No hay futuro
‘Autodefensa’: crónica trap del desencanto ‘centennial’
La serie no es el retrato de toda una generación, pero sí de una época en la que el narcisismo generalizado aparece como apatía ante el mundo
Alejandro Zambudio 11/01/2023
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Hay una serie de la que todo el mundo habla y que no le gusta a Carlos Boyero: se llama Autodefensa. El crítico de cine la definió como “lo más imbécil inútilmente arrogante, sonrojantemente feminista que he sufrido en mucho tiempo”. Autodefensa trata sobre las músicas, influencers, actrices y escritoras Berta Prieto y Belén Barenys Memé, quienes comparten piso y vidas creativas repletas de juerga en la Barcelona actual. La producción presenta la Ciudad Condal como una urbe vanguardista y repleta de nuevas oportunidades bajo el ambiente absurdo de las redes sociales y el espejo de vanidad de nuestro tiempo. Una construcción formada por personajes que se definen entre ellos en base a su número de seguidores en redes sociales, escenas sexualmente explícitas y torpes y burlas a cincuentones que se acuestan con jovencitas. La producción se apoya en la belleza de sus dos protagonistas, que nos recuerdan a aquellas sinuosas portadas de los discos de Roxy Music de los setenta, pero en versión trap. Autodefensa es descarada y honesta en su frivolidad. Las interpretaciones son naturales y creíbles: cada uno de los dramas de las protagonistas se intenta mostrar de forma absurda, a modo de meme. Muchos de los detractores dicen que la serie no les representa del todo en su espiral hedonista. Pero, ¿qué historia lo hace? ¿Juego de Tronos? ¿The Walking Dead?
La serie es el reverso punk de Euphoria –con la salvedad de que en Autodefensa el tema de las drogas no se trata desde el punto de vista moral que predomina en Euphoria– y es lo que el director de Skins habría hecho en 2022 con sus personajes. La producción consta de diez capítulos de poco más de 15 minutos: un Motomami audiovisual acorde con una generación que busca el consumo fácil.
Entre los temas tratados encontramos críticas al concepto de las nuevas masculinidades de forma elegante cuando, en uno de los episodios, uno de los ligues de Berta llega a casa llorando, con miedo de ser cancelado. Chanzas constantes a la idea del amor romántico y reflexiones sobre la falta de conciencia en los temas de salud mental y de los peligros de las nuevas tecnologías, así como bromas corrosivas con la gordofobia como excusa. Belén y Berta se parodian constantemente, se quedan con una parte superficial del asunto que resulta muy entretenida y divertida –algo imposible de negar–. Aunque sean egocéntricas, son carismáticas: no pretenden que entiendas su mundo, solo que lo conozcas. Su mundo es una burla a lo cotidiano: un neocostumbrismo en el que la ironía se constituye como el motor principal de las vidas de unas chicas que lo tienen todo, pero, al mismo tiempo, se sienten vacías. Un retrato de la insatisfacción perpetua de nuestro tiempo que no debería sorprender ni escandalizar, como está pasando en aquellos que crecieron entre las Historias del Kronen y las novelas de Ray Loriga.
No es que la gente joven sea individualista, sino que es el resultado de un modelo político, económico y social que consagra un culto exacerbado al yo
¿Cuál es el problema de Autodefensa? La autocomplacencia y el sesgo. No hay conflictos sociales ni precariedad. No hay camellos, narcopisos o riders. No hay personajes con dos trabajos para poder llegar a fin de mes, kellys o víctimas de violencia de género. No hay gente pobre ni tampoco se retrata la Barcelona conflictiva de barrios como El Raval, Sant Cosme o Sant Roc, y sí la Barcelona cool de Sant Gervasi. Todo es pulcro y aseado, como una mezcla entre Menos que cero y Girls. Hay mucha gente guapa con pisos buenos y ropa estilosa. Hay promesas de la cultura, diseñadores y directores que aspiran a comerse el mundo. Hay un culto desaforado a la juventud. La Barcelona que proponen sus protagonistas se asemeja más a la de Vicky Cristina Barcelona de Woody Allen que a la ciudad conflictiva y decadente de Lectura fácil de Cristina Morales.
Sin embargo, Autodefensa nos puede servir para hablar del estado en que se encuentran muchos jóvenes que han crecido entre dos crisis económicas y una pandemia. La serie refleja lo que autores como Mark Fisher han denominado “hedonia depresiva”, o lo que es lo mismo: la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar placer. No es que los millennials o los centennials solo estén pendientes de los likes de las redes sociales, del WhatsApp o del selfie perfecto, es que el smartphone, Instagram, Tinder, Amazon o TikTok son los ejecutores de ese modelo de desintegración social actual. No es que la gente joven sea individualista, sino que es el resultado de un modelo político, económico y social que consagra un culto exacerbado al yo. La sociedad moderna conquistó la libertad y creía en el futuro; en cambio, la sociedad actual está impregnada de monotonía y de cansancio, como consecuencia del fracaso de las utopías. Cuando Pier Paolo Pasolini en sus Cartas corsarias o en sus Cartas luteranas habla del “genocidio cultural” llevado a cabo por el capitalismo y el consumismo, sabía que la gente joven tendría que hacer frente a un vacío en el ámbito cultural que le llevaría a perder su identidad. Cuando Mark Fisher y Franco Bifo Berardi dialogaron acerca de la lenta cancelación del futuro, lo hicieron a sabiendas de que los jóvenes crecerían en una cultura autocomplaciente y una política que no deja espacio a alternativas, deteniendo el presente y borrando el futuro. Hay una sensación generalizada de que no existe una cultura alternativa más allá de la que impongan las élites. De ahí nace la nostalgia que impregna últimamente todas las batallas culturales: es el resultado de la disolución de la cultura material, de los lazos humanos y de un proyecto compartido.
Nuestra era ha cambiado nuestra relación con el presente, pasando de aquello que estaba destinado a durar para siempre a lo que no puede aguantar más
Se agradece encontrar una serie que no cante a la nostalgia. Pensemos en Stranger Things o en Cobra Kai, dos series que nos permiten de nuevo viajar a la década de los ochenta; en producciones como Voy a pasármelo bien, que plasman ese anhelo de La Movida que tanto le gusta a Ayuso; o en los remakes de grandes películas de terror de los ochenta como Pesadilla en Elm Street o Halloween. No es casual que los ochenta estén de moda: es que nunca se fueron. Fue en esa década cuando comenzó la hegemonía cultural neoconservadora. La consecuencia de esa victoria en el ámbito cultural se traslada a la producción artística, a la adicción a la espiral del entretenimiento y la pasividad –algo que podemos percibir en Autodefensa y en la gente joven–, acompañada de una incapacidad general para poder reflexionar. Nuestro tiempo ha aprisionado el deseo hasta detener cualquier actividad que implique borrar el goteo de imágenes y estímulos a los que nos someten las pantallas. Las protagonistas de la serie, por ejemplo, hablan de esa ansiedad que les provocan las redes sociales mientras lo banalizan. Un ejemplo claro es la escena en la que a una de ellas le da un ataque de ansiedad que la otra sube a Instagram.
Esta fascinación que se siente por la nostalgia viene como consecuencia del sentido de urgencia que impera en nuestras vidas, de asirnos desesperadamente a algo. De la tinderización de unas vidas que solo nos ofrecen lo que está disponible. La gente joven vive en un permanente estado de emergencia. Nuestra era ha cambiado nuestra relación con el presente, pasando de aquello que estaba destinado a durar para siempre a lo que no puede aguantar más. Como explica Marina Garcés en Nueva Ilustración radical, no solo la modernidad ha sido objeto de crítica a lo largo de la Historia, también nuestra era, marcada por la ansiedad y el miedo. Avanzamos hacia una condición póstuma: un estado de las cosas caracterizado por la imposibilidad de intervenir en las condiciones del tiempo vivible. Lo que nos queda ya no es un tiempo que suma, sino que resta: un horizonte que no abre posibilidades de vida, sino que las cierra radicalmente. Autodefensa no es el retrato de toda una generación, pero sí de una época en la que el narcisismo generalizado aparece como apatía ante el mundo. Paradoja que se explica por la cantidad de estímulos que nos abruman. Y es el espejo de una sociedad que busca divertirse hasta morir y que solo tiene libertad para consumir.
Hay una serie de la que todo el mundo habla y que no le gusta a Carlos Boyero: se llama Autodefensa. El crítico de cine la definió como “lo más imbécil inútilmente arrogante, sonrojantemente feminista que he sufrido en...
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