Noemí Sabugal / Autora de ‘Hijos del carbón’
“En las cuencas mineras hay una mirada llena de nostalgia”
Marcos Pereda 23/06/2021
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Noemí Sabugal (Santa Lucía de Gordón, León, 1979) creció entre piedras de color negro. Lo mismo calentaban la casa que daban trabajo a la familia. Zona minera, cuenca del carbón, una de tantas.
Noemí Sabugal creció y, como les pasa a muchos, se puso a escribir. Ficción y no ficción, como si ambas cosas no fueran la misma. Novelas y reportajes periodísticos. En estos se colaban, a veces, los recuerdos de esos hombres que siempre tenían los ojos pintados, porque los traían así de la mina. Una vida particular, una que viene agotándose desde hace varias décadas. La de tantos, la suya misma. Vidas por contar.
Así que se puso a hacerlo. A contarlas. O, mejor aún, a escuchar cómo se las contaban a ella para luego ponerlas por escrito. Fruto de aquello es Hijos del carbón (Alfaguara, 2020), un libro que bucea entre memorias personales y comunitarias para construir rompecabezas de historias que acaban formando, trenzadas unas con otras, la Historia. Así, con mayúsculas, aunque Noemí, intuyo, prefiere el pequeño detalle en el habla antes que la grandilocuencia del relato. Hablamos con ella de las minas, del despoblamiento rural, de cómo eran vistas las mujeres en aquel mundo de carbones y vagonetas. También, claro, de finales y recuerdos, que a veces son la misma cosa...
Tienes una relación familiar con el carbón... Me interesa saber si a la hora de preparar este libro has querido hacerlo con una base en la experiencia o te has intentando abstener de cualquier ligazón de tipo sentimental.
El rastro de la muerte está muy presente en las cuencas mineras, donde siempre hay memoriales y homenajes a los mineros muertos
Mi padre y mis abuelos fueron mineros y yo nací y crecí en una cuenca minera, así que el libro parte de mi propia experiencia, aunque es un ensayo que busca lo colectivo, hay muchas voces en él. En ese sentido, aunque buscaba una reflexión sobre la vida en las cuencas carboníferas, no he rechazado la emoción. Es un tema ligado a mi propia vida y me parecía que eso también era valioso para la escritura.
¿Crees que el carbón crea una sociedad e incluso un modo de vida distinto al que pueda aparecer en otro tipo de minas?
Depende del tipo de minas y de su importancia en los territorios en los que se asientan. En el caso de las cuencas carboníferas, el modo de vida es muy diferente de otros lugares. En las cuencas mineras, el carbón era un sector tan poderoso que arrastraba un montón de empleos y tenía muchas industrias asociadas. Todo se hacía por y para la mina. Se construyeron pueblos enteros para dar viviendas a los mineros y las grandes empresas creaban colegios, equipos deportivos y hospitales. Es un microcosmos particular, para lo bueno y para lo malo.
La muerte era algo siempre posible, siempre tan pegado a la vida del minero. El carbón resultaba especialmente trágico en ese sentido. Te pregunto más por recuerdos casi personales... ¿latía esa sensación en las casas de los mineros? El presagio de lo funesto.
Sí, claro. No es lo mismo ir a la mina que trabajar en una oficina, eso se lo puede imaginar cualquiera. El rastro de la muerte está muy presente en las cuencas mineras, donde siempre hay memoriales y homenajes a los mineros muertos. Y muchas familias tienen la gran herida de un muerto en la mina o un familiar fallecido tempranamente por la silicosis.
Aparece también en tu libro una metáfora maravillosa, que coges prestada, y es la de los “labios apretados”... ¿Podrías explicárnosla?
Esa expresión la utilizó el periodista y escritor argentino Roberto Arlt y con ella se refería a las dificultades que estaba teniendo para encontrar a alguien que le hablara de la represión que siguió a la Revolución de Octubre de 1934. Cuando Arlt llega a Asturias, le cuesta conseguir testimonios e incluso le niegan el alojamiento en algunos sitios cuando saben que es periodista. Él escribe que la gente “recuerda aquellos días siniestros con los labios apretados”.
El último accidente múltiple de la minería en España tuvo lugar, según recoges en el libro, el 28 de octubre de 2013, en Santa Lucía de Gordón. Seis muertos. Quería preguntarte si manejas algunas cifras sobre este tipo de sucesos en otros lugares donde la minería del carbón aún está en marcha... pienso, por ejemplo, en Polonia, que es un estado de la Unión Europea.
En Hijos del carbón escribo sobre los accidentes mineros y cito los más graves. Hacer la lista completa sería imposible. Te puedo poner un ejemplo: los historiadores asturianos estiman que el número de muertos en toda la historia de la minería en esta región alcanza los cinco mil. No sé cómo son las cifras en Polonia, donde todavía hay cerca de dos millones de mineros del carbón, pero estoy segura de que son elevadas.
Mujeres y minas... papel decisivo en las huelgas, trabajo duro primero fuera de la tierra, más tarde en las mismas entrañas... ¿Cómo es la relación de las mujeres con la mina de carbón?
La explotación del carbón es un trabajo muy masculinizado, pero las mujeres siempre trabajaron en la minería. Durante años, la limpieza y el escogido del carbón estuvo en manos de mujeres. También otros trabajos como el descargue de los baldes aéreos en los que se transportaba el carbón. Además, de las mujeres dependían muchos servicios necesarios para acoger a los mineros jóvenes que iban a trabajar a las cuencas, como las pensiones y las fondas. Hubo décadas en las que las mujeres estuvieron más alejadas de las minas. Con la democracia vino un caso que las devolvió a las minas, pero ya con derechos laborales: en 1985, Concepción Rodríguez, una mujer de familia minera de Asturias, no fue aceptada para uno del millar de puestos de ayudante minero que había sacado Hunosa, a pesar de haber pasado las pruebas, y denunció esta situación. La sentencia salió años después y confirmó que había existido discriminación. Eso dejó la puerta abierta para las que quisieran cruzarla.
Durante un fragmento de Hijos del carbón hablas de la tensión entre la mina y el campo, provocada en muchas ocasiones por los propios dueños de la explotación, que buscaban eliminar cualquier elemento de distracción para el minero... ¿Se llegó a llevar a cabo en la práctica o siempre hubo una reticencia por parte de quienes no eran sino campesinos reconvertidos? Te lo comento porque he visto ese mismo intento aquí en Cantabria y los mineros acababan trabajando las vacas incluso de noche con tal de no quitarlas…
No hay que olvidar que las cuencas mineras son zonas rurales. Ahora, más precisamente, rural-industriales. La mina era un trabajo que requería muchas manos y toda la energía posible, así que se intentaba que el campesino fuera obrero y nada más, porque si no se producían bajas o ausencias en las épocas de siega o recolección. Lógicamente, muchos mineros preferían mantener ganado o tierras, para no depender exclusivamente de la mina. Pero al final esa transformación se produjo, y eso también hizo que en las cuencas mineras las labores del campo se fueran abandonando. Ahora que las minas están cerradas, están surgiendo más proyectos ligados al campo, sobre todo explotaciones ganaderas y empresas de agroalimentación.
Al hilo de lo anterior siempre me llamó la atención esa filosofía de “empresa paternalista”, tan de principios del XX, que hay en algunas industrias... abrir el casino, el cine, lugares de esparcimiento como cafeterías o bares, potenciar los deportes... Ello creaba una cierta dependencia, incluso emocional, que a veces parecía casi (entiéndeme bien el símil) servidumbre. ¿Has visto que continúe esa idea en la actualidad o ya pertenece al pasado? O, dicho de otra forma, ¿se sigue añorando a la empresa minera como “el patrón que repartía prebendas” o solo como aquel para quien trabajabas?
