POLÍTICA FICCIÓN
Anticomunismo zombi
Resucita el viejo fantasma al tiempo que las extremas derechas intentan apropiarse de la idea de ‘libertad’
Pablo Stefanoni 8/09/2021
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Washington, Brasilia, Madrid, Buenos Aires, Lima, México… una suerte de puente aéreo para llevar la misma consigna: “comunismo o libertad”. Si en 1848 el fantasma del comunismo refería al temor que infligía un movimiento obrero que daba sus primeros pasos en la política, y en la Guerra Fría daba cuenta de medio mundo bajo regímenes de “socialismo real”, hoy vemos cómo el anticomunismo crea su propio fantasma, mientras que las extremas derechas buscan apropiarse de la idea de “libertad” y el progresismo se siente, por momentos, ansioso y desconcertado.
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“Lo que está ocurriendo en nuestro país no es una moda temporal o un evento pasajero. El marxismo estadounidense existe, está aquí y ahora, y de hecho es omnipresente, y su multitud de movimientos híbridos, pero a menudo entrelazados, están trabajando activamente para destruir nuestra sociedad y cultura, y poner patas para arriba el país tal y como lo conocemos”.
Diciendo estas cosas, Mark Levin, abogado, presentador de radio y televisión conservador, cuyas audiencias se cuentan en decenas de millones, logró posicionar su libro American Marxism en la cima de los más vendidos, en tapa dura, en ebook y en diversos formatos. Solo en las primeras tres semanas había vendido unas 700.000 copias.
Lo del marxismo “omnipresente” no es metafórico. Según Levin, está en escuelas, movimientos sociales (como Antifa o Black Lives Matter, y muchísimos otros), en el Partido Demócrata, el Congreso, la educación pública, las corporaciones, las reparticiones estatales, las grandes universidades, Hollywood, la Casa Blanca…
En su best-seller se propone indagar sobre el origen de este “marxismo estadounidense” y lo encuentra, como otros que andan por esas sendas, en los exiliados de la Escuela de Fráncfort, que escapando del nazismo aterrizaron en Estados Unidos y sus universidades y dejaron el huevo de la serpiente de la “teoría crítica” –sobre todo Herbert Marcuse–. Luego vendrían otros, que racializaron esa mezcla de (pos)marxismo y psicoanálisis sofisticado, como Derrick Bell, para armar un combo destructivo aún mayor.
Tucker Carlson, presentador estrella de Fox, propuso instalar cámaras en las escuelas para evitar que los docentes enseñen 'teoría crítica de la raza'
Hasta tal punto que hoy, dice Levin, luchar contra el marxismo en Estados Unidos es una tarea más difícil que la que en el pasado emprendieron los padres fundadores contra el Imperio Británico. No solo la “teoría crítica”, radicalizada en los campus, habría dado lugar al “marxismo cultural” sino a la “teoría crítica de la raza”, anatema del trumpismo político y cultural y producto de una suerte de confluencia distópica entre “izquierda antiblanca” y marxismo.
A diferencia de otros cucos de las derechas alternativas, como el marxismo cultural, la “teoría crítica de la raza” tiene mayores potencialidades alarmistas. Al dividir el país en oprimidos y opresores, y hablar de “privilegio blanco” o de “racismo estructural”, este constructo intelectual funcionaría como “propaganda divisiva y antiestadounidense” e iría contra los fundamentos mismos de la nación.
Sobre el final de su gobierno y tras una serie de tuits sobre el tema, Trump emitió una orden ejecutiva que prohibía a los contratistas federales realizar capacitaciones sobre temática racial, para detener así “los esfuerzos para adoctrinar a los empleados del gobierno con ideologías divisivas y dañinas basadas en el sexo y la raza”. “Enseñar esta horrible doctrina a nuestros hijos es una forma de abuso infantil en el sentido más verdadero de esas palabras”, dijo Trump.
Tucker Carlson, presentador estrella de Fox, propuso instalar cámaras en las escuelas para evitar que los docentes enseñen “teoría crítica de la raza”. Y en algunas juntas escolares, los padres opositores al “adoctrinamiento racial” de sus hijos se enfrentaron con otros padres y autoridades, incluso de forma violenta. Hace poco, el director de una escuela de Texas fue suspendido por difundir la “teoría crítica de la raza”.
Todo esto sería parte de la mentada cultura “woke”, como se denomina hoy al “despertar” sobre los problemas de injusticias raciales, de género, etc., el agujero negro en el que habría caído un progresismo ansioso por cancelar a todo el mundo y construir una distopía orwelliana.
