1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

Insurrecciones, resurrecciones y excepciones

En tiempos de neofascismo, la brutalidad policial no puede considerarse como un problema específico. Es un revelador de funcionamientos sociales, políticos y económicos que se alimentan mutuamente: la austeridad se acompaña de represión

Vicente Rubio-Pueyo 7/06/2020

<p>Protesta en Minneapolis por el asesinato de George Floyd.</p>

Protesta en Minneapolis por el asesinato de George Floyd.

Jenny Salita

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Al intentar pensar el presente, recurrimos continuamente al pasado. Se habla de si estas protestas pueden compararse con las revueltas de los 60, con la batalla de Los Ángeles de 1992, o incluso qué similitudes y qué diferencias guardan con la más reciente ola que dio lugar a Black Lives Matter en Ferguson, Baltimore y tantos otros lugares. 

La pregunta obvia es ¿por qué ahora? ¿Por qué con esta intensidad? Como ha explicado Keeanga Yahmatta Taylor, las protestas de las últimas semanas son el fruto de la convergencia de tres factores. Primero, la asfixiante continuidad de los asesinatos policiales. George Floyd, Breonna Taylor y Ahmaud Arbery son los tres últimos nombres de una eterna y ominosa lista. Segundo, los efectos de la pandemia, que la población afroamericana ha sufrido con mucha mayor intensidad que otras: un número escandalosamente mayor de muertes, un impacto claramente delimitado por barrios y vecindarios, y una mayor exposición al virus por ser la población afroamericana y latina la que ejerce mayoritariamente esos trabajos hasta hace poco denominados como “poco cualificados” y que, como hemos descubierto ahora, resultan ser esenciales. El tercer factor es el fracaso (o la negación simplemente) del Estado en construir una mínima protección (sanitaria, laboral, económica) para la población negra en la presente situación.  “I can’t breathe” fueron las últimas palabras de George Floyd, como fueron las últimas de Eric Garner en Staten Island en 2014. Como explicaba la profesora Amelia Gibson en twitter, hay algo que resuena diferente en ellas ahora: la ausencia de protecciones y ayudas en medio de un virus que ataca principalmente al sistema respiratorio hace que ese “I can’t breathe” se reformule ahora como “We can’t breathe”. Esta convergencia temporal, esta casualidad, ha revelado la causalidad: la violencia policial, el impacto de la covid-19, la desprotección social, todas estas muertes, dolores y opresiones se fundamentan en el capitalismo racial. Una madre y maestra neoyorquina (@ah_di_teacher en twitter) lo describia perfectamente en una entrevista en la televisión: “They’re sick and tired of being sick and tired”. “Sick and tired” es una frase hecha que normalmente expresa la idea de hartazgo, pero que en este contexto adquiere un significado preciso, exacto: “Estamos enfermos y cansados”. Esta convergencia ha dado lugar a una “rebelión de clase que tiene en su centro el rechazo al racismo y al terrorismo racial”, como describía de nuevo Yahmatta Taylor en una entrevista en Democracy Now. 

Al fondo del todo, lo que esta convergencia de factores revela ahora con claridad es una cuestión al mismo tiempo compleja pero simple. Un par de datos: el equipamiento antidisturbios de un solo agente cuesta lo mismo que proveer a 55 enfermeros de monos, mascarilla y protector facial para luchar y salvar vidas del coronavirus. Esos medios han sido escasos y mal provistos durante la pandemia en todo el país, traumatizado con las imágenes de médicos y enfermeros vestidos con bolsas de basura. Otro detalle: el centro de convenciones de Los Ángeles, que ha permanecido inutilizado estas semanas como recurso en la pandemia, mientras se sucedían la escasez de camas, o decenas de miles de personas no podían realizar el confinamiento en casa por carecer de hogar,  fue inmediatamente activado como centro logístico de la policía este fin de semana. Lo que la presente situación demuestra es que EE.UU. se encuentra en un momento de autoreconocimiento sobre qué tipo de país es, y qué tipo de país quiere ser: un país que mata, tortura y reprime a sus ciudadanos, o un país que los acoge y cuida. 

