Bengalas después del fin
La campaña de ‘ir al borde’
Formalmente se presentan dos derechas, pero cada día es más vano el esfuerzo de los voluntariosos sumilleres por diferenciar el partido del buqué democrático con el del morapio autoritario. Es todo peleón
Manuel Rivas 25/06/2023
![<p><em>Pactos PP-Vox. </em>/ <strong>J.R.Mora</strong></p>](/images/cache/800x540/nocrop/images%7Ccms-image-000032391.jpg)
Pactos PP-Vox. / J.R.Mora
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“Si tienes miedo de llegar al límite, estás perdido”. Quien declaró eso, con total determinación y en el caso que vamos a tratar, no fue la artista circense La Petit Lulu, la primera bala de cañón humana, ni tampoco el poeta maldito Dylan Thomes antes del penúltimo trago. Fue el político republicano John Fuster Dulles, cuando ocupaba la secretaría de Estado siendo presidente Eisenhower, entre 1953 y 1956, en uno de los períodos más peligrosos de la Guerra Fría. Esa estrategia, consistente en una escalada incesante de amenazas e intimidación para amedrentar al enemigo, llevaría el nombre de brinkmanship. Es decir, la política de “ir al borde del abismo” o “jugar con fuego”. El filósofo Bertrand Russell, espantado con esa alocada apuesta, la comparó con el juego del gallina (chicken game): dos machitos orientaban y aceleraban sus coches en dirección a un acantilado y el primero que frenaba o saltaba del vehículo era el perdedor. ¡El gallina!
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Las hubo duras, alguna a cara de perro como la de la victoria de Aznar, pero la de las elecciones del 23 de julio va a ser, está siendo, la primera campaña netamente brinkmanship en España. De ir, sin complejos, hacia “el borde del abismo” y de “jugar con fuego” hasta incendiar el lenguaje cívico (emergencia ecológica, igualdad de género, diversidad cultural, memoria histórica, servicios públicos), propagar el temor semántico y quemar en efigie al adversario. Formalmente se presentan dos derechas, pero vemos que cada día es más vano el esfuerzo de los voluntariosos sumilleres por diferenciar el partido del buqué democrático con el partido del morapio autoritario. Es todo peleón.
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En Alemania y otros países democráticos se mantiene el “cordón sanitario” a la ultraderecha. Aquí lo que se mantiene es un cordón umbilical. Lo que estamos viendo no son dos partidos, sino dos facciones concertadas en una misma excitación destructiva. En el mercado electoral la oferta ultra es más que complementaria. Un 2x1. Puedes votar al PP, pero el código de barras lo está poniendo Vox. ¿En qué quedará la balbuceante disidencia de la extremeña Guardiola después de la “mano tendida” de Ayuso? Probablemente, en nada. Esa mano ya es doctrina de jefatura.
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La confortable “normalización” de los ultras, e incluso la empatía con que los trata el mayoritario poder mediático conservador, es síntoma de una dolencia moral en la democracia española. Lo que en la medicina popular gallega llamaban la “doenza da sombra”. Había incluso curanderos especializados en este mal. El cuerpo aparentaba estar bien, hasta que alguien daba con el problema: “Lo que está enferma es la sombra”. La sombra del Partido Popular es Vox. Los une la posibilidad de gobernar el Estado. Pero lo que los une ya, de facto, es la estrategia para conquistarlo. Los une la campaña de brinkmanship.
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Es una campaña, la de la derecha abismal, que procura algo más que la derrota del adversario. La demolición. La tierra quemada. Que no quede ni el carril bici. La España del gobierno progresista, la que mantuvo una coalición estable pese a la tradición sectaria, la que fue capeando el mar tenebroso de la pandemia, la que impidió el naufragio social y mantuvo la respiración económica, la que estableció una relación civilizada e inclusiva con Catalunya y Euskadi, la que no miró hacia otro lado frente a la emergencia climática, la que dio un salto sobresaliente en las condiciones sociales, como incremento de empleo, salario o los derechos de las empleadas del hogar. En el brinkmanship de la derecha, esa España no existió. Fue un espejismo. Lo que tiene que quedar es la memoria del infierno. Como se hizo antaño con las dos repúblicas. España como un Estado de ruinas al que reconquistar.
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La primera tarea del brinkmanship es la deshumanización del adversario. Su conversión en un enemigo del que deshacerse. Con la determinación de Dulles, sin miedo a llegar al borde, e incluso más allá, Feijóo centró la campaña en la “derogación” de Sánchez y en un dilema: “O Sánchez o España”. Una persona, por gobernante que sea, no se deroga. Y el dilema solo tiene una interpretación: la expulsiva. Tú, votante, vas con Sánchez o vas con España. El brinkmanship, el jugar con fuego autoritario: o eres afecto o desafecto. Sánchez, quien gobierne con él, quien le vota, o simplemente quien no lo rechace o maldiga, son traidores o enemigos. Cómo no acordarse de aquel gobernador, José María de Arellano, que el 26 de noviembre de 1937 dictó un auto en el que decía: “Siendo indigno de figurar en el Registro oficial de nacimientos que se lleva en el Juzgado municipal instruido para seres humanos y no para alimañas, el nombre de Santiago Casares Quiroga, someto a consideración la procedencia de que se cursen las órdenes oportunas para que el folio oprobioso del Registro municipal de esta ciudad en que se halla inscrito su nacimiento, se haga desaparecer”.
Claro que lo que estoy haciendo es un ejercicio de “memoria histórica”, y eso, la memoria, dentro de poco, si el brinkmanship triunfa, también será derogada.
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Este artículo se publicó en gallego en la edición impresa de la revista mensual Luzes.
“Si tienes miedo de llegar al límite, estás perdido”. Quien declaró eso, con total determinación y en el caso que vamos a tratar, no fue la artista circense La Petit Lulu, la primera bala de cañón humana, ni tampoco el poeta maldito Dylan Thomes antes del penúltimo trago. Fue el político republicano John Fuster...
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Manuel Rivas
Es escritor y periodista. Premio Nacional de Narrativa por su libro de relatos “¿Qué me quieres amor?”. Su última obra publicada es “La tierra oculta” (Alfaguara, 2023). Es co-director de la revista mensual en lengua gallega "Luzes".
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