Como señala en su artículo Fabiola Cineas, en verdad los teóricos críticos de la raza adoptaron ideas de una serie de escuelas de pensamiento: el liberalismo, el marxismo, los estudios jurídicos críticos, el feminismo, el posmodernismo. Y recibieron críticas de la derecha pero también de la izquierda. Pero, como la “ideología de género”, la denuncia de la “teoría crítica de la raza” se volvió una especie de teoría de la conspiración que, amalgamando varios enfoques de estudios del racismo con un marxismo más imaginado que real, permite mantener vivo el temor al comunismo.
La ansiedad con la “teoría crítica de la raza” llegó al punto de que diputados republicanos trumpistas increparon al jefe del Estado Mayor conjunto, Mark Milley, por enseñar “teoría crítica de la raza” en la academia militar de West Point. La contundente y sensata respuesta del general, señalando que él como militar quiere entender la “rabia” de muchos blancos, especialmente tras la toma del Capitolio, se viralizó en las redes. Carlson respondió, desde la Fox, llamando al jefe militar “cerdo” e “imbécil” , dejando ver la paradoja de la extrema derecha injuriando a altas autoridades militares. Tan extraño como las amenazas republicanas de boicotear a grandes empresas que se opusieron a las políticas de restricción del voto en algunos estados. Como se vio con el gobierno de Trump, que se dedicó a tratar de dinamitar gran parte de la institucionalidad formal e informal del país, con la toma del Capitolio como la expresión delirante de esas pulsiones, las actuales extremas derechas pueden ser, contra la opinión de muchos progresistas, bastante disfuncionales al “sistema”.
Algunos criticaron a Levin por confundir en su libro, y en un par de programas de televisión, a la Escuela de Fráncfort con la inexistente “Escuela de Franklin”, pero las ventas siguieron. Es más, este clima de desesperación cultural cruzó el océano y está poniendo histéricos a muchos franceses que se sienten invadidos por la “política de la identidad” estadounidense. Allí no se habla de comunismo, pero siguiendo con la tendencia de apelar a términos rimbombantes, la ministra de Educación habló de la gangrena “islamoizquierdista” en la academia. La izquierda sería simplemente tonta útil de los islamistas y la “política de la identidad” amenazaría la identidad nacional francesa. El propio ministro del Interior de Macron llegó a acusar en un debate a Marine Le Pen de ser “demasiado blanda” con el islamismo.
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Más cerca de nosotros. El líder de Vox, Santiago Abascal, viajó a México a comienzos de este mes de septiembre, donde se reunió con representantes del Partido Acción Nacional (PAN) para coordinar esfuerzos de la “Iberosfera” contra el comunismo. En algunos de los eventos en los que participó estuvo también Agustín Laje, un joven argentino coautor de El libro negro de la nueva izquierda, que juega la carta de “intelectual de derecha” –en una cruzada contra la “ideología de género” y el “marxismo cultural”– y es una suerte de producto de exportación rioplatense hacia el resto del continente. También estuvo el eurodiputado de Vox Hermann Tertsch. En el PAN se armó un revuelo y el expresidente Felipe Calderón dijo que la dirigencia del PAN está extraviada. Laje aprovechó para tuitear contra “los elementos funcionales al progresismo de la derechita cobarde panista”.
La Carta de Madrid, impulsada por la Fundación Disenso, de Vox, busca impulsar el Foro de Madrid y fue firmada por representantes de diversas extremas derechas de América Latina y Europa, entre ellos Eduardo Bolsonaro. El Foro de Madrid pretende ser un “anti-Foro de São Paulo”, una instancia de coordinación de las izquierdas regionales con cada vez menos dinamismo, aunque en los espacios de las derechas alternativas se lo agiganta como un superpoder regional.
Con un estilo Guerra Fría, la Carta de Madrid sostiene que “una parte de la región está secuestrada por regímenes totalitarios de inspiración comunista, apoyados por el narcotráfico y terceros países. Todos ellos, bajo el paraguas del régimen cubano e iniciativas como el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, que se infiltran en los centros de poder para imponer su agenda ideológica”. Agregan también que “la amenaza no se circunscribe exclusivamente a los países que sufren el yugo totalitario. El proyecto ideológico y criminal que está subyugando las libertades y derechos de las naciones tiene como objetivo introducirse en otros países y continentes con la finalidad de desestabilizar las democracias liberales y el Estado de Derecho”.
Si Jair Messias Bolsonaro ganó las elecciones en la estela de “comunismo y libertad”, la consigna se repetiría en las elecciones peruanas en las que Pedro Castillo le ganó a Keiko Fujimori por escasos 40.000 votos. Carteles gigantes con el lema “No al comunismo” aparecieron en las avenidas limeñas en medio de la campaña para la segunda vuelta. Y ahora, en las elecciones argentinas, el paleolibertario rothbardiano Javier Milei busca llegar al 10% de los votos en la Ciudad de Buenos Aires repitiendo el lema de Isabel Diaz Ayuso. Y subió la apuesta al hablar del comunismo como una “enfermedad del alma”.