El equipamiento antidisturbios de un solo agente cuesta lo mismo que proveer a 55 enfermeros de monos, mascarilla y protector facial 

La radicalidad de esa disyuntiva, ese dilema brutal y doloroso, hace que propuestas hasta hace poco tenidas por utópicas adquieran ahora un sentido tan crucial como evidente. Una de las ideas-fuerza que están elevando estas protestas es la de #DefundthePolice o #AbolishthePolice, esto es, un rango de medidas que van desde significativos recortes de presupuestos para los cuerpos de policía hasta la propia abolición de la institución policial. Pueden parecer propuestas radicales, pero lo que estos días han demostrado es que, simplemente, la reforma es imposible. No sirven ni los talleres de formación de los agentes para evitar el “racial profiling”, ni cámaras de autovigilancia que siempre están apagadas en los momentos clave, ni desde luego bonitos mensajes que luego nunca se traducen en nada. Los cuerpos policiales en EE.UU. son, en su propia constitución histórica, pervivencias del sistema esclavista, creados explícitamente para la protección de la propiedad privada y la persecución de esclavos fugitivos o, en esa siniestra lógica, meros bienes que hubieran logrado escapar a esa propiedad. La histórica organización Critical Resistance ofrece herramientas informativas y organizativas que explican el sentido del horizonte abolicionista: se trata de otra disyuntiva radical, la de elegir entre medidas que mantienen o incluso aumentan el poder la policía como institución o generar, apoyar e implementar medidas que reduzcan en términos reales, efectivos y tangibles su poder. (En este hilo pueden encontrarse casi 300 casos documentados con videos). ¿Es imposible? Bien, el consejo municipal de Minneapolis está discutiendo seriamente disolver su actual departamento de policía para crear un nuevo tipo de agencia de seguridad comunitaria. En Los Ángeles, el alcalde ha anunciado recortes de 150 millones de dólares en el presupuesto policial. En Nueva York, que aloja al NYPD, al que el alcalde Bloomberg se refirió una vez como “mi ejército, el séptimo ejército más grande del mundo”, la situación ha dejado en una posición de extrema debilidad al actual alcalde De Blasio, arrinconado entre manifestantes que piden su dimisión, y un cuerpo policial que le amenaza personalmente (publicaron el atestado de detención de su hija en una de las marchas) y que, como ha sido tradición desde siempre en la ciudad, actúa como un actor político independiente, con voluntad, intereses y estrategias propios. Hay quien habla, de hecho, de que a lo que estamos asistiendo es a un “police riot”, una revuelta de la policía contra los ciudadanos.

“Riot” es una palabra clave para entender la situación, uno de los más viejos fantasmas de la conciencia (y del inconsciente) estadounidense. Tradicionalmente el término se ha usado para describir la revuelta caótica, los saqueos a la sacrosanta propiedad privada, inmediatamente tildados como “violencia” en una definición unívoca. Como mucha gente ha recordado, el “riot” puede ser resignificado: la propia fundación del país nace de un “riot”, la conquista de los derechos más fundamentales nace de “riots” (Stonewall, por poner solo un ejemplo). Pero además, recorriendo la historia del país, el “riot” ha sufrido todo tipo de resignificaciones, pasando de nombrar los ataques blancos a la población negra (como los Draft Riots de Nueva York en 1863 o  la matanza de Tulsa en 1921) a hacerlo con la posibilidad de una explosión de rabia incontrolada por parte de la población negra (Watts o Newark en 1967-68, Los Ángeles en 1992). Esa continua sospecha de cuándo llegará el próximo “riot” (ese “fuego de la próxima vez” por usar el título de James Baldwin), en su consideración deshumanizadora (los negros solo pueden estallar irracionalmente, no rebelarse), deja ver en qué medida el ‘riot’ es un fantasma de la América blanca. Un fantasma que contiene su propia proyección y, con ella, su propia confesión: el represor actúa reprimiendo, porque sabe que esa explosión es, finalmente, la respuesta que verdaderamente merece. Su miedo le delata. 

