1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

Étienne Balibar / Filósofo

“La fuente permanente de la vida democrática es su elemento insurreccional”

Francesco Brancaccio / Francesco Pavin (Global Project) 3/05/2023

<p>Étienne Balibar en Berkeley, 2014. <strong>/ Luchas feministas</strong></p>

Étienne Balibar en Berkeley, 2014. / Luchas feministas

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

En esta entrevista con el filósofo marxista Étienne Balibar, realizada en abril en París, se discuten aspectos estratégicos, de composición social y política, de prácticas y de valores de los movimientos de protesta en Francia, fundamentalmente del movimiento contra la reforma de las pensiones y el movimiento Soulèvements de la terre contra la devastación de los ecosistemas rurales. A día de hoy, el pueblo francés continúa con las espadas en alto, sin que aún pueda hablarse de derrota o de victoria, mientras las luchas en Francia, al igual que la guerra en Ucrania, permanecen ausentes de las discusiones sobre la unidad de la izquierda en España.

Hemos escuchado tu presentación en el taller sobre la huelga que tuvo lugar en la Universidad de París 8 Saint-Denis-Vincennes. Me pareció muy interesante el concepto de “insurrección democrática” que propones. Lo has tratado añadiendo otro aspecto importante: que la insurrección no es algo que vendrá o que esté por venir, sino que es algo que ya está aquí y ahora. ¿Te importaría volver sobre este punto?

Sí, la insurrección no es algo que esté por venir: está teniendo lugar en este momento. He utilizado este término a propósito, porque no me parece que haya otros mejores, pero por supuesto tenemos que discutir el significado que le damos. Remite, por lo demás, a cosas que he escrito hace bastante tiempo y que sigo defendiendo. No rechazo el término democracia, al contrario: creo que la raíz permanente, la fuente permanente de la vida democrática es precisamente su elemento insurreccional, es decir, el rechazo del orden existente, dominante y desigual. Durante mucho tiempo he trabajado con un par antitético, insurrección-institución, que se parece un poco al par poder constituyente-poder constituido de Toni [Negri]. 

Y luego hay una tradición en el uso de este término que viene de la Revolución Francesa y también del contacto que tuve con los norteamericanos y sudamericanos; y de la gran avenida de la Ciudad de México que se llama Insurgentes; y de la Revolución Americana, que utilizó mucho la categoría de “The Insurgents”. Y además es una palabra de la Comuna de París. Así que me parece importante utilizar este término porque conserva la idea de ruptura con el poder y, en consecuencia, con lo dominante.

Es importante refundar la práctica democrática en contacto con luchas y elementos fuertes de autogestión a nivel local

Estoy de acuerdo con esta lectura, porque da la posibilidad de imaginar y construir nuevas instituciones a partir de la parte más cercana a la gente, el territorio. Por ejemplo, el otro día hablábamos del municipalismo.

Sí, qué duda cabe, pero tampoco quiero enredarme en esta discusión. Hubo alguien que hizo una intervención muy interesante durante el debate, evocando Rojava e introduciendo el tema del municipalismo en el sentido de Murray Bookchin y otros. Esta es también una perspectiva muy interesante, pero no quiero que penséis que imagino una especie de reconstrucción anarquizante del sistema político en la que todo se base en las comunas municipales.

Creo que es muy importante refundar la práctica democrática en contacto con luchas y elementos muy fuertes de autogestión a nivel local. Pero justo después en el debate empezamos a hablar del Estado, de los servicios públicos. Si reflexionamos sobre estos elementos, no creo en absoluto que en un contexto como el del Estado en Francia, y más en general en Europa, se pueda abolir el Estado y poner en su lugar una federación de comunas municipales.

