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HISTORIAS DE UNA COMUNIDAD

La identidad armenia del país de los cedros

Miles de supervivientes del genocidio encontraron refugio en el Líbano y los que aún se resisten a abandonar el país que les acogió, se enfrentan a un futuro cada vez más difícil

Sara Mosleh Moreno / Joao Sousa (fotos) Beirut (Líbano) , 22/06/2021

<p>La abuela de Arpi Mangassarian, Nazeli (primera mujer sentada a la izquierda) y su hijo Noubar, el padre de Arpi (centro) en Alepo, 1923-1924.</p>

La abuela de Arpi Mangassarian, Nazeli (primera mujer sentada a la izquierda) y su hijo Noubar, el padre de Arpi (centro) en Alepo, 1923-1924.

Joao Sousa

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Con una población de 6,7 millones de habitantes, Líbano se ha convertido en el país con la mayor concentración per cápita de refugiados en el mundo. Ofrece cobijo a alrededor de millón y medio de ciudadanos de la vecina Siria, 200.000 palestinos exiliados de sus tierras, y más de 17.000 asilados iraquíes y de otros orígenes.

Sin embargo, décadas antes de que los desplazados palestinos, iraquíes o sirios se instalaran en este pequeño país, las fronteras del Líbano fueron lugar de acogida para otra comunidad perseguida y hostigada, superviviente del primer exterminio masivo del siglo XX.

Entre 1915 y 1939, decenas de miles de ciudadanos otomanos de etnia armenia provenientes de la región de Cilicia, los seis valiatos armenios y del Sanjak de Alejandreta inundaron el actual territorio del Líbano, huyendo de la aniquilación planificada del Gobierno otomano, que costó la vida a millón y medio de personas de esta minoría cristiana.

Algunos, gracias a la ayuda de las autoridades del Mandato francés, fueron embarcados hacia distintos puertos del Líbano, mientras que otros acabaron en el país mediterráneo tras sufrir las caravanas de la muerte y tener que recorrer cientos de kilómetros a pie desde Anatolia, atravesando los desiertos de Siria.

Los que consiguieron sobrevivir a las deportaciones instigadas por el gobierno de los Jóvenes Turcos se agruparon en diferentes ciudades del Líbano como Anjar, Zahlé (en el valle de la Bekaa), Trípoli o Biblos; otros muchos fueron asentados por las autoridades francesas en campos de refugiados como el de El-Buss y Rashidieh en Tiro o el de Bourj Hammoud, al noreste de Beirut.

Precisamente hasta Bourj Hammoud –una tierra agrícola y pantanosa en la ribera oriental del río Beirut– llegó desde la Armenia otomana el bisabuelo materno de Yervant Shallagian, cuando todavía era un niño.

“El abuelo de mi madre era huérfano y, tras el inicio del genocidio, con siete años, tuvo que huir de su hogar. Caminando, finalmente se encontró en el Líbano, pero ni siquiera sabía dónde estaba”, explica con voz tranquila este artista y guía cultural armenio-libanés.

Shallagian durante uno de los recorridos culturales que organiza semanalmente en el barrio armenio de Bourj Hammoud (Beirut). // J.S

Shallagian cuenta cómo lo primero que hicieron los armenios al llegar al Líbano fue buscar a otros compatriotas. “Se corrió la voz de que muchos se estaban instalando en Bourj Hammoud, así que aquí empezó a llegar población armenia desde Siria, Grecia o Chipre”.

A menudo traumatizados por haber sobrevivido a la muerte y con el temor de volver a ser perseguidos por las autoridades turcas, “[los armenios] tuvieron que enfrentarse a muchas dificultades derivadas de su persecución”, sostiene la arquitecta y urbanista Arpi Mangassarian, con una historia familiar marcada por la muerte y el destierro.

Nazeli, su abuela paterna, llegó a Alepo andando desde Mamsa, su pueblo natal en Armenia occidental (ahora conocido con el nombre de Alakuş, en la provincia turca de Mardin). Una ruta de tres meses y medio en la que se vio obligada a dejar a su madre en mitad del camino y enterrar a su hija de siete años, que murió por agotamiento. 