El “riot” puede ser resignificado: la propia fundación del país nace de un “riot”, la conquista de los derechos más fundamentales nace de “riots”

La historia no es lineal ni cíclica, sino acumulativa. No es que las luchas y momentos pasados no importen ahora. Todo lo contrario: importan y se hacen presentes aquí y ahora. Una rebelión es siempre una reacción contra el tiempo y lugar que vivimos, pero también una “fiesta de resurrección” de otros tiempos, lugares y significados. Es quizás por eso que en los últimos días la estatua del general Lee en Richmond, la ciudad que fuera capital de la Confederación, ha sido iluminada con el rostro de George Floyd y palabras como “No justice. No peace”. En otros lugares se han derribado efigies y monumentos de otras figuras del pasado esclavista. Pero también otras del pasado más reciente: la estatua de Frank Rizzo, quien fuera el comisionado de policía de Philadelphia, y posteriormente alcalde de la ciudad entre 1972 y 1980, ha sido finalmente desmontada durante estas protestas. Es fácil pensar que esto son gestos puramente simbólicos, pero hablan del grado de profundidad con el que estas protestas llegan hasta la fundación misma de este país. No se trata, de nuevo, únicamente de la violencia policial, sino de cómo ésta expresa todo un orden sobre el que este país mismo se fundó, se ha sostenido y sigue sosteniéndose cada dia. Tal vez por esa razón flota en el aire la posibilidad, el deseo de, como escribía hace unos días el activista y pensador Kazembe Balagun, “resetear la historia americana”

Performing the Reichstag

Una insurrección es una resurrección. Y al mismo tiempo, en esa insurrección y en esa resurrección, late también algo fundamentalmente diferente. A toda esta convergencia de causas hay que sumar la presidencia de Trump como factor desestabilizador. El pasado fin de semana asistimos a un espectáculo inédito en este país. Primero, como nos tiene acostumbrados, un tuit declarando “Antifa” como organización terrorista. Es fácil reírse de la torpeza de Trump al declarar a algo que no es una organización como una entidad susceptible de ser perseguida, pero detrás de la tontería late la peligrosa posibilidad de que la vaguedad de la acusación sirva precisamente para perseguir, detener, encarcelar y torturar a cualquiera. Se trata de poner en circulación un sello previamente criminalizado (y no solo por él, sino por muchos medios, incluidos los supuestamente progresistas) que después puede ser aplicado a cualquier persona o colectivo. 

No obstante, en una dinámica habitual en Trump, lo que el escándalo de su tuit logro velar es la puesta en marcha de otras medidas securitarias, menos espectaculares, pero más concretas, y que en manos de esta presidencia, y de estos cuerpos policiales, pueden resultar igualmente o más inquietantes. 

El lunes 1 de junio por la tarde, Trump se montaba una complicada sesión de fotos que incluía la disolución violenta, justo a tiempo, de los manifestantes que rodeaban la residencia presidencial, y un paseo hasta una iglesia cercana en la que –sin permiso de los responsables de la misma– hacía unas declaraciones blandiendo una biblia, hablando de “ley y orden”, invocando la “Insurrection Act” de 1807 y anunciando su disposición a movilizar el ejército. En realidad –y Trump lo sabe, o debería saberlo– la actuación del ejército sólo es posible si los estados la solicitan al Departamento de Defensa. Hasta ahora no ha registrado solicitud alguna. 

Si Hitler se sirvió de un incendio falsamente atribuido a los comunistas para asentarse en el poder, lo que ha hecho Trump es buscar un enemigo interno

Como ha escrito Masha Gessen, con estos gestos Trump estaba haciendo una “performance del fascismo”. En otras palabras, estos gestos de Trump deben entenderse sobre todo como un “farol” y como una provocación. Un farol peligroso, malvado e irresponsable, pero un farol. Trump se mueve siempre en la lógica de la provocación. La finalidad de esa performance es movilizar a su electorado. Y lo hace porque sabe que está perdiendo la carta económica, que era su gran baza hasta ahora. Para ello, lanza estos gestos autoritarios, que luego es difícil que el Tribunal constitucional, u otros poderes y agencias, acepten y sigan realmente, como demostraron las declaraciones del secretario de Defensa Mark Esper. Pero son gesticulaciones histéricas que tienen el efecto de excitar a su base. Y que, dicho esto, no dejan de contener un peligro, ya que suponen abrir la puerta a posibilidades inciertas, tanto por la generación “espontánea” de respuestas, como las escuadras de simpatizantes de Trump que se han visto paseando impunemente por las calles de Philadelphia, como por la propia deriva autoritaria de las estructuras y agencias securitarias del estado. 

Quizás, para profundizar en la idea de Gessen, y acotarla un poco más, podríamos decir que esta semana hemos vivido una performance del Reichstag alemán de 1933. Si entonces Hitler se sirvió de un incendio falsamente atribuido a los comunistas para iniciar las medidas de excepción que le asentaron en el poder, lo que ha hecho Trump es sugerir la posibilidad de la excepcionalidad mediante el recurso a un enemigo interno, los misteriosos Antifa, o simplemente, los “agitadores externos”. Trump es especialista en reciclar los peores tropos de la historia americana, desde “America First” hasta “when the looting starts, the shooting starts”. En este rescate de los “agitadores externos” Trump no ha estado solo. Unos días antes, medios y figuras supuestamente progresistas, como Joy Reid o MSNBC, habían estado impulsando una narrativa de las protestas según la cual supuestos anarquistas blancos crean disturbios a partir de las pacíficas marchas de la población negra. Así, les sirvieron a Trump y al secretario de Justicia William Barr el marco en bandeja: las manifestaciones estaban siendo secuestradas por malvados agitadores externos, y por tanto esto justifica la implementación de medidas de excepción. 

Esa acusación hacia ciertas actitudes de militantes blancos tiene una parte de verdad. Las tácticas más agresivas con la policía en las manifestaciones tienden a reflejar un privilegio marcado racialmente. Pero en este contexto es una narrativa cínica y de hecho racista, ya que reduce a los manifestantes negros a una suerte de entidad pasiva, fácilmente influenciable. Puede parecer un detalle, pero este episodio revela una cierta simbiosis entre Trump y la versión neoliberal, individualista, de las políticas de identidad. Estos días, sin embargo, muchos jóvenes, negros y blancos, han dotado a la noción de “aliado” de nuevos matices y prácticas, como las ejercidas por jóvenes blancos protegiendo a sus compañeros negros de la policía, interponiendo su privilegio entre la máquina represora y los cuerpos amigos. La figura del “agitador externo”, común a tantos países, está ligada en EE.UU. al feroz anticomunismo –ejercido por la derecha, desde luego, pero incrustado ideológicamente, muy profundamente, también en muchos liberales demócratas. De nuevo volvemos al terreno de los fantasmas y los miedos: esos discursos revelan su propósito de bloquear por todos los medios cualquier posibilidad de una alianza entre diferentes poblaciones, diferentes identificaciones racializadas, diferentes colectivos y personas. De fondo late un pánico a una verdadera alianza multiclasista, multirracial, multigeneracional. 

Conviene, por tanto, no enfocarse tanto en las peculiaridades del individuo Trump. Trump no es sino, como explicaron en su libro Ignasi Gozalo-Salellas, Alvaro Guzman Bastida y Hector Muniente, un síntoma. Un síntoma de la podredumbre de todo un sistema político, económico y social que se derrumba. El ascenso de Trump no se debe sólo a sí mismo y a las siniestras pasiones políticas que despierta. También a la ineptitud y cinismo de unas élites políticas y mediáticas que le han normalizado de acuerdo a una falaz neutralidad liberal. El periodico de referencia, el New York Times, publicaba este martes 2 de junio una vergonzosa portada: “Mientras el caos se extiende, Trump promete ‘terminarlo ya’” rezaba el titular principal. Pocos días después, acogía en su sección de opinión un artículo del senador republicano por Arkansas Tom Cotton que llamaba a la intervención militar.  

