Elon Musk vuelve a ser noticia. Ha sido récord Guinness: se convierte en la persona con más pérdida de riqueza en un año. Pero que nadie se confunda; pese a una pérdida estimada de 182.000 millones de dólares, sigue siendo la segunda persona más rica del planeta.

Fatouma consigue dos dólares vendiendo verduras en un mercadillo en la región de Sanag, Somalia. Ella es madre de 10 hijos. Dice que, con lo que saca apenas puede comprar harina, que ha triplicado su precio. En Somalia, la mitad de la población está a un paso de la hambruna y más de un millón de personas han tenido que abandonar sus hogares después de 5 años seguidos de sequías.

Dos realidades que conviven. 800 millones de personas en el mundo pasan hambre. Cientos se enfrentan a subidas imposibles en el coste de productos básicos o energía para calentar sus hogares. Después de 25 años en descenso, la pobreza extrema crece de nuevo como consecuencia de la pandemia, el aumento de las desigualdades y el precio desorbitado de los alimentos, todo ello exacerbado por la guerra en Ucrania y el cambio climático. Hemos borrado de un plumazo dos décadas de esfuerzo en reducir las desigualdades y la pobreza en el mundo y más de tres décadas en la lucha por la igualdad de género.

Los ultra ricos han visto crecer exponencialmente su riqueza, y los beneficios empresariales han alcanzado niveles récord

Sin embargo, unos pocos han logrado sacar tajada de estas crisis. Los ultra ricos han visto crecer exponencialmente su riqueza, y los beneficios empresariales han alcanzado niveles récord, haciendo que la desigualdad se dispare. Sólo en el 2022, las grandes corporaciones energéticas y alimentarias repartieron entre sus accionistas más de 257.000 millones de dólares en dividendos, que han ido a parar a los bolsillos del 10% de la población más rica.

Los datos son demoledores: el 1% más rico acapara ya dos tercios de toda la riqueza generada en el mundo desde finales de 2019. Eso supone que ellos solos concentran el doble de riqueza que el 99% restante de la población mundial. Enormes fortunas para una minoría privilegiada.

A todo esto, la carga impositiva sobre los más ricos no ha hecho más que decrecer en las últimas décadas. Y para compensar esta pérdida de ingresos por los regalos fiscales a una élite, los gobiernos han trasladado la presión fiscal sobre impuestos más regresivos como el IVA y otros como impuestos al consumo, bienes o servicios. La realidad: el peso de las políticas fiscales lo sostenemos las familias, los hogares, la clase trabajadora. De cada dólar recaudado en impuestos a nivel global, tan sólo 4 centavos se recaudan sobre la riqueza.

No es normal que un súper millonario como Jeff Bezos pague un 0,98% de impuestos mientras que cualquiera de nosotros paga un 20, un 30 o un 40% de lo que ganamos trabajando o con un pequeño negocio.

¿En qué momento claudicamos y aceptamos “pulpo como animal de compañía”? ¿En qué momento dejamos que la codicia desmedida de unos pocos determinara el futuro de todos? Tenemos que ponerle fin a esta espiral sin sentido, ponerle coto a un modelo económico que favorece a unos pocos, yendo en detrimento de las necesidades del conjunto de la humanidad. Y a mayor concentración de riqueza, mayor concentración de poder en manos de este puñado de empresas y personas, que presionan a gobiernos y manipulan regulaciones para proteger sus intereses.

Durante décadas gobiernos e instituciones financieras internacionales nos intentaron convencer de que una presión fiscal baja y unos elevados beneficios para unos pocos iba a beneficiarnos a todas, por aquello de la famosa teoría económica “del derrame”. Pero ya hace unos años, instituciones de prestigio como la London School of Economics o el propio Fondo Monetario echaron por tierra el mito del “efecto derrame” y demostraron, analizando los 50 años de recortes fiscales, que básicamente benefician a los más ricos, sin traducirse en desarrollo económico para la gran mayoría y empeorando los niveles de desigualdad. En contrapartida, lo que muestra la evidencia es que los recortes de impuestos a gran escala conducen a más deuda, déficits, recortes presupuestarios, incertidumbre económica y pérdida de servicios públicos esenciales.

La avaricia desbocada de unos pocos no puede condicionar nuestro futuro como sociedad

Gravar la riqueza de los más ricos ya no es una opción, sino una obligación. Necesitamos sistemas tributarios más justos y progresivos, que graven las rentas empresariales, el patrimonio, la riqueza neta, el capital o que apliquen un impuesto de sucesiones sobre las herencias, de modo que quien tiene mucho más, pague más, sin estratagemas. Que se ponga fin a la elusión y la evasión fiscal. Y que esos recursos adicionales sirvan para reforzar los sistemas públicos sanitarios, de educación, salud y protección social, unos sistemas que han demostrado ser imprescindibles durante todo este tiempo.

La avaricia desbocada de unos pocos no puede condicionar nuestro futuro como sociedad ni condenar a millones de personas a vivir en la pobreza y sin acceso a servicios básicos. Los recursos financieros están ahí si los redistribuimos. Nos toca re-imaginar y transformar nuestro modelo económico para hacer frente a estas múltiples crisis, con el fin de construir sin más demora un mundo más justo, sostenible y sin pobreza.

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Franc Cortada es director de Oxfam Intermón.