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Racismo en EE.UU.

En el ‘Mall’ de Washington (II): el cuerpo negro de la historia blanca

A lo largo del siglo XVIII, las sociedades esclavistas de las plantaciones instituyeron un sistema que dividía a la humanidad en razas, diferentes en aspecto y estatus

Ángel Loureiro 29/10/2022

<p>Algunos visitantes en el Jefferson Memorial del Mall de Washington en 2013.</p>

Algunos visitantes en el Jefferson Memorial del Mall de Washington en 2013.

Ron Cogswell (CC BY 2.0)

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(*) Este artículo es el tercero de una serie de cuatro que comenzó con la publicación de Guerra cultural en los Estados Unidos, aparecido el pasado 18 de septiembre, en el que se trataba del impacto escolar y electoral de la controversia acerca de la teoría crítica de la raza y el Proyecto 1619 auspiciado por el New York Times. La serie continuó con En el Mall de Washington: de la historia monumental a la historia desde abajo, primera entrega de un desvelamiento de la historia negra “encriptada” bajo la historia pública americana, tal como se exhibe en los museos y monumentos concentrados en el Mall de la ciudad de Washington y en los documentos fundacionales del país, lectura que se continúa en este artículo. Esa historia encriptada constituye el trasfondo histórico fundamental para comprender la discriminación estructural desvelada por la teoría crítica de la raza y la revisión de la historia del país formulada por el Proyecto 1619.

En su encarnación actual, visto desde arriba (basta con asomarse al mapa de Google para comprobarlo), el Mall tiene la forma inconfundible de una enorme cruz o de la planta de una iglesia cristiana, aunque, al contrario de la norma de estas, su orientación es hacia el oeste, no hacia el este. Cuatro puntos cardinales, los cuatro puntos extremos de la cruz o catedral: Capitolio, Casa Blanca, Jefferson Memorial, Lincoln Memorial. Los dos grandes centros del poder y dos presidentes decisivos en la historia del país, uno de sus fundadores y el salvador de la unión federal. En el espacio acotado por esos cuatro puntos cardinales se entrecruza la historia de la esclavitud, en todos esos monumentos ha dejado sus huellas. El Mall celebra los logros de la patria, pero en él está inscrita también la historia de la institución sobre la que se asentó la economía americana en la primera mitad del siglo XIX.

En esa iglesia figurada, el pórtico correspondería al Capitolio y el ábside lo ocuparía el Lincoln Memorial, homenaje al gran mártir del país, erigido en un lugar elegido de modo que su eje se correspondiera con total exactitud con el centro del Capitolio. Y el transepto (la nave transversal que en una seo corta en perpendicular a la central), o los brazos de la cruz, de ese templo patriótico-secular estaría delimitado en el norte por la Casa Blanca y en el sur por el Jefferson Memorial, autor de la Declaración de Independencia, uno de los redactores de la constitución americana y tercer presidente del país. En el corazón del Mall, en el lugar en el que se situaría el crucero de una iglesia en la que el Lincoln Memorial ocuparía el ábside, se ubica el obelisco del Washington Monument, la estructura más alta de la capital, un monolito de mármol de 180 metros de altura, comenzado en 1848, pero que por razones diversas no fue completado hasta 1888.

Señero, el monolito está aislado en medio de una amplia explanada que asciende gradualmente hasta su base. Ese amplio espacio vacío dispuesto alrededor del obelisco ha sido el espacio ideal para concentraciones y ocupaciones de protesta, a algunas de las cuales se ha hecho referencia en el artículo anterior de esta serie. En junio de 2022, en una muestra temporal, esa pradera fue cubierta con 45.000 flores blancas y rojas, dispuestas en urnas alineadas con la precisión de un cementerio militar, en recuerdo del número anual de muertos por armas de fuego en los Estados Unidos.

El obelisco del Monumento a Washington al atardecer. Foto: John Brighenti | Flickr.