El ascenso de Trump también se debe a la ineptitud y cinismo de unas élites políticas y mediáticas que le han normalizado de acuerdo a una falaz neutralidad liberal

En la cúpula de las instituciones, el paisaje es el de un vacío atronador. El Partido Demócrata está totalmente ausente. Tras largos días en silencio, Biden salió para balbucir que, en ciertas situaciones, tal vez los agentes de policía deberían disparar a la pierna en vez de al corazón. Nancy Pelosi solo supo responder a la sesión fotográfica biblia en mano de Trump con… otra sesión fotográfica biblia en mano. Bernie Sanders, por su parte, intenta representar el descontento. Pero su prematura retirada le ha dejado posiblemente en una posición inservible para un momento crítico de estas características. Para buena parte de sus bases, sobre todo los jóvenes, pero también latinos y migrantes, aleccionados en los últimos meses en las virtudes del compromise y la transacción y negociación políticas, era Bernie quien representaba todo eso. Ahora ya no les queda nada.

Lo que planea estos días es el fantasma de una descomposición social y política, como explicaba Pablo Bustinduy hace unos días. La demostración y el autorreconocimiento de que EE.UU., como ha explicado el filósofo y teólogo Cornel West, es “un experimento social fallido”. Si este momento de revelación para muchos, de confirmación para otros tantos, resulta tan crítico es porque sacude hasta sus cimientos la historia de este país, su imagen propia, y su posibilidad de convivencia futura. 

En cierto modo, hay una ironía histórica operando, ya desde hace décadas, pero que este momento ha dejado totalmente a la luz. Aquel fin de la historia, triunfo que se quería definitivo de la democracia liberal capitalista sobre el eterno enemigo soviético, ha vuelto con una sutil venganza. Lo ha hecho mostrando a este país el reflejo que achacaba a su némesis. Durante décadas, la imagen de la URSS como régimen totalitario, burocrático e ineficiente, que despreciaba las vidas humanas en pos de una causa trascendente, proveyó por contraste la oportunidad (propagandística, pero efectiva) de presentarse como esa esa tierra de oportunidades, libertad, responsabilidad e iniciativa individuales. Hace unas semanas, el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, sugería que, en el contexto de la crisis económica generada por el virus, tal vez “los abuelos deberían sacrificar su vida por sus descendientes”para reactivar la economía. El neoliberalismo ha pasado de ser aquella doctrina (supuestamente) eficaz y racional para convertirse en un culto de muerte a Moloch. Puede ser un ejemplo exagerado, pero la vida cotidiana en este país está plagado de un profundo desprecio a la vida humana. Empezando, evidentemente, por las vidas negras.

Cada tantos años, este país que se quiere todavía joven asiste, se nos suele contar, a una pérdida de la inocencia. Este momento pre-, proto-, pseudo-, -post, o  directamente fascista que ha traído Trump no es una excepción. Quizás una diferencia de este momento con el de la emergencia de Black Lives Matter en 2014 es que entonces las reivindicaciones se dirigían con el primer presidente negro de la historia del país, y adquieren por tanto el carácter de una decepcion. Ahora con Trump, el aparato policial es exactamente el mismo, pero su histrionismo hace ver las podridas correas que conectan aparatos e instituciones, las calles y los pasillos del poder. Además ha dado espacio a todo tipo de grupos fascistas, neonazis, alt-right, supremacistas, muchos de cuyos miembros suelen ser (sorpresa) agentes de departamentos de policía locales.  

Es significativo que esa maquinaria del imaginario estadounidense que son el cine y la TV ha tratado de procesar el clima político y social de la era Trump recurriendo a diversas representaciones distopicas con el fascismo en el centro: The Handmaid’s Tale, The Plot Against America, Hunters, o The Man in the High Castle, entre otras. Hay un debate latente entre esas representaciones: ¿es el fascismo un elemento endógeno o exógeno a la historia y cultura estadounidense? La inanidad de las más floja de esas series, The Man in the High Castle, se debe precisamente a que opta por la versión exógena:  bajo la apariencia de una crítica progre al fascismo, la serie borra un aspecto crucial. No es necesario traer el fascismo a los EE.UU., puesto que los EE.UU. son un país generador del fascismo, del colonialismo (interno y externo). En ese gesto late una de las venas principales de la cultura estadounidense: su autorredención continua, su necesidad de ser, al final, en el fondo, siempre “los buenos”. El fascismo, para esta mentalidad, solo puede venir de fuera, solo puede comprenderse como un elemento extraño y antiamericano. La historia lo desmiente: nociones nazis como el Lebensraum o la segregación de los judíos fueron modeladas por los ejemplos que ofrecían la doctrina expansiva del Destino Manifiesto o el Jim Crow. 