Francia es un país, como se suele decir, jacobino o bonapartista –a veces hay una gran confusión entre estos dos aspectos–, y luego hay raíces aún más antiguas que lo convierten en un país en el que el centralismo estatal es absolutamente monstruoso. Se trata de una ideología compartida tanto por la derecha como por la izquierda. Toda la sociedad está organizada en torno al poder central. Por eso tenemos que hacer un esfuerzo muy importante para deconstruir, como decía uno de mis maestros, Jacques Derrida, esta representación totalmente vertical o verticalista de lo político.

Reflexionando de nuevo sobre la relación entre insurrección democrática e instituciones, compartimos desde luego la perspectiva de la insurrección como elemento fundador y dinámico de la democracia. Pero si hablamos de instituciones del Estado, esta perspectiva implica claramente que las instituciones son capaces de reformarse a sí mismas a partir del momento insurreccional. Ahora bien, el problema es que las instituciones –al menos, las estatales– no responden hoy dinámicamente al impulso insurreccional, por ejemplo, reformándose. Al contrario, la situación política, en el caso de Macron y su gobierno, está completamente cerrada y me atrevería a decir que bloqueada.

Claro, estoy de acuerdo. No albergo ilusiones sobre las capacidades –y si queréis hablamos también de Macron– de democratización endógena del sistema estatal en su forma actual y a partir de sus propias instituciones. La cuestión es si tenemos un concepto puramente estatal de lo que llamamos instituciones, o si intentamos tener un concepto más amplio de instituciones. Hay una tradición también en el pensamiento de izquierdas –y aquí estoy muy lejos de lo que aprendí de mi maestro Althusser, he evolucionado en este sentido– que tiene que ver con el pensamiento crítico, en el sentido amplio del término, que utiliza la categoría de institución en un sentido mucho más amplio, más activo, más revolucionario que la acepción jurídica y estatal del término. Por ejemplo, Cornelius Castoriadis hablaba de la institución imaginaria de la sociedad; Miguel Abensour empleaba la idea de la capacidad instituyente de los movimientos populares, etc. Son formas de decir que los movimientos que cuestionan la verticalidad del Estado o el monopolio de las clases dominantes sobre el gobierno de la sociedad no son solo movimientos que destruyen, sino que inventan, que organizan, que proponen formas de organizar la sociedad.

¿Qué diferencia crees que hay entre este movimiento y los anteriores (el movimiento contra la Loi Travail, los Chalecos Amarillos, etc.), respecto al hecho insurreccional?

En mi opinión, los otros movimientos también pueden calificarse de movimientos insurreccionales.

¿Existe entonces una continuidad entre estos diferentes movimientos o momentos de la misma tendencia insurreccional?

Sí, claro.

¿Se podría hablar incluso de una insurrección que estaría cobrando un carácter permanente?

Quiero tener los pies en el suelo y ser realista. No hay que perder de vista que, de alguna manera, desde hace varios años –es difícil fijar un punto de partida preciso–, los movimientos sociales que vemos en Francia tienen todos al principio un carácter defensivo. Son movimientos que reaccionan con mayor o menor fuerza, con pasión me atrevería a decir, con esperanza política, al trabajo de demolición que está llevando a cabo el poder neoliberal en Francia. Todo esto está lleno de paradojas: cuando uno se pregunta qué imagina Macron en este momento, qué tiene en la cabeza, sencillamente se puede decir que quiere ser la Margaret Thatcher francesa. Macron piensa así. Aunque no soy extraordinariamente optimista sobre la correlación de fuerzas, creo que las condiciones que permitieron a Margaret Thatcher obtener una victoria casi total sobre el movimiento obrero británico y en particular sobre el sindicalismo y, más en general, sobre la sociedad, las clases trabajadoras, no son las mismas en Francia.

De todos modos, surge una cuestión y es la siguiente: ¿por qué el capital financiero necesita una Margaret Thatcher en Francia en 2023? ¿Por qué el capitalismo francés lleva cuarenta años de retraso con respecto a otros países similares en el desmantelamiento del estado del bienestar que se creó tras el final de la Segunda Guerra Mundial? Se podría escribir una larga historia al respecto.