Quizás el caso extremo de anticomunismo caricatural sea el colombiano. Allí, la Escuela Superior de Guerra invitó a conferenciar a un extremista chileno, cercano al neonazismo, Alexis López, que está obsesionado con el papel del ya fallecido intelectual francés Félix Guattari y de sus escritos sobre la “revolución molecular”, a la que el chileno le añadió “disipada”. Más que tomar el poder, ahora los neomarxistas quieren desestabilizar y generar caos, les dijo a los militares colombianos mientras miles de personas salían a protestar a las calles. Se trataría de una ofensiva muy fina y sofisticada que hace mucho más difícil enfrentarla.
En este caso, todo habría comenzado con los varios viajes de Guattari a Brasil en los últimos años de su vida, que en una ocasión incluyeron una entrevista al entonces joven Luiz Inácio Lula Da Silva (1982). Si faltaban fantasmas, voilà la deconstrucción. “La última actualización del marxismo del siglo XX” –López dixit–.
Guattari “visitó Chile en 1991 y dejó instalada su escuela donde se formó la vanguardia deconstruccionista en el país pero no volvió a venir, pero en Brasil Guattari fue el responsable de llevar a Lula Da Silva a la presidencia y ahí está la importancia de la deconstrucción como fenómeno filosófico”, afirma sin ruborizarse.
Revolución molecular disipada. López explica: es revolución porque se trata literalmente de un modelo revolucionario, como cualquier modelo revolucionario del pasado; molecular porque los actores ya no son identificables, “son moléculas indistinguibles unas de otras”, que “se coordinan en la acción y luego se disipan”. El chileno, que es tan radical que hasta sectores de la extrema derecha local aseguran no tener nada que ver con él, coincide con Levin en que la Escuela de Fráncfort es “una base formidable de marxismo que sigue operando hasta el día de hoy”. Además, asegura como prueba de sus teorías haber visto muchas fotos del Che Guevara y de Fidel Castro en la Universidad de Berkeley.
Esto podría ser una simple curiosidad folclórica a no ser porque López fue invitado por los altos mandos militares colombianos. Pero hay más: la “revolución molecular” dio un salto en su difusión cuando el expresidente Álvaro Uribe interpretó las protestas en su país como producto de esta teoría conspiranoica.
Mientras que el fantasma venezolano provee una cantidad de imágenes reales de una situación bastante catastrófica del único país en asumirse socialista después de la caída del Muro de Berlín, al parecer los relatos de la injerencia venezolana en cualquier proceso de movilización regional no resultan ya suficientes; se abusó mucho de ellos. Y comenzó a operar así el juego de los espejos locos y las asociaciones libres.
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Quizás una de las claves del nuevo anticomunismo zombi esté en lo que escribió Hamilton Nolan: gran parte de los debates estadounidenses actuales son sobre palabras que no significan nada. Al final, términos como cultura “woke” puede significar desde “ser consciente del racismo y del sexismo y de otras formas de discriminación y comprometerse a trabajar para erradicarlos hasta propiciar un fanatismo tipo Jemeres Rojos para capturar y adoctrinar bebés blancos en un culto despiadado”. Su definición operativa genuina es probablemente algo así como “cualquier cosa que haga que los blancos se sientan culpables”. Y lo mismo vale para la “teoría crítica de la raza” e incluso “socialismo”, que pueden terminar significando hablar de racismo o defender la sanidad pública respectivamente. Por no hablar de la “cultura de la cancelación”, que podría consistir en ser despedido del trabajo o simplemente ser criticado por posturas racistas, misóginas, etc., o de la “(in)corrección política”.
“Si consigues llevar un tema de mierda al territorio de ‘todo el mundo lo sabe’, puedes salirte con la tuya sin tener que definirlo en absoluto” –apunta Nolan– y esto está lejos de limitarse a Estados Unidos. El nuevo anticomunismo sin comunistas parece ser parte de ello. Por ahora parece funcionar más de lo que la lógica diría, al menos en ciertos contextos. Quizás los progresistas debamos leer más a estas derechas para levantar un poco nuestra aliquebrada autoestima y nuestras ansiedades epocales.
Washington, Brasilia, Madrid, Buenos Aires, Lima, México… una suerte de puente aéreo para llevar la misma consigna: “comunismo o libertad”. Si en 1848 el fantasma del comunismo refería al temor que infligía un movimiento obrero que daba sus primeros pasos en la política, y en la Guerra Fría daba cuenta de medio...
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Pablo Stefanoni
Periodista e historiador. Investigador asociado de la Fundación Carolina. Autor de '¿La rebeldía se volvió de derechas?' (Clave Intelectual/Siglo Veintiuno, Madrid, 2021).
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