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Corrupción

Deconstruyendo a Villarejo (I)

La causa Tándem ha sido y es todavía una oportunidad histórica para romper la sagrada ley de la inercia del poder, esa ley de acero que afirma que los poderosos van a seguir siéndolo al margen de los cambios políticos

Gloria Elizo 30/01/2021

<p>Fotograma de la entrevista al excomisario Villarejo en el programa 'Salvados'</p>

Fotograma de la entrevista al excomisario Villarejo en el programa 'Salvados'

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Comienzan los trabajos de la Comisión de Investigación Kitchen. La operación presuntamente montada por el Ministerio del Interior de Fernández Díaz y por el ínclito comisario José Villarejo con el presunto fin de robar la presuntamente comprometedora documentación que guardaba el extesorero del partido, Luís Bárcenas, presuntamente conocido como Luis el Cabrón, a quien, quizá para ilustrar su presunto mote, no se le había ocurrido otra cosa que ponerse a publicar los nombres y apellidos de los grandes estadistas y pequeños fontaneros que aparecían entre los presuntamente agraciados en la presunta “contabilidad B” de un partido que –después de muchas contrataciones en diferido y muchos mensajes de apoyo– lo había dejado finalmente tirado en el barrizal de Gürtel, es decir, en la trama montada precisa y presuntamente para que, a través del propio Bárcenas, algunos de los principales empresarios de este país soltaran presuntamente la pasta que nutría esa caja B, que luego servía para abonar desde campañas electorales hasta cumpleaños infantiles.  

Presuntamente, el PP aprovechó el Ministerio del Interior para hacer con él exactamente lo contrario de su función: para sustraer a la Justicia las pruebas de una investigación

Resumiendo, que –siempre presuntamente– el Partido Popular aprovechó su presencia en el Ministerio del Interior para hacer con él exactamente lo contrario de su función: para sustraer a la Justicia las pruebas de una investigación. Y lo hizo contratando, presuntamente con el dinero de todos, al grupo criminal del excomisario José Villarejo, que –como él mismo gusta decir– para eso “es la hostia de bueno” y por eso “la izquierda y la derecha” le encargan “las cosas más delicadas”.

Policías al servicio del partido del Gobierno. Un escándalo viejo, no crean. Las cloacas... Me viene a la cabeza una frase de un viejo compañero en esta guerra un poco quijotesca e inacabable contra la corrupción en este país: “En España la historia no se repite. Simplemente no avanza”. 

Fíjense. Primavera de 1985. El 22 de mayo, un diputado sube a la tribuna y comienza su exposición, con esa soltura de quien no ocupa ese lugar por primera vez: “...se trata de examinar un problema político. Un problema político que está en el ambiente desde hace mucho tiempo...” dice. Es don Manuel Fraga, representante de Alianza Popular, un viejo connoisseur de la política en este país, falangista perdedor en la batalla contra el desarrollismo en los 60, aperturista perdedor en la batalla por la transición en los 70 y que, ahora en los 80, aún aspira a lograr la ansiada presidencia del Gobierno –tantas veces burlada en los tejemanejes del tardofranquismo– en el campo de batalla electoral, un terreno mucho más escarpado de lo que él nunca pensó. 

“...Estamos ante un hecho de enorme importancia. Ha despertado enorme interés en la prensa nacional y extranjera y se han señalado con razón paralelos importantes de hechos semejantes ocurridos en otros países, entre los cuales, ciertamente, uno de ellos que dio lugar al acontecimiento más extraordinario de la historia del pueblo de los Estados Unidos, cuando hubieron de dimitir el presidente y el vicepresidente de los Estados Unidos”.

Está interpelando al entonces ministro del Interior, José Barrionuevo, sobre las escuchas ilegales del Gobierno a su partido. José Barrionuevo, el ministro del Interior más longevo de la democracia... Carlista de joven –de esos que acusaban de “socialistas” a los fascistas del SEU–, Barrionuevo se reconvirtió pronto en falangista monárquico de los de Torcuato Fernández Miranda, en cuya Secretaría General del Movimiento franquista destacó como jefe de gabinete, hasta que –llegada la democracia– se hizo centrista y se fue a trabajar con Jiménez de Parga al Gobierno de Suárez, donde obtuvo una plaza de funcionario en el Ministerio de Trabajo.

Puede que a alguien esta evolución le resulte extraña, pero en realidad ha sido de lo más común. De hecho, el mejor atajo del franquismo a la democracia empezaba en los sindicatos fascistas y llegaba a las tan sensibles cuestiones laborales y, a partir de ahí, ya solo se trataba de aprovechar el axioma compartido por todos los políticos –los de antes, los de después y los de siempre durante “la transición”– de que todo conflicto laboral es un problema de orden público, por usar los conceptos de otro compañero en ese alegre camino del fascismo a Interior, pasando por los sindicatos del Régimen: Rodolfo Martín Villa. 

Así que cuando José Barrionuevo sintió “la llamada del socialismo”, escribió unas cuartillas sobre orden público y acabó en el gobierno del Ayuntamiento de Madrid como concejal de Seguridad, compartiendo penas, alegrías y plenos municipales con Álvarez del Manzano y López del Hierro, con Joaquín Leguina, con Luis Eduardo Cortés o con el mismísimo Florentino Pérez, que para entonces aún no se había hecho rico, o al menos no lo suficiente como para decirle a la ultraderecha de este país cuándo tenía que abstenerse en una votación.

Barrionuevo debió destacar mucho en el ámbito de la “seguridad” porque enseguida fue nombrado ministro del Interior por Felipe González, poniendo en marcha el plan ZEN de la CIA para combatir el terrorismo en Euskadi, un plan en el que –bajo la recomendación expresa de “utilizar los medios de comunicación como propaganda fundada en la mentira y la manipulación de la información”– se pretendía una “guerra integral” contra el independentismo. Resulta que la “post verdad” ya era algo muy viejo en los 80, tan viejo como que bajo el control total de la información cualquier actuación ilegal siempre es posible.

Casualidad o no, es justo en ese momento cuando José Villarejo, un joven policía condecorado en Euskadi –ese lugar donde habrían de forjarse las nuevas fuerzas de seguridad del búnker franquista– dice “hasta luego” a la Policía y empieza una larga carrera dedicada a la “gestión de crisis” o, dicho de otro modo –como años después le confiaría a María Dolores de Cospedal en la séptima planta de la sede de Génova, intentando explicar sus trabajos para el PSOE–, “a ganar dinero”. 

Resulta que la “post verdad” ya era algo muy viejo en los 80, tan viejo como que bajo el control total de la información cualquier actuación ilegal siempre es posible

Por supuesto fueron tantos los servicios constitucionales, extraconstitucionales o directamente anticonstitucionales que prestaron ambos servidores públicos, que no tardaron en sentirse intocables. De hecho, Barrionuevo acabó siendo tan “intocable” que cuando al final lo metieron en la cárcel por secuestro y malversación –los delitos de naturaleza política en España rara vez se hacen gratis– sus compañeros de grupo le siguieron pagando el sueldo de ministro, digamos “en diferido”. 

En cualquier caso, y por volver a la historia: buen conocedor de que la opacidad en el Ministerio del Interior vale para un roto y un descosido, Fraga Iribarne subía a la tribuna del Congreso a interpelar –más escandalizado que el comisario Renault en Casablanca– al señor ministro del Interior sobre unas investigaciones llevadas a cabo por funcionarios de la Brigada de Interior de la Comisaría General de Información, que curiosamente incluían datos concretos sobre las más secretas actividades políticas de su partido.

En realidad, eso era lo de menos. Porque el espionaje era a Alianza Popular... y al resto de partidos, claro. Hasta dentro del propio PSOE –que hay que enterarse de todo– y, cómo no, a las organizaciones sindicales… Si alguien había pensado que “el cambio” de Felipe González iba a afectar a las cloacas policiales del franquismo –que se lo digan al comisario Baniandrés y a su compañero Medina– es porque no sabía que con algunas cosas no se juega. Desde luego no lo creyó Fraga como tampoco el PCE, que desde el Grupo Mixto denunció en numerosas ocasiones el mantenimiento de la cúpula policial franquista, responsable de múltiples casos de torturas, asesinatos y desapariciones, ahora destinadas, sin mejor excusa que la prevención del golpismo, a la vigilancia de los adversarios políticos.

El propio director general de la Policía en esos momentos, Rafael del Río –una persona tan relevante en estos asuntos que no encontrarán sobre él gran cosa en los archivos públicos–, se permitía declarar que la Policía estaba en su perfecto derecho de investigar a los partidos políticos y organizaciones, y obtener por los medios oportunos información sobre ellos. Era el renacimiento “democrático” de una policía política que, organizada desde un sindicato de mandos policiales, mantendrá a partir de entonces de forma ininterrumpida su presencia en la cúpula policial, gobierno tras gobierno –hasta nuestros días–, ofreciendo a unos “información”, a otros “control sindical”, a los de más allá “blanqueo” y a los más desesperados “gestión de crisis” para salir de cualquier atolladero. Son, en suma, “los troncos” de José Villarejo –el más listo de la promoción– que entra y sale a su antojo de la Policía. El más listo y el más rico, especialmente desde que descubrió que lo realmente rentable era chantajear a sus clientes. Presuntamente.

Porque, en gran medida, de lo que se trata aquí es de que algún día podamos escribir esa parte de la historia que al final nunca se sabe. De eliminar, en juicio público y con todas las garantías, ese ‘presuntamente' que nos condena al silencio de los susurros de una minoría informada. Por justicia, por reparación y, sobre todo, por reconocernos como la sociedad que ha sido capaz de hacerse digna de su propio relato democrático. Porque el solo hecho de conocer la verdad cambia el futuro. Y sí, siempre supimos que no iba a ser fácil.

Sin embargo, puede que fuera Clío –la musa de la Historia– o quizá solo un puñado de “nadies” –de insistentes fiscales, de periodistas valientes, de policías que en el momento crítico decidieron ser honrados–, el caso es que –contra todo pronóstico y para sorpresa y disgusto de muchos de los supuestos padres de la patria con los que nuestra sociedad fue maldecida en las últimas décadas– el devenir de los hechos en este país nos dio otra oportunidad. Una oportunidad que, en realidad, sólo la infinita prepotencia y la no menos infinita codicia de un expolicía corrupto que se creía “la hostia” –y por lo tanto capaz de arreglar su propio procedimiento penal– nos podía regalar. La oportunidad única de conocer y juzgar una parte de la historia de este país que cambia todo lo que nos han contado, de confrontar el relato de la mentira con el relato del poder y, ya de paso, la oportunidad de poner a cero el marcador de la decencia de nuestras instituciones, de conjurarnos como una sociedad que respeta sus propias leyes más allá de excusas partidistas y de grandilocuentes soflamas políticas, de esas cuyos resultados fácticos acaban siempre en una cuenta en el extranjero. 

La causa Tándem (o Caso Villarejo) ha sido y es todavía una oportunidad histórica para romper la sagrada ley de la inercia del poder, esa ley de acero que afirma que los poderosos van a seguir siéndolo al margen de los cambios políticos si no se lleva a cabo una decidida acción política para imponer la igualdad de todos los ciudadanos ante unas nuevas leyes justas. Pero Tándem es sobre todo un reto. Porque la Historia no es un cajón estanco que podemos meter en el trastero: hay políticos en activo, hay negocios en marcha, hay jueces, hay periodistas famosos, empresas del IBEX, consejeros delegados, altos funcionarios… todos presuntos. Y hay también un comisario en la cárcel muy capaz de ponerse a descifrar en voz alta los cuarenta terabytes de información encriptada que le fueron incautados y a los que, sorprendentemente, la Fiscalía Anticorrupción no ha sido capaz de meter mano… Demasiados intereses, demasiados poderosos, demasiada información y demasiado miedo con el que negociar…   

