TEMPORADA CERO
El deseo como impulsor de la creación femenina
‘I love Dick’ dinamita las estructuras sociales cimentadas sobre la masculinidad dominante en la que las mujeres somos tanto víctimas como cómplices
Raquel Baixauli / Esther González Gea 12/07/2021
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I love Dick
Género: Comedia, Romance
Año: 2016-2017
Creadoras: Joey Solloway y Sarah Gubbins
País: Estados Unidos
Duración: 1 temporada, 8 capítulos
Dónde verla: Amazon Prime Video
“Nací en un mundo que supone que hay algo grotesco e indecible en el deseo femenino. Y ahora sólo quiero ser indigna, echarme a perder. Quiero ser un monstruo femenino”.
Queridas lectoras y lectores, esto sí es una carta de amor.
Nuestro encuentro con I love Dick se produjo pasado el año de su estreno y, como los grandes acontecimientos de la vida, fue por casualidad. Un cartel sugerente, una sinopsis algo extravagante y algún que otro clásico en la cantera actoral fue suficiente para convencernos. Qué lejos estábamos entonces de imaginar lo que íbamos a ver, cómo desataría nuestros instintos y nos introduciría en un lugar de lo femenino poco transitado.
Es fácil advertir desde el inicio que más que una historia de amor al uso, estamos frente a la historia de una obsesión, de un delirio
Situándonos en el plano analítico, I love Dick es una serie que invita al público a sumergirse en el irreverente y alucinatorio universo de Chris Kraus, la protagonista de esta historia, una female loser, o cineasta venida a menos que sigue a su marido hasta Marfa, Texas. La serie es, en realidad, una adaptación a la pequeña pantalla de la obra homónima de la escritora Chris Kraus (1997), una novela epistolar tildada de autoficción que pasa por el filtro desenfadado e inteligente de las creadoras. A Joey Solloway la conocíamos por Transparent (2015-2017), comedia dramática basada en experiencias personales que la empujaron a declararse persona no binaria; por su parte, Sarah Gubbins ha destacado como productora y guionista de series como Better Things (2016).
A lo largo de todo el relato somos cómplices de la historia de amor de Chris, interpretada por una magistral Kathryn Hahn, por Dick, encarnado en Kevin Bacon. Sin embargo, es fácil advertir desde el inicio que más que una historia de amor al uso, estamos frente a la historia de una obsesión, de un delirio. Más allá del chascarrillo del nombre que bautiza al personaje masculino –el término inglés dick se utiliza de forma coloquial para referirse al pene–, Dick Jarrett es presentado casi como un ídolo sublimado, como un vaquero solitario, misterioso e inaccesible, a la par que carismático. En Marfa, en la fucking Marfa, Dick dirige un instituto de arte contemporáneo en el que recibe a artistas e intelectuales de todo el país, entre los cuales se encuentra Sylvère, el marido de Chris Kraus. Así, Dick, un creador que ama las líneas rectas como símbolo de perfección, prefigura la idea del artista alfa del siglo XX que ha alimentado el discurso histórico-artístico tradicional. Pese a ello, ese buen pastor, personaje hermético que guía a su rebaño, advierte de forma azarosa a través de la ruptura y los aires de renovación que traen los y las artistas jóvenes, un camino nuevo que recorrer en el que queda obsoleto el concepto de genio que él representa.
Esta vez, es la figura masculina convertida en muso, en objeto de deseo, la que da paso al germen de la acción creativa y personal de la protagonista
La reflexión más interesante que aporta esta historia tiene que ver con la idea del deseo femenino, la materialización de éste a través del acto creativo y la reacción masculina ante esta situación. Estamos acostumbradas a que en la mayoría de las obras que impregnan nuestro imaginario dentro de la Historia del arte aparezca la mujer como fuente de inspiración. No obstante, Kraus realiza un ejercicio en el que ese alguien, esta vez, es la figura masculina convertida en muso, en objeto de deseo, dando paso al germen de la acción creativa y personal de la protagonista. Invertidos los papeles, los hombres protagonistas reaccionan con trazas de la clásica masculinidad hegemónica perpetuando patrones de superioridad moral, esperando que las mujeres se comporten con cierto decoro. Evidentemente, el compromiso y posicionamiento desde los feminismos se hace patente de forma transversal prácticamente en todos los episodios.
