cine
Estibaliz Urresola se estrena en el largometraje con una historia sobre infancias trans
La película aborda de forma compleja, sutil y meticulosa una realidad que va más allá de la propia toma de conciencia de un menor y amplía el foco a todo su entorno familiar
Jesús Cuéllar Menezo 21/04/2023
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Estibaliz Urresola (Bilbao, 1984) ha recorrido un sugerente camino cinematográfico hasta llegar a su premiada ópera prima 20.000 especies de abejas, Biznaga de oro a la mejor película española en el Festival de Málaga 2022. Su primer corto, Adri (2014), creado en el marco de la ESCAC, donde estudió un Máster de Dirección Cinematográfica, ya apuntaba una constante que desarrollaría su obra posterior: el interés en mostrar a mujeres, de todas las edades, que, en momentos de transición que condicionan y se ven condicionados por la vida familiar y social, deben romper con los roles que les han atribuido. Después vendrían otros cortos documentales y de ficción, como Voces de papel (2016), Polvo somos (2020) y Cuerdas (2022), premio Forqué al mejor cortometraje y nominado a los Goya en la misma categoría, así como la creación de Sirimiri Films, su propia productora.
La idea de rodar 20.000 especies de abejas surgió de una noticia de prensa: el suicidio de un niño trans en Euskadi. Para conocer esa realidad, Urresola se puso en contacto con Naizen, una organización vasca que agrupa a familiares de menores trans. La generosidad de ese colectivo, afirma la directora alavesa, fue increíble: “Empiezo a conocer a las cabezas visibles de la asociación, que empiezan a ponerme en contacto con algunas familias. Cada vez se animan más. Al principio, sobre todo, eran las madres las que venían a las entrevistas y llegué a entrevistar a una veintena de madres o familias que habían atravesado estos tránsitos. También comencé a acudir a sus encuentros anuales y a conocer a los chiquis. Fue muy impresionante el nivel de intimidad y de reflexiones que eran capaces de compartir conmigo”. Poco a poco, durante el año y medio de entrevistas, Urresola fue comprendiendo que, en cierto modo, estaba obligada a hacer una película con relatos que, “por otra parte, eran muy diversos. No hay un proceso estándar ni un paradigma”.
Esa intensa experiencia condujo a la realizadora a la escritura del guion de su primer largometraje, que aborda de forma compleja, sutil y meticulosa una realidad que va más allá de la propia toma de conciencia de un menor trans, ampliando el foco a todo su entorno familiar. En la película, Aitor (Sofía Otero), que también se hace llamar inicialmente Cocó, aunque no tiene del todo claro cómo quiere que le llamen, viaja junto con su madre, Ane (Patricia López Arnáiz) y sus dos hermanos, Eneko y Nerea, desde el sur de Francia al País Vasco para pasar las vacaciones de verano en el pueblo de la madre, donde irá descubriendo y evidenciando trabajosamente su nueva y deseada identidad.
La idea de rodar 20.000 especies de abejas surgió de una noticia de prensa: el suicidio de un niño trans en Euskadi
Urresola recuerda cómo fue transcribiendo todas las entrevistas, con la intención de no centrarse en ninguna en concreto, pero recortando “momentos, frases, situaciones o reflexiones que algún padre o madre había lanzado”, con la intención de articular “algo parecido a un posible viaje”. Y confiesa que una de las cosas que más le interesó fue que esos padres y madres subrayaban que “lo que había transicionado era más bien la relación con estos hijos e hijas, no tanto el tránsito de los niños, sino que quienes debían cambiar eran los demás en su forma de mirar o de leer a estes niñes”. Eso obligó a Urresola a trazar “un viaje paralelo con dos protagonistas, que eran la niña y la madre”, ambas en busca de su identidad, de un cambio en sus vidas. “Empecé a trabajar en esta idea como de espejos, donde cuanto más ella misma era la niña, menos ella misma era la madre”. La realizadora confiesa las dudas que su enfoque suscitó inicialmente a su alrededor: “En los laboratorios y residencias de cine me decían: ‘es tu ópera prima, no te compliques, con dos protagonistas no va a funcionar’. ¿Por qué no vas sólo con la niña?”. Pero Urresola, que decidió “complicarse” e incluir en su película diversos elementos narrativos y simbólicos, se decía que, “por generación, por experiencia de vida”, su punto de vista quizá tuviera más que ver con el de esas madres y esos padres. Lo cual hacía más coherente que adoptara también esa perspectiva, no sólo la de la niña en proceso de transformación.
Para abordar cinematográficamente el delicado tema de la transición de género, del que tanto se ha hablado en España a raíz de la aprobación en febrero pasado de la llamada Ley Trans, Estibaliz Urresola no se ha limitado a describir el proceso individual de autodescubrimiento de un menor que no se siente identificado con el género que denota su nombre. El francés Sébastien Lifshitz, por ejemplo, ya describía magistralmente, en su documental Una niña, de 2020, un proceso similar, así como los obstáculos sociales que el menor y su familia debían superar. 20.000 especies de abejas muestra más ambición y retrata un entorno familiar y rural concreto, el de un pueblo vasco, atravesado por el desarrollo pero poseedor aún de códigos culturales y simbólicos propios. “Necesitaba indagar para saber qué había en mí que estaba siendo tan interpelado por esta cuestión”, confiesa Urresola. “He tenido siempre muchísima conciencia de género; también he desafiado los límites del género que me había sido atribuido al nacer en el seno de mi familia, donde éramos cuatro chicas y dos chicos, y veía muy lúcidamente las diferencias”. Al final, la conversación conduce a “una de las preguntas centrales de la película: ¿Qué es la identidad? ¿Cómo somos capaces de llegar a formular quiénes somos? ¿Es un hecho, una vivencia aislada, propia, íntima, que podemos enunciar solamente nosotras y nosotros? ¿Hasta qué punto está supeditada a la mirada del otro?”. Ese otro, en última instancia, está en la familia, un entorno de acogida y también de conflicto, muy presente, no sólo en el cine de Estibaliz Urresola (en cortos como Polvo somos o Cuerdas), sino en importantes películas españolas recientes como Alcarràs de Carla Simón o Cinco lobitos de Alauda Ruiz de Azúa. La realizadora alavesa apunta el peso que, como “microsociedad” –y de ahí la metáfora de la colmena, que articula el relato de 20.000 especies de abejas–, tiene el entorno familiar en su película. “Esa idea de familia amplia no tiene sólo que ver con lo biográfico, que me interesa, sino con la posibilidad de hacer un pequeño microrretrato de una sociedad”.
La familia es aquí un microcosmos formado principalmente por mujeres: Ane y sus tres hijos; la madre de Ane, viuda, y la tía de Ane, Lourdes, que actuará como catalizador de la toma de conciencia de la niña trans (Cocó/Aitor/después Lucía). Los hombres, quizá los “zánganos” de la historia, entre ellos el ausente padre de los niños, tienen un peso menor en el relato, con la excepción de Eneko (Unax Hayden), hermano de la niña trans, cuya función de acompañante de su hermana irá acentuándose a lo largo del filme. Las interrelaciones familiares se producen en una localidad de 20.000 habitantes, trasunto de Llodio, población natal de Estibaliz Urresola. “Yo provengo de un pueblo, que es donde rodamos fundamentalmente la película, que yo no calificaría de pueblo rural. Es un pueblo muy industrializado y, de hecho, también me interesaba esa resimbolización o representación de ese País Vasco, tradicionalmente muy estereotipado, como natural y verde, y que, sin embargo, tiene unos paisajes profundamente atravesados por la industria. Y ese contraste entre lo industrial y lo natural era algo que quería recuperar para la peli”. Según Urresola, esa población aporta al filme un “tercer telón de fondo”, simbólico y narrativo, del que participa la idea del retorno “al pueblo, donde casi no te conocen, donde tienes la oportunidad de ser otra persona”, y en ese escenario es donde esa niña disconforme comienza a revelar cómo quiere ser. Al mismo tiempo, para la madre, “es un escenario donde todo el mundo la conoce, donde todo el pasado de esa familia se instala de nuevo. Mientras que para la niña es un escenario nuevo y de anonimato, lleno de posibilidades, y encima en verano, que en la infancia se ve como un desierto, una oportunidad infinita, sin límites, para la madre representa justo lo contrario”. Además, en ese entorno “que yo digo que no es rural, pero que luego sí lo es”, se corrige Urresola, está la tía-abuela Lourdes (Ane Gabarain), un personaje un tanto atípico, que pone a la niña, y al público del filme, en contacto con el mundo de las abejas y con tradiciones ancestrales transmitidas de abuelas a madres y de madres a hijas.