El archivo Jano, el informe Crillón, la operación Olariaga, la operación Catalunya, el Informe PISA, la operación Kitchen…  Las cloacas en España no son un problema del PP, ni del PSOE, ni de Podemos, ni del pasado franquista... son la auténtica alianza política, económica, mediática, judicial y policial que ha pervivido y se ha hecho fuerte gracias a la impunidad, los intereses y la voluntad de las élites de este país, son el fatídico descubrimiento de que las estructuras clandestinas que la CIA había inoculado en el franquismo eran de extrema utilidad para unos y otros, unas estructuras que rápidamente crearon vida propia y pusieron su propia pervivencia –ya como el puro negocio de hacer legal lo ilegal– como primer objetivo, dedicándose a satisfacer las necesidades –eso sí– de la más selecta clientela política y empresarial de nuestro país.

La corrupción vive de la ignorancia, del desconocimiento de la realidad de un poder que oculta sus negocios a una opinión pública que de otra forma reclamaría su derecho a juzgarlos. La justicia reclama su legitimidad en el cumplimiento de las leyes por los poderosos y en la defensa de los derechos de la gente corriente, porque si algo nos ha enseñado la Historia es que, para defender sus derechos, los poderosos no necesitan leyes, que las leyes son, o al menos debieran ser, la última línea de defensa de los que ya no tienen nada.

Tándem ha sido y aún es una discontinuidad en la inercia de la ignorancia y del poder. Tándem es el reto de una sociedad que tiene que decidir si merece la pena arrimar el hombro para conocerse a sí misma, arrimar el hombro porque para desentrañar Tándem –mucho me temo– no va a ser suficiente la fuerza de las instituciones. Tándem es la oportunidad –quizá la última– para que la Historia deje de repetirse en España constantemente, para que avancemos de una vez, sin silencios incómodos ni ángulos muertos, sin miedos ni chantajes, para que, como legítimos propietarios de nuestra Historia –con todo su orgullo y toda su vergüenza–, podamos mirar por fin nuestro futuro sintiéndonos orgullosos de una democracia no otorgada, de una democracia que, a fin de cuentas, nos hayamos ganado.

Comienzan los trabajos de la Comisión de Investigación Kitchen. La operación presuntamente montada por el Ministerio del Interior de Fernández Díaz y por el ínclito comisario José Villarejo con el presunto fin de robar la presuntamente comprometedora documentación que guardaba el extesorero del partido, Luís...

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Autora >

Gloria Elizo

Es diputada de Unidas Podemos y vicepresidenta del Congreso.

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3 comentario(s)

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  1. victoruiz7

    Donde dije Casals digo Planas.

    Hace 3 años 1 mes

  2. Víctor

    A los 4 días de publicado este artículo, aparece la noticia de un discreto almuerzo en Madrid entre Florentino Pérez, la Fiscal General del Estado, el ex-juez Garzón (reconvertido a defensor de El Gordo, imputado en Tandem) y un tal Ferreras, del Grupo Atremedia, cortijo de un tal Planas, dueño también de Planeta y de La Razón, e íntimo de..... Villarejo! Apenas se ha hablado de esto en los medios, claro. Apenas tenemos esto de Ana Pardo de Vera: https://blogs.publico.es/dominiopublico/36264/la-insostenible-concurrencia-en-la-fiscalia-general/

    Hace 3 años 1 mes

  3. luismi-fernandez

    Excelente artículo, solo una pega señora Elizo: El plan ZEN no se hizo contra el independentismo vasco, sino contra un grupo terrorista que causaba cien muertos al año y era un factor de desestabilización enorme en un país donde la democracia no estaba precisamente consolidada... No debemos confundir nunca conceptos, porque luego ponemos al mismo nivel al exilio republicano y a los vividores procesistas que están en Bruselas viviendo de mis impuestos...

    Hace 3 años 1 mes

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