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Alternativas

La ecología popular en el horizonte anticapitalista

La izquierda está atrapada entre el capitalismo verde y el productivismo irracional. Por eso nos hemos lanzado a proponer una vía propia, en la que la clase trabajadora sea la protagonista del cambio: el ecosocialismo

German Pérez / Alba G. Ferrín 5/07/2021

<p>Barco abandonado en la antigua ciudad portuaria de Moynaq, en el extinto Mar de Aral.</p>

Barco abandonado en la antigua ciudad portuaria de Moynaq, en el extinto Mar de Aral.

Arian Zwegers

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Hasta hace relativamente poco tiempo, la enemistad entre el mundo del trabajo y el ecologismo era la norma. Los trabajadores asalariados, depositarios desde el siglo XIX de la lucha de clases, veían con desconfianza un ecologismo cuya consecuencia más inmediata para ellos parecía ser el cierre de empresas contaminantes, y por lo tanto, la pérdida de sus trabajos. A su vez, el ecologismo mayoritario tenía a los trabajadores por personas que solo se preocupaban por lo inmediato de sus empleos, sin reparar en la catástrofe ecológica en ciernes. A su manera, ambos movimientos dificultaban la comprensión mutua necesaria para combatir al enemigo común: el capitalismo. 

Por un lado, el movimiento obrero no había prestado la suficiente atención a la ecología, por diversas razones. La experiencia de la URSS no logró ofrecer un modelo de desarrollo económico e industrial cualitativamente diferente al del capitalista en el terreno ecológico. A pesar de los grandes avances producidos por la revolución de 1917, la cuestión ecológica nunca estuvo en el centro del debate soviético. En parte, esto es comprensible por razones de contexto histórico, pero hay más razones políticas. Atrapados entre las presiones externas, el burocratismo estalinista y la ideología industrial-desarrollista que consideraba la naturaleza como algo “aparte” de las sociedades, el mal llamado socialismo real fue incapaz de proponer una vía que combinase la modernización del país con una democracia económica y ecológica. A su vez, la parte del movimiento obrero cooptada por el capitalismo (la socialdemocracia) siguió las distintas fases de posicionamiento del establishment con respecto a la crisis ecosocial: desde la negación en los años 60-70 hasta el “consenso verde” que vemos hoy en día, falsa solución de todos nuestros problemas

Desde una posición marxista, el trabajo es el proceso que regula la relación de la sociedad con la naturaleza. Cualquier ecologismo debe considerarlo como un pilar central

Por otro lado, el ecologismo no había trabajado lo suficiente la cuestión del trabajo. Desde una posición marxista, el trabajo es el proceso que regula la relación de la sociedad con la naturaleza. Por lo tanto, cualquier ecologismo debe considerarlo como un pilar central de su propuesta política. El logro de una sociedad humana justa adaptada a los límites biofísicos del planeta solo se alcanzará, entre otras cosas, a través de una reorganización total de todos los trabajos –productivos y reproductivos.

En los últimos tiempos, estamos viendo el acercamiento de estos dos movimientos, especialmente porque parte de los trabajadores empleados en empresas contaminantes comienzan a ver que realmente sus sectores de actividad no tienen mucho futuro. El ejemplo más claro es la automoción. Recientemente, la fábrica de Mercedes en Vitoria se veía obligada a parar debido a la falta de semiconductores, derivada de la escasez de agua en Taiwán. Otro ejemplo son los trabajadores de Nissan, que adquirieron conciencia de que para que sus empleos continuaran a medio-largo plazo tenían que producir otras cosas y de otra manera. Y para conseguir ese cambio tienen que buscar aliados y respuestas para las muchas crisis que atraviesa el capitalismo.  

