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Tenemos un país más decente: ¡espabilemos de una vez!
La pregunta para cualquier persona con convicciones progresistas, igualitaristas y ecológicas es: ¿merecen seguir gobernando PSOE y Sumar o es mejor que lo hagan PP y Vox?
Ignacio Sánchez-Cuenca 15/07/2023
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La cosa pinta regular, tirando a mal, para qué vamos a engañarnos. Eso, sin embargo, no justifica el derrotismo y la pasividad que se detecta entre muchos ciudadanos de izquierdas, pues las pobres expectativas sobre los resultados del 23-J se deben, entre otras cosas, a la falta de nervio y compromiso que atenaza a tantos votantes progresistas. Cuanto peores son las expectativas, más gente se siente desengañada, pero cuanto más desengañados hay, más se hunden las expectativas. Es ese círculo el que hay que romper a toda costa en este tramo final de la campaña.
Estoy pensando en muchas personas que en 2019 votaron a alguno de los dos partidos de la coalición pero que hoy remolonean o se han quitado de en medio. Estoy pensando, en el campo socialdemócrata, en quienes reniegan de Pedro Sánchez por haber pactado apoyos legislativos con los independentistas de ERC o de Bildu, en quienes creen que la ley de “sólo sí es sí” ha sido un desastre de gestión, en quienes no soportan el lenguaje inclusivo y creen que se ha ido demasiado lejos en la ley trans, en quienes no entienden el giro con Marruecos, etcétera, etcétera, etcétera. Y, en el campo más a la izquierda, en quienes están molestos por la forma en que se constituyó Sumar (exclusión de Irene Montero), en quienes creen que con el PSOE no se puede ir a la vuelta de la esquina, en quienes se lamentan de que no se haya avanzado más en política de vivienda, etcétera, etcétera, etcétera.
Por supuesto, son todas razones atendibles. Cada uno tiene derecho a criticar e irritarse por lo que crea conveniente. Ahora bien, la cuestión clave en estas elecciones consiste en si esos motivos de insatisfacción son suficientes para dejar de apoyar a los partidos de la coalición. Yo creo que no, por dos motivos fundamentalmente.
La cuestión clave en estas elecciones consiste en si esos motivos de insatisfacción son suficientes para dejar de apoyar a los partidos de la coalición
El primero: porque conviene recordar de dónde veníamos: de siete años de gobierno del PP marcados por una letanía de escándalos de corrupción y una política salvaje de ajustes y recortes. No se olviden de los papeles de Bárcenas, en los que Mariano Rajoy aparecía en más de 30 ocasiones cobrando sobresueldos, de la financiación irregular, de la Kitchen, de la Púnica, de lo que nos costó Bankia… Ni tampoco del uso de fondos reservados para el espionaje político y la guerra sucia contra Podemos y los independentistas catalanes. ¡Pero si hasta la reforma de la sede del partido se pagó con dinero negro! En cuanto a los ajustes, recuerden la ley de pensiones que aprobó el PP en 2013, diseñada para evitar que las pensiones pudieran revalorizarse al ritmo de la inflación, y compárenla con la actual reforma. Recuerden también la reforma del mercado de trabajo de 2012, calificada por el propio ministro Guindos como “muy agresiva”, y compárenla con la reforma de Yolanda Díaz. Y recuerden los recortes brutales en educación, sanidad y dependencia, y comparen todo ello con las inversiones sociales de la presente legislatura.
El segundo: porque frente a esos precedentes, el Gobierno de coalición, con sus errores y vacilaciones, ha conseguido hacer de España un país más decente. Imitando a Zapatero, “sí, lo digo, lo afirmo”: España es hoy un país más decente que en 2018. Hemos dejado los escándalos de corrupción atrás y se han aprobado numerosas reformas en muchos ámbitos que, si bien no resuelven los problemas de la desigualdad y el medioambiente, han supuesto un paso adelante y una rectificación importante con respecto a las políticas que se realizaron en la década posterior a la gran crisis de 2008.
Las crisis económicas siempre afectan más a España que al resto de países europeos. Cuando en Europa se pilla un resfriado, aquí se convierte en neumonía. Siempre ha sido así, con el PSOE o con el PP, en las crisis de 1979, 1993, 2008 y 2020. La economía se contrae más que las de nuestros vecinos. Además, la tasa de paro se dispara y se sitúa muy por encima de la media europea… Salvo en esta última crisis, la de la pandemia, cuando se pusieron en marcha los ERTEs y se evitó una destrucción masiva de empleo. En esta última crisis, sin duda porque la situación había cambiado en Europa, se ha salido de la misma con políticas sociales e inversiones. Ya era hora.
En fin, creo que frente a las críticas que puedan hacerse, por muchas que sean, no puede negarse que el Gobierno de coalición ha tenido, en conjunto, más aciertos que errores. España, en todos los sentidos, es hoy un país mejor, más decente, más digno, más abierto y más solidario que en 2018.
Hay muchas maneras de expresar la crítica y el reproche al Gobierno de coalición, pero no tienen que pasar necesariamente por el voto. No se trata de ir a votar con la nariz tapada, como dicen los guardianes de las esencias, sino de votar con rabia y cierto orgullo, para no dejarnos avasallar por la ofensiva reaccionaria. Se trata de ir a votar con convicción y de transmitir esa convicción en los días que quedan a familiares, amigos y conocidos, para que no cunda la impresión de que nos limitamos a ponernos a cubierto frente a una victoria que algunos medios presentan como inevitable.
Votar no son las últimas voluntades, ni una declaración de amor. No hace falta idolatrar a Pedro Sánchez o a Yolanda Díaz para votar al PSOE o a Sumar. Votar significa simplemente otorgar una confianza a unos representantes para que gobiernen de una cierta manera durante un cierto tiempo. La pregunta para cualquier persona con convicciones progresistas, igualitaristas y ecológicas es: ¿merecen seguir gobernando PSOE y Sumar o es mejor que lo hagan PP y Vox? Todo lo que no sea responder a esa pregunta en este momento son, me temo, virguerías.
Yo no voy a votar por miedo a Vox, sino porque quiero que España siga siendo un país decente y porque el Gobierno, pese a los desaciertos que haya tenido, ha sido uno de los mejores desde la llegada de la democracia. ¡Espabilemos de una vez!
La cosa pinta regular, tirando a mal, para qué vamos a engañarnos. Eso, sin embargo, no justifica el derrotismo y la pasividad que se detecta entre muchos ciudadanos de izquierdas, pues las pobres expectativas sobre los resultados del 23-J se deben, entre otras cosas, a la falta de nervio y compromiso...
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Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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