Utopía fallida
Nuevo viaje al imperio soviético
A propósito de la última obra de Karl Schlögel, ‘El siglo soviético. Arqueología de un mundo perdido’
Felipe Nieto 27/11/2021
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Karl Schlögel, profesor de la Universidad Europea Viadrina, en Fráncfort, presentó el 5 de octubre la edición española de su último libro, El siglo soviético. Arqueología de un mundo perdido (en alemán apareció en 2018) en un acto celebrado en la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense, organizado por su colega español, el historiador José María Faraldo. Autor de una extensa obra, producto de su larga dedicación profesional a la historia de Rusia, de la que en España conocemos En el espacio leemos el tiempo: sobre la historia de la civilización y geopolítica, (Siruela, 2007) y Terror y utopía. Moscú en 1937 (Acantilado, 2014), Schlögel vuelve sobre su universo intelectual con un nuevo y voluminoso libro.
Su nueva obra nace en reacción a los sucesos de Ucrania-Crimea en 2013-2014; la independencia y adhesión de la península a la Federación Rusa y la guerra no declarada en el este ucraniano, ambas promovidas por el presidente ruso, Vladímir Putin. “Fue la sorpresa de que el fin formal de la Unión Soviética en 1991 no significara el fin de una civilización imperial, y de que no estuviéramos preparados para este proceso insoportable y doloroso. Las conmociones estimulan el pensamiento y llevan a repensar una historia que uno pensaba que ya conocía”, cuenta Schlögel, respondiendo a unas preguntas a través de correo electrónico.
El libro se presenta como una “arqueología” del mundo soviético, elaborada a partir de toda suerte de vestigios fragmentarios, diferentes de las fuentes habituales usadas por los historiadores, “porque es un intento de hacer un balance de una historia trágica, no una conclusión, sino la apertura de nuevos enfoques teóricos y metodológicos, nuevas áreas temáticas que, con suerte, serán trabajadas por la generación más joven de investigadores”.
Nos preguntamos frecuentemente por qué en Occidente hay tanto interés, casi una fascinación por esa “trágica historia” del mundo soviético, antes y después de su hundimiento en 1991. Según el profesor Schlögel la razón está en “la riqueza infinita de la experiencia histórica, encarnada en millones de historias de vida, la experiencia de la apertura de toda la historia, que no se desarrolló según la Planificación prevista, sino que se desarrolló ‘out of control’”.
A lo largo de los sucesivos capítulos, que como unidades autónomas lo conforman, el libro rinde cuentas de lo que fueron el tiempo soviético y los espacios construidos al efecto –muchos aún hoy en pie–, los diferentes cronotopoi que según la experiencia investigadora y vital del autor (enriquecida además por sus numerosos viajes desde los años 50 del siglo XX) mejor muestran lo que llamamos la civilización soviética.
El foco del observador ilumina las caras visibles de aspectos heterogéneos en su estudio, pero al mismo tiempo no descuida las zonas sombrías, ocultas deliberadamente por el poder al escrutinio público. Todos los campos analizados hablan con elocuencia de la vida de las gentes a lo largo de siete décadas históricas difíciles, en etapas insinuadas como trasfondo del relato, en las que el pueblo soviético apenas ha hallado momentos de respiro: la toma del poder y la guerra civil, los dinámicos y creativos años de la NEP (nueva política económica), la colectivización forzosa, los años del Gran Terror, la Segunda Guerra Mundial, la desestalinización y la coexistencia pacífica, el estancamiento y el proyecto de reestructuración –Perestroika–, un decurso vertiginoso en el que la URSS afianzó por unos años el estatus de gran potencia mundial hasta la implosión y el colapso final.
La obra se adentra en los denominados por Schlögel “lugares comunes” de la vida soviética, como las viviendas compartidas (Kommunalka), las colas interminables, las bibliotecas, los balnearios o las cocinas moscovitas
La obra se adentra en los denominados por Schlögel “lugares comunes” de la vida soviética, poco atendidos por los historiadores: las viviendas compartidas (Kommunalka), viviendas burguesas de ciudades como Leningrado o Moscú reconvertidas en espacios comunes para diferentes familias –seis o siete– cada una con su habitación y con derecho a compartir lugares como la cocina o los cuartos de baño, lo que el poeta Joseph Brodsky definiría como vivir “en una habitación y media”. O las colas interminables para obtener alimentos o recabar información, por ejemplo de un desaparecido, en las que se sabía de antemano que sería difícil obtener lo esperado. Sus efectos, sin embargo, son aún visibles porque “pasar gran parte de la vida esperando creó un tipo especial de estrés cotidiano que probablemente solo desaparecerá cuando se extinga la generación socializada en la era soviética”, señala Schlögel.
Otros espacios comunes de interés para la historia son las bibliotecas, las “cocinas moscovitas” –lugares privados donde se celebraban desde los años 60 reuniones, fiestas y la información circulaba más libremente, incluso, era frecuente el trasvase de manuscritos de libros prohibidos–, los balnearios y centros vacacionales, las dachas, los espacios abiertos urbanos –como los parques– o los inmensos espacios ignotos de la Rusia siberiana. Asimismo el autor se acerca e introduce en su historia los objetos cotidianos, multitud de objetos significativos, como el papel de estraza, la cerámica, las enciclopedias y libros, disponibles, censurados o prohibidos, los pianos y el uso de los mismos en veladas musicales privadas, refugiadas en el espacio semioculto de los hogares. Igualmente, el historiador-arqueólogo toma en consideración numerosas actividades de la vida cotidiana como los ritos y fiestas anuales, los desfiles civiles y militares o ciertas actividades tomadas con suspicacia al principio y finalmente potenciadas, como la danza, la moda o la industria cosmética –grandioso el estudio del que llegó a ser el perfume soviético por antonomasia, Moscú Rojo, Krásnaia Moskvá, el llamado ‘Chanel soviético’.
Grandioso el estudio del que llegó a ser el perfume soviético por antonomasia, Moscú Rojo, Krásnaia Moskvá, el llamado ‘Chanel soviético’
Al hablar de los comienzos, de la conquista del poder en 1917, emerge necesariamente la figura de Lenin, controvertida y no obstante siempre presente, como indica el hecho bien sabido de que su cuerpo momificado sea hasta hoy el centro de atención de la Plaza Roja de Moscú. Pedimos al profesor Schlögel su opinión sobre el personaje, cuya repetida frase de cuño napoleónico, “on s’engage et puis… on voit” (“Primero se lanza uno a la batalla y después ya se verá”), recuerda varias veces en su libro: “Lenin era el profesional, un pragmático poco ortodoxo y despiadado, una figura de formato dostoievskiano, como escribió Nikolai Berdiáyev, que personifica tanto la riqueza como la miseria de la intelectualidad rusa”.
Precisamente, muchos intelectuales como el citado filósofo Berdiáyev, fueron expulsados de Rusia por decisión de Lenin en 1922 en la operación conocida como “el barco de los filósofos”, dos en realidad, en los que fueron embarcados pensadores, escritores y científicos rumbo al exilio. Para Rusia, dice Schlögel, fue “una tremenda pérdida de sangre, un empobrecimiento radical de la cultura, una regresión cultural”.
El siglo soviético es también un recorrido por los olores, colores y sabores de la URSS expandidos por la multiplicidad de paisajes por donde discurrió la vida de los ciudadanos soviéticos, por los espacios urbanos e industriales, viejos o de nueva creación (como Magnitogorsk, el mayor complejo metalúrgico de Europa, surgido en 1929 al Este de los Urales, que llegó a los 150.000 habitantes diez años después), por campos y costas, por las zonas de cultivo colectivizadas y por los territorios de la represión y el terror –con nombres míticos del gran archipiélago, como Kolimá en el Extremo Oriente de los inviernos gélidos a menos 50 grados, o Solovki, un monasterio-fortaleza convertido en campo de prisioneros en medio del Mar Blanco; el nombre, escribe Schlögel, “de un terrible milagro, un puesto avanzado de la civilización europea, su esplendor y su más profunda degradación”. Son ejemplos de un poder que no conocía frenos ni límites.
Al frente de todo lo cual, desafiando los obstáculos de la naturaleza y de sus muchos opositores, reales o imaginarios, y para asegurar la permanencia del imperio desde octubre de 1917, se mantuvo la firme autoridad, única, del partido bolchevique, a cuya cabeza figuraron fundamentalmente cinco grandes nombres en los 75 años que duró esta historia: Lenin, Stalin, Jruschov, Brézhnev y Gorbachov, intérpretes muy diferentes de los supuestos mismos principios y objetivos.
La obra concluye con la propuesta de un museo imaginario de la URSS, a la manera del Musée imaginaire de Malraux para la Historia del Arte mundial. Schlögel propone situar este museo en la Lubianka, la grande y siniestra prisión moscovita, por la que pasaron, desde los tiempos originarios de la revolución, miles de detenidos, muchos de ellos torturados, ejecutados y condenados al olvido. El museo de la civilización soviética sería el espacio idóneo para “pasar revista a un siglo atroz” en recuerdo de sus héroes, sus creadores artísticos, sus constructores y los muchos ciudadanos sacrificados a mayor gloria de la gran utopía fallida.
Libros como este sugieren que hoy, en tiempos post-soviéticos, seguimos teniendo que “habérnoslas” con Rusia y su historia.
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El siglo soviético. Arqueología de un mundo perdido. Karl Schlögel. (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2021, 928 pp.)
Karl Schlögel, profesor de la Universidad Europea Viadrina, en Fráncfort, presentó el 5 de octubre la edición española de su último libro, El siglo soviético. Arqueología de un mundo perdido (en alemán apareció en 2018) en un acto celebrado en la facultad de Geografía e Historia de la Universidad...
Autor >
Felipe Nieto
Es doctor en historia, autor de La aventura comunista de Jorge Semprún: exilio, clandestinidad y ruptura, (XXVI premio Comillas), Barcelona, Tusquets, 2014.
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