JAVIER MOSCOSO / FILÓSOFO
“En España discutir es prevalecer. Tiene que acabar en una derrota o en una victoria”
Sebastiaan Faber 19/05/2023
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Es difícil pensar en un historiador cultural español cuyos libros hayan tenido una mayor proyección internacional que los del filósofo Javier Moscoso (Madrid, 1966), autor de Historia cultural del dolor, Promesas incumplidas o Historia del columpio. Ha trabajado en París, Londres, Berlín, Chicago y Boston; actualmente ocupa una plaza en el CSIC.
En marzo, Moscoso fue nombrado director de la Revista de Libros. Fundada en 1996 y dirigida hasta hace poco por el filósofo y físico Álvaro Delgado-Gal, la RdL siempre ha querido ser la versión española de la legendaria New York Review of Books o sus equivalentes en Francia, Gran Bretaña o Alemania, dirigiéndose a “un público lector, muy formado y con intereses más amplios que los correspondientes a su especialidad”. En la práctica, el proyecto ha tenido sus altibajos. En 2011, cuando perdió el apoyo de Caja Madrid, parecía condenado a muerte. En 2014 logró resucitar como revista digital, editada por una Asociación de Amigos con el apoyo de la Caixa, el Colegio Libre de Eméritos y otras entidades.
“Tenemos mucho trabajo por delante”, me asegura Moscoso cuando hablamos a finales de abril. “Nos dejaron la despensa vacía. El frigorífico parece el de un soltero: hay un bote de mostaza. Estamos construyendo un nuevo consejo editorial y tenemos un proyecto que me hace mucha ilusión. Pero vamos a tardar un poco en sacarlo adelante”.
¿Por qué decidió asumir el reto?
Representa una nueva etapa en mi vida que viene en el momento justo. La universidad es tremendamente conservadora. Lo es históricamente. Nunca ha sido progresista. Quien piensa que la cultura y el progreso se dan en la universidad se va a llevar una tremenda desilusión. A mí la política universitaria siempre me ha dado igual, porque la he visto continuamente atrapada en las miserias de una especie de tardofeudalismo. En ese contexto, esto de Revista de Libros me ha llegado un poco como el maná. Ahora puedo ver a otras personas fuera de la universidad, que creo que tienen una visión de la cultura mucho más amplia, y fuera de los ámbitos disciplinarios, que son como los viejos cuerpos del Estado donde hay siempre un personaje con una garrota diciendo lo que puedes ser y lo que no.
La universidad es tremendamente conservadora. Lo es históricamente. Nunca ha sido progresista
¿Qué planes tiene?
Para empezar, hay que traer la Revista de Libros al siglo XXI. Abrirla, hacerla más diversa. La verdad es que había quedado muy sesgada. No había casi mujeres, por ejemplo, ni en el patronato ni en el consejo editorial ni entre los autores. Eso ya rozaba un poco el escándalo. También hay muy poca presencia americana. Todo eso tiene que cambiar. De hecho, el consejo editorial que hemos hecho ahora tiene más mujeres que hombres. También habrá que abrir el espectro ideológico y generacional. Siempre me ha gustado rodearme de personas inteligentes que piensan distinto. ¡Que viva la discrepancia! Eso sí, no podemos hacer una revista con errores gruesos o con documentación no contrastada. Después, tengo el firme propósito de recuperar la vieja esencia del proyecto: que sea una revista de libros. Que publique reseñas que no sean académicas, pero tampoco esa cosa muy desvirtuada que sale bajo ese rótulo en los suplementos culturales de los grandes periódicos. Cuando un autor emplea cinco años en hacer un libro, me parece que merece más que 800 palabras en un dominical. Y cuando digo que quiero volver al libro, me refiero a todo el mundo que le rodea: las y los editores, las editoriales, las colecciones. También de las muchas y maravillosas editoriales pequeñas que hay en el mundo hispanohablante.
¿Tiene alguna experiencia dirigiendo revistas?
Ninguna. Eso sí, he dirigido equipos. Y entiendo cuáles son las líneas maestras del proyecto. Pero, fíjate, hay trabajos en los que tener experiencia puede tener ventajas pero también inconvenientes. Cuando te nombran ministro de Agricultura, nunca lo has sido. Todos los puestos de responsabilidad que yo he tenido en la vida nunca los había desempeñado antes y no había nada que pudiera hacer pensar que yo fuera a realizar ese trabajo de manera exitosa. El problema, para mí, no es a quién nombras en la cúspide –es decir, quién asume la última responsabilidad– sino de quién se rodea esta persona. Así, para mi consejo editorial, elijo naturalmente a personas que saben mucho más que yo. Mi responsabilidad también será conseguir una mayor financiación, sobre todo a medio plazo.
¿Cuál es el presupuesto anual de la revista?
No te lo puedo decir porque lo desconozco. Sé más o menos lo que cobra cada uno dentro de mi equipo y los otros gastos. Podría hacer la cuenta, pero realmente me da igual. Lo que sí he observado es que me hace falta más dinero del que hay. En su primera etapa, la revista tuvo mucho éxito en parte porque pagaba muy bien a sus colaboradores. Es una situación a la que quiero volver. Lo que en este momento está encima de la mesa es pasar a un modelo de suscripción. A mí no me termina de convencer. Me gustaría que la revista siguiera siendo gratuita, salvo tal vez en papel, al que me gustaría volver también.
Si no me equivoco, una de las fuentes de financiación para la segunda etapa de la revista era el Colegio Libre de Eméritos. ¿Sigue involucrado?
No lo sé. Sí me parece que compartimos patrocinadores. La Mutua Madrileña, por ejemplo, financia parte del Colegio y también nos financia a nosotros.
Me gustaría que la revista siguiera siendo gratuita, salvo tal vez en papel
¿Hay políticas para asegurar un cortafuegos entre los financiadores y la política editorial?
Por supuesto. Yo desde luego no voy a aceptar tutelas de los patrocinadores.
Tan obvio quizá no sea. Quiero decir que las tutelas sí se dan en otros medios.
Será en los grandes medios de comunicación, porque son grandes corporaciones. Pero yo no sé honestamente cuáles serán los intereses en influir en la política editorial de la Revista de Libros de la Mutua Madrileña o cualquier otra empresa privada que financie este proyecto. Supongo que lo que les interesa es contribuir altruistamente a la cultura española. O les interesará por la publicidad, por la trayectoria y la proyección que tiene la revista. No lo he pensado. Yo lo que tengo claro son las líneas maestras del proyecto. No me imagino que de repente llegue uno de los patrocinadores y me diga: “No publiques a Sebastiaan Faber”. Y si hubiera presiones de ese tipo, para eso también estoy yo como director: soy el que asume las responsabilidades y quien dimite si hace falta. Y no pasa nada. Tengo mi trabajo, escribo mis libros. No tengo ninguna necesidad de hacer esto. No digo que yo sea insobornable, pero si no me gusta una decisión, me voy y ya está, que lo haga otro.
Medios como esta revista, así como la New York Review, la London Review, etcétera, se sitúan justo en la frontera entre la universidad y la esfera pública. Aunque se dirigen a lectores no especializados, gran parte de su público y de sus colaboradores provienen del mundo académico. Esto quiere decir que tienen que lidiar con la cultura académica y la cultura de la esfera pública del país. En España, me parece que ni la una ni la otra se han distinguido, precisamente, por haber fomentado una cultura del diálogo: no ha habido espacios, quizá, pero tampoco mucha costumbre o, siquiera, voluntad. Para mí, lo que pasa por diálogo en España en realidad son luchas por el poder o por el control institucional. ¿Soy demasiado pesimista?
Estoy completamente de acuerdo con tu diagnóstico. Aquí en España discutir es prevalecer. Los debates son peleas de gallos que en realidad son meta-peleas, porque no obedecen a ningún interés por el objeto de estudio, sino solo, como tú has señalado, al deseo de establecer cuál es el ámbito territorial. Un poco como la meada del perro en el árbol. Esto es lamentable por dos motivos. Primero, porque se deja de lado lo que es el interés inicial, que es el aprender colectivamente o, como se dice ahora, la inteligencia colaborativa. Y segundo porque lo mueve la idea mezquina, incluso infame, de pensar que toda discusión tiene que acabar en una derrota o en una victoria.
Entonces, ¿cuál es el plan?
Bueno, la Revista va a intentar poner un granito de arena ahí, pero no va a construir una solución a un problema de tamaña magnitud. (Risas.) Vamos a generar el diálogo constructivo, la discrepancia informada entre personas brillantes, invitando a las y los autores que contesten, si quieren, a las reseñas de sus libros.
Se me hace que una de las decisiones trascendentales de este trabajo será decidir a quién asignar qué libro. Hace falta un buen olfato y un excelente conocimiento del paisaje intelectual.
Desde luego.
En ese sentido, si me permite una pregunta hipotética, ¿a quién le habría pedido la reseña de Imperiofobia y Leyenda Negra, de Roca Barea, si hubiera sido el director de la Revista por ese entonces?
Interesante pregunta. Hay que tomar en cuenta que cuando salió el libro no sabíamos la repercusión que iba a tener. Parecía una cosa menor a la que se dio muchísimo bombo. Yo, a decir verdad, no sé si hubiera reseñado el libro de Roca Barea en la revista. Una de las cosas que quiero hacer, como decía, es discutir sobre cosas de altura y, sobre todo, evitar los barros. Vivimos en un mundo donde hay demasiado gusto por la trinchera. El mundo en el que yo me quiero mover no es así. Y el libro de Roca Barea me parece un libro de trinchera. Si tuviera que afrontar el problema de la Leyenda Negra, tendría que pensar mucho cómo hacerlo para darle un enfoque que no acabe en algo donde nadie va a acabar limpio.
Otra pregunta hipotética: si un colaborador le enviara un texto demasiado “barroso”, ¿tendría reparo en pedir que lo cambie?
Ninguno. Yo creo que hay que tener valor para poder conducir a las y los autores para que den lo mejor de sí.
El libro de Roca Barea me parece un libro de trinchera
¿Entonces le diría “quita estos tres párrafos, modifica la conclusión y piensa en otra entradilla”?
Bueno, no exactamente así. Pedirle a alguien que cambie su texto en tres párrafos me parece muy osado. Yo no sé si lo haría así, sobre todo dependiendo del autor, a no ser que el autor quiera.
¿No es lo normal en un proceso editorial sugerir cambios en los textos que se envían?
Para mí no es lo normal. Si hay tres párrafos que a mí me parecen problemáticos, por el motivo que sea, nunca le diría al autor que esos párrafos sobran. Más bien le invitaría a dar más peso a las ideas que yo creo que son relevantes, antes de decirle que quitara esto o aquello. Esto yo no me atrevería a hacerlo.
Pero si usted es el director…
Yo lo que puedo decidir es no publicar un texto. No puedo interferir en la redacción del texto. Pero te aseguro que el día a día en la Revista es mucho más básico. Consiste en que hay una persona de mucho renombre que te ha escrito un artículo que es una pesadilla y que a la mitad ya estás deseando dejarlo. El día a día es una persona que escribe con una forma del español que podríamos considerar tardobarroca y que es absolutamente infumable, pero que él o ella piensa que tiene una enorme capacidad lingüística. Son artículos que son malos, no que entren en ningún barro, sino que simplemente están mal hechos. Es verdad, como dices, que hay que buscar buenos reseñadores. Pero, hombre, primero hay que buscar buenos libros, que no es tan fácil.
Vale, de acuerdo. Pero no deja de impresionarme esa idea de que no se le puede tocar el texto a un colaborador. En otras culturas editoriales en las que he trabajado se da por sentado que va a haber una enorme diferencia entre la primera versión enviada y la que sale publicada una vez pasada por los diferentes procesos de edición. Para mí, es allí precisamente donde comienza el diálogo.
Bueno, solo te puedo decir que cuando escribo en la prensa –normalmente escribo en el ABC– jamás nadie me ha corregido una coma.
Quizá estoy siendo injusto con tanta pregunta hipotética. Supongo que ya lidiará con las decisiones difíciles cuando toque.
Claro, tendré que decidir según los casos. Y desde luego soy muy consciente de que hay varias zonas de conflicto. La misma historia de España está tremendamente politizada. Más que un lugar de desacuerdo, es una zona de trinchera, que se relaciona con la propia configuración del presente, al menos de acuerdo con algunas lecturas. Es un ejercicio de historia y de política al mismo tiempo. Es verdad que yo, como investigador, no hago historia para una política del presente. Por ejemplo, aunque mi último libro es feminista, yo no pretendía hacer un libro feminista. La evidencia me dirigió ahí. Eso me gustaría que fuera más común: que pudiéramos hacer una investigación sin saber de antemano cuál va a ser la conclusión y que luego estuviéramos dispuestos a defenderla, fuera la que fuera. En fin, según las famosas reglas del método sociológico de Weber. Yo echo mucho de menos esa honestidad intelectual en el avispero que es la historia moderna y contemporánea de España. La verdad es que no sé qué haré cuando me lleguen esos barros. Supongo que te pediré consejo.
Es difícil pensar en un historiador cultural español cuyos libros hayan tenido una mayor proyección internacional que los del filósofo Javier Moscoso (Madrid, 1966), autor de Historia cultural del dolor, Promesas incumplidas o Historia del columpio. Ha trabajado en París, Londres, Berlín,...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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