Globalismo y autocracia
¿Es una guerra global?
La crisis desatada no debería hacernos olvidar que el motivo de la guerra es el conflicto entre un orden democrático globalizado y un mundo fragmentado en Estados y sociedades más o menos totalitarias
Marina Echebarría Sáenz 15/03/2022
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Ahora que la guerra forma parte de nuestro día a día es un buen momento para recordar que toda guerra tiene más de un frente y por eso hablamos del frente mediático, cibernético, financiero, social… Que toda guerra se prepara mucho antes del primer tiro; ahora recordamos los discursos de Putin en 2006 reivindicando el espacio de la gran Rusia. Que toda guerra necesita una financiación, pues como decía Marco Tulio Cicerón “Nervi belli pecunia infinita” (el nervio de la guerra es la riqueza sin límite). Y que toda guerra tiene objetivos secundarios, pues, más allá del episodio de la guerra de Ucrania, hace tiempo que está en juego el nuevo orden mundial. Y no sólo en términos geoestratégicos.
Quienes viven una guerra raramente son conscientes de qué es lo que está en juego. La propaganda, las soflamas patrióticas e ideológicas y la rabia sentimental no permiten una valoración objetiva hasta que transcurren años, y así, quizás sólo ahora entendemos que en la Primera Guerra Mundial se jugaba el orden social de los Estados nación frente al antiguo régimen, que en la Segunda Guerra nos jugábamos la primacía del Estado liberal frente al nacionalismo autocrático, que la Guerra Fría contrapuso al liberalismo contra el modelo socializador (igualmente autocrático en el caso soviético, pero democrático en el caso de las socialdemocracias). O que ahora, probablemente, asistimos a una lucha entre la creación de un orden de cooperación transnacional, globalizado en economía y en derechos (globalización económica, concepción del mundo como ecosistema, implantación de derechos humanos con valor universal, erradicación de la guerra como sistema de orden geoestratégico) y el resurgimiento de los Estados nación autocráticos (un pueblo nación, una religión, un orden moral único, un liderazgo, una soberanía competitiva, un orden de derechos nacionalizado).
Asistimos a una lucha entre la creación de un orden de cooperación transnacional, globalizado en economía y en derechos y el resurgimiento de los Estados nación autocráticos
No es casualidad que el Parlamento y la Comisión Europea saquen ahora sus informes sobre la injerencia de Rusia y China en los procesos democráticos y que se nos explique que se lleva más de quince años financiando a grupos de ultraderecha, medios de prensa difusores de teorías de la conspiración, bots conductores de bulos en las redes sociales, movimientos antivacunas, grupos antiderechos y en general cualquier cosa que pueda debilitar a las democracias. Pero sería un error olvidar que, en esa financiación, Putin ha contado con fuertes aliados en Estados Unidos, en Europa o en Latinoamérica. El desafío de Putin a Occidente va más allá de una cuestión territorial, va más allá del posicionamiento de Rusia como potencia mundial; se enmarca también en una guerra por el modelo social, por un modelo de gobierno, por un modelo de derechos, y por ello, nos equivocaríamos si pensamos que el campo de batalla se circunscribe a nuestras fronteras o que los contendientes se reparten ordenadamente por naciones. Esta es también una guerra que se libra en nuestras sociedades entre los partidarios de un orden social democrático y colaborativo, y quienes, ya sea por desencanto o por convicción, defienden un modelo social autocrático y cerrado. Entre quienes creen en la globalización y la cooperación internacional y quienes desean la vuelta al modelo de Estados soberanos y combatientes por su supremacía. Entre quienes piensan en abordar problemas globales, como el cambio climático, y quienes niegan la aldea global y las soluciones coordinadas. Y también, entre quienes conciben una humanidad regida por los principios de la carta de derechos humanos universales y quienes conciben cada sociedad regida por su religión, tradición y liderazgo, más allá de los derechos individuales.
Oligarcas rusos y estadounidenses se han gastado, sólo entre 2009 y 2018, al menos 707,2 millones de dólares en financiar grupos y partidos antifeministas y anti LGBTI
Algunos movimientos políticos norteamericanos, europeos o en cualquier lugar del mundo, tienen mucho más en común con la actitud de Putin que con la defensa de los principios del derecho internacional y de la solución pacífica de los conflictos que promueven sus Estados. Sencillamente, comparten la ruptura del orden político internacional y reclaman un espacio nacional propio, en el que imponer su mando, su concepción moral de la sociedad, su religión y su ejercicio del poder sin restricciones. Puede que ahora la situación contraponga a la nación norteamericana con Rusia o con China, pero los oligarcas de la Alt right estadounidense comparten una visión del mundo con los oligarcas rusos que han financiado la aventura de Putin, o con los de China y otras latitudes. Ellos están de acuerdo en favorecer el acceso al poder de políticos autoritarios, en la restricción de los derechos de las democracias liberales (feminismo, diversidad sexual, transparencia, control democrático), en el ejercicio del poder económico sin trabas (ausencia de control público, de medidas medioambientales, de protección laboral, erradicación de los impuestos directos) y en la estratificación social por clases bien definidas (líderes y familias entregadas al orden nacional). Puede que hoy peleen, pero mañana se entenderán de nuevo para seguir ganando espacio en el tablero mundial. No es casualidad que muchos de los oligarcas rusos que ahora están sancionados por la guerra de Ucrania (Yakunin, Maloveev) hayan financiado conjuntamente con otros oligarcas norteamericanos a grupos, partidos y campañas antifeministas, anti LGTBI, antiecologistas, antiimpuestos, antisindicalistas… Sólo entre 2009 y 2018 se han gastado al menos 707,2 millones de dólares en financiar grupos y partidos antifeministas y anti LGBTI, de los que 188,3 millones provienen de oligarcas rusos, 81,3 millones de fundaciones y oligarcas norteamericanos y 437,7 de millonarios y fundaciones europeas. Recalco el “sólo”, ya que estos mismos sujetos actúan por todo el globo, y no sólo en la lucha anti derechos de género, sino también en el resto de frentes “contra el globalismo”, como dirían nuestros políticos de Vox.
Para ellos el campo de batalla es global y los Estados autoritarios son mejores aliados que las democracias fiscalizadas por las masas.
Borges narraba la historia de las últimas horas del oficial nazi que iba a ser ejecutado tras los juicios de Núremberg y cómo este acudía al cadalso contento, convencido de su triunfo pese a perder la guerra, pues sus enemigos, para ganar la guerra, habían terminado por asumir el credo de la violencia como forma lícita de poder. Que no nos pase igual. Que esta guerra no nos impida ver que el campo de batalla ya es global y el motivo del conflicto es la primacía, bien de un orden democrático globalizado, o bien de un mundo fragmentado en Estados y sociedades más o menos totalitarias. Que en la respuesta a las crisis desatadas por la guerra de fronteras no perdamos otras guerras mucho más cercanas.
Ahora que la guerra forma parte de nuestro día a día es un buen momento para recordar que toda guerra tiene más de un frente y por eso hablamos del frente mediático, cibernético, financiero, social… Que toda guerra se prepara mucho antes del primer tiro; ahora recordamos los discursos de Putin en 2006...
Autora >
Marina Echebarría Sáenz
Es catedrática de Derecho Mercantil.
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