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Yo no sé si Kylian Mbappé terminará o no jugando esta temporada en el Real Madrid. Lo que sí tengo claro es que Florentino Pérez está viviendo su verano más loco y salvaje, aquel que algunos nos conformábamos con imaginar en las bochornosas noches de Benidorm, rodeados de ingleses descalzos y de miradas torvas engulliendo grasientos trozos de pizza a las siete de la mañana, que a uno directamente se le quitaban las ganas de desayunar al visionar tal espectáculo.
El verano del presidente del Real Madrid empezó en primavera, los héroes pueden cambiar de estación a su antojo. Entonces Florentino se erigió en una suerte de Amadís de Gaula que, montando un oscuro corcel y enristrando una temible lanza, se lanzó sin miedo a combatir las hordas de infieles que amenazaban el futuro del fútbol mundial. La solución era (sigue siendo, al parecer), la Superliga, un invento para que unos pocos, los que creen sostener la industria, puedan también manejar las ganancias. La salvación para todos los demás vendría por una especie de remanente, calderilla sobrante que cada año les darían a los clubes plebeyos que en ningún caso podrían acceder a esa nueva competición. En resumidas cuentas, el fútbol estaba en las últimas y no era ninguna broma.
Todo eso fracasó porque todos menos Real Madrid, Barça y Juventus huyeron despavoridos al comprobar que a la gente (a la de otros lugares, porque aquí las revoluciones siempre se hacen en Twitter) la idea de que le jodieran el fútbol no le hacía excesiva gracia.
Pasó el tiempo y llegaron los famosos audios publicados por El Confidencial. Esos documentos que amenizaron cientos de grupos de whatsapp dejaban entrever un modo sibilino –envuelto en palabras gruesas– de orientar medios, periodistas y, en último lugar, opiniones, hacia los intereses propios. Tras unas semanas y una buena colección de memes, a nadie le importó demasiado todo este asunto. Es más, entre la masa social merengue la figura de su presidente salió reforzada. “Ha dicho lo que todos pensamos, y encima le han grabado sin su consentimiento”. Que después el máximo dirigente utilizara la cuenta oficial del Real Madrid para solventar sus cuitas personales fue algo tan normal como que te sirvan un café hirviendo cuando lo has pedido templado.
Más tarde pasó lo de Messi y asistimos a un episodio aún más lisérgico que los que se cuentan en las canciones de Ángel Stanich. Se empezó a hablar de un extraño acercamiento entre Laporta, el CEO del Barça, Ferran Reverter, y el propio Florentino, que habría desembocado, en primer lugar, en la negativa de ambos clubes a firmar con el fondo CVC y después –¡mátame camión!– en la salida de Leo Messi del Barça. Para muchos madridistas, entonces, su presidente había mutado en inteligente y sagaz villano.
Y faltaba, claro, la traca final. Ahora, después de habernos vaticinado el apocalipsis del balompié planetario en más de una ocasión, Florentino Pérez se deja de disfraces, anuda su corbata y se coloca sus gafillas de contable para hacer lo que lleva tantos años sin hacer, intentar fichar a un galáctico. Y el respetable se pone en pie, se alboroza, se entrega a su presidente.
Yo no pretendo juzgar a los socios y aficionados madridistas, entre los que tengo algún amigo. Simplemente me sorprende que a este hombre se le perdone sistemáticamente todo, que no solo se le perdone, sino que cada traspié termine enalteciendo su figura: la Superliga, los audios, la inédita alianza con su máximo rival, la ausencia de fichajes de relumbrón durante años, la salida de Cristiano, la marcha de Ramos… Sus decisiones nunca son cuestionadas, solo aplaudidas.
Pensaba, al empezar a escribir este artículo, que solo había una cosa que la afición blanca podría no perdonarle a su presidente: que intentase fichar a Kylian Mbappé y fracasara, que de alguna manera hiciera brotar la ilusión en el pecho de los socios para luego dejarlos sin nada. Pero no, estoy equivocado: si el crack no viene este verano se lo perdonarán, ya llegará el siguiente o no llegará nunca, qué más da. La estrella en el Real Madrid es su presidente, no los jugadores.
Por cierto, lo de que el club que aglutina los salarios más altos del planeta sin preocuparse en exceso por ese etéreo fair play financiero que sobrevuela París de forma silenciosa se indigne porque recibe una oferta a siete días de que finalice el mercado me parece más bien de coña. Este fútbol de alto standing no hay quien lo comprenda.
Yo no sé si Kylian Mbappé terminará o no jugando esta temporada en el Real Madrid. Lo que sí tengo claro es que Florentino Pérez está viviendo su verano más loco y salvaje, aquel que algunos nos conformábamos con imaginar en las bochornosas noches de Benidorm, rodeados de ingleses descalzos y de miradas torvas...
Autor >
Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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