No hay una fractura racial insalvable que separe a los inmigrantes de los trabajadores “franceses”

Hay varias razones, pero lo que es seguro es que todos estos movimientos, uno tras otro, presentan sobre todo un carácter defensivo. En todo ello hay también elementos de desesperación, un aspecto que me llama mucho la atención. El día 5 de abril, en el debate de París 8, en la intervención de una compañera joven, surgió una verdadera desesperación de una categoría de estudiantes que ya no comen; en un sistema universitario que se desintegra progresivamente, los jóvenes tienen la impresión de que su futuro es oscuro.

Luego estaba el compañero que hablaba en nombre de las banlieues. Podríamos pensar que es bueno que haya alguien que venga a decirnos que no hay que olvidar a los inmigrantes, que no hay que olvidarse de las banlieues, pero en el hecho de que hablara con tanta vehemencia vi algo más: que la vida es insoportable en las banlieues. Entonces, cuando se dice que el movimiento olvida estas cosas es verdad y mentira a la vez, porque lo interesante de lo que está pasando ahora es que, si tomamos la huelga de los basureros o incluso las manifestaciones, no hay una fractura racial insalvable que separe a los inmigrantes de los trabajadores “franceses”.

Pero el problema existe como tal, y si intentamos reflexionar sobre el futuro o las posibilidades de un movimiento insurreccional o una insurrección pacífica en un país como Francia, no tardamos en preguntarnos cómo superar las fracturas entre la clase obrera en el sentido tradicional del término, por un lado, y, por otro lado, la juventud en paro de las banlieues que desciende masivamente de inmigrantes de las antiguas colonias francesas. No existe el abismo que describen algunos teóricos radicales de la “lucha de razas”, sino un problema, una contradicción. Con este tipo de problema en mente, en el breve texto publicado enL'Humanité –¡sólo disponía de 3.000 caracteres!– utilicé la famosa fórmula del presidente Mao sobre las “contradicciones en el seno del pueblo”. Hay muchas cosas del presidente Mao que no me gustan, pero creo que esta fórmula es muy importante. 

Pero es precisamente el elemento insurreccional el que permite no limitar los movimientos a su carácter defensivo.

Me parece importante que en la Nuit Debout, en el movimiento de los Chalecos Amarillos y en las huelgas actuales contra la prolongación de la edad de jubilación no solo haya habido desesperación, así como que no se trate únicamente de luchas defensivas. Estos movimientos aportan también una dimensión constructiva, un elemento de esperanza y de imaginación para el futuro. No se trata solo de defender conquistas, por fundamental que sea la defensa de estos logros. Cada vez está más presente la doble idea de que la sociedad puede organizarse de otro modo y de que, por otra parte, las personas de abajo, como diría nuestra tradición política común, tienen una capacidad real de hacer que la sociedad funcione de forma diferente.

Desde luego, hay experiencias recientes que han tenido que desempeñar un papel importante para alimentar esta idea. No es una cuestión de espontaneidad. No creo que la idea de la gente que sale a la calle sea: “Somos el pueblo, tomemos las cosas en nuestras manos” contra esta casta de oligarcas y tecnócratas. No creo que la gente crea –esto es un poco el mito de la Comuna de París– que basta con tener asambleas del pueblo para gobernar un país. Son perfectamente conscientes de que no solo hacen falta funcionarios, sino también organizaciones y estructuras. Pero quienes nos gobiernan han demostrado recientemente que hay una especie de impostura en la pretensión de las clases dirigentes de ser las únicas capaces de gobernar.

La covid-19 ha sido una experiencia muy interesante a este respecto. Tanto en los hospitales como en las escuelas o los institutos, todo se habría derrumbado, nada habría podido funcionar si el colectivo del personal de los hospitales o el de los profesores no hubiera compensado las contradicciones y el desorden provocados por las instrucciones que venían de la administración central.

