Gramática rojiparda
La bella equidistancia
Así como García y Gabilondo acabaron negándose a seguir compartiendo plató con la candidata de Vox, Barceló terminó reconociendo que con este partido no es posible recurrir a la retórica de antaño, a la dialéctica del 78 con sus invitaciones al diálogo
Xandru Fernández 24/04/2021
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Fue ponerme la vacuna anticovid y retroceder a los años treinta. Algo había notado yo antes, pero ahora lo veo claro, gracias a Bill y a Melinda, supongo, aunque puede que algún mérito tenga Àngels Barceló.
Como San Pablo, Barceló ha tenido que darse un batacazo de aúpa para ver lo que vería cualquiera con una trayectoria como la suya en el negocio de la farándula, quiero decir, del periodismo: que, cuando los medios de comunicación creen estar manejando a una fuerza política y utilizándola para ganar audiencia, lo más común es que sean ellos los que estén siendo parasitados. La única excepción a esa regla es la simbiosis: que los intereses políticos coincidan con los de los medios. Puede que ese sea el caso, hasta cierto punto, pues de lo contrario no se explica que, ante las amenazas de muerte recibidas por Pablo Iglesias, la respuesta de los medios haya sido agacharse a atarse las botas y dejar que el balón ruede por el césped hasta detenerse. No sigo con la metáfora futbolística porque esta semana ya hemos tenido suficiente.
Lo que hemos visto en Barceló (y hasta cierto punto también en Mónica García y Ángel Gabilondo) ha sido la aceptación en tiempo real de lo inevitable. Lo inevitable: conceder que con Vox no se juega, que su presencia contamina, que su sola sombra mancha. Hacerse fotos o echarse unas risas con voxarras y jusapoles es un gesto inaceptable en una sociedad democrática, o debería serlo. Vale que ni el propio Pablo Iglesias está libre de culpa (aquellas risitas con Espinosa de los Monteros), pero lo que en los políticos de izquierdas es una excepción (que Iglesias en cualquier caso ya ha purgado con creces) es, en cambio, una costumbre en tertulias televisivas y radiofónicas, difícil de justificar por el cumplimiento de los sempiternos deberes de informar y ser ecuánimes.
Hacerse fotos o echarse unas risas con voxarras y jusapoles es un gesto inaceptable en una sociedad democrática, o debería serlo
En los años noventa, los medios de comunicación españoles decidieron (no fue un fenómeno natural) posicionarse contra el terrorismo de ETA. Desde sus altavoces se dictaron verdaderas reglas de etiqueta que obligaban al aspirante a cargo público a condenar la violencia política sin tapujos y (un exceso nefando) sin matices. Uno puede tener todas las sospechas del mundo acerca del cómo y el porqué de esa estrategia comunicativa, pero lo cierto es que contribuyó a desactivar parte del apoyo social al terrorismo. ¿Por qué no se sigue esa estrategia con el terrorismo fascista, ya sea neo o de las JONS? Por la nada sencilla razón de que, si se recurriera a ella, se tendría que abandonar la equidistancia que convierte automáticamente a cualquier fuerza política progresista en posible cómplice de “los violentos”, algo que bajo ningún concepto van a tolerar los que, aquí, deciden algo, que no somos ni ustedes ni yo.
A eso jugó Barceló cuando Iglesias abandonó el viernes el plató de la SER, mientras Rocío Monasterio le dedicaba alguna de sus inspiradas perlas dialécticas. A eso jugaron Gabilondo y García, a mirar para otro lado cuando una compañera de mesa hace trampas, no sea que denunciarla empañe el buen rollo que nos traemos. Como el buen rollo que nos traemos es ni más ni menos que el espíritu del 78, con toda su Constitución, su rey que reina pero no gobierna y su democracia que nos dimos entre todos, alzar la voz y decir que alguien hace trampas se considera de mal gusto. Lo que sabe cualquier buen jugador es que lo que es de mal gusto es hacer trampas. Si aceptas a un tramposo como compañero de juego, no puedes extrañarte de salir de la partida con los bolsillos vacíos. Te mereces acabar la noche en un tugurio sórdido, aguantando las paridas de un abogado del Estado. Te salva el toque de queda.
Justo cuando habíamos por fin asumido que el régimen del 78 no iba a venirse abajo jamás, hemos empezado a comprender que no es que abordáramos el problema desde el lado equivocado, es que abordábamos el problema equivocado: el régimen del 78 no puede ser destruido porque, en puridad, no es, no tiene más entidad que la que le dan los que usan sus estilemas como arma retórica. Y dejan de usarlos con relativa facilidad cuando les conviene. Así, desde 2017 nadie puede seguir sosteniendo que en España se puede trabajar por la independencia de un territorio siempre que sea de manera pacífica. Vale que antes de 2017 tampoco era así, pero es que desde 2017 ni siquiera se puede decir aunque sea con la intención de engañar: se ha renunciado a esa ficción porque ya no resulta útil, toda vez que un regimiento de policías dando hostias es más eficaz y (reconozcámoslo) bastante más sincero y no pasa nada.
Mutatis mutandis, a Barceló le ha ocurrido lo que a Jorge Sanz al final de La niña de tus ojos, solo que, en lugar de “con lo facha que yo era”, podría haber cerrado el programa con un “con lo equidistante que yo era”. Entonemos aquí una breve loa funeral por la noción de equidistancia, que prometía llegar muy lejos cuando Aristóteles formuló su propuesta de virtud como justo medio entre dos extremos pero, por el camino, se ha agostado, como Garcinuño en Amanece, que no es poco. Otro día estudiaremos por qué el cine español es capaz de producir tantos ejemplos de truncamiento, desencanto o decepción. Entretanto, abusemos de esa propiedad y recordemos la sentencia de Chus Lampreave en Hable con ella: “Es muy triste cómo están los masa media en España”.
Toca Madrid porque Madrid siempre toca, pero también toca Madrid porque se va acabando la prórroga del estado de alarma mental que nos dimos la primavera pasada
Otro efecto no deseado de la espantá de la SER ha sido mostrar el error mayúsculo que está siendo abordar las elecciones madrileñas como un juego de rol de temática guerracivilista. Que hasta para ser Madrid está siendo insólita la cobertura mediática: ¿se imaginan que Murcia o Canarias inundaran su hogar de esta manera, haciéndole sentir ignorante por no saber ubicar Águilas o Taganana? Lo harían si al gobierno de España le conviniera convertir una campaña electoral murciana o canaria en una reválida sobre su gestión de la pandemia y a la oposición de derechas (perdonen el pleonasmo) probar su nuevo modelo de agitación y propaganda, a ver si hay que hacerle algún ajuste antes del asalto a la Moncloa. Toca Madrid porque Madrid siempre toca, pero también toca Madrid porque se va acabando la prórroga del estado de alarma mental que nos dimos entre todos la primavera pasada y se supone que, más tarde o más temprano, a los ciudadanos dejará de darnos igual que sea la policía la que juzgue nuestra higiene en el vestir. Sobre todo a medida que la vacuna vaya haciendo efecto en nuestros cuerpos y el fondo europeo de reconstrucción en nuestras mentes.
Nunca es tarde y, en efecto, así como García y Gabilondo acabaron negándose a seguir compartiendo plató radiofónico con la candidata de Vox, también Barceló terminó reconociendo que con este partido no es posible recurrir a la retórica de antaño, a la dialéctica del 78 con sus invitaciones al diálogo y su celebración del savoir faire. Es un paso: dejarlos solos en los años treinta, con su relato equidistante de los extremos que se tocan. Yo nunca había visto en la SER que después de una amenaza terrorista fuera la víctima la que abandonara el plató. Espero no tener que verlo nunca más.
Fue ponerme la vacuna anticovid y retroceder a los años treinta. Algo había notado yo antes, pero ahora lo veo claro, gracias a Bill y a Melinda, supongo, aunque puede que algún mérito tenga Àngels Barceló.
Como San Pablo, Barceló ha tenido que darse un batacazo de aúpa para ver lo que...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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