Grandes potencias
Otro desencuentro entre Estados Unidos y China
La espiral de desacuerdos entre los dos países parece no tener límite. Sin embargo, sería conveniente identificar unos límites que permitan evitar el estallido de un conflicto a gran escala
Xulio Ríos 3/02/2023
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
La visita a China que el 5 de febrero inicia el secretario de Estado estadounidense*, Antony Blinken, alimenta ciertas expectativas de un ajuste en las relaciones bilaterales; sin embargo, se antoja difícil revertir la tendencia actual, claramente determinada por el avance inexorable de una espiral de desacuerdos que no parece tener límite.
Hay dos cuestiones clave que podrían sustanciarse en este encuentro, del que se espera una mejor atmósfera respecto a la de los precedentes, sobre todo al celebrado en marzo de 2021 en Anchorage, Alaska, cuando ambas partes se tiraron los trastos a la cabeza. Primero, si son capaces de trascender los agudos diferendos bilaterales para cooperar en otros asuntos de alcance global, muy especialmente en la agenda climática. Segundo, si pueden definir aquellos límites infranqueables que permitan soslayar el riesgo de un conflicto a gran escala, o incluso la guerra.
Ha habido contactos previos a esta cumbre, protagonizados por Xie Zhenhua y John Kerry en el marco de la COP27 en Egipto, o de Janet Yellen y Liu He, en Suiza, que habrían servido para pavimentar el rumbo, al menos parcialmente. Y cambios importantes en los responsables chinos que podrían completarse en las próximas semanas.
Las relaciones bilaterales llegaron a su punto más bajo con la visita de la expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi a Taiwán en agosto pasado. Ahora, su nuevo titular, el republicano Kevin McCarthy, podría decidirse, según fuentes de su propio entorno, a visitar la isla en algún momento de la primavera, lo que solo puede generar más problemas y, de nuevo, poner en la picota cualquier entendimiento bilateral, por tímido que sea.
Y, en medio, llegan las invectivas del general Michael Minihan, jefe del Comando de Movilidad Aérea, que vaticina un conflicto abierto para 2025. También el almirante retirado Philip Davidson, que se encuentra en la isla para discutir temas relacionados con la seguridad regional, advirtió sobre un posible ataque chino contra Taiwán para 2027 mientras ejercía como jefe del Comando del Indo-Pacífico de Estados Unidos entre 2018 y 2021. Todo ello ayuda poco.
En otro orden sensible para China, el contencioso tecnológico, ha trascendido el acuerdo de Estados Unidos con Holanda y Japón para reforzar los controles de exportación de chips, en otra vuelta de tuerca para forzar e imprimirle más velocidad al desacoplamiento tecnológico, con el propósito de evitar que China tome la delantera en este campo. No es probable que Washington reduzca la intensidad de su ofensiva.
Lo que pone en peligro la vitalidad de las democracias es la ausencia de autocrítica
La narrativa de Estados Unidos se completa con el llamamiento a un cierre de filas de las democracias contra el ascenso autoritario aunque, en realidad, lo que esconde es la preocupación por la pérdida de su hegemonía global. Más que el pretendido afán de China por dominar el mundo, lo que pone en peligro la vitalidad de las democracias es la ausencia de autocrítica, el agravamiento de sus taras internas y la escasa voluntad de afrontarlas. Otro tanto podría decirse del creciente recurso a las preocupaciones de seguridad como argumento para frenar a China. ¿Habrá más seguridad con más OTAN, más QUAD, más AUKUS, etc.?
China ha dado muestras de cierta voluntad de reducir el nivel de la confrontación y, aunque no va a renunciar a sus ambiciones estratégicas, es posible cierta distensión; la necesita y la buscará de manera activa tanto de forma directa como dando un rodeo, apelando a algunos países aliados de Estados Unidos, ya sea en Europa, con Australia u otros. Esto incluiría ajustes en su política inmediata hacia Taiwán, que podrían anunciarse en los próximos meses, con el denominador común de mitigar el alcance de esa opción militar que es blandida como riesgo principal por Washington, y que podría atemperarse mucho más si, en enero de 2024, asumen el poder en la isla los nacionalistas del Kuomintang. Esa será la apuesta de China y a ella supeditará sus enfoques y acciones.
Los tiempos pasados no volverán
La sintonía sino-americana previa a la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump es irrecuperable. La reafirmación por parte de China de la soberanía de su proyecto tiene implicaciones que Estados Unidos interpretará siempre como una expresión de desafío que intentará contener, mientras pueda, alejándose la posibilidad de cualquier compromiso duradero. La opción entre una cosa y otra, la confrontación o el acuerdo, se sustanciará en esta década y Estados Unidos se la está jugando a todo o nada para impedir que China le supere. Incluso si para ello es necesario expulsarla del sistema económico y financiero mundial, como se ha ensayado con Rusia. Todas las hipótesis están abiertas.