Desde el primer encuentro entre la protagonista y el gran artista surge la manida reflexión de que el cine femenino, al partir de la opresión, es espeso y aburrido, de ahí que se afirme sin titubeo que no existe una producción audiovisual de calidad hecha por mujeres. Chris, después de un momento de turbación, nos anuncia lo que está por venir: “Comienza el juego”. Y esa misma noche da rienda suelta a sus instintos materializando el deseo personal y creativo en una serie de cartas dedicadas a Dick Jarrett, que también le permiten emprender un camino sexual que estaba aletargado con su pareja, Sylvère.
El género creativo epistolar, tradicionalmente tan íntimo, silencioso y discreto, cobra aquí una nueva dimensión. Las cartas se convierten en un manifiesto y el principio del camino para que Chris acepte sus fracasos y rompa sus límites. El receptor, Dick, y todo el pueblo, asisten estupefactos a la acción de una mujer que expone sin pudor sus pasiones y sus ansias de ser vista, de enseñar su identidad, y que invita también al deseo colectivo como método artístico. El deseo, en definitiva, como necesidad de expresión y de vida, como aquello que nos perturba, pero también nos mantiene a flote.
La relación entre Sylvère, el marido-intelectual, y Dick, el genio robusto, también es digna de reseña, pues nos enfrenta a la idea central de lo masculino. En una magistral puesta en escena dentro de un baño, ambos personajes tratan de mantener una conversación sobre los acontecimientos que se están precipitando, y entre silencios y miradas incómodas sólo atienden a reafirmar la locura de Chris. [Alerta spoiler]. Mención especial para la fraternidad que se establece casi al final del relato, mientras ambos beben y se cuentan aventuras pasadas, tratando de averiguar esa oscura premisa que planea hasta la actualidad: qué les pasa a las mujeres. Y los dos dan por hecho que el deseo real de Chris se basa en lo carnal y, por tanto, resuelven que lo mejor sería que Dick sucumbiera a ese deseo teniendo relaciones sexuales con ella. Sin embargo, en esa primera aproximación observamos a una Chris que pone fin a ese viaje iniciático de aceptación y estalla en cólera por la incomprensión de los dos hombres.
Como muchas deseábamos, [continúa el spoiler] hay una segunda tentativa de consumar el deseo, pero esta vez es ella la que toma la iniciativa de enfrentarse a sus sentimientos, con una maravillosa y humorística metáfora del resurgir a través del agua en la que es ayudada por sus abortos en forma de hombres fornidos. ¿Es Dick, o es su deseo mermado? ¿Es su necesidad de demostrar que todavía tiene una oportunidad de crear algo importante? En esos momentos Chris descubre el lado más humano y vulnerable de Dick, al tiempo que comienza el proceso de desmitificación: un bote de laxantes en el baño y la constatación de que necesita ayuda para realizar sus obras, sitúan al semidiós cerca de lo terrenal. Y entonces se produce el culmen y desenlace de la historia que nos negamos a destripar, un final épico que la convierte en una diosa de la inmundicia, y por el que jamás estaremos lo suficientemente agradecidas a las creadoras de la serie.
Chris no está sola en el desarrollo de esta distorsionada historia de amor y búsqueda, la acompañan otros personajes que vale la pena citar. La subversiva Toby, artista prodigio que desde su juventud se embarca en una carrera artística en donde el porno duro es el hilo conductor; la lugareña Devon, que se mueve por impulsos creativos, inspirada por el paisaje que la rodea; la comprometida Paula, que desde la sombra vela por la buena gestión del centro de arte y sueña con rodearse de artistas mujeres que tanto tienen que decir: Kara Walker, Laura Aguilar, Mickalene Thomas, Eva Hesse o Zoë Buckman son algunas de ellas. Además, a lo largo de toda la serie, se introducen fragmentos de piezas artísticas realizadas en su mayoría por mujeres o personas de la escena queer, generando una especie de mapa de parte del arte contemporáneo entre las que cabe mencionar la pieza de Maya Deren, que corona el último episodio y funde a la protagonista en una simbiosis cuando ella misma es la que emerge del agua como símbolo de purificación.
En el quinto episodio, punto de inflexión en la narración, en el que los personajes femeninos hablan a cámara, el deseo por Dick se expande y éste pasa a simbolizar tanto un modelo a seguir como a superar: “Querido Dick, ¿qué pasaría si todas empezásemos a escribirte cartas?”. Nos cuentan su despertar sexual, sus amores, la identificación con su género, su idolatría hacia ese “pollón de acero y cemento” y cómo todas, de alguna forma, han estado marcadas por esa figura masculina global. Para, por medio de alegatos visual-literarios, actos de creación, lograr expulsar demonios que confluyen en una contundente frase final: “Dick, estamos a la vuelta de la esquina”. De esta forma, el cowboy se va transformando en un ente abstracto, modelable, que asiste a las diferentes necesidades de cada personaje.
Al final, Sylvère también siente la necesidad de escribir a ese Dick fantasma la auténtica carta de amor de esta historia. Como dice, quizá todo estribe en “el deseo de dramatizar la vida un poco”, o lo que es lo mismo, perseguir anhelos y aventuras, mirar y atreverse a mirarse en un mundo que ha anulado los deseos y las perversiones femeninas. Porque, aunque la temporada cierra augurando que The Present Is Female, el discurso feminista en esta serie recorre terrenos pantanosos y habitualmente obscenos y esa es su grandeza –os invitamos a comprobarlo si es que todavía no habéis sucumbido al descaro de Kraus/Solloway/Gubbins–. Las chicas no son buenas, ni especialmente comprometidas, no buscan estigmatizar al macho, pero se saben ahogadas por el patriarcado. No hay luchas hacia fuera sino hacia dentro para cambiar las reglas. ¿Sabes, Dick –todos ellos–, “lo destrozada que estaba antes de conocerte”?
Estimado lector, estimada lectora. Nos gustaría despedirnos recordando por un lado que el mundo sería extremadamente aburrido sin personajes, y sin personas, como Chris Kraus, que tiene la deferencia de dejar la última carta en blanco. Y, por otro lado, quisiéramos declararnos huérfanas tras el anuncio de la cancelación de la segunda temporada sin mucha explicación. Sólo nos queda trazar en nuestra imaginación a dónde le llevaron sus pasos. Seguro que, aterrizara donde aterrizase, apostaría por rebelarse, aun sabiendo que las mujeres, como sujetos activos del entramado artístico, son miradas con lupa. No se trata de abrir huecos y colarse, ni de tratar el arte hecho por mujeres de forma aislada, sino de ocupar los mismos espacios. ¡Basta ya de hablar de un arte femenino! Quizá la clave de este pensamiento lo dé el personaje de Toby, cuando después de presentar en la academia su trabajo en Historia del arte sobre videos de gaping (varios hombres penetran analmente a una mujer y luego pegan celo para medir el orificio), recibe la sugerencia de pasarse a la especialidad de Estudios de género.
En definitiva, I love Dick es una pieza audiovisual que dinamita las estructuras sociales cimentadas sobre preceptos de la masculinidad dominante en la que las mujeres somos tanto víctimas como cómplices. A lo mejor, nuestro papel debe pasar de la mera reivindicación a la acción en modo espejo: enseñarle al patriarcado que también sabemos ser incómodas, fracasadas y grotescas. Celebrando actitudes que hasta ahora nos eran censuradas.
I love Dick
Género: Comedia, Romance
Año: 2016-2017
Creadoras: Joey Solloway y Sarah Gubbins
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Raquel Baixauli / Esther González Gea
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