De esta guisa, el pueblo ha experimentado una capacidad colectiva de organización y de gobierno, y sabe que este poder tecnocrático neoliberal que pretende gobernarlo todo provoca en realidad desórdenes por todas partes. Por supuesto, podemos y debemos plantearnos la cuestión de si no existe una estrategia perversa –y volvemos así a nuestro punto de partida– y totalmente deliberada para desorganizar los grandes servicios públicos al objeto de favorecer su privatización, es decir, de instaurar sistemas de servicios fundamentales totalmente privados y organizados con arreglo a las clases, un sistema con los ricos o ultrarricos con escuelas privadas, hospitales privados, clínicas privadas, pensiones de capitalización, etc., por un lado, y el pueblo llano con servicios degradados, por otro lado. A pesar de que elementos de la tradición de la “République Sociale” han retrasado relativamente este proceso, las cosas también están mal en Francia: basta con acudir a una cita hospitalaria para comprobar que hay escasez de personal. Así que puede ser que haya una estrategia perversa por parte del poder: de hecho, vemos que mientras afirman querer salvar los servicios públicos, están echando abajo todo.

Para terminar sobre este punto, no estoy diciendo que el movimiento social al que asistimos, que viene después de otros movimientos, vaya a conseguir más que los anteriores invertir el curso de esta historia, de esta política. Sin embargo, me impresiona mucho el hecho de que, cada vez que se presenta la ocasión, cada vez que se defiende algo esencial, resurge esta doble dimensión constructiva y esperanzadora.

Y hay algo más que invita a la reflexión: los Chalecos Amarillos, por ejemplo, fueron tan populares porque mucha gente en Francia pensó que esas personas hablaban en nombre de todos nosotros y luchaban por nosotros. No es un movimiento que involucrara a una mayoría de ciudadanos franceses; la “Nuit Debout” tampoco lo hizo, aunque por motivos distintos. No hay que idealizar el movimiento actual, no todo el mundo participa en él de la misma manera, pero en este sentido creo que los sondeos son reales cuando muestran que una gran mayoría de franceses apoya el movimiento.

Y hay otros indicios: si una inmensa mayoría de trabajadores, precarios o no, no estuvieran ahogados por el aumento del coste de la vida y por unos salarios cada vez más bajos, tendríamos cuatro o cinco veces más gente en las huelgas y manifestaciones. He leído el texto de Frédéric Lordon, que afirma que el poder ahora solo se mantiene gracias al hilo que lo une a la policía y a Darmanin [ministro del Interior]. Este análisis no me parece correcto: el poder tiene todo tipo de recursos, incluida una Francia de derechas o de extrema derecha con la que puede aliarse. Pero lo cierto y sorprendente es que el poder se encuentra en un estado de aislamiento y de impotencia política.

(...)

Si miramos a Francia con una perspectiva europea, ahora mismo, tiene una dimensión de lucha institucional que otros países no tienen. ¿Cómo te lo explicas?

Sí, es impresionante, aunque debo tener cuidado de no caer en el narcisismo.

En el plano transnacional, ya no existen formas de protesta, al menos en apariencia, a excepción del nacionalismo

Creo que es importante hacerse esa pregunta, también porque has hablado de esperanza. Y estamos de acuerdo, también necesitamos esperanza. En tu opinión, ¿este “modelo francés” de luchas podrá llevar a que se muevan otros países europeos? Pienso en Alemania o Italia, por ejemplo.

Ay, amigo, no lo sé. Porque precisamente he vivido la esperanza, seguida más tarde por la desilusión, de que se creara en Europa algo así como un espacio político común, en el que no solo pudieran circular ideas y proyectos organizativos, sino también en el que los movimientos sociales y políticos surgidos de abajo pudieran animarse y reforzarse mutuamente.

Nunca pensé que desaparecerían las fronteras; soy muy consciente de que las tradiciones nacionales son fuertes, de que el poder se organiza a escala nacional y de que las luchas obreras y, más en general, populares, también. Sin embargo, yo creía no solo en el internacionalismo, sino también en la internacionalización de las dinámicas políticas. Y esta idea alimentó en mí y en otros la esperanza y el objetivo de poner en marcha un movimiento constituyente, expresión que utilicé en el momento de la crisis griega en un texto escrito junto con Sandro Mezzadra y Frieder Otto Wolf, y no es casualidad que lo firmáramos un francés, un alemán y un italiano. Sandro había mencionado ese concepto, un “momento constituyente para Europa”, y a partir de ahí escribimos juntos. Nos referíamos a una alternativa política concebible a escala de la propia Europa, y a nuestro juicio esta cobraba aún mayor importancia en la medida en que todos rechazábamos el nacionalismo, el soberanismo que tanta influencia tiene en una parte de la izquierda de cada país.

Cada cierto tiempo hemos nutrido la esperanza de que causas comunes a todos los pueblos de Europa pudieran servir de cemento para la cristalización, para el cambio de escala del espacio de las luchas sociales y políticas, algo tanto más necesario cuanto que se trata de un recurso fundamental utilizado por el capitalismo actual para organizar los poderes de decisión real tanto en el plano nacional como supranacional. En el plano transnacional, ya no existen formas de protesta, al menos en apariencia, a excepción del nacionalismo.

Para nosotros, las causas en juego eran otras. Pensábamos que era el apoyo a experiencias de izquierda o de extrema izquierda, como Syriza en Grecia o Podemos en España, la resistencia a la financiarización extrema. También pensábamos que era la defensa de los derechos de las personas migrantes y refugiadas.

Tenemos que ser serios y explicar que el decrecimiento no es el cierre de todas las fábricas y la vuelta a la vida de los cazadores-recolectores

El movimiento contra la crisis climática, “fin du monde, fin du mois”, quizás pueda ser una respuesta en este sentido para repensar una nueva dimensión que cruce fronteras.

¡Ahí estamos de acuerdo, amigo! Es el candidato más serio a una transnacionalización de las luchas, y quizás nos hayamos equivocado al no hablar de ello hasta ahora. Y aquí tocamos otra contradicción en el seno del pueblo. Es muy interesante y puede ser decisivo que en este momento haya en Francia, al mismo tiempo, aunque no a la misma escala, un movimiento de protesta social y de defensa de las conquistas del estado del bienestar, por un lado, y por otro un movimiento cada vez más visible contra la destrucción del medio ambiente, y en particular contra la política del capitalismo extractivo del medio ambiente. Se trata de una causa potencialmente transfronteriza.

Eso sí, no hay una fusión absolutamente espontánea de los dos, y precisamente por eso, como muchos otros, digo que la discusión debe desarrollarse entre las las bases, y por supuesto con mediadores, sindicalistas y tal vez intelectuales, para garantizar que la gente hable, que la situación no se quede empantanada. Por un lado –y quede claro que no quiero presentarlo de forma caricaturesca– tendríamos trabajadores que tienen interés, o que creen tener interés en que continúe el productivismo, porque de ahí se deriva su empleo, su nivel salarial; y por otro lado, jóvenes y no tan jóvenes –y yo soy uno de ellos– que están apegados a la idea de que solo podemos salvar algo del medio ambiente a condición de que nos comprometamos con la vía del decrecimiento. Esto es potencialmente transnacional.

El concepto de decrecimiento. Durante mucho tiempo no nos hemos adherido a esta visión del decrecimiento. Creo –y éste es el debate que tenemos dentro de la comunidad política a la que pertenezco– que debemos adoptar esto como un punto cardinal de lucha.

Yo también lo creo, pero tenemos que ser serios y explicar que el decrecimiento no es el cierre de todas las fábricas y la vuelta a la vida de los cazadores-recolectores amazónicos. Es una transformación de la sociedad industrial.

Y, por lo tanto, también un rechazo de este modelo capitalista de sociedad industrial que destruye la vida.

¡Sin duda!

Quizá podamos formularlo de esta manera: se trata de reflexionar y comprometerse concretamente en la cuestión estratégica de cambiar el modo de producción.

Sí, precisamente, se trata de un cambio del modo de producción, y me refiero aquí a la definición elemental de la expresión “modo de producción”.

Y en este necesario cambio de modo de producción también hay cosas que tienen que “crecer”, como los servicios públicos, las actividades asistenciales, la circulación del conocimiento, la educación, etc.

Sí, claro, y aquí es donde llegamos al meollo del problema, porque hay que estudiar la necesidad de una planificación democrática. Es decir, una planificación que implique la iniciativa de toda la población desde abajo (y no el Gosplan que viene desde arriba) en la transformación de los modos de vida y de los servicios. Si se dice que hay que reorganizar la sanidad y los servicios médicos, se llega inmediatamente al meollo del problema. La gente tiene tumores; la vida humana está hecha de fluctuaciones permanentes entre lo normal y lo patológico de distintas maneras, y para hacer que todo esto sea soportable hacen falta una serie de medios técnicos, y por ende hay que producirlos, no se trata de volver a ser campesinos en la Edad Media.

Es fundamental saber si los individuos disponen de tiempo libre para actividades distintas que las que están al servicio de un empleador

Y a este respecto cabría trazar un vínculo entre este tema ecológico y la reforma de las pensiones. En la Universidad de París 8 insististe en la importancia del hecho de que la movilización comenzó en torno al rechazo de la reforma de las pensiones, y que el tema de las pensiones no es solo un “pretexto” para oponerse a las políticas de Macron en general, sino una cuestión fundamental sobre qué tipo de sociedad queremos construir. Es un asunto decisivo, porque está en juego la relación entre el tiempo de trabajo y el tiempo de vida; y el cambio en el modo de producción implica también eso, repensar esta relación desde una perspectiva ecológica. Abandonar la carrera a ciegas del productivismo probablemente signifique preguntarnos qué debemos producir y cómo debemos hacerlo, y reflexionar sobre el hecho de que hay una serie de actividades en nuestra vida que ya, aquí y ahora, no responden a la lógica mercantil y que han de ser reforzadas.

El tema de las pensiones plantea toda una serie de cuestiones políticas muy interesantes. Un tema que surge constantemente en los discursos de la clase dirigente en este debate es: “¿Cómo vamos a defender a escala europea un sistema de pensiones que presenta una disparidad total respecto a lo que se hace en todos los demás países europeos? En todas partes la edad de jubilación es de 65 o incluso 67 años, como en Alemania o Italia, y vosotros en Francia os jubiláis a los 62 años, ¡sin dar un palo al agua! No se pueden defender tales privilegios!”. Esto se complementa con el discurso de Macron, que no para de repetir que los franceses no trabajan lo suficiente, que son perezosos.

Podríamos entrar en detalle para entender qué hay detrás de la abstracción de estas cifras, es decir, hasta qué edad trabaja realmente la gente en otros países europeos, y también en Francia, teniendo en cuenta que el límite de edad de 62 años no significa desde luego que todo el mundo acabe a los 62 años, a veces están en paro con esa edad o siguen trabajando más años porque el importe de su pensión a los 62 sigue siendo demasiado bajo. 

La tendencia general se encamina a la precariedad, a la proletarización de los niveles de vida

Y luego podríamos adoptar el punto de vista de que, en lo fundamental, cuanto más puedan protegerse los trabajadores de la sobreexplotación, mejor para ellos y, en ese sentido, en lugar de culpar a los franceses por trabajar menos que los italianos y los alemanes, ¡deberíamos desear que los italianos y los alemanes se jubilaran antes!

Lo dije rápidamente en mi texto: sorprende comprobar hasta qué punto el debate sobre las pensiones verifica el concepto marxista o marxiano, muy sencillo pero fundamental, del valor de la fuerza de trabajo y de su explotación. A condición, claro está –y esto está en la propia lógica de Marx, creo yo–, de que salgamos del punto de vista microeconómico, es decir, de creer que el valor de la fuerza de trabajo sólo se define a escala del día y del año.