“Nazeli, continúa y no vuelvas atrás”, le rogó su madre. “Mi abuela le hizo caso y gracias a ella hoy estamos vivos. Si no hubiera escuchado a su madre, si no la hubiera obedecido, habrían muerto las dos”, dice Mangassarian emocionada.

Completamente desamparados, los recién llegados tuvieron que empezar de cero. Varias organizaciones internacionales, el Gobierno libanés y las autoridades francesas ayudaron a los supervivientes: les concedieron parcelas de terrenos agrícolas para construir improvisados refugios y financiaron alimentos, ropa y atención médica para los refugiados. En poco tiempo, la población armenia se expandió por todo el Líbano, especialmente en Bourj Hammoud, donde se estableció uno de los núcleos urbanos y comerciales armenios más importantes del país y de Oriente Medio.

De sobrevivir a prosperar

Como en los años veinte había pocas industrias en el Líbano, la única opción de los refugiados para salir adelante era trabajar de forma independiente. De este modo, los armenios se emplearon como artesanos, comerciantes y profesionales de todo tipo, ganando buena reputación y convirtiéndose, en pocos años, en una de las comunidades más prósperas del país.

Aunque a lo largo del tiempo los oficios artesanales y comerciales han ido sucumbiendo a los embates de la industria, en las animadas calles del enclave armenio de Bourj Hammoud aún quedan personas empeñadas en mantener viva la tradición de sus ancestros.

Es el caso de Avedis y Krikor Der Boghosian, dueños de Vintage 961, un taller y tienda de objetos vintage que conserva el toque personal de estos dos hermanos apasionados de la fotografía.

Avedis y Krikor Der Boghosian, propietarios de Vintage 961, trabajando en una de sus creaciones. // J.S.

“Todos nuestros productos son antiguos, aquí no tenemos nada nuevo”, declara Avedis. “El truco es que adquirimos objetos viejos que encontramos por la calle o compramos de otras personas y modificamos su finalidad”, añade mientras muestra lo que antes era un tocadiscos de vinilo y que los hermanos han convertido en un reloj de pared.

Hijos de un sastre, Krikor y Avedis recuerdan que cuando eran niños solían venir a este mismo taller “para experimentar” con sus “propias creaciones”. Con el tiempo, lo que comenzó como un pasatiempo se convirtió en algo más serio.

“Fabricamos tantas cosas que un día decidimos venderlas todas. Entonces vino un tipo que iba a abrir un club nocturno y compró todas las piezas por un buen precio. Eso nos hizo darnos cuenta de que podíamos convertir esta afición en nuestro negocio y así empezamos a crear más y más artilugios”, relata Avedis.

Según los socios y hermanos, su pasión por reinventar objetos está en su sangre. “Es algo genético”, aseguran. “Cuando los armenios llegaron aquí, en su mayoría eran gente pobre, que tenía que hacer todo por sí misma. Así que nosotros hemos heredado una especie de ‘hágalo usted mismo’”, dice Avedis con sorna.

A unas cuantas manzanas de distancia, en la calle Marash, Ashod Tazian, de 84 años, da los últimos retoques a una figura de madera mientras fuma narguile. “Todo lo que ves en el taller es mi trabajo”, presume Tazian, en referencia a las numerosas esculturas, botones y bisutería artesanal que ocupan su diminuto establecimiento.

En una mezcla de árabe y armenio, este escultor, fabricante de botones y músico de acordeón, recuerda cómo llegó al Líbano en 1946. “Tenía 10 años cuando mi familia y yo viajamos desde Iskanderun [en el Sanjak de Alejandreta] y nos instalamos en Anjar, donde fundamos un pueblo armenio”.

Gracias a su talento como escultor, Tazian alcanzó renombre en el Líbano y pudo llevar sus obras por todo el mundo. Si bien, hoy se queja de que apenas vende nada. “De tiempo en tiempo viene alguien a la tienda, ojea los productos y, a lo mejor, compra una o dos piezas, pero nada más”, corrobora Haroution, médico y amigo de Ashod Tazian, a quien acude a visitar cada día.

Este hombre corpulento lamenta que el mercado artesanal en Bourj Hammoud “esté agonizando”. “Hace diez o veinte años, si ibas por la calle Arax [una de las principales arterias comerciales del distrito] era imposible ver un negocio vacío. Ahora muchos de los talleres de artesanía están cerrando o sus propietarios falleciendo”, admite pesaroso.