Frente a esto, algunos consideran que el ecologismo es una desviación pequeñoburguesa o algo que solo atañe a las multinacionales. No hay nada más material que la vida en el planeta, pero cierta izquierda con pretensiones “obrerista” se empeña en ignorar dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, que la destrucción del planeta afecta antes a la clase trabajadora, ya que los ricos están haciendo lo posible por librarse como clase de los efectos del cambio climático. En segundo lugar, que como internacionalistas debemos ser conscientes de que nuestra clase es una clase internacional, racializada y feminizada, y que por lo tanto debemos tener una visión de conjunto para nuestra clase, y no para una fracción de ella. Estas visiones nacional-desarrollistas en el fondo no defienden más que una alianza entre una pequeña fracción de la clase obrera con su clase capitalista nacional, con las excusas de la soberanía nacional y la reindustrialización del país. Un proyecto que deja fuera a la gran mayoría de la clase obrera tiene poco de socialista y renuncia a explorar la potencia fundamental de la clase trabajadora: cambiar la sociedad sin excluir a nadie, exceptuando a la minoría capitalista. Ni que decir tiene que esto no se ajusta al principio marxista de analizar la realidad tal y como es, ni ahora ni hace 200 años.  La cuestión ecosocial, por otro lado, es un problema que podríamos definir como “hegemónico”. Existe para todas las clases y la cuestión decisiva es cómo va a resolverse. La clase capitalista apuesta por una salida que aumente la desigualdad y que externalice los costes de la catástrofe ecológica en los países pobres y en las clases subalternas de todos los países. Es necesario, por tanto, una propuesta desde el punto de vista de la clase trabajadora. Al fin y al cabo, la mejor tradición socialista proponía soluciones universales a los problemas comunes: lo que diferencia al socialismo es “quién” porta esa solución. Por lo tanto, nuestra apuesta para resolver el problema ecológico pasa por conformar un bloque de clase, capaz de liderar una transición justa y democrática.

En el resto del capítulo defenderemos, basándonos en diversos autores ecosocialistas, el potencial del ecologismo para la comprensión del capitalismo del siglo XXI. Porque sin entender a tu enemigo no puedes conjurar estrategias para derrotarlo. 

Las falsas dicotomías del capital

Hablar de ecologismo es hablar de un elemento fundamental para entender una parte importante de las crisis que se están viviendo en los últimos siglos. Es una tarea del anticapitalismo articular un programa desde el ecologismo, capaz de dar pistas sobre cómo dirigirnos a nuevos horizontes sociales y económicos. 

Lo que se está viviendo no se puede tildar, únicamente, de crisis ecológica. Las repercusiones medioambientales que se sufren en el día a día son sólo otra cara más de una crisis ecosocial creciente que afecta en mayor medida a las clases trabajadoras y al Sur Global. Una crisis ecosocial que va de la mano de un capitalismo reventado que retroalimenta su propia decadencia.

No es ninguna desfachatez decir que el ecologismo, en esencia y de manera radical, tiene un fuerte potencial anticapitalista. Para explicar esto, hay que entender la relación que se establece entre la naturaleza y el ser humano en términos marxistas: hablar de sociedad bajo el capitalismo (entendida como relaciones sociales de producción) es hablar de diferenciación y establecimiento de una relación determinada con la naturaleza restante. La faceta humana natural establece al resto como dos caras de una misma moneda: en un primer lugar, como medio de obtención de recursos. En segundo lugar, como ámbito de desarrollo de la propia vida. Debido a estos dos sistemas, se puede hablar de una relación metabólica entre naturaleza humana y no humana.

Al entender a la naturaleza no antropológica como una vía de desarrollo de la humana, a la vez que un campo de medio vital de obtención de recursos, se entiende la posibilidad de que la actividad del medio humano traspase los límites biofísicos de la naturaleza, creando lo que Bellamy Foster denomina “fractura metabólica”.

El capitalismo, en su afán expansionista y de acumulación de capital inherente a su estructura, ha reventado (o está en el proceso de hacerlo, según los más optimistas) esta relación: ha creado una fractura metabólica entre la naturaleza humana y la no antropológica sin precedentes. El desequilibro de esta relación es una pieza fundamental para entender la crisis ecosocial actual.

Si se quiere profundizar, sin embargo, hay que ir un poco más allá. ¿Por qué hablar de ecologismo como análisis anticapitalista a la hora de entender las crisis que se están viviendo? Para simplificar lo explicado anteriormente, quizás sea mejor remitirse a Fraser en Los climas del capital: entender el capitalismo es explorarlo como algo más que un sistema económico, es un régimen social basado en una doble cara compuesta por las actividades económicas (productivas y remuneradas) enfrentadas y extractivas de actividades no económicas (trabajos de reproducción social, extracciones naturales). El capitalismo se sostiene sobre unas bases antiecológicas, coloniales y antirreproductivas: la oposición entre económico y no económico es muy similar a la oposición cultura y naturaleza que se describe en el argumentario ecofeminista y anticolonialista tradicional.