Estados Unidos se la está jugando a todo o nada para impedir que China le supere
Interpretar los cambios en la política de China como una muestra de debilidad de la posición de Xi Jinping o un cuestionamiento de su estrategia, y apostar por prolongar y hasta intensificar el conflicto, tiene riesgos añadidos. Son muchos los problemas estructurales que tiene China, pero no debería subestimarse ni su capacidad para superarlos ni tampoco su determinación para ganar influencia en el propio sistema económico global gobernado todavía por Estados Unidos. Aunque nadie está en condiciones de asegurar cuál será el modelo interno resultante, en lo inmediato, la exacerbación de la presión parece derivar en una apuesta por aumentar la autoconfianza y la autosuficiencia en detrimento de la cooperación.
A la postre, la fuerza de su economía decidirá la posición de China en la relación bilateral y en el posicionamiento general del país en la economía global. Por eso, priorizar el crecimiento económico en 2023, apuntalando el consumo y la inversión, se considera crucial. Y aunque ahora proliferan, otra vez, los catastrofistas respecto a las posibilidades de la economía china, lo cierto es que la tasa promedio de crecimiento entre 2020 y 2022 fue del 4,5 %, superior a la media de tres años de la economía mundial, que se situó en el 1,8 %. Estados Unidos, la zona euro, Francia y Alemania registraron un avance del 1,6 %, 0,7 %, 0,3 % y 0,2 %, respectivamente, en dicho periodo. En tanto Japón y el Reino Unido reportaron una tasa de -0,3 %.
Los resultados del XX Congreso del PCCh, celebrado el pasado octubre, apuntan a que China va a persistir en el proceso abierto en la última década: no se trata solo de perseverar en el tránsito hacia otro modelo de desarrollo sino de recuperar ideales, creencias y valores morales asociados con la tradición cultural propia. Es una apuesta clara por la cohesión política y una firme voluntad de plantar cara a los desafíos para sacar provecho de lo que denominan oportunidad estratégica.
La cuestión de los límites
La encrucijada actual se asemeja en gran medida a la vivida a finales de la primera década de este siglo cuando el giro estadounidense iba tomando cuerpo en forma de Pivot to Asia, de G2, etc., que finalmente confluyeron en la formalización de múltiples diálogos estratégicos establecidos en los años siguientes. Nunca llegaron a cuajar ante la falta de reconocimiento mutuo de que los intereses de ambas partes eran divergentes.
Pedir a China que reduzca sus ambiciones equivale a exigirle que ponga fin a cualquier estrategia de modernización y expansión que pueda ir en contra de los intereses de los Estados Unidos, es decir, que dificulte ese afán de asentar su dominio global tras el fin de la Guerra Fría.
El cambio de mentalidad es difícil en tanto Washington no asuma que China tiene su propio proyecto
A pesar de las críticas a la política estadounidense de figuras poco sospechosas de prochinas como Henry Paulson, secretario del Tesoro entre 2006 y 2009 –quien apela a construir una relación más positiva con la segunda economía del mundo en lugar de apostar por la confrontación directa que hoy prima–, el cambio de mentalidad es difícil en tanto Washington no asuma que China tiene su propio proyecto, que no se someterá a sus designios y que no le queda otra que tratarla como su par.
No es algo que se explique únicamente en razón de la hegemonía interna del PCCh o el signo ideológico del xiísmo, sino que forma parte del bagaje histórico y civilizatorio de una China que, a lo largo de los siglos, siempre se ha conducido de manera soberana e independiente, muy alejada de la tradición imperialista occidental, ya fuera de signo liberal o no.
Ambas partes tienen fragilidades y también encaran importantes riesgos. Buscar razones para acabar librando una guerra en todos los frentes no resulta difícil a día de hoy. El compromiso con la estabilidad aconseja evitar daños en la relación integral bilateral. Supone ponderar lo construido a lo largo de los años; reconocer que, por encima de sus diferencias, China y Estados Unidos han podido establecer lazos económicos y comerciales potentes; y reducir el alejamiento que predomina en las élites y que amenaza la comprensión en aspectos sustanciales.
Pero ni republicanos ni demócratas parecen dispuestos a aceptar que China se resista al sueño americano. Beijing, por su parte, replica con el viejo aserto de que “se puede dormir en la misma cama y no compartir el mismo sueño”. La urgencia ahora es identificar y balizar los límites y cooperar y competir en el futuro en base a ellos para evitar el estallido de un conflicto a gran escala, que algunos ya se atreven a señalar no solo como posible sino también como probable. Y si me apuran, hasta deseable.
*Estados Unidos ha suspendido sine die la visita de Blinken tras detectar un globo chino sobre el espacio aéreo estadounidense. La noticia se conoció después de que se publicara este artículo.
La visita a China que el 5 de febrero inicia el secretario de Estado estadounidense*, Antony Blinken, alimenta ciertas expectativas de un ajuste en las relaciones bilaterales; sin embargo, se antoja difícil revertir la tendencia actual, claramente determinada por el avance inexorable de una espiral de desacuerdos...
Autor >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí