CRÓNICAS HIPERBÓREAS
Exaltación del ombligo
Para qué te vas a gastar el dinero en delegaciones y corresponsales en sitios donde pueden pasar cosas o no, con lo fácil que es ponerle delante un micrófono a quien hay que ponérselo y después jalear el resultado con los palmeros habituales
Xosé Manuel Pereiro 17/09/2021
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Han pasado días y todavía no me he repuesto de ver en la portada de uno de esos diarios llamados nacionales el titular “La falsa agresión homófoba deja en evidencia al Gobierno”. A estas alturas ya no me sorprende que un medio con un pasado serio titule con opiniones o conjeturas. Cada cual es libre de candidatarse al premio Gorro de Papel de Plata 2021 que alguien debería instituir. Pero hacerlo en primera a cuatro columnas (la quinta se salva porque hay que dedicarla a asuntos menores) me parece sinceramente un desatino. De hecho, siento discrepar de todos los grandes profesionales que han decidido darle tamaña cobertura al suceso. En mi opinión, tanto el tratamiento del asunto como su posterior desmentido han sido desmesurados. Y que el Malasaña affaire haya sido objeto de litigio en el Congreso de los Diputados y de rifirrafe político se debe sin duda a que sus señorías siguen confundiendo la opinión pública con la opinión publicada. O a que con algo se tienen que entretener para no hablar de que se han codeado y protegido a un jefe de Estado con menos altura moral que Tony Soprano, o de que nadie plantee una opción viable ante el saqueo alevoso de las eléctricas.
El tratamiento, repito, me parece desmedido y ombliguista, y no porque lo que no pasó, pero todos vimos plausible que hubiese pasado, no fuese grave. Al revés, me lo parece porque precisamente las agresiones homófobas no son, por desgracia, un hecho aislado. Que las hay, y que van en aumento, no es opinable, ni desdeñable. Seguro que es un fenómeno multicausal, pero para mí, fundamentalmente, se debe a que algunos están soltando los perros, los interiores que muchos tenían ocultos y que ahora lucen orgullosamente sin correa. Que un grupo de chavales agreda en un parque de Vitoria a una niña porque llevaba una bolsa con la bandera arcoíris no tiene mucha más explicación que la de que los niños hacen lo que oyen o ven en casa.
Lo que me parece un despropósito –insisto– es que unas se amplifiquen hasta la sobredosis, y sobre otras se pase de puntillas. La pasada semana, en O Carballiño (Ourense), un chaval de 13 años golpeó en la cabeza con una pata de cabra a una amiga de la infancia, de 12, y después la tiró por el balcón en su casa, o quizás se arrojó ella para huir del ataque. La niña está desde entonces entre la vida y la muerte en el Hospital Universitario de Ourense y él también allí, en la unidad de psiquiatría. De momento, lo que determinaron es que tiene un coeficiente intelectual de 130. “Quería saber lo que se sentía al matar”, le dijo a la policía local cuando fueron a por él, después de que llamase al 112 para avisar de que había matado a una amiga.
No es que esperase que una tragedia tan inexplicable como esta pudiese suscitar un debate sobre la absoluta precariedad de la sanidad pública en lo relativo a la salud mental. O acerca de cómo a la educación pública se la está reduciendo a una especie de contenedor (y en algunos casos a casi punto limpio) de adolescentes. Me temía monográficos de los telepredicadores habituales, con un bombardeo de opiniones autorizadas echándole la culpa de lo sucedido a los videojuegos/los youtubers / los tiktokers / la falta de control de las redes sociales. Conexiones en directo en bucle con la concentración de repulsa convocada por el ayuntamiento, entrevistas a vecinos que exigen justicia (¿en qué se concreta la justicia en un caso como este?, ¿en pedir que vengan los bárbaros de una vez?, ¿en que caiga una lluvia de hielo y granizo?), declaraciones de amigos de la familia de la víctima que piden cambiar la ley del menor “para que el agresor no quede impune y ninguna otra madre sufra lo que está sufriendo esta”… Incluso la reaparición de Pedro García Aguado, “el hermano mayor”, aquella estrella mediática que fue capaz de resistir seis temporadas aguantando a adolescentes iracundos y un poquito psicópatas, pero no seis meses en la administración autonómica madrileña. Nada de eso ocurrió, o al menos no ocurrió con la intensidad como para constituir un fenómeno (bueno, quizás reapareció Pedro García y se me pasó). Entiéndaseme: no lo echo de menos. Al revés, agradezco la discreción. Simplemente me parece extraña.
Puede que influya el factor de proximidad emocional: ya se sabe que un trágico descarrilamiento en la India tiene menos impacto que un fallecido por las fuertes lluvias en nuestra ciudad. Y quien dice un descarrilamiento en la India dice un incendio de sexta generación (considerados imposibles de apagar) que ha carbonizado 10.000 hectáreas en el remoto sur peninsular. O quizás sea el síndrome de obediencia debida: nada es verdaderamente grave para los confeccionadores de titulares y escaletas de programas hasta que no se pronuncien sobre el asunto la presidenta de la región de Madrid, la Thatcher de la política española o, en su defecto, el alcalde de la ciudad, el Carlos III de nuestros días. O una mezcla de ambos: para qué te vas a gastar el dinero en delegaciones y corresponsales en sitios donde pueden pasar cosas o no, con lo fácil que es ponerle delante un micrófono a quien hay que ponérselo y después jalear el resultado con los palmeros habituales.
Han pasado días y todavía no me he repuesto de ver en la portada de uno de esos diarios llamados nacionales el titular “La falsa agresión homófoba deja en evidencia al Gobierno”. A estas alturas ya no me sorprende que un medio con un pasado serio titule con opiniones o conjeturas. Cada cual es libre de...
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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