ASIA
El Hong Kong de John Lee
Si la estrategia del Gobierno chino y del nuevo jefe ejecutivo de Hong Kong se basa en la seguridad y desprecia el progreso social y la justicia no será extraño que la agitación política vuelva a inundar las calles
Xulio Ríos 2/06/2022
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Puede que ahora nos rasguemos las vestiduras, pero lo indiscutible es que la llamada comunidad internacional ha hecho bien poco por instituir un sistema democrático en Hong Kong. Gran Bretaña, la potencia colonial desde el siglo XIX, se acordó de ello a las puertas de la retrocesión (1997). En la misma línea, no deja de ser clarificador que al Club de Corresponsales de Prensa Extranjera le llegara la inspiración para crear un premio de derechos humanos (que este año canceló por temor a represalias) justamente en 1996. Nunca nos quejamos de que su Majestad la Reina nombrase a dedo al gobernador de Hong Kong y ahora nos escandalizamos porque un candidato único es elegido por un selecto colegio electoral formado por 1.500 personas. ¿Acaso es más lógico exigir a un gobierno autocrático garantías de establecimiento de un gobierno democrático en Hong Kong que a la democrática Gran Bretaña? Cualquier diatriba occidental a propósito de Hong Kong debería estar precedida por un inmenso mea culpa. Y más aún, cuando exhibimos una tan escandalosa doble vara de medir a propósito de la política de la India de Modi en Cachemira.
El principio de “solo los patriotas gobiernan Hong Kong” es la palabra de orden en la región. El requisito se aplica a todas las elecciones a las estructuras institucionales
Dicho esto, a resultas de la larga crisis política que ha sacudido el enclave, y en la que confluyen tanto variables internas como externas, varias tendencias sobresalen en la política hongkonesa. Tras la elección del pasado 8 de mayo, John Lee será el nuevo jefe ejecutivo de Hong Kong. Era el único candidato y obtuvo más del 99% de los votos en un escrutinio en el que los votantes habían sido cuidadosamente examinados de su “fidelidad patriótica”. La nueva ley electoral forzó la reducción a la mitad del número de escaños de elección directa en el Consejo Legislativo y la verificación previa de la lealtad patriótica de los candidatos. Un dato tan sorprendente como lamentable y en buena medida resultado del “todo o nada” al que jugó la oposición: un lustro atrás se barajaba la posibilidad de su elección por sufragio universal entre una terna de candidatos. Todo aquello quedó atrás. El principio de “solo los patriotas gobiernan Hong Kong” es la palabra de orden en la región. El requisito, introducido tras las protestas del verano de 2019, se aplica ahora a todas las elecciones a las estructuras institucionales de la región, la Comisión Electoral, el Consejo Legislativo y el Jefe Ejecutivo.
En las últimas elecciones legislativas de diciembre del año pasado, sólo votó el 30,2% de los electores, la peor cifra desde 1995, a dos años de la retrocesión, cuando se introdujo el voto para el Consejo Legislativo en la entonces colonia británica. En las elecciones de 2016, en cambio, había votado el 58,3% de los ciudadanos con derecho a voto. En las elecciones de noviembre de 2019 para los consejos de distrito, que ganaron por amplia mayoría los candidatos demócratas tras las protestas antisistema que habían estallado pocos meses antes, participó el 71% de los votantes.
El mandato del saliente Carrie Lam ha estado marcado por enormes protestas que pedían su dimisión, el auge de la represión que ha aplastado prácticamente a toda la oposición (más de mil personas en prisión, según la base de datos del Hong Kong Democracy Council de Washington) y un brote de covid-19 que desbordó el sistema sanitario.
La nueva etapa que ahora se abre se antoja marcada por tres tendencias principales.
1. Primacía de la seguridad sobre cualquier otra variable
John Lee, antiguo responsable de seguridad, fue elegido con un resultado previsible: el 99,2% de los 1.461 votos disponibles (1.416 a favor, 8 en contra).
La promoción de su figura, teniendo en cuenta que tiene tras de sí toda una carrera en la policía y carece de experiencia en gestión administrativa en áreas tan importantes como economía, finanzas, comercio internacional, vivienda, bienestar social, salud o trabajo, pone en evidencia que la primera opción de Beijing es seguir apostando por la seguridad para resolver la ecuación de Hong Kong y que, dado el perfil de Lee y la complejidad del reto, el acierto está por demostrar.
Hong Kong jugó un papel clave como puente entre una China con un sistema socialista y los países desarrollados con un régimen capitalista
Lee puede completar el desmantelamiento de las tradicionales libertades de expresión, de prensa, de reunión, de asociación y académica que han caracterizado la ciudad, pero sigue siendo una incógnita cómo reaccionará la ciudadanía, especialmente a la vista del anunciado propósito de aprobar una legislación que contemple los delitos de traición, sedición y robo de secretos de Estado, que forman parte del artículo 23 de la Ley Básica de Hong Kong. Este artículo está pendiente de desarrollo desde 2003, cuando fue la causa de los disturbios que sacaron a 500.000 personas a la calle.
Aunque la represión ha surtido efecto a la hora de diezmar a la oposición organizada, el resultado de las elecciones locales de noviembre de 2019, que arrojó una victoria rotunda de la oposición, revela que existe una base social importante sensibilizada con ciertas demandas y deseosa de preservar su estatus peculiar.
2. La disolución de Hong Kong en la Gran Bahía
Es perceptible el afán de convertir Hong Kong en una ciudad china más. La homologación política se verá reforzada con el proyecto de la Gran Bahía de Zhuhai, en la desembocadura del río de las Perlas, en el que se integrará para aportar sus flujos financieros y comerciales, ahora con una singularidad política severamente rebajada.
China nunca se cuestionó el sistema ultraelitista de Hong Kong, que garantiza el gobierno de unos pocos para otros pocos
La propuesta de la Gran Bahía de Zhuhai fue lanzada en 2018 y va claramente en el sentido contrario de quienes aspiran a que Hong Kong preserve una identidad separada del continente. Con el apoyo absoluto del Gobierno central, sus promotores lo ven como una forma de integrar eficazmente la región en el vasto desarrollo urbano de las grandes metrópolis del sur de China, un enorme centro financiero y económico en el que Hong Kong será una metrópolis regional más.
La ambición de integración económica y social prevé también favorecer la migración diaria de las residencias de los hongkoneses más jóvenes hacia los centros urbanos de Cantón, Zhuhai y Shenzhen, unidos a Hong Kong por ferrocarriles de alta velocidad, acentuando así una normalidad demográfica que favorecería una uniformidad progresiva.
Hay que tener en cuenta que, desde 2017, el crecimiento de Shenzhen ha superado al de Hong Kong. Los salarios de los ingenieros de sistemas que ofrecen los grupos de alta tecnología son a veces más altos que en la región autónoma. Shanghái, por otra parte, se perfila como la gran referencia financiera de China.
En el pasado, Hong Kong jugó un papel clave como puente entre una China con un sistema socialista y los países desarrollados con un régimen capitalista. El resultado final de este diseño aconsejaba la máxima libertad siempre que no afectara la soberanía y la integridad territorial del país en su conjunto. Esa era la esencia del principio “un país, dos sistemas”. Hong Kong cumplía una función estratégica relevante en el desarrollo nacional de China.
La situación ahora es otra. Los planes de desarrollo de la Gran Área de la Bahía de Guangdong-Hong Kong-Macao y la Metrópolis del Norte apuntan a su conformación como uno de los ocho principales centros económicos del país, con una economía fuertemente integrada con la vecina provincia de Guangdong.
3. Subsistencia del pacto con las élites y ausencia de compromisos efectivos con la agenda social
China nunca se cuestionó el sistema ultraelitista de Hong Kong, que garantiza el gobierno de unos pocos para otros pocos. El Comité Electoral representa el 0,02% de la población de Hong Kong en su segmento más adinerado.
La misma China que anunció el fin de la pobreza extrema en 2020 debe reconocer que casi una cuarta parte de la población de Hong Kong vive por debajo del nivel de pobreza, establecido, el año pasado, en 4.400 dólares hongkoneses al mes. Otros problemas profundamente arraigados, como el desempleo estructural, la crisis de la vivienda, la sanidad y la creciente brecha de riqueza, son también factores relevantes que afectan a la estabilidad general, y que se van agravando con el paso del tiempo. Vivienda y desigualdad deberían ser las áreas prioritarias de la nueva administración, pero no se esperan cambios espectaculares.
Expectativas
Esta nueva institucionalidad, que pone el acento en la seguridad, la lealtad y el patriotismo, evidencia el colapso del primer orden poscolonial
¿Lo tendrá más fácil Lee que su antecesora Carrie Lam? Desde el movimiento Occupy Central de 2014 y las protestas masivas de 2019, la brecha entre la sociedad hongkonesa y las autoridades, tanto locales como centrales, se ha agrandado. El protagonismo crítico de Hong Kong en los últimos años ha afectado a una identidad política original que forma parte del ADN de su población y que difícilmente asumirá como irremediablemente perdida. Esto también ha repercutido en el crecimiento y la estabilidad. Esa nueva institucionalidad, que pone el acento en la seguridad, la lealtad y el patriotismo, evidencia el colapso del primer orden poscolonial, centrado en la fórmula “un país, dos sistemas”.
Si este nuevo tiempo sigue despreciando el valor de lo social en la gobernanza, primando estrategias de seguridad política y económica en detrimento de la justicia, a nadie le extrañe que la agitación política vuelva a inundar las calles. La legitimidad que las nuevas autoridades pretenden alcanzar por la vía de la seguridad tiene en la debilidad de la agenda social un obstáculo estructural que puede desbaratar una estabilidad lograda sobre la base de la tradicional alianza con las élites adineradas.
Que Hong Kong siga desempeñándose como centro financiero mundial es un factor clave para las élites, pero esa máxima aspiración no colma las necesidades ni las esperanzas de los 7,5 millones de habitantes de la ciudad.
Descontada la firme represión del movimiento opositor, si midiéramos la calidad de la “eficracia” china –esa idea de que la democracia se debe valorar también en función de la capacidad del sistema para colmar las aspiraciones materiales de la mayoría social–, la legitimidad argumentada en Hong Kong en atención al nivel de satisfacción con el bien común parte, sin duda alguna, del suspenso, porque siempre ha cedido en importancia al pacto con las élites.
Por tanto, si notoriamente, el sistema sociopolítico de Hong Kong ha perdido calidad conforme a los parámetros liberales, tampoco está claro que, a modo de compensación, pueda incluso aspirar a una mejora significativa conforme a los parámetros al uso en China.
Puede que ahora nos rasguemos las vestiduras, pero lo indiscutible es que la llamada comunidad internacional ha hecho bien poco por instituir un sistema democrático en Hong Kong. Gran Bretaña, la potencia colonial desde el siglo XIX, se acordó de ello a las puertas de la retrocesión (1997). En la misma línea, no...
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