Por el contrario, es un concepto que atañe a toda la vida del trabajador. Si nos planteamos el problema de saber a qué precio se compra y se vende la fuerza de trabajo, vendida por los trabajadores y comprada por el capital, es evidente que en el sistema actual –y esto no era así en la época de Marx– debemos incluir en este valor tanto los salarios que las personas ganan durante su vida como las pensiones que cobran después. Y así, desde este punto de vista, la ofensiva actual del capital francés consiste en ejercer la máxima presión sobre esa remuneración total. Es la misma lógica que encontramos en el capítulo de El Capital dedicado a la jornada de trabajo, salvo que aquí no razonamos en el plano de la jornada de trabajo, sino de toda la vida.

Si planteamos el problema en términos de distribución del valor producido por el conjunto de la sociedad, me parece que la cuestión cambia de sentido. La desigualdad de la distribución no deja de crecer bajo el sistema actual; el desmantelamiento de las conquistas tradicionales de la seguridad social y del sistema de pensiones forma parte de los medios que utiliza el capital para reducir aún más el precio al que compra la vida de los trabajadores. Por lo tanto, ¡la defensa de todos los aspectos de esa remuneración, directos e indirectos, es el meollo de la lucha de clases!

El trabajo que se organiza en formas capitalistas crea muy poca solidaridad en el seno de la sociedad

Llegados a este punto, más que preguntarse si es justo jubilarse a los 62, 65 o 67 años, la pregunta que hay que hacerse es si los trabajadores, incluidos los de los servicios, es decir, los que constituyen la inmensa mayoría de la sociedad, tienen lo suficiente para vivir digna y correctamente en el mundo actual. La respuesta es la siguiente: aunque es cierto que partimos de un nivel muy alto, porque los países del Norte se han beneficiado de la imposición imperialista, y el movimiento obrero ha impuesto muchos compromisos al capital durante siglo y medio, la tendencia general se encamina a la precariedad, a la proletarización de los niveles de vida.

Pero hay otro aspecto del sistema de pensiones en el que hay que insistir, y es el que has mencionado antes: no solo se trata de cómo se distribuyen los productos del trabajo, teniendo en cuenta las grandes desigualdades que existen entre hombres y mujeres, sino sobre todo de cómo se divide la vida entre trabajo y actividad libre.

El trabajo es una categoría que tiene que ser discutida, reflexionada, criticada; es cierto que una tradición en el marxismo contemporáneo, pienso en Postone y otros, afirma que la noción misma de trabajo es una noción capitalista. Esto es cierto. Aunque Marx escribió que el objetivo de la sociedad comunista es reducir el tiempo de trabajo al máximo para liberar tanto tiempo como sea posible para la actividad libre, en realidad –podría equivocarme– no creo que el trabajo sea lisa y llanamente esclavitud. Por el contrario, creo que podemos y debemos pensar que hay en el trabajo una condición que hay que organizar de otra manera para realizar la propia vitalidad, la propia potencia de acción.

Sin embargo, lo cierto es que, por otra parte, hoy es fundamental saber si los individuos y las sociedades disponen de tiempo libre para actividades distintas que las que están al servicio de un empleador. En este debate sobre las pensiones, se ofrece una imagen caricaturesca del pensionista como alguien que está sentado en su sofá delante de la televisión –es la imagen caricaturesca del prolo francés, que vive a mesa puesta por su mujer y que el día de la jubilación se sienta en el sofá con su cigarrillo a ver la televisión–. Pero eso no es lo que hacen los jubilados.

Participan por ejemplo en actividades asociativas, en la economía social y solidaria; realizan múltiples actividades que participan en la producción de riqueza en la sociedad.

