Juan José Rosón, el ministro del Interior saliente, quien le hará llegar a González el mensaje definitivo: los elegidos “para tener el cambio en paz” han de ser un tal José Barrionuevo y su segundo, Rafael Vera, que han desarrollado “un magnífico trabajo” en el Ayuntamiento de Madrid y cuentan con el aval de la Policía. El aval será mutuo, claro: Rafael del Río, ese destacado miembro de la Brigada político-social franquista, franquista comisario de Eibar, Jefe de la Policía franquista de Vitoria y amigo de sus amigos, se convertirá en el sucesor de José Sainz al frente de la Dirección General de la Policía en el nuevo Gobierno socialista. 

Será Juan José Rosón, el ministro del Interior saliente, quien le hará llegar a González el mensaje: los elegidos “para tener el cambio en paz” han de ser un tal Barrionuevo y su segundo, Vera

Entre ambos quedará –para la historia olvidada– la dimisión de su compañero José Manuel Blanco Benítez, en respuesta al intolerable hecho de haberse permitido a un juzgado de Madrid abrir una investigación por la muerte del terrorista Joseba Arregui, tras las torturas sufridas en dependencia policiales. Con él dimitirá su compañero, su secretario de la Dirección General de la Policía, José Luis Fernández Dopico –quien, pese a su dimisión, no tendrá inconveniente en sucederle en la Dirección General de la Policía– y el ya citado comisario general de Información, Manuel Ballesteros, al que todavía recordaban de sus tiempos de jefe de Policía en San Sebastián y que sucedió al propio José Sainz en Bilbao antes de ser nombrado por Barrionuevo jefe de Operaciones Especiales de la Policía. La hermandad de “la político-social” había vuelto a ganar: la Policía seguía siendo suya. Y suya la impunidad. 

Pero no. Eso no era nada. En esta España en la que todo valía faltaba lo más importante: hacerse rico. Es lo que tiene el management de la impunidad. Pero eso tendrá que esperar al próximo capítulo: el asalto del IBEX, las “alcantarillas giratorias” –no se lo pierdan–, la España “del pelotazo”, de los campeones nacionales de las finanzas y las commodities, donde no habrá corrupto que no sepa lo que es una stock option ni información que no se pueda titulizar. 

Y lo más importante, son los locos 90: ¡Ni una gran empresa sin su Jefe de Seguridad!

****

Post scriptum (y un poco de spoiler). 

En esta primera ronda, el joven “sindicalista” Villarejo no tendrá tanta suerte. O sí. O vaya usted a saber. Lo cierto es que pese a su publicitada autobiografía –en la que trata de presentarse como un oscuro agente encubierto de la seguridad del Estado en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico– parece que fue “un desliz” con los dineros de Tribuna Policial –la revista del Sindicato de la que era a la vez comercial y gerente– lo que le costó una sanción de empleo y sueldo de seis meses, sanción que, tras ser recurrida por tierra mar y aire, le convenció de que había llegado el momento de pedir la excedencia en la Policía y montar su propia agencia de investigación

Mientras José Barrionuevo, Rafael Vera, Rafael del Río y su cúpula policial iniciaban la década de los 80 tratando de adaptar la “estrategia antiterrorista” de la CIA en Euskadi, en una alocada carrera de impunidad policial, delincuencia política y terrorismo de Estado –generosamente engrasada, eso sí, con interminables fondos reservados–, el pobre Villarejo intentará montar la versión castiza de su propia Agencia Kroll con lo único que tenía: un larga agenda de altos cargos en la dirección de la Policía, muy pocos escrúpulos y muchas, muchas, ganas de hacer dinero. Los inicios no serán fáciles, su nueva revista Policía del Estado ha terminado también entre acusaciones de apropiación indebida, un trabajillo de vez en cuando en la policía que le permitirá recibir su primer DNI falso, algún encargo turbio de algún despacho de abogados –para cargarle un muerto a un competidor de la Iglesia de Cienciología– que casi le lleva a la cárcel, un vacile en Marbella entre los traficantes de armas que buscan contactos... Ni tan bien, ni tan mal... 

