Reseña
Extrapolaciones ciegas
El enfoque de la serie ‘Un futuro desafiante’ parece darle la razón a aquella afirmación de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, pues en última instancia el capitalismo sigue siendo el único fin concebible
Gil-Manuel Hernàndez i Martí / Manuel Casal Lodeiro 21/06/2023
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Parece ser que en los últimos tiempos hemos pasado del fin de la historia a la historia del fin, del colapso de los grandes relatos a los grandes relatos del colapso. En este contexto, han proliferado las producciones de la industria cultural que intentan capturar este zeitgeist crepuscular. Un ejemplo reciente y destacado de esta tendencia es la serie estadounidense Extrapolations (titulada en español como Un futuro desafiante), de la cual se han emitido ocho episodios producidos y distribuidos por Apple.
A quienes llevamos años intentando que penetre una visión rigurosa y al mismo tiempo movilizadora de la conciencia social, este tipo de grandes producciones suelen dejarnos siempre con un regusto agridulce. Percibimos con contenida alegría las grietas que se van abriendo y ampliando aceleradamente en el espíritu cultural de los tiempos, pero las inercias siguen siendo abrumadoras, quizás tanto como las del propio CO2 en la atmósfera. En el caso que nos ocupa, la peor inercia de esta serie es su doble punto ciego a la hora de plantear escenarios verosímiles en lo energético y en lo tecnológico. Su extrapolación climática y su coherencia distópica fallan estrepitosamente a la hora de aplicarse al futuro energético, pues no nos presenta mayor problema de recursos a lo largo del periodo comprendido por sus ocho capítulos (2037-2070). Y esta ceguera da pie a la segunda: la de un sonambulismo tecnológico que cree firmemente en un porvenir tecnooptimista, que incluso podríamos calificar de tecnoflipado, con bochornosos casos que revelan que sus guionistas no se escapan del habitual analfabetismo termodinámico (¡prisiones orbitales! ¡aparatos capaces de bajar los ppm de CO2 de la atmósfera en cuestión de minutos!) y ecológico (se extinguen las abejas y aquí no pasa nada). Así, la alta tecnología, con la llamada inteligencia artificial en primer plano como dogma de fe, es omnipresente a lo largo de toda la serie, de tal modo que en no pocos momentos nos tenemos que preguntar si no estaremos viendo nuevos episodios de Black Mirror en lugar de una serie que pretende avisarnos de escenarios realistas del clima en las próximas décadas.
Pero si no se comprende que vamos hacia horizontes de inevitable declive energético, y si no comprendemos el papel de la energía de alta densidad en la viabilidad de la complejidad tecnológica, es fácil caer en este tecnoflipe tan común y contagioso en nuestra cultura actual, máxime cuando la serie la produce la plataforma de una empresa como Apple. De hecho, esta producción incorpora los mismos elementos high-tech habituales en cualquier película de ciencia ficción de los años 90, como si el Caos Climático, el Cénit de los combustibles fósiles y la Sexta Extinción Masiva no tuviesen el más mínimo efecto sobre los escenarios de viabilidad tecnológica, como si nuestra imaginación cultural se hubiese quedado fosilizada en los tiempos de Blade Runner. Al final se trata de la tecnología über alles para salvar el sistema, pues como proclama en un episodio el todopoderoso amo de la corporación Alpha, si el capitalismo es la enfermedad que genera la debacle climática, también puede ser el remedio. Aunque se trate de un capitalismo catabólico que viva de devorarse a sí mismo y de lo que queda de sus víctimas globales.
A esto cabría añadir el sesgo urbanocéntrico de la serie (apenas en el 5º episodio podemos echar un vistazo a un entorno rural, que se incluye muy secundariamente en la trama) y principalmente focalizado en personas de clase media-alta de los países enriquecidos (no nos muestran Bangladés desapareciendo bajo las aguas, sino los barrios pijos de Miami). Lo segundo es hasta cierto punto comprensible, dado el origen de la serie (y se aminora con episodios como el ya mencionado, que transcurre en India), pero lo primero choca con el probable abandono de las ciudades durante el colapso en el mundo real (apenas insinuado en un par de episodios) y el traslado del terreno donde se jugará la supervivencia a los entornos rurales que producen el sustento de toda civilización: la comida. Tampoco se abordan las gigantescas migraciones que se nos anuncian con alarma desde las instituciones internacionales, fuente seguramente de conflictos violentos intra e interestatales, uno de los factores sobre los que es más urgente anticipar escenarios. Es como si en este thriller futurista se realizara un sibilino ejercicio de contención para no asustar más de lo debido. Sin embargo, no hay reparo ninguno en mostrarnos cómo la propia biosfera destrozada se convierte en fuente de nuevas oportunidades para todo tipo de negocios (desde el turismo a la biomecánica), revestidos por las galas de la supuesta ciencia de vanguardia y el venerado progreso tecnológico. De este modo, el enfoque de esta serie parece darle la razón a aquella afirmación de que es más fácil imaginar (cinematográficamente) el fin del mundo que el fin del capitalismo, pues en última instancia el capitalismo sigue siendo el único fin concebible.
El enfoque de esta serie parece darle la razón a aquella afirmación de que es más fácil imaginar (cinematográficamente) el fin del mundo que el fin del capitalismo
Aun así, y más allá de sus innegables cualidades cinematográficas y actorales, la serie conserva un notable valor para la necesaria pedagogía social: nos permite echar un duro vistazo hacia dónde nos lleva el Caos Climático. Visualiza (algunos de) los trágicos efectos sobre la biosfera, sobre la salud y las biografías humanas de gente coetánea a nosotros y a nuestras hijas y nietos, de algo tan difícil de entender para una especie fruto de cientos de miles de años de evolución modelada por lo inmediato, como es el Caos Climático. De ahí el título de Extrapolations, pues esta es la herramienta matemática básica con la que cuenta la ciencia para trasladar lo presente a lo futuro, para entenderlo, mostrarlo, y actuar para evitarlo. Un interesante ejercicio de prospectiva social, con todas las limitaciones que ello entraña. Los creadores de la serie se ayudan eficazmente de las fechas que encabezan cada episodio, junto con la relación genealógica entre diversos protagonistas, que sirve de hilván a los sucesivos episodios, para reforzar esta idea de progresión hacia el caos, resultado del efecto bumerán desatado por la perversa sombra del Progreso.
A esto cabría añadir una noble postura que podríamos calificar claramente de pacifista en relación a conflictos actuales como el de Palestina o la tensión India-Pakistán, y el señalamiento crítico del sempiterno recurso de los gobiernos EE.UU. a las operaciones encubiertas. Esta postura puede resultarnos chocante comparada con el final de la serie, donde se concluye con un mensaje de pesimismo antropológico, mezclado con un deseo de justicia universal y una ingenuidad política que se unen a la religión tecnólatra (“El problema nunca fue la tecnología, sino nosotros”), para comprarle totalmente el discurso al capitalismo más cínico representado por el personaje del tecnomagnate Nick Bilton, una de cuyas principales frases queda flotando en el ambiente: “La fantasía más potente es que la comodidad no cuesta nada”. Pero ello mismo certifica que la vida es una transacción y que todos somos cómplices “por quererlo de esa forma”.
Después de ver esta serie nos quedamos soñando con las posibilidades que hubiera tenido si se hubiera llamado Modelizations y hubiera partido de la mejor ciencia disponible en dinámica de sistemas, desde Los Límites del Crecimiento de hace 51 años hasta los actuales modelos MEDEAS o LOCOMOTION, con un foco más plural, repartido entre culturas, clases sociales y ámbitos geográficos, y un cuestionamiento central y bien informado sobre el papel del capitalismo en este camino hacia el omnicidio. De momento, parece que habrá que seguir esperando una serie menos ciega ante los límites de la realidad.
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Gil-Manuel Hernàndez i Martí es historiador, sociólogo y activista cultural. Autor de Sociologia de la Globalització. Anàlisi social d’un món en crisi y Ante el derrumbe. La crisis y nosotros. Director de los Museos de Cultura Festiva del Ayuntamiento de València y codirector de la revista Rituals. Revista de Cultura Festiva, editada por la Diputació de València.
Manuel Casal Lodeiro es padre, activista y divulgador. Autor de La izquierda ante el colapso de la civilización industrial y Nosotros, los detritívoros. Coordinador de la Guía para el descenso energético, de la revista 15/15\15 para una nueva civilización y del Instituto Resiliencia.
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