EL JARDÍN DE LAS DELICIAS
Que se depilen ellos…
Hoy todos somos un poquito más libres que hace unas décadas para hacer con nuestros cuerpos lo que nos dé la gana, pero estoy segura de que el amor, propio y ajeno, no se mide en ‘likes’
Barbara Celis 18/01/2023
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Hace unos años me dio por escribir sobre la chichilla lateral. Era ese momento en que la gente comenzó a obsesionarse con correr por encima de sus posibilidades, con sudar en vez de tomar cañas y con parecer diez años más joven quemando grasa en gimnasios llenos de hombres mazados que siempre te hacen sentir gord@.
Han pasado siete años y hoy todo aquello ha dejado de ser una moda pasajera para convertirse en una obsesión global a la que se han unido otras dos: la depilación masculina y la cirugía estética al cuadrado. Pero… “¿por qué últimamente hablas siempre de este tema?”, me pregunta mi pareja. Porque no lo entiendo, así que escribo para organizar mis ideas y tratar de encontrar respuestas.
Todo comenzó en una playa de Cádiz este verano. Cuando me fijé en la fauna que bebía y bailaba a mi lado en el chiringuito, disfrutando de la puesta de sol, vi que las diferentes generaciones se podían separar en función del pelo y la silicona. Los hombres menores de cincuenta años tenían torsos, brazos y piernas lisas y brillantes como un parqué recién encerado. Las mujeres por debajo de esa edad estaban todas recauchutadas, algo que me sorprendió mucho porque en mi generación nunca se nos pasó por la cabeza ponernos tetas o culos postizos con treinta años –nos veíamos estupendas–, pero resulta que ahora hasta las adolescentes quieren un implante de algún tipo, una obsesión marciana (vista desde mis 49 años y recordando mi adolescencia) que hace unas décadas ya circulaba por gran parte de América Latina pero aún no había colonizado Europa. Aún recuerdo el shock que me produjo a los veinte años conocer a una argentina de mi edad que me dijo: “¿Ves esto?”, señalando sus pechos. “Le pedí a mi padre que vendiera una vaca y me las compré”. Pasar por un quirófano me aterroriza y hacerlo voluntariamente para mí es inexplicable, pero entonces apreté los dientes y me limité a felicitarla por el volumen conseguido. Imaginé que era el mejor piropo posible.
Entiendo que por salud mental haya quien necesite hacerlo, pero… ¿es el rechazo al propio cuerpo lo que ha facilitado el crecimiento del negocio de la depilación masculina? ¿O es al revés: la necesidad de crecimiento del negocio de la estética, en todas sus formas, nos ha machacado hasta imponer un nuevo canon de belleza del que ya nadie puede escapar?
Los españoles se gastaron 2.200 millones en tratamientos estéticos en 2020. Se calcula que en 2026 el mundo se gastará casi 67.000 millones en esto
Hasta ahora todos mis esfuerzos por encontrarle un sentido a estas cosas han fracasado. Cuando era veinteañera conseguí hacer de mis pelos un sayo y pasear mis piernas y axilas melenudas por el mundo sin pudor. Era una reivindicación feminista de la época, aunque éramos pocas: no nos someteremos a las imposiciones estéticas masculinas que consideran el pelo corporal femenino feo. El pelo es algo natural, creado además con fines biológicos –nos protege de bacterias e infecciones y nos aísla del frío y el calor–. “¿Por qué voy a tener que depilarme cada mes? ¡Qué esclavitud!”. Y recuerdo que incluso decíamos: “¡Que se depilen ellos!”. Al cabo de los años, nuestro deseo se hizo realidad, aunque ahora entiendo que nos equivocábamos: ahora ellos se depilan más que nosotras y quisiera tragarme aquellas palabras porque era una tortura que yo no quería para nadie y sufro pensando en sus sesiones de cera o láser, por no hablar del capital invertido.
¿En qué momento y por qué ellos se dejaron engañar? Yo crecí con revistas femeninas, no con Instagram, y esas ya provocaban anorexias, bulimias y depresión: te hacían sentir imperfecta. Nadie había reivindicado aún ni la chichilla lateral ni a Rossy de Palma. Pero en lo que al poder se refiere, el mundo no ha cambiado tanto: pese al #Metoo y a múltiples progresos, el poder sigue estando abrumadoramente en manos de los hombres y son ellos los que aún imponen muchas reglas. ¿Por qué el vello masculino también ha sucumbido al efecto maquinilla? ¿De verdad es simplemente una cuestión estética, un cambio de percepción de la masculinidad, el efecto libertad? Tener mucho pelo en el cuerpo imagino que, según la densidad, puede llegar a ser incómodo, lo cual no significa que sea feo (¿qué es ser feo?), pero depilarse es ser esclavo de por vida y no, no todo el mundo tiene dinero para invertir en láser.
El narcisismo imperante en la era del selfie es como un tsunami, arrasa con todo, y me da la sensación de que la depilación masculina tiene mucho que ver con que el pelo corporal no tiene buena prensa en las fotos de Tinder, como antes no lo tenía en las revistas de moda femenina. Por no hablar del dinero que mueve la industria de la depilación y, oh ironía, el implante de pelo masculino. Los españoles se gastaron 2.200 millones en tratamientos estéticos en 2020. Se calcula que en 2026 el mundo se gastará casi 67.000 millones en estos asuntos.
Luego está el tema del pelo en el porno, donde tristemente hoy se ‘informan’ varias generaciones. Realmente creo que el mundo ha ido hacia atrás si el canon estético imperante sale de las películas donde se alaba el pubis aniñado, las tetas recauchutadas y la depilación absoluta en masculino y femenino. Lo de la cosificación de la mujer mejor ni lo toco. Enseñar el vello de la axila parece seguir siendo un acto de rebeldía. Por eso –entre otras cosas– me ha encantado Autodefensa, una serie donde unas veinteañeras ácidas, inteligentes y gamberras cuestionan las relaciones hombre–mujer y muchas otras cosas y enseñan sin despeinarse los pelos del sobaco y su pelo genital. La serie se ha vendido como autoficción, o sea que entiendo que en la vida real exhiben con naturalidad los mismos pelos. ¡Ya era hora!
No debe ser casualidad que señores como Boyero detesten la serie. Hay un capítulo en el que una de ellas liga con un escritor talludito, y somos testigos de cómo vive y relata ese ligoteo una mujer en lugar de la clásica ‘versión Lolita’ que siempre nos han dado los hombres. Podría ser cualquiera de sus amigos de generación, aunque el escritor es entre cuarentón o cincuentón, lo cual nos dice que las veinteaneras no ven muchas diferencias entre generaciones anteriores a la suya. Son hombres, en todo caso, que aún no están listos para mirarse al espejo.
Hay que ser muy fuerte para que no te afecte el bombardeo constante al que te someten esos cuerpos brillosos y depilados que pueblan todas las pantallas
Claro que ellas no trabajan en un banco, ni en un ministerio. Lo cierto es que mostrar la axila peluda en muchos ambientes de trabajo sigue siendo una quimera. No está bien vista. Además, la presión ha aumentado: hay que ser muy fuerte para que no te afecte el bombardeo constante al que te someten esos cuerpos brillosos y depilados que pueblan todas las imágenes que todas las pantallas que nos rodean proyectan sobre nosotros. Y está claro que los hombres no son tan fuertes como vendían los antiguos criterios de virilidad: ellos son tan débiles como yo, como nosotras, y la presión estética les ha hecho sucumbir a la maquinilla, pero bueno, como vemos en Autodefensa, hay esperanza.
En cuanto a esas caras estiradas como un chicle que lucen las presentadoras de televisión, la Preysler y hasta la reina de España, ¿qué decir? Espero no sentir nunca que con menos arrugas me querrán más, aunque sé que el eslogan ‘la arruga es bella’ aún no es aplicable a las mujeres, sino a las chaquetas ochenteras. Porque, al final, todo este asunto de la silicona, la depilación y la cirugía va de falta de amor y de inseguridades, sustituidas, como manda la sociedad de consumo, por una nueva imagen que se puede comprar y que ayuda a hacerte sentir querido, aunque sólo sea vía likes de Instagram.
Hoy todos somos un poquito más libres que hace unas décadas para hacer con nuestros cuerpos lo que nos dé la gana, pero estoy segura de que el amor, propio y ajeno, no se mide en likes. Recauchutaos si queréis, depilaos hasta el infinito, botoxizaos, yo paso.
Hace unos años me dio por escribir sobre la chichilla lateral. Era ese momento en que la gente comenzó a obsesionarse con correr por encima de sus posibilidades, con sudar en vez de tomar cañas y con parecer...
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Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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