Cuando, años después, los vaivenes políticos agiten los nubarrones de la guerra sucia y el terrorismo de Estado, desatando la retardada moviola de los procedimientos judiciales, con todo el establishment español más escandalizado que el Capitán Renault en Casablanca y con los cargos policiales en acelerada “modernización”, Felipe González, sobrepasado por el desastre y la misma “traición” de quienes le auparon, nombrará ministro a un tal “Corcu” –amigo también de sus amigos–, para que busque alfombras bajo las que esconder el desastre. Y Corcu, tan expeditivo con las puertas de los domicilios como con los cajones de los fondos reservados, apuntará en su agenda el nombre que le pasa su nuevo Director General Operativo, el conocido Agustín Linares, al que Rafael del Río ha dejado al cargo y se ha marchado “a la privada”: se trata de un tal Pepe Villarejo, un policía “de los de verdad”, de “los de Información”, que ahora va por libre, pero que tiene varios chiringuitos de confianza, que sabe de “comunicación” y es de ayudar... a fabricar dosieres, a borrar huellas, a crear confusión... 

No lo llame impunidad, llámelo “modernización”. Unos que estaban dentro ahora están fuera y otros que estaban fuera ahora están dentro... Pero, por supuesto, siguen siendo los mismos. Villarejo se hará el rey del cotarro con mucha cara y una grabadora que, por supuesto, ha pagado con fondos reservados. Y a partir de entonces será él quién haga los favores a la gente que los necesita, los importantes, los que se sientan en la mesa a jugar con las cartas marcadas. “Lo que haga falta”. Pero todos los favores cobrados y –más importante aún– todos los favores grabados... Su fuerza y su perdición.... Mientras se reanuda la partida y la noria de España vuelve otra vez a girar...      

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Bonus track de Spoiler para el siguiente capítulo.

Diez años después de su salida del Ministerio del Interior, José Barrionuevo será condenado por el Tribunal Supremo a diez años de prisión y doce de inhabilitación absoluta por un delito de secuestro y otro de malversación. Un indulto parcial del nuevo presidente y una modalidad especial de tercer grado penitenciario –siguiendo la expresa recomendación del Tribunal Supremo– disminuirán su estancia en prisión hasta poco más de tres meses. La misma condena obtendrá Rafael Vera y el mismo periodo de cumplimiento en prisión. Seis años más tarde, Vera recibirá una nueva condena por reincidir como malversador –intentando pagar con más y más fondos reservados su impunidad– ya como director de la Seguridad del Estado. 

En 1986, Rafael del Río –prácticamente un desconocido para la opinión pública– abandonará la Dirección General de la Policía dejando a Agustín Linares, paisano y amigo de Villarejo, al mando del cotarro. Él se marcha a la Dirección de Seguridad de una importante empresa española... estirando los días para formar parte también del Consejo de Administración de la Casa de la Moneda, del Consejo Superior de Deportes, del Comité Nacional de Seguridad Aeroportuaria... En 2005, se hará cargo también de la presidencia de Cáritas España, presidencia que tendrá que compatibilizar con la de la importante Fundación de la Policía y con el nombramiento por parte de Su Santidad el Papa Benedicto XVI como miembro del Dicasterio Vaticano Cor Unum, que coordina la acción social de la Iglesia... 

In te, Dómine, sperávi non confúndar in ætérnum: in justítia tua líbera me” o, como suele concluir mi tía las historias: “... y santas pascuas”. 

“Se fundieron en un solo cuerpo, como en el monstruo de las dos espaldas,
el rostro atroz de la tiranía y la cara dura de la ambición clandestina.
A ese monstruo se le llamó...

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Autor >

Gloria Elizo

Es diputada de Unidas Podemos y vicepresidenta del Congreso.

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1 comentario(s)

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  1. itsasotsoa

    "Todo atado y bien atado" y el PSOE de cooperador necesario en al camuflaje. "Democracia plena"

    Hace 3 años 3 meses

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