Doble sentido de pertenencia

A diferencia de otras grandes comunidades de refugiados del Líbano, como los kurdos libaneses o palestinos, la integración de los armenios en la sociedad libanesa fue un éxito. En 1924 y luego en 1939, las autoridades francesas naturalizaron en masa a todos los armenios, con el objetivo de impulsar la población cristiana frente a las comunidades musulmanas.

“Cuando los armenios llegaron aquí no existía ningún Estado llamado Líbano. Todo formaba parte del Gran Líbano y era administrado por los franceses”, puntualiza Haroution. “Así que cuando el país alcanzó la independencia en 1943, nos convertimos en libaneses al mismo tiempo que el resto de musulmanes y cristianos”, agrega.

El reconocimiento de los armenios como ciudadanos de pleno derecho tuvo importantes consecuencias en la esfera política: fueron considerados otra comunidad distintiva dentro del sistema multiconfesional de gobierno que desde 1989 distribuye el poder entre cristianos y musulmanes, y proporcionalmente entre las 18 comunidades confesionales reconocidas de cada uno de los dos grupos.

Ciudadanos extienden la bandera armenia en las calles de Bourj Hammoud junto con banderas libanesas, durante la conmemoración del genocidio armenio el 24 de abril de 2020. // J.S.

Por ello, los armenio-libaneses tienen reservados seis de los 128 escaños del parlamento (cinco para los ortodoxos y uno para los católicos) y al menos un puesto ministerial. Además, los tres partidos políticos armenios históricos (Dashnak, Hunchak y Ramgavar) ocupan la mayoría de los escaños en el parlamento.

La división social y política a lo largo de líneas étnico-religiosas ha contribuido a producir una arraigada identidad armenia dentro del Líbano. En este proceso de armenización jugaron un papel importante la Iglesia y las escuelas armenias, donde se empezó a enseñar la lengua e historia vernácula a las nuevas generaciones.

“Nosotros en casa hablamos armenio occidental [el dialecto de gran parte de la diáspora] y en la escuela aprendíamos el armenio oriental [idioma oficial de Armenia]”, apunta Yervant. Además, también acudíamos a eventos de partidos políticos, participábamos en actividades como los scouts armenios, y celebrábamos fiestas y tradiciones armenias. Teníamos nuestra propia comunidad”, asegura.

“El idioma y la gente que veíamos por las calles formaban parte de una cultura totalmente diferente”, prosigue. “Por eso, cuando fui a la universidad y salí fuera de Bourj Hammoud experimenté un gran choque cultural y tuve que aprender a encajar”, señala.

Al igual que Yervant, el resto de armenio-libaneses se han ido incorporando a la vida local, evitando quedar aislados en un gueto. Esto ha hecho que los ciudadanos de ascendencia armenia desarrollen una identidad dual, en la que el vínculo con la madre patria histórica coexiste con un fuerte sentido de pertenencia al Líbano.

Fruto de este sentimiento de doble pertenencia, Arpi Mangassarian concibió en 2012 Badguèr, un espacio polivalente que busca salvaguardar el patrimonio cultural y gastronómico de este milenario pueblo, y convertirse en punto de encuentro entre personas de todas las partes del mundo.

Arpi Mangassarian, arquitecta y urbanista armenio-libanesa, posa frente a la fachada de Badguèr, el centro cultural que dirige. // J.S.

“Badguèr ha sido creado para revivir la historia de todos los armenios y preservar las tradiciones y costumbres que mi familia me transmitió durante sus vidas”, dice con entusiasmo Mangassarian, de 68 años.

Gracias al dinero que heredó de un tío en Australia, Mangassarian inició esta plataforma cultural en La Maison Rose, una antigua casa de dos plantas que, en su interior, alberga un restaurante y un espacio donde se exhibe artesanía armenia y se celebran festivales culturales. “Quería crear un lugar dedicado a apoyar a los artesanos y productores locales, transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones, y compartir con todo el mundo nuestras celebraciones”, cuenta la directora.

Arpi cree que la razón por la que los armenios han preservado su cultura, pese a sus aciagas circunstancias, es la conciencia. Cuando tienes una familia que es consciente de que su cultura es un activo sólido e intangible, cuando sabes que posees un tesoro, quieres mantener vivo ese patrimonio. Quieres encontrar la manera de compartirlo con todo el mundo”.

Una comunidad en declive

Aunque en su apogeo la minoría armenia pudo alcanzar los 300.000 miembros y su pujanza económica era notable, desde la independencia del Líbano en 1943 el desarrollo de esta comunidad se ha visto afectado. Primero, tras la Segunda Guerra Mundial por la campaña de repatriación de la URSS, que alentó a los armenios de la diáspora a establecerse en la Armenia Soviética y, luego, por la prolongada guerra civil libanesa (1975-1990) que provocó el declive de la comunidad en número y capacidad económica.

En la actualidad, se estima que la población de origen armenio oscila entre los 80.000 y los 150.000 habitantes. A este número habría que añadir los aproximadamente 20.000 sirio-armenios que se han refugiado en el país del cedro.

Pintada en una calle del municipio de Bourj Hammoud (Beirut). // J.S.

La última serie de reveses que ha sufrido la diáspora armenia en el Líbano llegó el pasado año en forma de un grave deterioro económico, social y sanitario que ha provocado, entre otras cosas, la depreciación de la moneda nacional en un 85%, el aumento de la pobreza y el colapso del frágil sistema sanitario libanés.

Esta triple crisis, unida a la mortífera explosión en el puerto de Beirut –que afectó principalmente a zonas de la capital habitadas por armenios– y la derrota de Armenia en la segunda guerra del Alto Karabaj, ha sumido en el luto a la comunidad armenia y ha vuelto a alimentar la migración.

“La actual crisis del Líbano ha supuesto un impacto psicológico para los armenios”, subraya Yervant. “Hay un sentimiento de desesperación e impotencia entre la población”, y añade que, aunque “algunos jóvenes se han trasladado a Armenia en los últimos meses, muchos han tenido que regresar”, ante la falta de oportunidades en el país del Cáucaso Sur.

No es el caso de Harout Tenbelian, que pese a las difíciles circunstancias del país mediterráneo y al estallido del conflicto en Nagorno-Karabaj, finalmente decidió permanecer en el Líbano.

“No pudimos dormir durante los 44 días que duró la guerra por Artsakh. Sentíamos como si la historia se estuviera repitiendo de nuevo”, dice Harout, en referencia a la implicación de Turquía en el conflicto. “Si no fuera por el negocio, hubiera ido a luchar en Artsakh”, confiesa.

Este joven de 28 años es el propietario de Tenbelian’s Spices & Co, uno de los comercios especializados en especias y frutas desecadas más concurridos de todo Beirut.

Mientras atiende a los clientes en el interior de su local en Bourj Hammoud, Harout relata cómo a pesar de que la crisis haya mermado el negocio, también ha traído nuevas oportunidades. “Antes solíamos importar muchos de los productos que vendemos en la tienda, pero debido a los controles de capital y al desplome de la libra libanesa empezamos a ser más creativos y a preparar todos nuestros productos aquí. Así estamos apoyando la producción local”, señala Harout, que estudió en Estados Unidos, pero decidió regresar para hacerse cargo de la empresa familiar.

“La crisis es muy dura, especialmente para los negocios locales. Muchos están cerrando, pero esto es solo una razón más para quedarme aquí, trabajar más en mi negocio y luchar por este lugar”, asevera.

Al igual que el resto de libaneses, los ciudadanos de origen armenio tienen un sentimiento de nostalgia y pertenencia al Líbano, país que consideran una segunda patria.

“El hogar no es sólo un edificio, no son solo paredes, el hogar es la gente que te rodea”, subraya Harout. “No podemos olvidar nuestra historia. Por eso los armenios debemos estar juntos. Debemos compartir nuestra experiencia para que nuestra cultura permanezca viva”, remacha.

Con una población de 6,7 millones de habitantes, Líbano se ha convertido en el país con la mayor concentración per cápita de refugiados en el mundo. Ofrece cobijo a alrededor de millón y medio de ciudadanos de la vecina Siria, 200.000 palestinos exiliados de sus tierras, y más de 17.000 asilados iraquíes...

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Autora >

Sara Mosleh Moreno /

Fotógrafo >

Joao Sousa (fotos)

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