NI POSMOS NI ROJIPARDOS (y V)
Nostalgias de la patria, olvidos imperiales
Hay que volver a soñar con derribar las fronteras y con la unión de las trabajadoras y trabajadores de los pueblos libres. Si no es con esos objetivos, ¿para qué ser de izquierda?
Josefina L. Martínez 21/08/2021
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Quinto y último artículo de la serie “Ni posmos ni rojipardos. Marxismo, feminismo y diversidad”. Concluye aquí este cuaderno de verano en el que se han apuntado algunas ideas sobre la relación entre clase obrera, antirracismo, movimiento feminista y LGTB. En esta entrega se aborda el retorno al sueño de la patria grande de cierta izquierda con valores de derechas y la ensoñación europeísta de cierta izquierda que olvida la realidad de una Europa fortaleza, con cárceles para extranjeros y multinacionales que expolian el planeta entero.
La crisis del neoliberalismo estimuló el debate soberanista, por derecha y por izquierda. Así, mientras las fuerzas de extrema derecha traducen a cada idioma una misma sintonía –America great again, Choisir la France, España, ¡una, grande y libre!–, la izquierda soberanista replica los mismos temas bajo el prisma de una resistencia “nacional y popular” a la globalización.
La nueva izquierda con valores de derecha –¡vaya oxímoron! – retorna al sueño de la patria grande frente a lo que se percibe como una pérdida de poderes soberanos de los Estados europeos en favor de Bruselas y los mercados financieros. Y, en este marco, todo lo “extranjero” aparece como peligro, una amenaza personificada en los menores migrantes, en el idioma catalán o en los debates sobre el antirracismo. Pero en este retorno hay un olvido –una omisión cínica–: esta patria rojigualda fue construida sobre las ruinas del expolio, sobre la sangre del esclavo y tiene aún olor a pólvora en las manos.
Desde el rincón contrario, responden las voces progresistas y europeístas. Si el peligro es el fascismo, dicen, renunciemos a pretender algo más que estas democracias blindadas. Dejemos en el pasado la indignación juvenil de las plazas, construyamos un gran frente democrático. Traguemos el mal menor, insisten, aunque se trate del viejo PSOE o de Macron. Y parece no importar que esta sea la Europa amurallada con vallas y concertinas, con ejércitos y cárceles para extranjeros, con multinacionales que arrasan el planeta mientras engullen ayudas millonarias pagadas con dinero público.
Dos postales en medio de un verano caliente. Primera nota: el Ministerio del Interior del gobierno más progresista de la historia ordena la expulsión de 800 menores migrantes hacia Marruecos. Rompe así toda la legalidad en materia de refugio internacional y convierte en política de Estado la agenda de la extrema derecha. El coro que había rezongado contra el cartel de Vox porque incitaba al odio contra los menores extranjeros mantiene vergonzoso silencio cuando esos niños y jóvenes reales son deportados bajo la guardia de ministros progresistas. El antifascismo de algunos tiene patas muy cortas.
Segunda nota: en sus redes sociales, Vox celebra los 500 años de la caída de Tenochtitlán ante el sanguinario Hernán Cortez y su régimen de la cruz y la espada. Pero este espíritu de orgullo imperial no es patrimonio solo de la extrema derecha. Javier Lamban, presidente de Aragón y dirigente del PSOE, festeja la hazaña de los conquistadores españolas que impusieron un genocidio en América como una empresa civilizatoria.
