ALMA COLCHONERA
The Waterboys
Griezmann es el violinista que Simeone quería para su disco. Uno que conoce como si fuese suyo. Uno que prácticamente no necesita partitura, ni reprimendas, ni dirección. Uno que cree en el proyecto
Ennio Sotanaz 1/09/2021
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En una entrevista de hace años, a Mike Scott, líder de The Waterboys, le preguntaron por la forma con la que había gestionado a los integrantes de su grupo. Lejos de ser ese espacio democrático de creación que muchas veces creemos ver en las agrupaciones musicales, la formación británica fue siempre el proyecto personal del músico escocés y nunca se molestó en disimularlo. El periodista quería indagar sobre las entradas y salidas que se habían sucedido a lo largo de los años, algunas de ellas muy controvertidas, y los efectos que podían haber tenido en la convivencia diaria o en las relaciones personales. La respuesta de Mike Scott fue tan contundente que se me quedó grabada en el cerebro. De hecho, es lo primero que he recordado esta mañana cuando me he topado con ese cataclismo que ha desencadenado el último día del periodo de fichajes: la música está siempre por encima de la amistad.
Tengo la sensación de que Simeone ve el mundo del fútbol, y más concretamente al Atlético de Madrid, como Mike Scott veía a sus Waterboys. El argentino necesita hacer el equipo más fuerte posible y de la forma que pueda. Esa idea queda siempre por encima de todas las demás. El mejor disco necesita el mejor sonido posible, lo traiga quien lo traiga. Y uno podrá estar de acuerdo (o no) con una visión tan fundamentalista de su profesión, pero lo que es indiscutible es que ahí están los discos de uno y las temporadas del otro.
Desde el punto de vista del aficionado colchonero, creo que va a ser difícil olvidar rápidamente la colección de desprecios que Antoine Griezmann regaló al Atlético de Madrid hace menos de dos años. Es muy difícil que un colectivo tan particular como el rojiblanco, construido a base de elementos intangibles y que se aferra a los sentimientos como parte esencial de su identidad, sea ahora capaz de centrarse exclusivamente en los aspectos profesionales de una operación, por muy beneficiosos que sean. Pero es verdad también que Griezmann es el violinista que Simeone quería para su disco. Uno que conoce como si fuese suyo. Uno que prácticamente no necesita partitura, ni reprimendas y ni dirección. Uno que cree en el proyecto. Uno que, si vuelve al lugar en el que una vez fue feliz, resultaría ser uno de los mejores violinistas del mundo.
Pero el francés debería ser consciente también del equipo al que llega, que no es uno cualquiera. Si ha entendido algo de todo esto sabrá que necesita primero pedir perdón y después ser perdonado. Y que no será sencillo. Cualquier humano dolido necesita tiempo para digerir el duelo y cada duelo es además diferente. Algunos se curarán pronto y otros no se curarán nunca. Todos valen. Mientras tanto, eso sí, sería bueno recordar también al aficionado colchonero que Griezmann va a jugar ahora con la camiseta del Atlético de Madrid y que no conviene pitar a esa camiseta.
Y en el proceso, resulta que se ha marchado un pedacito del Atleti. Guste o no, es así, porque la salida de un futbolista como Saúl no es una salida cualquiera. Más allá de la empatía personal que pueda generar el ilicitano (y especialmente su entorno), Saúl ha dado todo lo que tenía por el Club en el que llevaba jugando media vida. Ha estado sobre el césped lesionado, fuera de posición, fuera de forma, ha jugado bien y ha jugado mal. Lo que nunca hemos visto es menospreciar el escudo que defendía o guardarse algo para después. Todo lo contrario, en realidad.
En la entrevista que ya de madrugada le hizo Ibai Llanos –que no será periodista, pero que dejó muchas más lecturas interesantes que las que últimamente encuentro en los espacios formalmente periodísticos–, lo que vi fue a un muchacho nervioso e ilusionado por jugar en el Chelsea. Un jugador frustrado por su situación deportiva y convencido de necesitar un nuevo libreto. Por mucho que duela, estando o no de acuerdo, me parece lícito. Personalmente creo que si Saúl no ha jugado en su posición natural es porque no ha estado a la altura de las circunstancias para poder hacerlo. Ya saben, Simeone quiere siempre al mejor violinista. Eso sí, también creo que el hecho de que acabase formando parte del equipo en otras posiciones, lejos de ser un desprecio, era prueba inequívoca de que el futbolista formaba parte de la guardia pretoriana de su entrenador. El tiempo dirá si acierta o se equivoca, pero no creo que su decisión merezca el más mínimo reproche.
Se acaba por fin esa pesadilla mediática llamada: periodo de fichajes. Una particularmente insoportable, centrada en una idealización de la realidad repetida en bucle y alimentada a diario con hipérboles, histrionismo y estupidez. Una en la que creo que quedan muy retratados los profesionales del sector. En este mundo contemporáneo en el que los conceptos de información, opinión y entretenimiento se mezclan de forma tan peligrosa, creo que el debate no debería ser el título universitario o la legitimidad formal del creador del producto, sino el producto en sí. La línea de bajo de “The Whole of the Moon”, seguramente la canción más famosa de The Waterboys, resulta que no está tocada con un bajo de verdad. La grabó Karl Wallinger con un sintetizador de los años 80. ¿Y a quién le importa?
En una entrevista de hace años, a Mike Scott, líder de The Waterboys, le preguntaron por la forma con la que había gestionado a los integrantes de su grupo. Lejos de ser ese espacio democrático de creación que muchas veces creemos ver en las agrupaciones musicales, la formación británica fue siempre el proyecto...
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