“Hay muchas cuestiones que me preocupaban”, explica la directora, “y de muchas de ellas no se puede hablar de una forma verbal y literal. A lo mejor se podrían presentar a través de ciertos símbolos o del lenguaje cinematográfico, donde se muestran imágenes y sonidos que generan significados”. Diversos ritos, expresos o metafóricos, permiten al espectador de 20.000 especies de abejas buscar en este retrato coral esos significados “de una forma más abierta y menos encerrada”. Están, por ejemplo, los diversos “bautizos” por los que va pasando Aitor/Lucía en la búsqueda de su identidad. Por ejemplo, “de la mano de la tía [Lourdes] aprende a superar el miedo” a bañarse en público. “Ese baño se convierte en un motivo cinematográfico donde puedes observar el aprendizaje o el camino que va haciendo [la niña], en qué estado se encuentra psicológica o anímicamente”.
La película evidencia el cambio del discurso sobre la transexualidad: de una anomalía patológica a reivindicarse una “normalización”
En este matizado retrato, en este rito de paso colectivo, ha sido esencial la interacción entre las dos actrices principales, la niña Sofía Otero (Oso de Plata en la Berlinale por su interpretación) y su madre en la ficción, Patricia López Arnáiz (Goya 2021 a la mejor actriz por su papel en Ane, de David Pérez Sañudo). Para la directora, ambas “son almas muy alegres, muy generosas, muy sinceras, que de repente sintonizan”. Y esa sintonía se consiguió en la fase de ensayo, trabajando únicamente “escenas muy, muy específicas”. El resto del tiempo se dedicó a provocar “situaciones que igual no eran las del guion, pero sí trabajaban conflictos que luego elaboraríamos, aunque en otro contexto o de otra forma. Creo que al final eso fue un acierto, porque ya respiran como una historia personal”.
En el documental Vestida de azul (1983), en el que Antonio Giménez-Rico entrevistaba a varios transexuales de la España de la época, uno de ellos recordaba que su madre lo consideraba a él un “mal suceso” y otros hablaban de la “gente normal y corriente”, de la que no se sentían parte. Esa misma visión trágica de la transexualidad había transmitido en 1977 Cambio de sexo de Vicente Aranda. 20.000 especies de abejas evidencia hasta qué punto ha cambiado el discurso sobre la transexualidad: donde antes se veía una anomalía patológica, ahora se reivindica una necesaria y justa “normalización”, o más bien la aceptación de que el principio de “normalidad” es absolutamente discutible y cambiante.
Estibaliz Urresola (Bilbao, 1984) ha recorrido un sugerente camino cinematográfico hasta llegar a su premiada ópera prima 20.000 especies de abejas, Biznaga de oro a la mejor película española en el Festival de Málaga 2022. Su primer corto, Adri (2014), creado en el marco de la ESCAC, donde...
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