PEDRO CABA / MÉDICO DEL PCE
“A veces me siento un fracasado, soñé y trabajé por algo que no ha salido bien”
Ritama Muñoz-Rojas 3/11/2022
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Pedro Caba (Madrid, 1934) fue el médico del Partido, que era como se llamaba en los años de la clandestinidad al Partido Comunista de España; y muchas cosas más. Visto ahora, la bata blanca con la que recibía a sus pacientes era sobre todo roja y con mucha tela; sus pacientes eran personas que demandaban una consulta médica, claro; pero también se mezclaban en la sala de espera activistas o personas que movían muchos hilos para transformar su país en un Estado democrático, con militares con barba en plan rojo progre a los que Olvido, la más inteligente colaboradora de Caba, la enfermera que lo controlaba todo, fichaba desde el primer momento. “Este de la barba tan bohemia es un espía”. Estamos hablando de los tiempos duros de la dictadura, tiempos en los que los enfermos a los que veía el doctor Caba eran, entre otros, Pasionaria, Carrillo, Manuela Carmena, Cristina Almeida, Buero Vallejo, los funcionarios de la embajada cubana o de la rusa, y sobre todo, activistas, sindicalistas que entraban y salían de Carabanchel y acudían a la consulta; unas veces por una receta médica, otras, por un carnet o pasaporte.
Habría que retroceder hasta la guerra del 36 para trazar bien la trayectoria de Pedro Caba y contar sus recuerdos de aquellos años trágicos que él vivió en Extremadura; su padre, encarcelado; su madre y él durmiendo en un parque. Historias de la guerra y posguerra que no se pueden perder, así como hablar de sus libros de relatos o de medicina, que son muchos. Pero en esta ocasión vamos a hablar con Pedro Caba de la militancia en la clandestinidad contra el franquismo. Y empezamos por uno de los símbolos de esa lucha, el cuadro de Juan Genovés que estaba en la mayoría de las casas de los opositores al régimen. Uno de los que sale en esa foto que se usó para reclamar la amnistía de los presos políticos tras la muerte del dictador es, precisamente, Pedro Caba.
La foto de Juan Genovés es un icono del movimiento antifranquista. Ahí está usted.
Conocía a la familia de Valencia y algo a él, y al llegar a Madrid renovamos nuestra amistad. Genovés venía a mi consulta médica, que aquello era un foco… Alguna vez vino como paciente, pocas, más bien venía como amigo. Un día me dijo: “Tengo un proyecto, te lo voy a explicar”. Consistía en ir a la puerta de la cárcel para recibir con un abrazo a los que salían. Él hacía la foto. Y todos tenían que salir de espaldas, porque era el símbolo de la reconciliación. En la foto están Marcelino Camacho y Josefa, su mujer; dos albañiles de Comisiones Obreras, Macario y Arcadio: Macario era un dirigente sindical muy activo, y Arcadio, además de comunista, era un santo, un santo laico. Los dos estuvieron en la cárcel y salieron con la primera amnistía cuando murió Franco. Eran los dirigentes máximos de las huelgas de la construcción.
Pedro Caba pasó la guerra en Extremadura y después, a los seis años, llegó con sus padres a Burjassot, una localidad pegada a Valencia. Los tres primeros años de Medicina los estudió allí, pero con 21 años, le detuvieron un 1 de mayo, le abrieron un expediente y le expulsaron de la facultad; entonces tuvo que trasladarse a Madrid. “Usted no va a estudiar Medicina más”, le dijeron. Llegó a Madrid y se hizo médico. La ventaja de aquellos tiempos sin ordenadores en los que era complicado cruzar la información.
¿Por qué se metió en política?
Por un cura de Marchalenes (Valencia) que al lado de la parroquia tenía un local y hablábamos de política. Nunca de Dios ni de Jesucristo. Él fue quien me propuso hacer propaganda del 1 de mayo; era el que imprimía los panfletos ¿Que si era rojo? ¡Rojísimo!
Y se afilió al Partido Comunista. ¿Cuándo?
En Madrid, en el año 54. En la facultad de Medicina ya me había hecho con un grupo de amigos de ideas progresistas. Un día fui a ver a un enfermo, un tal Antonio Montoya que acababa de llegar de Francia y vivía por la Avenida de los Toreros; llego a la casa y veo las estanterías sin libros y además habla él y su mujer con acento raro, afrancesado. Le dije: “Vamos a ver Antonio, vas a hablar claramente; tú estás aquí clandestino; y me has llamado a mí porque sabes algo de mí”. Me dijo que era miembro del Comité Central del Partido Comunista; yo le dije que quería entrar. Te mandaremos a alguien, me dijo. Y esa persona fue Alberto Villa Landa, un médico. Vino a verme a la consulta. En ese momento éramos tres los médicos del Partido Comunista: Villa Landa, el hijo de un cura y yo. Desde la dirección del partido se nos pidió que nos infiltráramos en organismos oficiales; organizamos el congreso de los médicos jóvenes. Se daban cuenta de que éramos unos rojos, pero curiosamente, García Miranda, un excombatiente de derecha, que era el presidente del Colegio de Médicos, nos apoyaba a sabiendas de lo que éramos. Hacía un doble juego. Al final, fuimos elegidos como representantes de los médicos jóvenes en el Colegio de Médicos. En ese grupo estaba Donato Fuejo y fuimos ocupando puestos. Era la idea que tenía Moscú de que había que infiltrarse en sindicatos y otros organismos.
Llega la etapa como médico rural y su participación en una fuga de presos.
Me presenté a unas plazas de médico para asistencia domiciliaria en pueblos, y las saqué. Elegí tres localidades en Guadalajara: Puebla de Valles, Valdesotos y una colonia penitenciaria, en el Espanto, que estaba construyendo el pantano del Vado. Un día me metí en la iglesia para verla; de pronto entra un hombre con una escoba y se pone a insultar a todos los santos. Iba a limpiar la iglesia, pero se cagaba en la madre de todos los santos; me enteré de que era de Ronda, que había sido alcalde, anarquista, había estado en la cárcel. Y me hice amigo de él; más tarde, con un preso también amigo, planeamos la escapada de presos. Ronda me dijo que el día de la virgen de las Mercedes se hacía una fiesta y que todo el mundo bebía y lo pasaban muy bien. Se nos ocurrió que un preso simulara un ataque epiléptico. “Explícale cómo lo tiene que hacer y tú vas como médico”. Se organizó todo el lío del ataque epiléptico y, mientras, se escaparon once presos. No cayó ninguno. Al cabo de los años me hicieron un homenaje. La Guardia Civil lo tenía claro: “Esto ha sido el cabrón de Ronda y el médico”. A Ronda le pegaron una paliza, pero a mí solo me insultaron. Hubo denuncia de la Guardia Civil, pero el juez, que debía ser progresista, hizo un informe a nuestro favor. Y volví a Madrid.
Me llevé mal con Carrillo, nos pusimos a hablar y vi que no iba por el buen camino
Y en Madrid, como médico del Partido Comunista, sigue conociendo a militantes y también a dirigentes del partido.
Sí. Con algunos me llevé bien; con otros, mal; como con el propio Carrillo. Y puedo contar por qué. Yo nunca me había llevado bien con él porque Juan Garrigues, que era muy amigo mío, un rico millonario y comunista, del Partido Comunista, me nombró consejero en el periódico Informaciones; y Carrillo se enfadó muchísimo, dijo que yo no podía estar ahí. Pero lo más gordo fue en una fiesta del Partido; Carrillo se desmayó y me llamaron por altavoces para que le asistiera; entonces le llevé a su casa en coche y, al llegar, nos pusimos a hablar; y ahí vi yo que no iba por el buen camino: “Santiago, te quiero hacer dos preguntas. Una, las bases americanas, ¿el Partido Comunista está a favor, en contra, se va a hacer algo contra las bases? Y otra cosa, acabas de estar en Norteamérica dando conferencias, ¿quién te ha apoyado, el Partido Comunista de allí?”. Entonces me echó una mirada de terror, y me invitó a irme de su casa.
En los años de la clandestinidad, abrió su propia consulta médica en Madrid. Me da la impresión de que de allí se salía con algo más que una receta médica.
Era un centro de política. Claro que venían a la consulta opositores al régimen. Venían muchos rojos, pero por eso a veces coincidían en la sala de espera con un policía. La consulta fue un foco político. Venían los embajadores de Polonia; venía un muy buen amigo, que era el que guardaba los secretos de la embajada rusa, que se llamaba Ivanov, que luego fue ministro de Asuntos Exteriores de la Rusia de Gorbachov; él me enseñó que la única forma de que la policía no te grabe cuando hablas es poner la televisión.
Entre tus pacientes estaba Dolores Ibárruri, La Pasionaria.
Sí. Yo la había conocido en Moscú y luego siguió nuestra relación en Madrid. Era una mujer maravillosa, muy inteligente. Ella y su secretaria, Irene Falcón.
¿Se viajaba mucho a Moscú?
Sí; yo hice muchos viajes, pero oficialmente, como del partido, no.
Cuando el Che estuvo por Europa, me avisaron de que llegaba a España y yo estuve acompañándole
Y también su relación con Cuba, hasta el punto de que casi llegó a ser su embajador en España.
Por distintas razones, yo había entrado en contacto con la Embajada de Cuba en España, y era su médico. Iba periódicamente a la embajada como médico, para ver a todos; y todos bajaban a la revisión. Un día llego y me dice la señora de la limpieza, Manuela: “Doctor Caba, aquí no hay nadie, se han escapado todos”. Se habían ido todos, todos; a Norteamérica. Decidí llamar a Cuba, y hablé con Carlos Rafael Rodríguez, que era un hombre muy importante: “Pues mira, chico, tú coge la llave y te haces cargo de la Embajada, y ahí no entra nadie hasta que mandemos un embajador”. Y me hice cargo de la Embajada, con Manuela. Yo iba todos los días, guardaba bajo llave la correspondencia. El portero estaba un poco sorprendido, claro: “Oiga, ¿y usted?”. “Yo soy el embajador; aunque es verdad que he perdido un poco el acento”. Un día, por fin me dicen que ya hay embajador, que era Horacio Santos. Menos mal, porque yo ya no sabía qué hacer ahí. Le fui a buscar al aeropuerto. Y va y me dice que tengo que seguir con él porque él es sastre y no tiene ni idea de nada. Y al final estuve un tiempo con él, hasta que Horacio Santos se empezó a encaminar. Eso era en el año 76, por ahí. Y bueno, así fui embajador. No me pagaron nada, por supuesto. Más tarde fui a Cuba y fui a una fiesta en la que estaba Fidel Castro. Pero, además, cuando el Che estuvo por Europa, me avisaron de que llegaba a España y yo estuve acompañándole, con más gente. Es falso eso que se cuenta de que fue a los toros; esa gilipollez que dice la gente, eso es falso. Fuimos a la Ciudad Universitaria, hay fotos. Y también me llamaron porque tuvo una crisis de asma, y al día siguiente se fue. Pero luego, el que apareció fue su hermano, Roberto Guevara; éste venía sin dinero, venía de México, era de un partido trotskista mexicano. Lo metí en una casa que tenía en Cercedilla; a la mujer la pude colocar en el IMS [Instituto de Medicina Social, impulsado por médicos progresistas, entre ellos, Pedro Caba]. Estuvo bastante tiempo en España.
¿Le detuvieron alguna vez?
¡Sí! Claro. Tres veces. La primera, fueron a por mí y a por mi hermano porque habían disparado, un tiro en la cabeza, a Miguelito Álvarez en la calle Alberto Aguilera. Pero ese día habíamos estado alquilando disfraces para una fiesta, y me soltaron, solo estuve unas horas. De todas las detenciones, salvo los palos que me dieron en Baeza en un homenaje a Machado, he salido siempre bien.
Fui durante cuarenta años médico del convento Fausta Elorz y me hice muy amigo de las monjas
Y su relación con las monjas de un convento que duró décadas.
Eso es muy bonito. Fui durante cuarenta años médico del convento Fausta Elorz y me hice muy amigo de ellas, a través de una paciente que venía a mi consulta. La superiora, Sor Pilar, era estupenda, tenía calidad. Un día encontré a una chica en la calle con sida, embarazada y sin dinero, y me la llevé al convento. “A ver, Sor Pilar, ¿qué hacemos con ella?”. Y ella respondió. Yo sabía que tenía calidad. Un día me llamaron porque había que comprar papel, tinta, muchas cosas. Y había que comprar una imprenta. La compré yo con un carnet de identidad falso [comprar una imprenta en los años de la lucha antifranquista era, para el régimen, como adquirir un arma; y sí, una imprenta era peligrosa, porque era un utensilio necesario para hacer propaganda]; había quedado en el cementerio de la Almudena con un tal Pla, y cuando llego le veo muy nervioso, que pasa de mí; claramente le estaban siguiendo. Y yo me veo con una imprenta, del partido, claro, en una moto y a ver qué hago yo con esto. Pues me voy al convento Fausta Elorz, llamo a la superiora, a sor Pilar. “Pilar, le voy a pedir un favor que para mí es importantísimo, pero es terrible y nos podemos meter en un lío. Ahí tengo una imprenta, papel, guillotina, tinta. Y esto está prohibido en España porque puede ser para propaganda ilegal. Yo le quiero pedir el favor de que me permita dejarlo aquí, en el convento y ya me lo llevaré cuando pueda”. Y ella me dijo que para adelante, que en la planta de arriba, que estaba vacía. Entonces yo hablé con el comandante Otero, el de la UMD, que éramos muy amigos, y se decidió hacer allí una revista para el Ejército y otra para Medicina, totalmente clandestinas, claro. Lo hacíamos a las horas en que había misa, en que había movimiento y para disimular el ruido. Con el tiempo, acabé enterándome de que la hermana de Sor Pilar era maestra exiliada y comunista. Y entendí todo.
Entre sus amistades de esos años, los sesenta, está el escritor Manuel Vicent.
Eso fue a través de los hijos, en las fiestas de cumpleaños. Poco a poco nos fuimos haciendo muy amigos. Y el grupo se fue haciendo cada vez más grande. Llegó el fiscal Jesús Vicente Chamorro, el arquitecto Chinarro, el ginecólogo Hernández, el cineasta Pablo del Amo y los domingos nos íbamos con los niños al campo. Otros de los amigos con los que nos reuníamos a menudo, casi socialistas, pero también del Partido Comunista, eran Kindelán, Carlota Bustelo, Ignacio Fuejo, Juan Trías y Merche Pintó, Jorge Soto, Pedro Moliner… Manolo escribió una novela, Jardín de Villa Valeria, sobre el grupo de amigos que nos juntábamos en Cercedilla, todos de izquierdas y muchos del PCE.
Son muchos los que tratan de convertir el término comunista en un insulto. ¿Tiene ahora algún problema en decir que es comunista?
Hombre, no voy por la calle diciendo que soy comunista. ¿Si soy del PCE? Sí y no: ahora no voy a reuniones, desde antes de la pandemia, reuniones de Izquierda Unida.
En la biblioteca de mi casa se fundó Izquierda Unida. En esa reunión estaba Sartorius, Manuela Carmena, Cristina Almeida, Camacho, Gerardo Iglesias, Vázquez Montalbán, Buero Vallejo...
Claro, entre otras cosas porque Izquierda Unida se fundó en una casa que tiene en la sierra de Madrid.
Sí; en la biblioteca de mi casa se fundó Izquierda Unida. En esa reunión estaba Sartorius, Manuela Carmena, Cristina Almeida, Camacho, Gerardo Iglesias, Vázquez Montalbán, Buero Vallejo; había mucha gente, éramos como veinte. Había católicos, socialistas, comunistas. Era el año 1986.
Y su amistad con Carmen Díez de Rivera.
Fui con ella en un viaje a Moscú; con ella, con Buero Vallejo, Ana Belén, Víctor Manuel, venía también Juan Garrigues. Nos invitaba la Semana Española en Moscú, a mí también, en los primeros tiempos de la democracia. Era gente importante, menos yo. Y venía también Carmen Díez de Rivera que, nada más llegar a Moscú, me dejó perplejo: “Ven, que te voy a invitar”. Y pidió dos vodkas. Ella: “Vamos a brindar”. Yo: “¿Por qué?”. Ella: “Brinda”. Ella era la mujer más importante en España en esos momentos, la mujer que tenía Suárez a su lado. Y ahí me di cuenta de por dónde iba. Y me hice muy amiga de ella.
Uno de sus admiradores es su nieto, el tercer Pedro Caba, que se está ocupando de recoger su memoria. ¿Qué es lo que le importa haberles transmitido?
Mantengo mis valores, mis creencias, mis pensamientos. Pero el mundo ha elegido otro camino que me cuesta entender, claro; es como si lo que has hecho y te ha ocupado tanto tiempo, ahora no tuviera sentido. Siempre pensé que había que hacer muchísimas cosas; y a ello me he dedicado. Pero a veces me siento un fracasado, porque lo que soñé y por lo que he trabajado no ha salido bien. ¡A lo mejor el PP gana las próximas elecciones! Para mí eso es un fracaso.
Pedro Caba (Madrid, 1934) fue el médico del Partido, que era como se llamaba en los años de la clandestinidad al Partido Comunista de España; y muchas cosas más. Visto ahora, la bata blanca con la que recibía a sus pacientes era sobre todo roja y con mucha tela; sus pacientes eran personas que demandaban una...
Autora >
Ritama Muñoz-Rojas
Periodista y licenciada en Derecho. Autora de 'Poco a poco os hablaré de todo. Historia del exilio en Nueva York de la familia De los Ríos Giner, Urruti'.
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