Lo que quiero expresar con este rodeo es que esa inocencia es una pasión inconsciente y asesina, que penetra muchas capas de la sociedad estadounidense, desde una noción providencialista del país en su historia, a un moralismo político que precisa distinguir siempre entre “los buenos y los malos”, y que pasa, también, por un sacrosanto respeto al ejército y a la policía, las dos instituciones más respetadas del país. La tercera es la pequeña empresa. Queda ahí la imagen de un idilio americano (blanco): un paraíso suburbial donde acercarse al centro del pueblo en tu coche, tomar un batido de fresa y charlar con la camarera del diner, y al cruzar la plaza de la torre con el reloj, saludar al guardia. Regreso al futuro. Da igual que en realidad el diner cerrara hace tiempo y en su lugar abrieran un Starbucks, que todas las tiendas sean de grandes corporaciones, y que la plaza está habitada por sintecho regularmente desalojados a hostias por los amables agentes. Quizás por eso, en medio de estas protestas, resultan particularmente significativas las que se están desarrollando en pequeños pueblos y ciudades de mayoría blanca

Una última nota: he tratado de describir el contexto de estas protestas, narrar algunos acontecimientos de unos días muy intensos, y de trazar algunas líneas de reflexion historica, politica, cultura e ideológica tratando de explicar(me) el sentido de lo que estamos viviendo en EE.UU. Sin embargo, si todo esto se entiende como una excepcionalidad americana, este artículo no servirá para nada. Estos días, en las redes, podían encontrarse imágenes de detenciones en París y en Madrid similares a las que se llevó la vida de George Floyd. Espero que esta situación, con todo lo terrible que es, nos ayude a entender no sólo la brutalidad policial en EE.UU., sino también en España, en Europa, en Latinoamérica, en tantos otros lugares, en donde también debemos hacer nuestras propias “pérdidas de la inocencia”. Obviamente hay dinámicas específicas en cada país, pero todas están atravesadas por el capitalismo, el colonialismo y el racismo. No se trata de una abstracta llamada a las buenas intenciones. El aparato policial estadounidense influye en todo el planeta: William Bratton, ex-comisionado de NYPD, se ha dedicado a exportar su modelo policial por toda Latinoamérica. 

Por esa razón, solo un falso cosmopolitismo elitista (en realidad provinciano e ignorante) es incapaz de ver la importancia, y la esperanza, de que las movilizaciones por las vidas negras se repliquen y multipliquen en Berlín, en París, en Zaragoza o en Madrid. En tiempos de un neofascismo emergente en todo el mundo, la brutalidad policial no puede considerarse como un mero problema específico, sino como un revelador de funcionamientos sociales, políticos y económicos que se alimentan mutuamente: la austeridad se acompaña siempre de represión. El neoliberalismo nunca ha consistido en el abandono del estado, sino en una reconfiguración de sus funciones: la desregulación económica tiene su reflejo en la regulación de las calles y las vidas. 

Quién sabe si esta será la enésima pérdida de la inocencia, después olvidada. O el comienzo de otra cosa. En medio de las muertes, la represión, la incertidumbre y la tensión, ayer me tropezaba con la foto de una pancarta en una marcha que tenía lugar en Providence, Rhode Island, y que reproducía unas bellas palabras del profesor de periodismo Chenjerai Kumanyika.

We’re trying to become something this country has never been” (“Estamos intentando convertirnos en algo que este país nunca ha sido”). La insurrección. La resurrección. De Estados Unidos. Del mundo. De nosotrxs, de todxs nosotrxs. Los otrxs. Los mismxs. 

Al intentar pensar el presente, recurrimos continuamente al pasado. Se habla de si estas protestas pueden compararse con las revueltas de los 60, con la batalla de Los Ángeles de 1992, o incluso qué similitudes y qué diferencias guardan con la más reciente ola que dio lugar a Black Lives Matter en...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Vicente Rubio-Pueyo

Es profesor adjunto en Fordham University (Nueva York). Investiga y escribe sobre cultura y política en la España contemporánea.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí