Temporada cero
Regreso a ‘Futurama’
El auge de series antiguas en los tiempos de superproducciones constantes
Aldara Cidrás 20/05/2021
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Ficha técnica:
Géneros: Animación para adultos, humor, ciencia ficción
Años: 1999 – 2003, 2008 – 2013
Directores: Matt Groening, David X. Cohen
Dónde verla: Disney+
Hace poco comencé a ver Futurama de nuevo. Entera. Y por orden. Desde el primer capítulo de la primera temporada. Habiendo sido estrenada en 1999, supongo que casi todas conoceréis esta serie de animación para adultos en clave futurista que, a través de la sátira y una paródica ciencia ficción, entretiene e hilvana ácida crítica social a partes iguales. En ella seguimos las cósmicas desventuras de la plantilla de Planet Express: una empresa de mensajería intergaláctica con sede en la Nueva Nueva York del siglo XXXI. Los tripulantes de la nave espacial de reparto son Turanga Leela, la cíclope capitana y voz de la sensatez; Bender, un robot alcohólico y adicto al juego; y Philip J. Fry, un repartidor de pizza que en la nochevieja de 1999 cayó sin querer en un tanque de criogenización para despertarse mil años después. Ya en tierra firme, completan el plantel el centenario profesor Farnsworth, quien fundó la empresa para poder financiar sus investigaciones; Amy Wong, doctoranda de la Universidad de Marte que realiza prácticas con él; Hermes Conrad, un vocacional burócrata encargado de todo el papeleo de Planet Express; y el doctor Zoidberg, un extraterrestre con forma de langosta que ejerce como médico de la compañía pese a tener un nulo conocimiento sobre anatomía humana.
La creación de Matt Groening llegó a España en 2000, aunque su éxito en televisión no fue comparable al de Los Simpson: tras varias temporadas y cambios en la parrilla, acabaría desapareciendo de la programación durante años. Pero algo cambió hace unas semanas. Continuando su estrategia de ampliación de usuarios, Disney+ España anunció en febrero de este 2021 que añadiría a su catálogo más contenido para adultos, incluyendo Futurama. Disney+ está sumándose, pues, a esta burbuja de “videoclub 2.0” que crece incesantemente con estrenos constantes, resultado de la voraz competencia por atraer la atención del público. Un público que, saben, busca estar continuamente distraído y estimulado, que ha encontrado en esta cultura audiovisual hiperbólica el espacio de recogimiento necesario para sobrevivir en un sistema neoliberal que hace aguas mientras permea en todos los rincones de nuestras vidas.
Así, de repente, todo el mundo es seriéfilo. Todas podemos quedarnos un fin de semana en el sofá dándonos un atracón de las últimas superproducciones, haciendo una maratón sin descanso entre una serie y otra. Hemos pasado de ser un país que vivió, literalmente, un luto colectivo por la muerte de Chanquete en 1982 a recomendarnos continuamente nuevas series, sin asimilarlas siquiera: “tienes que ver…”, “es que no te puedes perder…”. Las recomendamos al momento porque en unos meses las olvidamos. Y si nos quedamos sin sugerencias, las pedimos nosotras. La lista es interminable y el tiempo para dedicarles, finito; pero parece que sentimos la necesidad de tomar parte de esta nueva narrativa o, al menos, de evitar los infames spoilers. De este modo, para pesadilla de Lafargue, nuestro tiempo de ocio se ha convertido en tiempo productivo, tiempo que precisamos invertir en/para estar al día, tiempo en el que no cabe el descanso. Porque la sobreproducción requiere sobreconsumo.
Para pesadilla de Lafargue, nuestro tiempo de ocio se ha convertido en tiempo productivo, tiempo que precisamos invertir en/para estar al día
Por razones obvias, durante la pandemia hemos visto cómo este comportamiento ha crecido de forma exponencial. Sin embargo, más de un año después del inicio de esta crisis (que llaman sanitaria, pero que es mucho más que eso) también hemos asistido al fenómeno contrario. Me pregunto por qué estoy volviendo a ver con ilusión a la hora de la comida una serie de animación estrenada hace más de dos décadas, por qué la veo con el doblaje en castellano cuando desde hace años sólo consumo audiovisual en versión original, o por qué fue tan celebrada su llegada a Disney+ vía redes sociales. Haciendo una búsqueda en Google Trends, comprobamos cómo Futurama siempre ha levantado más interés en internet que (Des)Encanto, llegando incluso a superar a Los Simpson el pasado febrero. Tal vez sea por ir a contracorriente de las dinámicas dominantes que nos abocan al consumo constante de contenido nuevo, de revisarnos a nosotras mismas contraponiéndonos frente al yo del pasado, o de comprobar cómo el proceso de fluctuación de la cultura de masas a lo contracultural puede ser un viaje de ida y vuelta.
