ALMA COLCHONERA
Puñetera Champions. Bendita Champions
Atlético 0 - Oporto 0
Ennio Sotanaz 16/09/2021
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La Champions League es esa persona que te toca el corazón a pesar de lo mal que te trata. La que te mira con desdén y te cabrea como nadie, pero a la que no puedes dejar de intentar seducir. La que quieres que te mire bien, aunque sea simplemente para que luego seas tú el que tenga el volante de la soberbia. La que hace cuestionarte los cimientos sobre los que se construye tu propio sentido de la ética y que a la vez te enciende el orgullo. Ese lugar al que técnicamente detestas y al que, por lo que sea, no puedes dejar de querer acudir. Puñetera Champions. Bendita Champions.
El Atleti no ha debutado bien en este curso continental. Y no me refiero sólo al resultado. La sensación de euforia que uno sentía cuando narraban la alineación desde la megafonía se transformó en sudor frío según fueron transcurriendo los minutos. Aquello, lo que ocurría en el campo, era diferente a las cuentas que unos y otros hacemos en la cabeza. Aquello era una versión de ese fútbol contemporáneo que hace ya años que camina por otros derroteros. Uno que cada vez se aleja más de la individualidad deslumbrante de los vendedores de camisetas y que se acerca a toda velocidad hacia los postulados del oficio, la preparación física y la competición en equipo. El Atleti que se enfrentó al Oporto en el primer partido de la Champions League pareció ese quarterback de película americana que derrocha personalidad en el instituto y que luego se agobia en la universidad. Aunque estoy convencido de que el Atleti no es ese quarterback.
Del juego que practicaron los dos equipos se puede decir poco, porque apenas hubo. La sensación inicial, esos cinco o diez minutos en los que el equipo de Simeone fue capaz de mover el balón, fue buena, pero duró poco. Lo que tardó el equipo portugués en hacerse fiel a su propio guion. Consciente de donde estaba y de quienes eran, decidieron plantear un partido sin ritmo, áspero y en el que se pudiese jugar lo justo. Y lo consiguieron. El equipo madrileño, como un bebé al que se le chantajea con el envoltorio de un caramelo, cayó en esa trampa con la inocencia de un principiante. Y esa es para mí la peor lectura que saco del partido. Lo inquietante que resulta que un equipo plagado de jugadores con minutos de competición en la elite acabase adoptando la forma de un recién llegado.
Con ese panorama, la primera parte fue un ejercicio de frustración. Incapaces de orillar el planteamiento defensivo luso a base de fútbol, los rojiblancos se subieron al tren de la precipitación, que suele ser mala compañera de viaje. Mientras los portugueses rompían (por las buenas o por las malas) cualquier posibilidad de continuidad en el juego, los madrileños se topaban con su incapacidad para caminar sobre el cemento. Liderados por un Pepe que, más allá de su aporte deportivo, sigue pareciéndome un personaje extremadamente tóxico, consiguieron descentrar al público (demasiado sobre excitado) y al rival. Y les salió bien, porque suya fue la mejor ocasión. El enésimo balón perdido en la zona roja provocó un contraataque que tuvo que salvar Kondogbia, seguramente el mejor jugador del partido, jugándose el penalti.
Fiel a su plan, el Oporto saltó al campo cinco minutos después de lo que le correspondía. Y, siguiendo la misma línea, consiguieron también que no se jugase al fútbol durante los diez minutos siguientes. Algunos llaman a eso oficio. Simeone decidió entonces hacer una de esas revoluciones tan de moda últimamente. Puso a tres jugadores nuevos y pasó a jugar con línea de cuatro en defensa. El cambio tuvo un pequeño tramo de esperanza que, sin embargo, no se tradujo en ocasiones. Se notaron las incorporaciones de un Lodi que llama a las puertas de la titularidad y de un Griezmann cuya pitada me pareció bastante más anecdótica de lo que nos cuentan los vendedores de ilusión. El francés hizo poco, pero lo poco que hizo lo hizo bien. Si quitamos los fuegos artificiales, lo que queda es seguramente un excelente jugador.
Pero no sirvió de mucho. Al Oporto le bastó apretar un poco más las filas y subir un pelín la altura de las patadas para congelar el ejercicio de voluntad de su rival. Un rival que no podía ocultar su desesperación y que acumulaba errores de bulto. El más evidente fue el de Felipe, que se puso a regatear en el centro del campo con todo el equipo delante de él. Algo que no se puede hacer en la liga municipal y tampoco en un partido de Champions. Tuvo la mala fortuna de hacerlo, además, en el peor momento (el Atleti estaba volcado) y de volver a errar en su intento de enmienda. Simeone lo crucificó sustituyéndolo por un inane Herrera y colocando a Kondogbia de central. Mal augurio para el central brasileño.
El partido terminó con el ¡‘uy’! de la grada, tras una falta botada por Luis Suárez, que salió rozando el larguero, pero la realidad era otra. Cuando uno dejaba decantar la adrenalina, lo que veía era que las mejores oportunidades habían sido del equipo portugués. Un poste, tras un centro envenenado desde la derecha, y un gol anulado por una mano que el que esto escribe fue incapaz de ver en directo desde la grada.
Calma y reflexión. No queda otra. La plantilla es buena, pero no está bien. El fútbol es un deporte de equipo y el Atlético de Madrid está a la búsqueda de encontrar su mejor versión. Especialmente si lo que pretende es competir en ese lugar sin espacio para los experimentos o las lágrimas que es la Champions League. Queda mucho y todavía no ha ocurrido nada. Lo mejor sería caminar por el suelo y olvidarse de las etiquetas tramposas. Competir, en definitiva, que es lo que mejor se le ha dado siempre a los equipos de Simeone.
La Champions League es esa persona que te toca el corazón a pesar de lo mal que te trata. La que te mira con desdén y te cabrea como nadie, pero a la que no puedes dejar de intentar seducir. La que quieres que te mire bien, aunque sea simplemente para que luego seas tú el que tenga el volante de la soberbia. La...
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