El monumento a Washington ocupa el centro físico y simbólico de esa monumental historia pública de la nación que es el Mall. Una historia que es corregida por las voces discordantes que desde hace un tiempo insisten en que el primer padre de la patria, un personaje mitificado por la historia convencional del país, fue esclavista. Esclavista como lo fueron Madison y Jefferson (otros dos padres de la patria), y nueve presidentes más del país, aunque a su muerte Washington, a diferencia de Jefferson, concedió la libertad a todos sus esclavos. No es esa la única inscripción de la esclavitud en ese monumento. Entre su mano de obra había numerosos esclavos, pero ya el mismo terreno en el que fue erigido fue escenario de un pasado de opresión. En los años fundacionales de la ciudad de Washington, en el espacio del futuro Mall se ubicaban las jaulas de un mercado de esclavos, en los mismos años en los que se construía el Capitolio con mano de obra libre ayudada por esclavos alquilados a plantaciones y familias de los estados vecinos de Maryland y Virginia: esos esclavos prepararon el terreno, excavaron los fosos para los cimientos, labraron la madera de las vigas, fundieron ladrillos y extrajeron de las canteras la piedra con la que edificaron la sede del gobierno.

En los años fundacionales de la ciudad de Washington, en el espacio del futuro Mall se ubicaban las jaulas de un mercado de esclavos

Comenzado en 1793 pero no completado hasta finales de la Guerra Civil, encaramado en una gran escalinata que permite contemplar toda la extensión monumental del Mall desde su extremo este, el Capitolio está coronado por una Statue of Freedom (no Liberty, como la de Nueva York), un coloso de bronce de 6 metros de altura, que sostiene en una mano una espada y en la otra una corona de laurel y el escudo de los Estados Unidos: libertad armada y victoriosa. Erigida en 1863, en plena Guerra Civil, su diseño había sido aprobado antes de que comenzara el conflicto. En su versión original la estatua portaba en su cabeza el gorro frigio, popularizado por las revoluciones americana y francesa como símbolo de libertad y republicanismo (confundiéndolo con el gorro pileo, símbolo de la manumisión de los esclavos en Roma), que suele ser portado por Mariana y por Columbia (la primera personificación de los Estados Unidos, de la que la Statue of Freedom es una prefiguración), reemplazada a principios del siglo XX por Uncle Sam, quien ya no representa al pueblo como Lady Columbia, sino al gobierno (Uncle Sam Wants You!). A la idea del gorro pileo se opuso Jefferson Davis, entonces ministro de la Guerra, aduciendo que ese símbolo no representaba a una gente nacida libre como era la americana. Gente exclusivamente blanca, por supuesto, como no podía ser de otro modo en la mente de un esclavista y futuro presidente de la Confederación sureña secesionista. En lugar del gorro que simboliza la libertad, la estatua lleva un casco militar coronado por una cabeza de águila y una cresta de plumas.

La Statue of Freedom sobre la cúpula del Capitolio. Foto: dbking | Flickr.

La Casa Blanca (comenzada en 1792, e inaugurada en 1800 por John Adams, el segundo presidente del país) está situada en el ala norte del transepto del Mall. Fue construida por obreros traídos de Irlanda y de Escocia para ese fin, quienes trabajaron al lado de negros libres y de esclavos alquilados, igual que en la obra del Capitolio, en los estados vecinos de Maryland y Virginia, en una época en la que en esos estados tenían la mitad de los 750.000 esclavos del país. Al igual que en el Capitolio, para la construcción de la Casa Blanca los esclavos se ocuparon de extraer piedra de las canteras y de labores de carpintería, albañilería y pintura. Según el censo de 1790, Virginia tenía el mayor número de esclavos del país, 300.000, ocupados sobre todo en el cultivo del tabaco, que junto con el arroz en Carolina del Sur fueron las cosechas que demandaron más esclavos en el siglo XVIII, pero que desde principios del XIX fueron desplazadas por el cultivo de productos más lucrativos, por la gran demanda europea: el algodón (en Misisipi) y el azúcar (en Luisiana), monocultivos que inducirán el traslado masivo de un millón de esclavos de Maryland y Virginia a los estados situados más al sur en una trata que, sobrepasada en beneficios solo por la venta del algodón y el azúcar, desarticuló las comunidades y unidades familiares de esos esclavos.

Para la construcción de la Casa Blanca los esclavos se ocuparon de extraer piedra de las canteras y de labores de carpintería, albañilería y pintura

La Casa Blanca está rodeada de edificios del estado construidos al modo neogriego, el estilo cívico-nacional por antonomasia en los Estados Unidos en el siglo XIX: los ministerios de Interior, Justicia, Estado y Comercio, la Reserva Federal y los Archivos Nacionales, en cuyo museo se exponen los tres documentos fundacionales de la nación: la Declaración de Independencia, la Constitución y la Carta de Derechos, en la que se recogen las diez primeras enmiendas a la Constitución, aprobadas en 1791. Tres documentos definitorios del país desde su fundación, y aglutinante esencial de la nación. La Constitución, como se verá, constituye la referencia inevitable en todo tipo de disputas acerca de nuevos derechos, definitorios de una ciudadanía plena. La enmienda 14, aprobada en 1868, en la estela de la Guerra Civil, con la que se concedió igualdad de derechos a la población negra una vez que había sido abolida la esclavitud con la enmienda 13, ha sido invocada una y otra vez desde entonces por grupos (negros, mujeres, gays) en su reclamación de igualdad de derechos. Como se vio en el artículo anterior de esta serie, esa enmienda fue invocada en 2022 por el Tribunal Supremo para abolir el derecho constitucional al aborto, argumentando que, en su sentido original, la enmienda no contempla ese derecho, interpretación “originalista” de la Constitución muy popular entre los juristas ultraconservadores para negar derechos que en siglos anteriores no existían.

Sigamos examinando desde el aire ese centro simbólico-monumental del país: frente por frente a la Casa Blanca, se ubica el Jefferson Memorial. Construido entre 1939 y 1945, a instancias de Franklin Roosevelt, gran admirador del tercer presidente del país, en ese monumento el redactor de la Declaración de Independencia está elevado a las alturas en una estatua gigantesca albergada en el interior de un templete, variante a menor escala de los panteones de Roma y de París, lugares de celebración y enterramiento de los grandes de Italia y Francia. El nombre oficial es The Jefferson Memorial, no The Jefferson Monument (a diferencia del monolito consagrado a Washington). Una diferencia sutil, pero sentida: el monumento conmemora; el memorial también, pero añadiéndole una nota de pérdida y lamento. Hay otros Memorials en el Mall (dedicados a Lincoln, Martin Luther King, y a los soldados muertos en Vietnam) en los que el tono de lamento es más evidente debido al destino trágico de los conmemorados. Una nómina mixta: un gran presidente, el líder de un movimiento de protesta contra el estado, soldados enviados a un matadero. Una suma de tragedias dispares que la maquinaria de crear patria, omnívora aunque a veces lenta, ha sabido integrar en una unidad histórico-nacional. Los Estados Unidos, más que ninguna otra nación, saben glorificar a posteriori, integrándolo en su devenir histórico oficial, lo que en el pasado descalificó como contestación o desvarío.

El interior del Jefferson Memorial. Foto: Rob Cogswell | Flickr.

En el friso y las paredes interiores del Jefferson Memorial está inscrita una antología del autor, sus frases consagradas en la memoria nacional: “El Dios que nos dio vida nos dotó de libertad”; “He jurado sobre el altar de Dios hostilidad eterna contra toda forma de tiranía sobre la mente humana”; y sus palabras más famosas, las más felices e infelices, las frases con las que comienza la Declaración de Independencia, redactada por Jefferson durante el tumulto de la revolución americana contra Inglaterra, y aprobada el 4 de julio de 1776 (el 4 de julio: la gran fiesta nacional), con la que las trece colonias inglesas se declararon como estados soberanos. Trece estados unidos en una federación creada endeble a propósito, por desconfianza de toda autoridad central (congreso o presidente) que podría convertirse en tiránica, estableciendo una tensión entre los poderes y prerrogativas del gobierno federal y los de los estados que continúa hoy en día, tensión que en una de sus manifestaciones más graves (la negativa del gobierno federal bajo la presidencia de Lincoln a permitir la expansión de la esclavitud a nuevos territorios del oeste incorporados al país) acabaría por llevar a la Guerra Civil. Al interpretar que la Constitución y sus enmiendas no amparaban el derecho al aborto, el Tribunal Supremo devolvió explícitamente esa autoridad a los estados, algunos de los cuales tenían aprobadas con antelación leyes restrictivas que entrarían en vigor en el momento de la decisión prohibitoria del Tribunal Supremo.

En un país en formación, carente de los fundamentos tradicionales de una nación (fronteras físicas, unidad étnica o cultural), las instituciones políticas y los documentos fundacionales se convirtieron en un mecanismo de unidad y autodefinición nacional. Por esa razón, señala el historiador Eric Foner, en la primera mitad del siglo XIX la Constitución (calificada como la Biblia política de la nación) y el “culto de los fundadores” se establecen firmemente en la cultura política del país. Con razón, Foner afirma que los americanos reverencian la Constitución como un símbolo de identidad nacional y la aceptan como la autoridad definitiva para resolver disputas políticas, lo que da a la cultura política americana un carácter peculiar, al transformar asuntos políticos en cuestiones jurídicas. De ahí la gran importancia que tiene la composición del Tribunal Supremo americano, cuyos miembros son nominados por el presidente y sirven de por vida. La mayoría conservadora que domina el Tribunal en el presente augura decisiones controversiales en los próximos años que podrían acentuar todavía más la polarización política del país.

En el siglo XX, cada generación reinterpreta la Constitución de acuerdo con sus intereses, señala Foner: como documento redactado por unas élites para defender sus intereses económicos; como justificación legal para controlar al pueblo; como repositorio de los derechos de unas minorías segregadas. En suma, como un documento “vivo”, abierto a su interpretación en función de los problemas y cuestiones que surgen con el cambio de los tiempos; o, en la versión favorecida por los conservadores, partidarios de recurrir a la supuesta intención original de los redactores (de los prejuicios y limitaciones de sus tiempos, habría que añadir) para negar derechos civiles no contemplados en la época de la redacción de la Constitución y sus enmiendas, limitando de ese modo el poder del gobierno federal, al traspasar a los estados cuestiones políticas decisivas acerca del papel del gobierno, los derechos civiles y los límites de la libertad (sin que falten unas minorías, en ambos bandos políticos, que proponen que se escriba una constitución nueva). En suma, la Constitución es un fundamento de unidad nacional por cuanto es aceptada como referencia común para todo tipo de disputas políticas y civiles, aunque su interpretación se debate entre la defensa anquilosada de unos valores del pasado y la promesa, mesiánica, de ser repositorio de formas de libertad y derechos nuevos que puedan ir surgiendo con el paso del tiempo.

Con el cuerpo del esclavo se crearon fortunas inmensas en el sur del país; y también sobre ese cuerpo, acerca de ese cuerpo, se dirimieron cuestiones fundamentales

“Mantenemos que son verdades autoevidentes que todos los seres humanos son creados iguales, y que su Creador los ha dotado de ciertos derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Las frases primordiales de la Declaración de Independencia, uno de los grandes mantras nacionales, palabras invocadas todavía una y otra vez, escritas por Jefferson en 1776 en Filadelfia (ciudad en la que se reunía el Congreso del país en ciernes de creación durante la guerra contra Inglaterra), en un piso alquilado en el que era asistido por Robert Hemings, su ayudante de cámara negro, hermano de Sally Hemings, la esclava que Jefferson hizo su amante durante tres décadas, desde que ella tenía dieciséis años, y que al igual que su hermano Robert era hija del suegro de Jefferson con otra esclava. El cuerpo de la esclava negra: objeto de placer de los señores blancos, trabajadora en sus mansiones o en sus campos y, sobre todo, madre potencial de mano de obra, fuente de un caudal inmenso, fundamental para la multiplicación del número de esclavos, sobre todo una vez que la importación quedó prohibida en 1808. En Virginia, el estado de Jefferson, como en otros estados, la ley del partus sequitur ventrem dictaba que la progenie de una esclava tenía también la condición de esclava. Con razón, en una carta redactada en 1820, Jefferson escribió que una esclava que paría un hijo cada dos años era más rentable en una plantación que el trabajo del obrero más capaz. Con el cuerpo del esclavo se crearon fortunas inmensas en el sur del país; y también sobre ese cuerpo, acerca de ese cuerpo, se dirimieron cuestiones fundamentales acerca de la libertad, los derechos civiles, la justicia y la equidad.

Mientras Robert le serviría té al futuro presidente, éste se inclinaría sobre el papel para escribir esas palabras ilustradas acerca de la libertad como un derecho inalienable concedido por el Creador a todos los seres humanos. A todos, menos a esclavos como a Robert y a su hermana Sally, y a los cuatro hijos, de los seis que Jefferson tuvo con ella, que sobrevivieron la primera infancia y que pasaron a engrosar la plantilla de esclavos de Monticello. A dos de ellos los manumitió en vida; a los otros dos les dio libertad en su testamento y, junto con Sally, abandonaron Monticello tras la muerte de Jefferson, momento en el que, para pagar las deudas que dejó, se vendieron en subasta los 130 esclavos que había en la plantación del antiguo presidente.

En Monticello, Jefferson tuvo en todo momento más de cien esclavos. Ellos rasuraron la cima de la colina en la que luego construyeron la mansión junto con trabajadores blancos; labraron sus campos, su molino y su herrería (uno de los trabajos típicos de los niños negros era hacer clavos). Jefferson regaló esclavos a sus hijos y a sus nietos, pero los condenaba al azote solo en casos extremos. En su Farm Book anotó hacendoso el estado de sus cuentas: el nombre y la fecha de nacimiento de cada uno de sus esclavos, las raciones que recibían, las ropas que les compraba, la venta de cada uno de ellos. Aunque en el estado de Virginia a los esclavos les estaba prohibido casarse, Jefferson permitió a los suyos formar parejas y trató de mantener intactas las unidades familiares cuando compraba o vendía esclavos.

Jefferson trató de socavar la rebelión de los esclavos en Haití en 1894 y luego la independencia del país diez años más tarde

Tras la revolución contra los ingleses, los estados del norte abolieron la esclavitud. El número de esclavos que hubo en ellos no llegó a pasar de 50.000 y tenían un papel económico limitado, en comparación con la dependencia total en la mano de obra esclava de las industrias del tabaco, arroz, azúcar y algodón del sur, creándose así una tensión entre norte y sur acerca del estatus y los derechos de la población negra que irá en aumento hasta su resolución (temporal) en la guerra civil. Cuando Virginia legalizó la manumisión voluntaria de los esclavos tras la independencia del país, Jefferson no fue tan generoso como otros dueños de plantaciones y no les dio la libertad. Con vistas a reforzar la alianza con Francia (país en el que había residido como enviado americano), y en apoyo de los esclavistas del sur (quienes vivían bajo el temor constante de una rebelión de esclavos), como ministro de Exteriores (Secretary of State), y luego como presidente, Jefferson trató de socavar la rebelión de los esclavos en Haití en 1894 y luego la independencia del país diez años más tarde, proceso que llevó a que muchos dueños de plantaciones de azúcar de la isla mudaran a la Luisiana, recién incorporada a los Estados Unidos, una industria sostenida por esclavos que sería una fuente inmensa de riqueza en el siglo XIX.

Como muchos otros líderes políticos de la primera mitad del siglo XIX, Jefferson tenía ideas contrapuestas acerca de la esclavitud. Escribió que ese estado aunaba el mayor despotismo y la sumisión más degradante, y observó preocupado que los niños aprendían precozmente esa lección de despotismo. Pero tenía la convicción de que los negros eran inferiores a los blancos, que darles libertad sería como abandonar a un niño y que, debido a sus diferencias raciales, blancos y negros no podrían vivir juntos, por lo que, partícipe de una idea muy común en su tiempo (compartida por Lincoln durante la mayor parte de su vida), consideraba que de darles la libertad habría que crear colonias para ellos en África o en el Caribe.

La Constitución americana, redactada en Filadelfia en 1787, no se refiere en ningún momento a razas ni a la esclavitud, pero adopta que hasta 1808 no se “prohibirá” “la migración o importación” de las “personas” que a los estados les parezca apropiado admitir (una concesión a los estados esclavistas del sur en las virulentas y laboriosas discusiones en el proceso de la redacción de la Constitución). A la vista de la prescripción constitucional de esa limitación, y siguiendo la propuesta del entonces presidente Jefferson, el Congreso aprobó la abolición de la importación de esclavos a partir del 1 de enero de 1808, en un momento en que esa medida ya había sido adoptada por todos los estados del país, con la excepción de South Carolina.

En un estudio seminal, Millones de muertos. Los dos primeros siglos de la esclavitud en América del Norte (Many Thousands Gone. The First Two Centuries of Slavery in North America, 1998), Ira Berlin propuso que la esclavitud en los Estados Unidos fue una institución que varió con el lugar y cambió con el tiempo, y que en el proceso de convertirse en el mayor sistema esclavista de la historia, los Estados Unidos pasaron de ser una “sociedad con esclavos” a una “sociedad esclavista”. Este giro se da a partir de 1770 con el establecimiento de la economía de plantaciones (tabaco en Virginia y Maryland, índigo y arroz en Carolina del Sur, azúcar y algodón en Florida y en los estados del bajo Misisipi) que lleva a una importación masiva de esclavos del oeste de África.

Cuando se redacta la Constitución, el número de esclavos en el país era de unos 700.000; en 1860 había 4 millones

En 1800 había ocho estados esclavistas en el país; al comienzo de la Guerra Civil el número había crecido a quince. Cuando se redacta la Constitución, el número de esclavos en el país era de unos 700.000; en 1860 había 4 millones, además de medio millón de negros libres. Ese enorme crecimiento fue debido a la expansión del país en el sur y hacia el oeste en la primera mitad del siglo. Cuando en 1803 los Estados Unidos compraron a Napoleón, quien no veía futuro para Francia en América, la Luisiana (que comprendía las cuencas del Misisipi y del Misuri, y se extendía desde el golfo de México hasta la frontera de Canadá), en la zona sur de ese territorio se estableció una vasta red de plantaciones regidas por el “Rey Algodón” para satisfacer la enorme demanda de la revolución industrial. Cuando la máquina para separar la fibra de algodón de las semillas fue inventada en los Estados unidos en 1793, y más tarde se inventó otra para transformar el algodón en ropa, hubo necesidad de expandir las plantaciones y con ello de aumentar el número de esclavos, lo que llevó a un comercio interior de un millón de esclavos (más que los 600.000 que fueron traídos al país de África y el Caribe antes de la prohibición de la importación en 1808), que fueron trasladados a lo largo del siglo XIX desde los estados tabaqueros del norte sureño a los estados algodoneros y azucareros del sur, un comercio interno de esclavos que, en opinión de Berlin, constituyó la empresa económica más importante del sur tras las plantaciones. Una tragedia perenne derivada de ese comercio interno de esclavos fue la ruptura de unidades familiares, una práctica que según algunos historiadores y sociólogos dejó una huella estructural (hijos fuera de matrimonio, hombres que abandonan sus familias) que todavía aflige a la comunidad negra. Más controvertida (y probablemente exagerada) es la teoría de que una parte importante de la actividad económica del norte (banca, comercio, transporte de mercancías originadas en el sur) fue decisiva en el desarrollo del sistema plantacional, y que los estados del norte sacaron grandes beneficios financieros de ese apoyo.

Con la incorporación al país de la República de Texas (1845) y de los territorios tomados a México en la guerra de 1846 (área que hoy comprende seis estados), el país se expandió hacia el oeste, apropiando por la fuerza tierras de los indios y forzando a sus tribus a asentarse en reservas situadas a cientos de kilómetros de sus territorios ancestrales. El intento de los estados del sur de establecer la esclavitud en algunos de esos territorios fue el incidente inmediato que llevó a la Secesión, posibilitada por la enorme riqueza que la explotación esclavista del azúcar y el algodón le dieron a los estados del sur, quienes al comienzo de la Guerra Civil suplían el 75% del algodón del mundo. El bloqueo de los puertos del sur impuesto por Lincoln en 1861 tenía como objetivo, logrado en buena medida, impedir la exportación de algodón a Europa.

Las sociedades esclavistas de las plantaciones no solo fueron determinantes de la actividad económica, las costumbres, las leyes y la vida política de la nación. A través de ellas, en opinión de algunos estudiosos, se instituyó un sistema racista fundado en la pseudociencia de la época que dividía a la humanidad en razas diferentes en aspecto y, por consiguiente, también en estatus. Como insisten los teóricos de la teoría crítica de la raza, el racismo fue primero, y construyó socialmente la idea de raza (no hay determinantes biológicos ni genéticos que permitan diferenciar entre razas diferentes). De ese modo, la raza, que en el caso de los primeros esclavos que fueron traídos al país no sería definitoria, adquirió a lo largo del siglo XVIII un papel social y legal que la convierten en una “realidad”, necesaria para justificar la esclavitud y determinar que la idea de libertad se asociara con la “raza” blanca.

“Mantenemos que son verdades autoevidentes que todos los seres humanos son creados iguales, y que su Creador los ha dotado de ciertos derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. La gran contradicción fundacional de los Estados Unidos, la “paradoja americana” que aún hoy está lejos de ser resuelta, una paradoja que, en lo que concierne a la comunidad negra, está inscrita en piedra en el Mall como parte de la historia soterrada, a veces a plena vista, en ese espacio patriótico.

También en Monticello están escritas dos historias contrapuestas del país, la de los blancos dominantes y la de los negros esclavizados. Los visitantes a la antigua mansión de Jefferson pueden hacer dos visitas guiadas diferentes, aunque no excluyentes: una de ellas se centra en la mansión, en su arquitectura, en la historia de la familia y en los intereses científicos de Jefferson; la otra se enfoca en la esclavitud y en el papel que tuvo en el bienestar del tercer presidente del país. Según información recogida por Clint Smith en Cómo se pasa la palabra (How the Word is Passed, 2021), un libro iluminador sobre lugares de memoria de la esclavitud en el sur de los Estados Unidos, de las 400.000 personas que visitan Monticello anualmente solo una quinta parte opta por la visita de la esclavitud.

(*) Este artículo es el tercero de una serie de cuatro que comenzó con la publicación de Guerra cultural en los Estados Unidos, aparecido el pasado 18 de...

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Autor >

Ángel Loureiro

Es licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Ha sido docente en materias de literatura, cine y fotografía en varias universidades estadounidenses, entre ellas Princeton, institución en la que dirigió el Departamento de Español y Portugués. 

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