Una de las múltiples contradicciones que se superponen en internet es el hecho de que el espacio de socialización más moderno del que disponemos (en sentido puramente tecnológico) esconde en sí mismo un nicho en el que añorar la tristeza de un tiempo ya pasado, aunque no lejano. Coincide esto con la paulatina madurez de la primera generación que transitó en su juventud o infancia el cambio de la era analógica a la digital. De forma orgánica, a medida que sus integrantes han ido creciendo, se han encargado de crear y consumir un contenido online que explora esta nostalgia. Así, por ejemplo, podemos encontrar en Youtube decenas de vídeos que recopilan las bandas sonoras de los primeros juegos de Pokémon para la Game Boy Color, acumulando millones de reproducciones y melancólicos comentarios que evocan aquellos tiempos en los que “todo era más sencillo”.
La nostalgia de la cultura pop del cambio de milenio es un lugar común en tiempos difíciles, un espacio en el que reafirmar nuestros orígenes frente a la enajenación del contexto que habitamos
Con todo, de forma más reciente hemos podido apreciar cómo este tipo de contenido centrado en la nostalgia milenial ha ido recibiendo una mayor atención, abandonando gradualmente los márgenes para ser regurgitada por la cultura de masas. Muestra de ello son las novísimas colecciones de Bershka, temáticamente centrada en los dibujos noventeros de Cartoon Network, o de Levi’s, celebrando los 25 años de Pokémon. Las plataformas de streaming también han sabido identificar esta dicotomía y responder a la demanda surgida, combinando en sus catálogos los últimos estrenos con series más “viejunas”, como la propia Futurama o Aquí no hay quien viva (2003 – 2006, Prime Video). En otras esferas se reproduce la misma lógica, sorprendiendo en los últimos meses, entre otros, un revival de la estética de mediados de los 2010 en Tumblr; el interés despertado por los vídeos de la guionista y cómica Carolina Iglesias en su canal de Youtube comentando una por una las galas de la primera edición de Operación Triunfo (con más de 600.000 visualizaciones totales); o los mixtapes estrenados por la multifacética Lapili el verano pasado dedicados a iconos femeninos del audiovisual de finales de los 90 y principios de los 2000, como Xena o Turanga Leela. La nostalgia de la cultura pop del cambio de milenio es un lugar común en tiempos difíciles, un espacio en el que reafirmar nuestros orígenes frente a la enajenación del contexto que habitamos. Nos enfrentamos a la adultez en medio de una sempiterna precariedad y, como comprarse un coche nuevo no está al alcance de cualquiera, navegamos la crisis de los 30 amparándonos en los recuerdos del pasado a un clic de distancia.
¿Qué nos ofrece Futurama en 2021? Un respiro. Un oasis de tranquilidad ante la saturación de las superproducciones constantes y novedosas, a cada cual más impresionante. También un descanso de todo lo demás. Y es que, lo admito: estoy cansada. De la pandemia, del sistema económico, del retorno del fascismo y de la sensación de vacío ante un futuro incierto. A mi alrededor veo la misma desazón entre compañeras de generación. Por eso quizás encontremos un particular confort en esa serie que nos habla de un futuro conocido, un futuro que, de forma anómala, no es un lugar extraño. Un futuro pasado, ya compartido. Íntimo y nuestro.
Si a veces parece que Los Simpson predice el fin de la humanidad (presidencia de Trump incluida), Futurama nos da esperanzas de un futuro tal vez no mejor, pero al menos posible. Y ante la incertidumbre que rige nuestras vidas, eso por sí mismo ya resulta rompedor. Futurama nos expone un futuro más amable que los que tenemos hoy, tanto en la vida real como en la ficción. Resulta llamativo cómo los universos satíricos y distópicos de hace 20 años se han convertido en todo lo contrario en la actualidad, debido en parte a la ausencia de imaginarios alternativos. Si bien los contextos de crisis son también caldos de cultivo perfectos desde los que proyectar utopías, parece que en esta nueva década carecemos de horizontes ilusionantes, solidarios. La dialéctica entre utopía y distopía ha cambiado de forma radical y ha sido redefinida por completo en apenas dos décadas, dejando su poso también en el mundo audiovisual. Se ha difuminado la delgada línea entre lo que es o no plausible, como ha demostrado proféticamente El Colapso (2019, Filmin), aventuraba Years and years (2019, HBO) o anticipaba años atrás la exitosa Black Mirror (2011 – 2014, 2016 – presente, Netflix). Y es que tal vez sea osado pensar la existencia de un futuro, cualquiera, bajo la espada damocliana del cambio climático. Pero quizá por eso mismo es interesante la recuperación de Futurama en los tiempos de superproducciones constantes: porque no solo sirve para desconectar, sino que además nos recuerda que hasta no hace mucho nos atrevíamos a imaginar otros mañanas que no eran totalmente catastróficos e inhumanos.
Ficha técnica:
Géneros: Animación para adultos, humor, ciencia ficción
Años: 1999 – 2003, 2008 – 2013
Directores: Matt Groening, David X. Cohen
Dónde verla: Disney+
Hace poco comencé a ver Futurama de nuevo. Entera....
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Aldara Cidrás
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