El capital explota para su beneficio aquello que lo sustenta. La esfera no económica es la que da la base al capitalismo: el trabajo de cuidados y de reproducción social, normalmente no remunerado, la sobre-explotación de tierras a manos privadas… son acciones legitimadas mediante el sistema económico capitalista. Este busca la creación artificial y deliberada de una distinción ontológica entre la naturaleza humana y no humana, entre lo económico y no económico para no asignar a esta segunda categoría un valor determinado, promoviendo su extracción y explotación sin límites.

El capitalismo se basa en la destrucción de lo que sustenta al sistema para generar valor y financiarización, buscando el beneficio económico y la acumulación de capital constante. Son estas características, inherentes y estructurales del capitalismo, las que nos ayudan a entender el potencial anticapitalista de un ecologismo radical y popular. Romper estas lógicas, buscando minimizar el desequilibrio entre la sociedad y la naturaleza, puede suponer una primera base de organización, respuesta y delimitación de horizontes anticapitalistas.

Salir del productivismo socialista, imaginar otro futuro

Otro de los potenciales de la introducción del ecologismo en la teoría marxista es que nos ayuda a profundizar en los errores cometidos por sociedades postcapitalistas, como aquellas del socialismo real. 

Pese a que la ecología soviética floreció durante los años veinte, aunque incipientemente y sin llegar a desarrollarse ni a formar parte de los ejes programáticos de la revolución, con la llegada de Stalin al poder se dió un giro de 180 grados en la política económica de la URSS, que a partir de entonces buscó transformar la naturaleza con fines productivistas con la adopción del giro brusco y burocrático hacia la industrialización desde arriba. De nada sirvieron las advertencias de Engels de que a la naturaleza no se la puede dominar. Siguiendo su estela, Jorge Riechmann afirma que lo único que se puede dominar es la relación entre la naturaleza y la humanidad. Dominar la dominación. 


Podemos afirmar que el socialismo real profundizó la fractura metabólica entre la sociedad y la naturaleza. Como afirma Ian Angus, algunas de las peores pesadillas ecológicas del siglo XX ocurrieron en estos países, como la catástrofe de Chernóbil o la desaparición del Mar de Aral. Cayeron en el error de que el socialismo significa producir de manera similar al capitalismo, pero mejor, desatando las fuerzas productivas para que la humanidad pueda vivir en abundancia gracias a una naturaleza que nos proveerá de todo lo que necesitemos. 

A día de hoy, en un mundo cuyas reservas de materiales se agotan, cuya cantidad de CO2 en el aire sobrepasa por mucho lo recomendable, sabemos que nuestra propuesta no puede pasar por ahí. Una sociedad postcapitalista no sólo deberá hacer las cosas mejor que el capitalismo, sino que las tendrá que hacer de forma diferente. El anticapitalismo debe escuchar a la ecología, para no repetir el pasado ni caer en absurdas adoraciones de ídolos –hay quienes se pasean con retratos de Stalin por las manifestaciones, allá ellos. Nos hace falta una propuesta que combine la mejor tradición del marxismo heterodoxo con el ecologismo radical, aquel que sabe que no existe la posibilidad de frenar la catástrofe ecológica dentro del capitalismo. Eso significa proponer una planificación económica y democrática, vinculada a los desarrollos territoriales reales. Por ejemplo, lejos de hablar de reindustrialización en abstracto, poner encima de la mesa la necesidad de que la sociedad planifique su producción industrial con criterios ecológicos y sociales (transporte, que producir, poner ejemplos, etc). Esta política ecosocialista requiere del protagonismo y de la organización de la clase obrera, del fortalecimiento de su poder social, para poder iniciar una transición ecológica que no deje a nadie atrás. Somos conscientes de que a día de hoy, la izquierda está atrapada entre el capitalismo verde y el productivismo irracional. Por eso, nos hemos lanzado a proponer una vía propia, en la que la clase trabajadora sea la protagonista del cambio de modelo que necesita la humanidad para sobrevivir en el planeta. A esa vía le hemos llamado ecosocialismo.

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German Pérez y Alba G. Ferrín son militantes de Anticapitalistas.

Hasta hace relativamente poco tiempo, la enemistad entre el mundo del trabajo y el ecologismo era la norma. Los trabajadores asalariados, depositarios desde el siglo XIX de la lucha de clases, veían con desconfianza un ecologismo cuya consecuencia más inmediata para ellos parecía ser el cierre de empresas...

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German Pérez / Alba G. Ferrín

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