Fascismo e imperialismo
En la polémica entre europeístas y soberanistas lo que queda en el olvido es la cuestión antiimperialista
En los años treinta hubo un punto de inflexión en las posiciones de la izquierda sobre la cuestión del antifascismo y el antiimperialismo. Podemos rastrear allí los gérmenes de esta izquierda conservadora que hoy tuitea nostalgias del pasado. Cuanto la Komintern asumió la política de los Frentes Populares, eso implicaba también la búsqueda de alianzas con los imperialismos “democráticos”. El campo político se reorganizaba desde la polaridad entre “democracias” y “fascismo”, dejando de lado que las democracias occidentales eran, nada menos, que Estados imperialistas con posesiones coloniales. O que, en su interior, mantenían regímenes de apartheid contra la población negra, como en el caso de Estados Unidos. Esto sin mencionar la explotación y represión a su propia clase obrera. En su libro Marxismo Negro (Akal, 2020), Daniel Montañez Pico recupera uno de los momentos en que varios referentes del marxismo negro rompen con la Komintern por este motivo. En el mundo colonial de América Latina, Asia y África, aceptar aquella política significaba renunciar a la lucha antiimperialista, en función de una alianza con sus propios opresores. La política de los Frentes Populares selló también negativamente el destino de la Revolución española, o las luchas de la clase obrera en Francia.
¿Por qué es pertinente recuperar hoy estos debates? Porque en la polémica entre europeístas y soberanistas lo que queda en el olvido es la cuestión antiimperialista. Ni los que sueñan con volver a una España unida para todos los españoles, ni los que promueven una mayor integración con Bruselas señalan esta cuestión. Y en uno y otro campo niegan derechos tan elementales como un referéndum para decidir sobre la autodeterminación o el cese de las deportaciones, los CIES, las vallas y las concertinas.
Las empresas españolas aprovecharon el campo abierto por los planes del FMI que ahogaron las economías nacionales y condenaron a millones de personas a la pobreza extrema
Grandes empresas españolas como Telefónica, Repsol, BBVA, Santander, Inditex, Endesa o Iberdrola siguen teniendo una importante presencia en América Latina, generando beneficios extraordinarios en las últimas décadas. Y lejos de cumplir una función “civilizatoria”, esas posiciones se han basado en el expolio de recursos naturales, con graves consecuencias ambientales y sociales para la región. Desde finales de los años noventa, varios países latinoamericanos llevaron adelante privatizaciones de servicios estratégicos como la energía, las telecomunicaciones, el transporte, el agua, etc. Las empresas españolas aprovecharon el campo abierto por los planes de ajuste del FMI que ahogaron las economías nacionales y condenaron a millones de personas a la pobreza extrema. Un panorama no muy diferente al del norte de África, con una fuerte presencia de filiales españolas en Marruecos, Argelia o Túnez. La participación española en la OTAN y la presencia del Ejército español en misiones militares en el extranjero –en estos días no olvidamos la guerra y ocupación de Irak y Afganistán– refuerzan esa política de intervencionismo imperialista.
Los que hoy desde la izquierda pretenden recuperar un soberanismo trasnochado y se emocionan cuando sueñan con la bandera de España deberían recordar las valientes palabras de Karl Liebknecht: “El enemigo está en casa”. Frente a la carnicería de la Primera Guerra Mundial, levantó su voz para defender esa posición internacionalista que compartía con revolucionarios como Lenin, Trotsky y Luxemburgo.
A lo largo de esta serie se ha polemizado con el retorno conservador de cierta izquierda y con la resignación de otros a una resistencia efímera. Mucho queda por andar, y habrá novedades. Mientras tanto, urge rechazar ese nacionalismo cómplice con los opresores, tanto como los cantos de sirena de la Europa fortaleza. Volvamos a soñar con derribar las fronteras y con la unión de las trabajadoras y trabajadores de los pueblos libres. Si no es con esos objetivos, ¿para qué ser de izquierda?
Quinto y último artículo de la serie “Ni posmos ni rojipardos. Marxismo, feminismo y diversidad”. Concluye aquí este cuaderno de verano en el que se han apuntado algunas ideas sobre la relación entre clase obrera, antirracismo, movimiento feminista y LGTB. En esta entrega se aborda el...
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Josefina L. Martínez
Periodista. Autora de 'No somos esclavas' (2021)
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