¡Ya lo creo! Y esto se pone de manifiesto si hacemos hincapié en la importancia de los cuidados, los servicios y la solidaridad. Marx tenía buenas razones para decir que el trabajo se socializa, pero el trabajo que se organiza en formas capitalistas crea muy poca solidaridad en el seno de la sociedad. Y por eso es interesante comprobar que las personas que ya no están obligadas a ir todos los días a su oficina, a su empresa, son las que transmiten su vitalidad, su conatus, que diría Spinoza, al campo de las actividades asociativas, sin las cuales la sociedad no podría vivir. Se trata, por lo tanto, de personas sumamente útiles. Y no hay que preguntarse cómo se evalúa el valor mercantil de sus actividades, porque no son actividades mercantiles. No digo que sea el comunismo, no lo sé, pero sin duda es el no-capitalismo, sin el cual las sociedades no podrían sostenerse.

La imagen caricaturesca del pensionista es la del ultraindividualismo

Es tal vez lo que podemos llamar la comuna.

Por supuesto, es una forma de comuna, una de las formas de comuna. La imagen caricaturesca del pensionista es la del ultraindividualismo. Hay muchas cosas que van en este sentido: hace unos días leía un artículo en Le Monde que decía que el debate francés sobre las pensiones tenía que provocar estupor al lector del Québec, porque allí tienen el mejor sistema de pensiones del mundo. Ese sistema se basa en las capitalizaciones individuales, y son capaces incluso de explicar que los fondos de pensiones invierten eligiendo, de manera ética, inversiones “limpias” en todo el mundo, desde África hasta China, ¡lo que significa que su sistema sería un sistema internacionalista y no nacionalista! Cada cual trabaja para sí mismo, cada cual contribuye para sí mismo y, al final de la historia, ¡cada cual vive solo y muere solo! No digo que el problema de las pensiones lo sea todo, y además tengo una tendencia hacia lo que Hegel, y luego Marx, llamaban empirismo especulativo, es decir, que cuando pasa algo lo abordas como una apuesta teórica fundamental. Pero desde luego no es una batalla conservadora.

No tiene nada de conservador, y si la “jeunesse”, los protagonistas del movimiento y de los “débordements” después del recurso al art. 49.3, se han tomado la cuestión de las pensiones tan en serio y tan a pecho, es porque ven en esta batalla algo que remite inmediatamente a la cuestión de la vida de la sociedad, y de ahí a la cuestión de la vida del planeta, de la ecología. Sobre esto circulaba un cartel muy divertido: “Quiero jubilarme antes del fin del mundo”.

¡Sí, son muy graciosos! Tal vez podamos ver en sus consignas y en su experiencia una manera de articular orgánicamente la cuestión de la precariedad y la de la jubilación. En algunos aspectos, la jubilación es la antítesis de la precariedad. Puede parecer paradójico, aunque no lo es, que los jóvenes, cuyo primer problema consiste en comprender las condiciones en las que van a poder encontrar un trabajo, no anden buscando la seguridad, como si fueran pequeños burgueses.

Su objetivo no es sólo tener un sueldo a fin de mes, aunque eso sea importante. Les gusta hacer otras cosas en su vida y no limitarse a ir a la oficina. Y a este respecto el teletrabajo no resuelve nada. Quieren hacer otras cosas en su vida, militar por la ecología o inventar nuevas actividades artísticas y culturales, pero su problema inmediato es la precariedad. Por un lado, se les impide hacer planes personales y, por otro lado, se les echan abajo las formas de empleo que se han venido construyendo prácticamente a lo largo de un siglo.

---------------------------------

Esta entrevista se publicó en italiano en Global Project

Traducción de Raúl Sánchez Cedillo

En esta entrevista con el filósofo marxista Étienne Balibar, realizada en abril en París, se discuten aspectos estratégicos, de composición social y política, de prácticas y de valores de los movimientos de protesta en Francia, fundamentalmente del movimiento contra la reforma de las pensiones y el movimiento 

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Francesco Brancaccio / Francesco Pavin (Global Project)

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí