COMO LOS GRIEGOS
Las huevas
En breve/muy breve, y lleven la dieta que lleven, la disponibilidad será el gran hecho modulador de nuestra dieta
Guillem Martínez 18/06/2022
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SERÁN CENIZA, MAS TENDRÁN SENTIDO. Un soneto es una unidad de sentido, que culmina, hace un salto mortal a su propio sentido, en los últimos dos versos. Un soneto bien calculado es un golpe con un martillo –de cristal– en tu frente –de cristal–, de manera que algo se quiebra, lo que posibilita una comprensión explosiva y reveladora de lo incalculado. Uno de los mejores sonetos en castellano es de Quevedo. Arranca con el verso “Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra”. En ese soneto, un contrarreformista –básicamente eso es Quevedo; es más, es el único cristiano viejo del staff de los grandes autores del Siglo de Oro; no solo creía, sino que se lo creía– renuncia, viola la religión en beneficio del amor. Esto es, sin ningún beneficio alguno. El soneto explica –¿los sonetos explican?– que, llegada la muerte, algo superior a él renunciará no solo a morir, sino a la vida eterna. Su alma no perderá la memoria, cruzará la Laguna Estigia en sentido inverso en busca de lo que recuerda, y despreciará, con todo ello, la ley suprema de la vida, que es la muerte. Su cuerpo será ceniza pero, aun sin Dios, renunciando, huyendo de Dios en busca de su amada, tendrá sentido. Sus cenizas, si son observadas, tan solo serán aparentemente polvo. “Mas polvo enamorado”. Guau.
MÉDULAS QUE HAN GLORIOSAMENTE ARDIDO. El soneto de Quevedo es importante. Demuestra que a) la religión no solo es una ley impasible, sino también la capacidad de burlarla. Esa burla es lo que hace humanas a las religiones, y no meros programas informáticos milenarios. Un dogma severo incluso puede ser burlado, como es el caso, por un católico antisemita radical y dogmático, como Quevedo, en el trance de firmar uno de los cantos más vigorosos a la fragilidad que jamás se han escrito. Demuestra que b) el amor existe. Es un universal. Es alegre como la palabra tomahawk y denso como la piel y la niebla. Es trascendente. No solo es un antes y un después, sino algo peor y aún menos recuperable: un durante. Y que c) existe la vida después de la muerte. Consiste, como apunta Quevedo, en la firme voluntad indomable de seguir prolongando el amor terrenal. Tal vez, sin resultado alguno. Hola, bienvenidos a Como los griegos, una sección sencilla, como la decisión de recorrer la Laguna a contracorriente. Hoy les paso un alimento que, muy posiblemente, es la prolongación, a través del amor, de seres vivos ya fallecidos. Las huevas. Tal vez el alimento más quevediano. Un alimento enamorado y con sentido.
LA PROLONGACIÓN DE LOS ALIMENTOS A TRAVÉS DEL AMOR. En efecto, una hueva es una lógica dentro de la lógica de un pescado ya fallecido, una suerte de los dos últimos versos de un pescado. También es la prolongación de su más firme decisión en vida. Reproducirse. Tuvo que ser una decisión tan potente e irreversible que trascendió a su propia muerte. Lo que provoca un alimento copado de una lógica turbadora e incomprensible. Y, aquí, un inciso.
EL DOLOR. ¿Es lícito comer bebés, o incluso algo anterior a un bebé, como es la hueva? ¿Es ético? La ética en la ingestión de alimentos, me temo, la fijan las religiones. Y, una vez que las religiones se volvieron pochas en algunas partes del planeta, son fijadas a través de otros sistemas de creencias, válidos para valorar la fortaleza de la fe, pero tan inútiles como las religiones para valorar la ética en la alimentación. Comer –animales y vegetales– es, básicamente, matar, sesgar. Lo que significa una maldición insolucionable. Intentar solucionarla es meterse en el campo semántico de las religiones, esas disciplinas preocupadas hasta por lo que comemos. De hecho, junto con las religiones, lo único que ha modulado las preferencias humanas por unos u otros alimentos ha sido el gusto, pero más aún, me temo, la disponibilidad. La disponibilidad es, tal vez, algo más determinante que las religiones para la ética de la alimentación. No sé. Alimentarse de seres poco disponibles –pongamos osos panda, pájaros bobos, seres humanos– es una frontera ética como una casa. Alimentarse de seres disponibles, cuyo consumo deja una amplia huella en el planeta, también. Eso sucede con la ganadería y la pesca extensiva y en modo psicokiller. Pero, para acabarlo de liar, también sucede con la agricultura. En ese sentido, no se pierdan El mito vegano, de Lierre Keith –está en Capitán Swing–, una activista vegana que tras 20 años de esa dieta publicó ese libro, en el que plantea la agricultura como el mal rollo desde hace 10.000 años, como un gran vertedero de petroleo planetario, un pozo sin fondo de recursos, y como un punto de exterminio animal. Esto es, de dolor. Ustedes son libres de no comer animales, o no comer animales con pezuña no hendida, o comerlos solo cuando son sacrificados orientándolos hacia un punto cardinal. Pero deben saber que, en esa elección, les ampara la libertad religiosa, más que el conocimiento. Mola no ser dogmático. Veganos o cárnicos: traicionen su dogma en modo Quevedo periódicamente. Opten por lo disponible y liviano. Me temo que, en breve/muy breve, y lleven la dieta que lleven, la disponibilidad será el gran hecho modulador de nuestra dieta. Y, ahora sí, las huevas.
LAS HUEVAS. Las huevas frescas son una membrana que contiene millones de huevos fecundos de pescado. En primavera, el pescado azul y muchas especies de pescado blanco enloquecen. Doblan o triplican su peso, se vuelven majaras y, cuando se encuentran, cruzan esa Laguna Estigia que es la mar salada, para darse del frasco-carrasco. El resultado es la hueva, ese segmento fascinante que aparece de serie en primavera, cuando compramos pescado, o que se vende por separado en primavera, a un precio barato. En el mercado suele haber huevas de merluza estos días a 12 euros el kilo –no ha nacido aún el humano que se haya comido un Kg de huevas–. También las encontrarán en el pescado azul que compren estos días. Las huevas de caballa son espectaculares, de un amarillo divertido, y muy fáciles de extraer. Las huevas son tan fascinantes que se cocinan con más fascinación, ese fuego, que con fuego. La Larousse Gastronomique es taxativa respecto a la elaboración de las huevas. Solo da una receta, que a su vez es tan sencilla que está a punto de no ser ninguna receta. Ahí va: para hacer oeufs de poisson, “salpimentar las huevas (…). Rociarlas con aceite y un poco de zumo de limón, y dejarlas reposar 30 minutos. Rociarlas entonces con mantequilla clarificada” –quieto-paraó; no haga jamás eso, a menos que así se lo obligue la educación que le dio su madre/su cultura; échenle aceite de oliva; o lo que hacen los andaluces, que son los mejores freidores de Europa: aceite de girasol o de semillas–, “a fuego lento”.
LAS HUEVAS 2.0. Si van al mercado y se topan de morros con las huevas de la sepia, sepan que están ante un fenómeno, un espectáculo de la alimentación que se origina en Huelva y que, por simpatía, se extiende hacia Cádiz, ese punto del planeta en el que la simpatía, por otra parte, es una razón de ser. Si quieren estar a la altura, tras ver esas huevas, les recomiendo que sigan de forma rigurosa estos sencillos pasos: a) abaláncense sobre el/la pescatero/a, agárrenlo/la/le/li/lo/lu por la solapa y pídanle el precio de esas huevas. Si ven que hay química, ya puestos pídanle su número de teléfono, que como Quevedo, o el pescado de primavera, un pescatero/a está sometido a la tensión de la vida, pero en contrapartida tiene teléfono. Vuelvan a casa con las huevas. Háganlas a la plancha. Cuando las saquen del fuego, les echan un chorro de aceite de oliva I+D, o una picada de aceite, sal y ajo. Y, hala, a volverse loco. O cuerdo. Jueguen a la plenitud de volver de la muerte, simplemente, por amor, por el placer de hacerlo. Por comer esas cosas sencillas con esa persona que ríe de manera peculiar. Si Quevedo casi lo consigue, nosotros podemos estar más cerca de lograrlo, si lo hacemos con huevas, esas cosas que ya volvieron de la muerte por nosotros y para nosotros.
SERÁN CENIZA, MAS TENDRÁN SENTIDO. Un soneto es una unidad de sentido, que culmina, hace un salto mortal a su propio sentido, en los últimos dos versos. Un soneto bien calculado es un golpe con un martillo –de cristal– en tu frente –de cristal–, de manera que algo se quiebra, lo que...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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