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Charles Tatum, interpretado por Kirk Douglas, es un periodista sin escrúpulos que sobrevive a duras penas debido a sus problemas con el alcohol. Su deriva profesional le obliga a trabajar en un humilde periódico de Nuevo México, donde se encuentra con una historia que no parece tener mayor trascendencia: un minero ha quedado atrapado en un túnel. Es entonces cuando Tatum, en connivencia con el sheriff local, decide retrasar deliberadamente el rescate hasta convertirlo en un espectáculo mediático con el que pretende reflotar su carrera.
El gran carnaval, rodada en 1951 por el genial Billy Wilder, es el retrato más lúcido que el cine haya hecho jamás de ese sector de la prensa que trocea carnaza como el más eficaz de los matarifes, y de ese sector del público que ansía aderezar el café de las mañanas con una buena ración de sangre e higadillos. Como dice el saber popular, la realidad siempre supera a la ficción y 68 años después, el minero de Wilder se hizo carne en un niño de 2 años y el túnel, en un pozo ilegal de 70 metros ubicado en una desconocida localidad de Málaga.
Han pasado 8 días desde que los equipos de salvamento hallaron el cuerpo sin vida de Julen, poniendo fin al primer gran carnaval del 2019. Durante 13 interminables jornadas, los medios de comunicación han radiado, como si de un partido de fútbol se tratase, el minuto a minuto de un angustioso rescate que les ha reportado dobles dígitos de audiencia y cifras millonarias en publicidad.
Durante 13 interminables jornadas, los medios de comunicación han radiado, como si de un partido de fútbol se tratase, el minuto a minuto de un angustioso rescate que les ha reportado dobles dígitos de audiencia
Ana Rosa Quintana y Susanna Griso han liderado la avanzadilla de buitres sedientos de unos kilos de carroña con la que animar el tedio de la franja matinal, y nosotros, los que estamos al otro lado de la pantalla, como el conductor que aminora la marcha para ver mejor las consecuencias de un accidente, hemos sido los comensales que se han zampado a dos carrillos la tragedia de un crío y el sufrimiento de su familia. Tan fuerte ha sido el afán, de unos por vender y de otros por consumir, que la Guardia Civil se vio obligada a proyectar un láser sobre las cámaras de televisión para evitar que grabasen el momento en el que el cuerpo sin vida de Julen era sacado del pozo.
En medio del espectáculo mediático, al que todavía le queda por deglutir los minutos de la moviola, surgió la integridad de un grupo de ocho mineros asturianos que se trasladó a la zona con el riesgo de poner su vida en juego y sin mayor recompensa que el cumplimiento del deber.
El equipo de salvamento minero, sin buscarlo ni pretenderlo, regresó a sus casas convertido en los súper-héroes que derrotaron la tiranía de las entrañas de la tierra, pero no hace mucho, la capa raída que ahora resulta motivo de culto y devoción era el manto con el que se envolvían los privilegios de un gremio tildado de mafioso y camorrista.
Suele suceder que la clase trabajadora es motivo de admiración, siempre y cuando camine ordenadamente por el redil marcado por el pastor, pero la historia de los mineros está plagada de ovejas descarriadas desde tiempos de la II República, cuando el todavía leal general Franco comandó la represión contra la revolución de 1934, hasta los años 60, cuando Manuel Fraga, por entonces ministro de Información y Turismo, puso en marcha la maquinaria del régimen para intentar acallar a las mujeres mineras que habían sido rapadas como reprimenda antes las protestas del sector.
En el año 2012, las ovejas volvieron a salirse del redil. La minería estaba abocada a la desaparición, y con ello, decenas de pueblos de Asturias y León veían asomar el fantasma de la ruina y la despoblación. Las decenas de miles de millones de euros que iban a ser destinadas a la reconversión industrial de la zona acabaron esfumándose, entre el sumidero de la corrupción y la construcción de infraestructuras inútiles que no han logrado revitalizar el entorno de la cuenca minera.
A los trabajadores no les dejaron otra opción que volver a tomar las calles, pero en esta ocasión solo estaba en juego el porvenir de miles de personas o, mejor dicho, de miles de personas de clase obrera. No había ningún niño atrapado en un pozo, la prensa no tenía carnaza de la que sacar partido, así que decidieron colgarle el cartel de privilegiados a un gremio acostumbrado a cavar tumbas para hombres de 40 años.
Es una estrategia habitual; el privilegio de los profesores de tener que lidiar con clases de 50 alumnos y un nuevo programa educativo cada cuatro años; el privilegio de los estibadores, que también han visto morir a más de un compañero, de mover toneladas de carga en plena madrugada; el privilegio de los taxistas de trabajar 10 horas diarias en competencia con unas multinacionales que han hecho acopio de miles de licencias VTC con las que trafican en un mercado especulativo, y el privilegio de los mineros que son devorados por la silicosis. El afilado anzuelo del último contra el penúltimo, que tan bien le funciona al capital, para enfrentar a una clase obrera frustrada en sus ansias aspiracionales.
“Ayer tuvo lugar en Madrid una ceremonia grotesca protagonizada por los mineros; la aristocracia de la subvención”, decía Jiménez Losantos en referencia a la llamada ‘marcha negra’, la última etapa de las protestas de 2012 que culminaron en una peregrinación de los trabajadores hacia la capital. El locutor de Libertad Digital, grupo de comunicación cuyas cuentas ya habían sido generosamente regadas por el dinero de la caja b del Partido Popular, prosigue: “No piden el pan de sus hijos, no. Estos filoetarras de extrema izquierda que disparaban proyectiles a los helicópteros de la Guardia Civil piden conservar sus prejubilaciones de oro”, y remata: “Espero que cierren todas las minas porque son pozos de corrupción”.
El diario ABC, que hace tan solo unos días alabó en un artículo el coraje y la pericia de los rescatadores de Julen, disparaba en la misma dirección: “Los mineros, dispuestos a todo para conservar sus privilegios”, reza un texto fechado el 25 de junio del 2012. Las demandas de los mineros “han venido acompañadas de barricadas, enfrentamientos con la policía y una radicalización creciente con el lanzamiento de cohetes, rodamientos y todo tipo de objetos contundentes”, escribe un redactor que responde a las iniciales de J. G. M.
A pesar de que la ‘marcha negra’ fue recibida en Madrid con gran aceptación por varios centenares de personas, la prensa centró sus críticas en los perjuicios que los huelguistas ocasionaban a los ciudadanos que acudían cada mañana a sus puestos de trabajo, ordenadamente y dentro de los márgenes del redil. “Los trabajadores quieren mantener sus privilegios a toda costa, aunque suponga dificultar la vida diaria de los ciudadanos, que empiezan a distanciarse del sector minero”, publicaba la agencia EFE.
Durante semanas, los medios nacionales desdibujaron las reivindicaciones de los mineros con portadas enardecidas con las llamas y el humo de las barricadas. “Los antisistema revientan la marcha minera”; “Intolerable”; “Una niña herida en la guerra minera”.
El 16 de junio de 2012, el diario La Razón resumió los 20 días consecutivos de huelga minera con el siguiente titular: “El manual del terrorismo callejero guía a los mineros”
El 16 de junio de 2012, el diario La Razón resumió los 20 días consecutivos de huelga minera con el siguiente titular: “El manual del terrorismo callejero guía a los mineros”. Un artículo que venía acompañado de etiquetas como “inseguridad ciudadana”, “disturbios” o “asedio al congreso”, y donde el diario del grupo Planeta contabilizaba cuatro policías y tres periodistas heridos durante las protestas que se sucedieron en la localidad asturiana de El Entrego. “Ante los crecientes choques y los perjuicios para las comarcas asturianas más castigadas por la huelga, Manos Limpias denunció ante el delegado del Gobierno de Asturias a los secretarios generales de las secciones mineras de los sindicatos CC.OO. y UGT”, concluye.
“El tiempo es el mejor autor, siempre encuentra el final perfecto”, decía Chaplin, y el tiempo y la justicia solicitan ahora para Luis Bernard, ex secretario general de Manos Limpias, una pena de 24 años y 10 meses de cárcel por presuntos delitos de extorsión, organización criminal, fraude contra la hacienda pública, falsedad documental y fraude en subvenciones.
Aunque las acusaciones de Bernard no tenían más finalidad que lustrarse los bolsillos, los sindicatos también han jugado un papel fundamental en el desmantelamiento de la minería. Aquellos que estaban llamados a defender los intereses de los trabajadores hicieron valer de su posición de privilegio para saquear los llamados fondos mineros, y al frente de la banda de corsarios, reluce con especial relevancia el nombre de José Ángel Fernández Villa.
El antiguo líder de SOMA-UGT levantaba el puño izquierdo en las reuniones anuales de Rediezmo, mientras con la otra mano devoraba su trozo del pastel cada vez que el dinero público asomaba por el Negrón. Lo hizo en 2009, cuando se repartió, junto a otros gerifaltes del sindicalismo, los 2,7 millones de euros que el Ministerio de Industria había autorizado para la construcción de un geriátrico, y lo hizo durante sus casi dos décadas de ordena y mando al frente de los trabajadores. En septiembre de 2018, la Audiencia Provincial de Asturias le condenó a una pena de tres años de prisión por un delito de apropiación indebida, tras destaparse que había ocultado 1,4 millones de euros a la hacienda pública que intentó regularizar aprovechando la amnistía fiscal del año 2012.
Mientras Fernández Villa intentaba colarse por la espita que Montoro hacía cincelado para los evasores fiscales, la ‘marcha negra’ del año 2012 concluyó sin éxito para los huelguistas. Los mineros regresaron a casa, para rascarle a la tierra los últimos gramos de carbón y allí, en la oscuridad de una galería, la tierra volvió a cobrarse venganza. En octubre de 2013, seis mineros que faenaban en el Pozo Emilio del Valle de León fallecieron por un escape de gas grisú, en la mayor tragedia de la minería española de los últimos 18 años.
Entonces, como ahora, la misma prensa que meses atrás había vertido toneladas de infamia sobre los trabajadores, amanecía consternada por el destino de unos hombres “que ponen su vida en riesgo cada vez que bajan a la mina”, escribían en el ABC. Los minutos de televisión se sucedían con el sonido más habitual de las minas; el llanto desconsolado de las viudas, y las reinas de las mañanas, con los ojos humedecidos, hacían uso de su nutrido repertorio de artes escénicas para hacer suyo el gesto de la tragedia.
Son las 11 de la mañana del jueves 31 de enero. Mientras termino de escribir estas líneas escucho a Ana Rosa Quintana solicitar con vehemencia la concesión del premio Princesa de Asturias a los ocho miembros de la brigada de Salvamento Minero que lograron sacar del pozo el cuerpo sin vida del pequeño Julen. Y estoy de acuerdo.
Aunque resulte indignante que haya tenido que morir un niño para que la prensa reconozca la encomiable labor de este grupo de trabajadores, bienvenidos sean los incrédulos a la viña del señor.
Charles Tatum, interpretado por Kirk Douglas, es un periodista sin escrúpulos que sobrevive a duras penas debido a sus problemas con el alcohol. Su deriva profesional le obliga a trabajar en un humilde periódico de Nuevo México, donde se encuentra con una historia que no parece tener mayor trascendencia: un...
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@PabloMM
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