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EL SEXO DEL ISLAM

El velo se revela

El pañuelo hecho trizas es una metáfora significativa del estado de los derechos en Irán: la fuerza que moviliza la calle va más allá y se convierte en un grito de libertad

Karima Ziali 26/09/2022

<p>El régimen iraní convoca marchas de apoyo para contrarrestar las protestas por la muerte de Mahsa Amini.</p>

El régimen iraní convoca marchas de apoyo para contrarrestar las protestas por la muerte de Mahsa Amini.

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Ha muerto ella, Mahsa Amini, la mujer con el velo a media cabellera. Y su rostro de veintidós años ha inundado las redes, su rostro de redondeces sutiles, de recién llegada a la vida adulta. Sus ojos posando al infinito son una imagen simbólica, una imagen que parece haber despertado la voz semidormida, semidespierta de Irán. Mahsa Amini es la imagen del velo que se rebela contra su imposición y en este acto nos revela algo que merece ser analizado.

En Irán, el velo arde en la calle, se queman sus tejidos en trama y sus hilos son mechas que prenden la vida reprimida, recortada entre las líneas rectas de unos metros de trapo. Cada pedazo de tela ondeando en el aire por una mano de mujer aviva el fuego de una revolución. Es un soplo de peligro, de riesgo, de madurez ante la infantilización de las mujeres.

Mahsa Amini es el mundo que se descubre a sí mismo ante la brutalidad de una tela que mide el honor de las mujeres, su clase social y su disponibilidad sexual. Y tal vez por esto, por definir desde estos parámetros a una mujer, el velo acota en sí mismo una forma de identidad, una mujer que solo puede ser nuestra, que solo puede pertenecer a una comunidad de fe si cabe dentro de estos límites.

El cabello de la discordia sexual

El cabello de Amini asomando por debajo del velo –o más aún, volando al viento–, supone una transgresión sexual. Una mujer que desvirtúa el espacio público con su presencia, que logra romper el orden masculino de la calle, que fragmenta la entereza varonil de una sexualidad siempre débil, siempre a punto de hacerse añicos. Detrás del velo solo se esconde una sexualidad masculina frágil y vulnerable. Me pregunto siempre cómo han aprendido los hombres a ser tan endebles ante la sexualidad femenina. Y sobre todo, de qué forma se ha perpetuado esta incapacidad sexual masculina por la sexualidad femenina. Su impotencia pone de manifiesto la violencia que sigue a la frustración con la cual se acercan al mundo sexual de las mujeres.

Es la evidencia del horizonte herido de alguien que no ha sabido entender el amor. Esta es la brecha de la que adolecen muchas sociedades basadas en el islam. Y no porque el islam sea una nube abstracta sobre la que verter todo nuestro malestar, sino porque el islam es sus discursos y lo que las personas hacen con el islam. Por eso que señalo al islam vivo, el que se dicta y el que ocurre y que es en cierto modo ageográfico, cuando se trata de buscar respuestas a todas estas preguntas.

En estos espacios donde el islam recoge a los individuos en un lazo difícil de desatar, llevamos tanto tiempo relacionándonos a través de un patrón donde prima la alianza interesada, donde la mujer solo se valora –a sí misma, ante los demás y por los demás–, en tanto que madre de varones, donde el sexo es una parálisis y un diálogo sordo, donde el conservadurismo de una identidad nos ha privado de la libertad individual y de los derechos humanos, donde la madre ordena una educación segregacionista entre sexos y el padre castiga la desobediencia y los atisbos de individualidad.

La muerte de Amini corrobora toda esta carga asfixiante de unas sociedades caducas que tan solo reproducen en el poder lo que los hogares esconden: una sexualidad amputada y controlada, vigilada y censurada, castigada y robada

La muerte de Amini corrobora toda esta carga asfixiante de unas sociedades caducas que tan solo reproducen en el poder lo que los hogares esconden: una sexualidad amputada y controlada, vigilada y censurada, castigada y robada. Amini ha muerto y ha dejado una puerta abierta a repensar todos estos viejos interrogantes que en cierto modo se enfrentan cada día. Irán lo está haciendo en las calles.

En este país, república islámica insostenible, las mujeres y la juventud de las redes sociales se atreven a asomarse por debajo de un velo impuesto, gritan en la calle un lema cargado de honestidad: “¡Mujeres, vida, libertad!”. Tres palabras que juntas agitan un territorio constreñido desde dentro y desde fuera. Todo un pulso abierto al restrictivo sistema teocrático que gobierna el país desde esa aclamada revolución islámica de 1979. El nuevo régimen dirigido por “la señal de Dios” (ayatolá), parecía que iba a arrojar luz sobre la enorme sombra económica que engullía al país, resultado de un exacerbado y desbocado crecimiento al que el sha y sus colegas extranjeros se lanzaron sin cuartel.

Pero esta revolución del velo se está convirtiendo en una llamada de atención al mundo, el grito de una sociedad asfixiada a la que debemos mirar y escuchar. El velo hecho trizas es una metáfora significativa del estado de los derechos en Irán, por esto mismo la fuerza que moviliza la calle va más allá del velo y se convierte por encima de todo en un grito de libertad.

De la obligatoriedad a la prohibición del velo

El núcleo principal de este movimiento atañe al pueblo de Irán sin ninguna duda. Es la lucha que deben librar; las calles son suyas y la fuerza que se despliega en ellas nace de sus entrañas. Desde territorio europeo, se me ocurre que todo ello es una oportunidad de analizar precisamente la forma con la cual abordamos la cuestión del velo.

Una de las imágenes más significativas de la república del ayatolá es el cuerpo de mujeres que forman parte de la policía moral. Ataviadas en su chador negro, sin un pelo asomando por la frente y con calzado oscuro, aderezado en los últimos tres años con unas mascarillas que parecen casar a la perfección con sus uniformes. Ellas son el brazo eficaz de las denuncias por comportamientos inmorales de las mujeres o carentes de decoro o tal vez de todo aquello que les genere un escozor impronunciable. Mujeres vigilando mujeres. Tal vez sea la paradoja más significativa sobre la cuestión del velo.

Salvando las distancias con este cuerpo policial, pero manteniendo el principio de vigilancia y juicio, el uso del velo en Europa se ha convertido en un foco de sobreexposición mediática, en un nido de opinión pública donde lo importante es decir algo (tal vez, lo que sea). Llevar el velo es estar en el punto de mira.

Pienso que quienes mejor saben o intuyen que la muerte de Amini es el resultado de una vieja violencia, son precisamente las mujeres que llevan el velo por ser una acción nacida de su voluntad individual. Y aquí es donde se vuelve todo delicado, no solo porque parece que estas mujeres no existan, sino porque parece que llevar velo implique posicionarse en contra de las mujeres para quienes esta prenda ha sido impuesta. Parece que su velo sobre la cabeza se convierte en una especie de traición y de posicionamiento patriarcal.

Pero yo diría que su velo es el velo de la verdad. Ellas, que cada vez se esconden menos, han hecho del velo un poder sexual, parecen decir “mi velo es consentido y por eso tiene valor”. Esto es tal vez lo que conmociona de Amini, que su velo descolocado es el velo de la impotencia y de una sexualidad aprisionada. Su gesto de mostrar parte de su cabello fuera de éste, era la forma de expresar el poco valor que tenía para ella esa prenda y lo mucho que suponía desvelar su cabello, porque éste sí era su poder sexual femenino que no quería esconder.

Sin embargo, qué distinto es cuando esa misma prenda parece ser una extensión de la piel, una tela que deviene células y que sin ella no habría yo, y que sin ella no habría oportunidad de ser visible. Esto también es el velo para quienes lo adoptan desde un significado que las hace valedoras de una forma de relacionarse con el cuerpo que, para quienes no lo usamos, nos resulta arduamente complejo de entender. He conocido a muchas mujeres que hacen del velo su fortaleza, una especie de campo de dominio y control que se acciona desde dentro. El velo es su cuerpo. Para Amini, muy posiblemente, más que una continuidad de su piel, el velo era un cuerpo extraño al que no consentía sobre su pelo ni sobre su tez y del que trataba de escapar como podía. Que Amini haya muerto por no llevar bien colocado el velo manifiesta precisamente la incapacidad de entender el poder de decisión de las mujeres respecto al velo y de imponer un cuerpo al que muchas no desean acceder.

Esta es la lección que en parte deja Irán. No se trata de polarizar el discurso entre el velo por obligación y el velo por voluntad, ni siquiera se trata de reducirlo todo al velo impuesto. Sino más bien de cuestionarse si el ejemplo de Irán no nos lleva a reflexionar sobre lo cerca que están la obligatoriedad del velo y la prohibición del velo y que por encima está la libertad individual de vivir (escoger, equivocarse, decidir, errar...), ya que eso es el principio de madurez de una sociedad que supera las imposiciones y las prohibiciones.

Pienso, viendo las imágenes que nos llegan de Irán, ¿qué distancia hay entre la imposición y la prohibición de esta tela?, ¿qué distancia hay entre la exigencia legal de acudir al colegio con el velo y la contraparte que impide por ley acudir a la escuela con el velo?

La obligatoriedad del velo es en cierto modo equidistante a su prohibición. Ambos movimientos generan el movimiento opuesto: imponer, implica deshacerse del velo; prohibirlo, implica hacerse con el velo

La obligatoriedad del velo es en cierto modo equidistante a su prohibición. Ambos movimientos generan el movimiento opuesto: imponer, implica deshacerse del velo; prohibirlo, implica hacerse con el velo. Vale la pena reflexionar sobre ambos extremos, porque uno retroalimenta al otro, uno incita al otro en una relación de codependencia. Ambos están movidos por la misma fuerza de restricción del cuerpo, uno velando y el otro desvelando, uno cubriendo y el otro descubriendo; al fin y al cabo se trata de constituir de forma pública un discurso sobre la sexualidad de la mujer y sus forma de identificarse. Evitando, ambos discursos por igual, abordar la capacidad de decisión y de liberación de la mujer como ejercicio de su individualidad. Es evidente que en este movimiento resultaría absurdo manejar los conceptos de aciertos y desaciertos y solo es válido atender a lo que ocurre, es decir, al desarrollo abierto al que está sometido el uso del velo.

En la trinchera del discurso único, se nos escapa la historicidad del velo y esto significa, la posicionalidad con la que muchas mujeres se relacionan con esta prenda. El velo más allá de un estado, es un proceso, un lugar de conflicto, de tensión para quien lo lleva y para quien no lo lleva y solo lo ve llevar. El velo es un espacio de revolución y nace de la voluntad de confrontar su significado, esto está en el horizonte de todas las mujeres, puesto que atañe a su sexualidad y su cuerpo desde el cual se implican en el mundo.

Amini ha sentado un precedente acerca de la violencia ejercida sobre el cuerpo de las mujeres en Irán. También en el resto del mundo. En Europa, diría que sirve para hurgar en una herida que siempre se ha tratado de cicatrizar de dos formas: prohibición o permisividad. Pero la brutal muerte de Mahsa Amini, es una dolorosa oportunidad para poner el foco en la polarización de los discursos sobre una tela que ha adquirido un protagonismo por su tremenda visibilidad pública.

Todos los discursos sobre la cuestión del velo están amparados por lo que conviene a las mujeres. Es el juego del eterno paternalismo del que solo se puede una emancipar tomando un camino de responsabilidad con las acciones que lleva a cabo. Siempre he confiado en la acción individual y en la fuerza de la acción colectiva, por muy lentos que sean los resultados y por muy difíciles de digerir que puedan ser las muertes.

Ha muerto ella, Mahsa Amini, la mujer con el velo a media cabellera. Y su rostro de veintidós años ha inundado las redes, su rostro de redondeces sutiles, de recién llegada a la vida adulta. Sus ojos posando al infinito son una imagen simbólica, una imagen que parece haber despertado la voz...

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Autora >

Karima Ziali

Escritora, filósofa y antropóloga. Nacida en Marruecos y criada en Catalunya, se dedicó a la docencia hasta que decidió tomarse en serio como escritora e investigadora. Colabora con diferentes publicaciones y con una escuela feminista. Instalada en Granada desde hace unos meses, se dedica a la investigación sobre sexualidad e Islam.

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1 comentario(s)

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  1. itsasotsoa

    Me ha gustado el artículo porque me ha parecido diferente, original. Sin embargo tengo dos discrepancias que voy a plantear en forma de preguntas. 1. Hablas del velo casi como sujeto propio y titular del derecho a ser llevado por mujeres. ¿Por qué consideras que es equivalente o igualmente justificado llevar velo o no llevarlo? Está claro que individualmente es una decisión de cada mujer, pero no estaríamos hablando del velo si no fuera porque hay religiones que lo imponen (el islam principalmente, pero en su momento la católica y otras tabién). Lo natural es no llevar velo, llevarlo no responde a ninguna necesidad y si mucha gente lo lleva es por algo, y ese algo no es la casualidad de que hayan coincidido tantas voluntades, sino algo que viene de fuera de ese colectivo. 2. Planteas una cierta tolerancia con el velo, pero ¿por qué no hablamos del tamaño? Está claro que debe ocultar todo el pelo para que no se te considere incumplidora, pero tus mismos argumentos sirven para defender la ocultación adicional de la cara, o de todo el cuerpo, como con el burka. ¿No te inquieta estar dando alas a los que practican no solo la ocultación sexual sino también la invisibilización de la mujer y la anulación de su individualidad? Y si hay mujeres que lo hacen voluntariamente, es probable que en muchos casos sea digno de prohibición, pero como mínimo ¿no te parece un fenómeno digno de un estudio de salud mental?

    Hace 2 años 1 mes

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