Temporada cero
De cómo las series de hospitales nos cuentan lo que no vimos de la pandemia
‘Anatomía de Grey’ y ‘New Amsterdam’ incorporan a sus tramas la covid-19. Difuminan así la distancia entre ficción y realidad en una suerte de catarsis que nos permite llorar los duelos escondidos tras las cifras
Áurea Ortiz Villeta 20/06/2021
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Fichas técnicas:
Anatomía de Grey (Grey’s Anatomy)
Género: Drama
Año: 2005 - presente
Creadora: Shonda Rhimes
País: EE.UU.
Duración: 17 temporadas – 280 capítulos
Dónde verla: Prime Video, Disney+
New Amsterdam
Género: Drama
Año: 2018 – presente
Creador: David Schulner
País: EE.UU.
Duración: 3 temporadas – 54 capítulos
Dónde verla: Movistar+, Netflix, Prime Video
Las ficciones existen porque las necesitamos. Esta afirmación es un poco verdad de Perogrullo, pero conviene recordarla de vez en cuando frente a quienes consideran una frivolidad gastar tiempo en –y aterrizamos aquí en nuestro negociado– hablar de series o incluso verlas (no hace falta que les ponga ejemplos, ¿verdad?). Esa necesidad incluye no solo las obras esenciales y de prestigio, las que constituyen el canon (concepto, por otra parte, discutible), sino también los productos más comerciales, esos que tildamos, con condescendencia y cierta injusticia, de ‘‘placer culpable’’, a pesar de que los consumimos con fruición.
La ficción es una forma de relacionarnos con la realidad, y esa relación incluye tanto la diversión como la reflexión, que no son compartimentos estancos como creen quienes afirman “yo veo esto solo para divertirme, no tiene nada más”. Siento comunicar que sí, que tiene mucho más: lo que viene siendo un discurso y un punto de vista sobre el mundo, aunque se trate de la película o la serie más aparentemente descerebrada o gamberra.
Uno de los debates surgidos en torno al tratamiento de la pandemia de covid-19 en los medios es el de mostrar o no la realidad de la enfermedad y el proceso de hospitalización, lo que le sucede a una persona contagiada, el dolor, el cuerpo enfermo. Los muertos, incluso. No son pocos los que han planteado que, tal vez, el hecho de no haber visto estas imágenes ha favorecido la falta de rigor y la irresponsabilidad de mucha gente a la hora de cumplir las normas sanitarias. Si algo no se ve, parece que no existe. Durante el confinamiento, vimos en la tele o en las redes muchos mensajes positivos, gente cantando, aplaudiendo, poniendo al mal tiempo buena cara y mostrando ánimo, pero, quizá, también hubiera sido necesario ver algo del sufrimiento real que muchísimas personas vivieron y siguen viviendo. Las cifras de contagiados, de enfermos, de fallecidos, no tienen rostro o solo lo tienen en el ámbito privado. Este debate no es nuevo, es antiguo y recurrente en el mundo del periodismo y no hay medio o profesional que no se lo haya tenido que plantear en algún momento: qué mostrar y qué no.
Por la tercera temporada de ‘New Amsterdam’ desfilan la insuficiente –o inexistente– coordinación de las autoridades en plena emergencia o la falta de atención médica suficiente
No vengo aquí a dirimir esta cuestión, ni mucho menos: lo mío son las series. Lo que pasa es que la ficción cumple un papel bien interesante en esto de los límites de lo mostrable: permite que veamos (y, quizá, que lleguemos a pensar o sentir) todo aquello que, por decoro, tabú o imposibilidad material, no vemos en un telediario. Son precisamente las series las que están contando ahora todo eso que no se vio o que solo vieron los desafortunados que tuvieron que vivirlo.
Estaba claro que una pandemia que ha paralizado el mundo no iba a pasar desapercibida en las ficciones que consumimos y que las series iban a incorporarla de un modo u otro. Y en el caso de las series de hospitales, con mayor motivo. ¿Cómo no van a hablar este tipo de ficciones de una pandemia mundial? Por una parte, la realidad les da casi hechos los argumentos y, por otra, difícilmente sus seguidores aceptarían la ausencia de algo tan brutal como lo que estamos viviendo desde hace casi un año y medio, resultaría inverosímil. Vamos a centrarnos en dos de ellas: Anatomía de Grey, la longeva serie creada por Shonda Rhimes que va por su temporada 17, y New Amsterdam, en su tercera temporada. Sí, voy a debutar en CTXT hablando del culebrón de Meredith Grey y sus colegas. Viviendo al límite, como cualquier personaje de la serie.
Ambas han incorporado la nueva realidad pandémica sin ambages, haciendo girar en torno a ella tramas y personajes, tanto los de siempre como los nuevos o los episódicos. Pero varían en algunos aspectos porque hay una diferencia esencial entre ambas series. Mientras Anatomía de Grey se centra en un hospital privado y en la élite de los cirujanos y sus vanguardistas procedimientos médicos, además de sus constantes líos amorosos y sexuales (parece un colegio mayor), New Amsterdam cuenta el día a día de un hospital público en Estados Unidos, hecho a imagen y semejanza del Hospital Bellevue, uno de los centros más grandes del país y el público más antiguo, fundado en 1736. Está inspirada en las memorias del doctor Eric Manheimer, Doce pacientes: vida y muerte en el hospital Bellevue, y sus quince años como director médico en ese centro. Hay mucho menos trajín amoroso, mucho más contenido social y político y más realismo que en el Hospital Grey Sloan Memorial.
Desde sus inicios, New Amsterdam hace una defensa a ultranza de la sanidad pública en un país donde, ya sabemos, prácticamente no la hay y ponerse enfermo es un lujo que millones de personas no se pueden permitir. La serie denuncia con firmeza la injusticia y la desigualdad que esto supone: uno de sus leitmotivs principales, objeto de muchas tramas, es la escasez de medios del hospital, lo cual permite mostrar las condiciones de la sanidad pública estadounidense. La batalla del escaso personal sanitario es contra la enfermedad, pero también, y de forma cruda y reiterada, contra la precariedad.
La llegada de la pandemia ha supuesto para New Amsterdam un incremento de la denuncia. Por los capítulos de la tercera temporada desfilan la insuficiente –o inexistente– coordinación de las autoridades en plena emergencia, la colaboración entre hospitales para intentar paliar la falta de medios y recursos, la falta de atención médica suficiente y la muerte de pacientes a causa de esas carencias, el peso de la desigualdad económica como una cuestión verdaderamente de vida o muerte y cómo una parte de la población está prácticamente condenada a la enfermedad.
Desde el primer plano del capítulo uno de este tercera temporada, no hay duda de la intención de entrar de lleno en la realidad de la pandemia: Max, el director del hospital, protagonista de la serie, se acerca a nosotros a cámara lenta, vestido con el EPI, con heridas en el rostro fruto de las muchas horas de mascarillas FPP3 y protección ocular, y nos mira. Y con esa mirada directa la ficción parece desvanecerse, aunque sepamos que estamos viendo a un actor, a un personaje diseñado por un equipo de guionistas. “Vamos a encarar esto”, nos dice silenciosamente, “no queda otra, acompáñame”.
Como era de esperar, Anatomía de Grey, con su querencia por lo melodramático, no iba a ser menos, y ha fijado en la representación de la pandemia su objetivo central. Su tratamiento resulta muy interesante porque parece que sus creadores se empeñan en que las imágenes, la ficción, muestren todo aquello que no se ha visto.
Anatomía de Grey, con su querencia por lo melodramático, no escatiman temas ni detalles. El sufrimiento de los enfermos. Su soledad. La muerte
No escatiman temas ni detalles. El sufrimiento de los enfermos. Su soledad. La muerte. El efecto devastador sobre las familias y los allegados. La entrega profesional y emocional del personal sanitario. Su miedo. Sus dudas. La impotencia ante una enfermedad desconocida. La dificultad de trabajar e intentar resolver problemas en un entorno totalmente hostil y paralizante.
Pero, además, hay una dimensión política indudable. En realidad, esta dimensión siempre ha estado en la serie, más allá de la frenética vida sentimental y sexual de los protagonistas. Solo que en estos momentos adquiere un matiz nuevo y de inmediatez que la hace particularmente útil. Por ejemplo, la denuncia del racismo, uno de los caballos de batalla de la serie desde sus inicios. En esta temporada 17, la de la pandemia, se hace hincapié en la mezcla letal de desigualdad y enfermedad que ha provocado que en Estados Unidos haya más víctimas entre la población negra y de otras minorías que entre la blanca.
Y el duelo, claro. Ese duelo prácticamente imposible para todos los que han perdido a alguien, el no poder ver al ser querido en el hospital, no poder velar su cadáver, no poder acompañarle en el final. No poder cerrar y clausurar. Aquí es donde la serie se hace fuerte y donde hay que enclavar una de las tramas más atrevidas de esta temporada y, por qué no decirlo, puede que un poco cansina. Ojo, spoiler desde aquí. Si alguien tenía que enfermar en la serie, quién iba a ser sino su sufrida protagonista, esa Meredith Grey que ha sobrevivido a tiroteos, incendios, terremotos, bombas, accidentes de avión, ahogamientos y algunas desgracias más que olvido ahora.
Grey ha caído enferma desde el principio de la temporada e, inconsciente en la cama, vemos lo que sucede en su cabeza. La cirujana está en una playa donde va reencontrándose con todas las personas que ha perdido a lo largo de su vida, oportunidad de la serie para recuperar, en este modo fantasmal, a algunos personajes muy queridos como Derek Sheppard, O’Malley, Lexie o Sloan. Les hago una confesión. Personalmente, no puedo con estas ensoñaciones de personajes en coma, las secuencias oníricas que les sirven para decidir si seguir viviendo o morir, o para arreglar en su cabeza lo que sea que tengan que arreglar. Me parecen tramposas, además de un cliché. Muy bien imbricadas con la composición del personaje y con el resto de las tramas han de estar para que me las trague sin refunfuñar. Y, aquí, todo lo de la playa dura demasiados capítulos. Y refunfuño. Pero. Pero.
Aunque no me gusta nada, creo que desempeña un papel esencial en el discurso que la serie está levantando en torno a la pandemia. Y su papel tiene que ver, por supuesto, con el duelo. El traer a todos estos personajes del pasado de la serie y plantar a la protagonista principal en el limbo, mostrando en ella todo el proceso de la enfermedad mientras sus compañeros intentan salvarla, es un modo de expresar y de hacernos llegar toda la dimensión de la pérdida, ese proceso en el que estamos todos, personal y colectivamente, y que tan difícil va a ser de gestionar.
Las ficciones están, entre otras cosas, para eso. Para sublimar nuestras emociones, para poner imágenes a nuestro miedo, a la angustia, el deseo o la aflicción. Para aliviarnos en nuestro estupor. En estos tiempos tristes y desconcertantes, puede que estas series comerciales, confortables y conocidas nos ayuden un poco a llorar la pérdida y el desconsuelo y, al mismo tiempo, a unir algunos puntos que estaban ocultos para tener una visión más completa, ordenada en un cómodo relato con su planteamiento, su nudo, su desenlace y sus momentos musicales. Los rostros de los intérpretes no son los de aquellas personas que han sufrido durante este tiempo y tanto el New Amsterdam como el Hospital Grey Sloan Memorial son decorados. Cierto. Y, sin embargo, hay algo claramente del orden de lo real. Una cierta verdad que ayuda a sentir y a entender.
Es bastante difícil acabar un capítulo sin un nudo en la garganta. Ya sé, ya. Esto no es ningún mérito y no tiene nada de revolucionario. Anatomía de Grey siempre ha pretendido hacernos llorar, es un melodrama orgulloso de serlo, un culebrón, más bien, y no duda en lanzarnos golpes bajos y giros lacrimógenos sin compasión. Pero ese nudo en la garganta, ay, es distinto al de otras temporadas. Hay una mezcla ahí de realidad y ficción que antes no estaba y que no podemos soslayar. No hay modo de poner distancia con lo que estamos viendo, toca en algo muy real. Y hay una suerte de catarsis, en esta serie convencional, de chichi y nabo, al permitir llorar en la ficción algunas cosas que no hemos acabado de llorar en la realidad, porque no nos lo permitíamos o porque no las veíamos con toda claridad, escondidas, como estaban, tras las cifras.
Autor >
Áurea Ortiz Villeta
Historiadora del arte, gestora cultural y profesora universitaria. Forma parte del equipo de la Filmoteca de València, codirige un festival de series (LABdeseries), ha escrito libros y artículos sobre historia del cine y series de tv y habla de esas y otras cosas en algunas radios. Una vez (2015) se metió en la política activa: no duró mucho.
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