Muchas empresas actuales también pretenden la dualidad padre-patrón. Se trata de una idea de empresa que produzca la identificación del trabajador. Lo hace Google, por ejemplo
La idea del paternalismo industrial no es exclusiva de las cuencas mineras, aunque en estas fue algo muy marcado. También ha pasado en territorios donde había actividades de otro tipo, como grandes empresas textiles o en pueblos construidos para la creación de un pantano. Hay que entender este paternalismo industrial con las características propias de su época, con lo bueno que podía tener y también con lo malo. Pero muchas empresas actuales también pretenden esta dualidad padre-patrón. Se trata de una idea de empresa que produzca la identificación del trabajador. Lo hace Google, por ejemplo.
Siguiendo con la idea, siempre me ha llamado la atención el reparto de viviendas entre mineros (u obreros, en otras empresas), capataces, ingenieros, etcétera... Los arrendatarios, ¿se han quedado con ellas al cierre de las minas? ¿Han tenido problemas para seguir viviendo en aquellos lugares a los que siempre llamaron hogar? ¿Se podían vender?
En la mayoría de los pueblos de las cuencas se ha llegado a un acuerdo con los arrendatarios y estas casas mineras se han vendido. Pero están recientes algunas circunstancias difíciles ligadas a esto, por ejemplo la que ocurrió en Ciñera de Gordón, en León, donde salieron a subasta más de un centenar de casas para hacer frente a las deudas que quedaban tras la liquidación de la empresa minera. Al final se solucionó, pero todavía hay infraestructuras que están en una especie de limbo y sin uso público: campos de deporte, cines, piscinas y otras.
Hablas de Ponferrada como la “Ciudad del Dólar” durante unos años... Yo mismo he conocido esa denominación para Torrelavega, el sitio donde nací, ahora inmerso en una grave crisis que tiene su origen en la reconversión industrial... ¿Cómo describirías ese vigor económico en aquellos lugares que dependían del carbón? Porque para los más jóvenes puede ser algo difícil de entender.
El carbón era el pan de todas las industrias. No había comida caliente sin carbón ni tampoco transporte: los trenes y los barcos se movían con carbón. Eso hacía que el país necesitara mucho carbón y mucha mano de obra para sacarlo. Por eso las cuencas mineras eran lugares a los que llegaban miles de trabajadores de todas las provincias de España. Y así se han creado: son zonas en las que se ha formado una identidad común a partir de cientos de identidades. Eran pueblos y ciudades cuya población se multiplicaba cada año.
¿Crees que grandes huelgas como las que protagonizó el sector minero hasta hace bien pocos años son posibles ahora? ¿O existe un cambio de punto de vista desde la opinión pública? Dicho de otra forma... ¿piensas que se criminalizaría una huelga como la de 1991?
No veo por qué. Las huelgas en el sector de la minería siempre han sido fuertes y bien visibles, es algo que está en la propia historia de las cuencas y que es evidente para quien las conozca. También se ha dado esta fiereza laboral en otros sectores, sobre todo en el de la industria. La huelga es un recurso del que disponen los trabajadores para protestar por algo que les parece injusto. En los últimos años ha habido mareas blancas, por la sanidad; y mareas verdes, por la educación, y pensionistas que han protestado por sus pensiones. Salir a la calle a protestar es un derecho.
También he visto el emblema casi sentimental que para muchos era la mina... una ligazón familiar que es compartida con fábricas, talleres, etcétera... Creo que hoy en día ya no tenemos esa sensación de familiaridad con el trabajo, quizá porque hay menos estabilidad, ya es difícil encontrar empleos “para toda la vida”. ¿Lo ves así también?
Durante años, la limpieza y el escogido del carbón estuvo en manos de mujeres. También otros trabajos como el descargue de los baldes aéreos en los que se transportaba
Lo que ocurre en el caso de la minería del carbón es que, de alguna forma, era un trabajo que pasaba de abuelos a padres y a hijos, lo que le daba un carácter identitario. Va más allá de lo laboral. Ahora, como dices, se pueden tener varios empleos a lo largo de la vida. Los motivos son dos: el malo se debe a la precariedad de los empleos; el bueno a que los trabajadores suelen tener más posibilidades para cambiar de trabajo.
Hablas de lugares donde la misma empresa dedicada a la minería se hacía cargo del 80% de los salarios de todo el pueblo... ¿cómo es posible sostener eso tras la pérdida? Más aún, ¿se puede hacer una preparación paulatina para la desaparición del carbón si hay un porcentaje tan alto de vecinos dedicados a él? ¿No es una especie de tautología (no podemos preparar el futuro sin la mina porque todos estamos, ahora, trabajando en la mina)?
Precisamente esa es la enorme dificultad que han tenido, y tienen, las cuencas mineras. La falta de diversificación económica se producía porque la minería suponía tantos empleos y creaba tantas empresas asociadas que no era necesario nada más. Pero si no se han buscado otras alternativas, cuando cierra la mina lo que queda es la nada. De ahí la expresión “monocultivo del carbón”. Eso es lo que hay que evitar, pero es difícil, y lo que después provoca pérdidas demográficas y económicas que son difíciles de revertir.
¿Cuál ha sido el impacto demográfico de la pérdida del carbón en aquellos sitios que dependían de él?
Los municipios mineros fueron lugares en los que la población, durante décadas, no dejaba de incrementarse. Así fue durante los años cincuenta, los sesenta, los setenta. A partir de los ochenta y de los noventa empezaron a cerrarse minas y esos territorios comenzaron a perder población. Hoy en día, menos algunas excepciones, son pueblos en los que se ha perdido la mayoría de los habitantes.
A veces las personas a las que entrevistas muestran una especie de pesimismo resignado... ¿crees que es el sentimiento mayoritario en esos lugares?
En las cuencas mineras hay una mirada hacia atrás llena de nostalgia, y es normal. Pervive el recuerdo de un pasado muy reciente en el que los pueblos bullían de gente y de negocios y eso ahora ya no existe, lo que produce una mirada amarga hacia el presente. Como digo en el libro, no hay que olvidar el pasado porque la memoria es parte de lo que somos y esa nostalgia es comprensible, pero para avanzar hay que mirar hacia adelante. Es más fácil decirlo que hacerlo, claro.
Señalas también en el libro varios casos de derroche de fondos que debían paliar el efecto adverso del cierre minero. Algunos son cosa de la administración central (autovías que no llegan, por ejemplo), pero otros los podemos meter en la cultura del pelotazo, si me permites la expresión... ¿crees que se perdió una oportunidad? ¿O puede volverla a haber?
En Hijos del carbón hay ejemplos negativos y positivos del destino de esos fondos mineros. En algunos casos, los fondos han creado empresas que se han arraigado en los territorios y que mantienen empleos, y en otros ha sido un “pilla la subvención y corre”. Ahora mismo estamos en un momento en el que la transición energética traerá fondos europeos para crear alternativas económicas. Ya veremos si se invierten con acierto. Ojalá que así sea.
Una vez analizados todos los elementos que señalas en el libro, ¿crees que eran inevitables los cierres de las minas de carbón? ¿O piensas que es osado hablar “en general” sobre problemáticas que son muy distintas de unas a otras?
Las ayudas europeas a la producción de carbón finalizaban en diciembre de 2018, así que esa es la respuesta. Las empresas podían seguir, pero devolviendo las ayudas, y decidieron no hacerlo. Era un fin previsible.
Noemí Sabugal (Santa Lucía de Gordón, León, 1979) creció entre piedras de color negro. Lo mismo calentaban la casa que daban trabajo a la familia. Zona minera, cuenca del carbón, una de tantas.
Noemí Sabugal creció y, como les pasa a muchos, se puso a escribir. Ficción y no ficción, como si ambas cosas...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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