ganas de quemar cosas
Armis hic victricibus
A la arquitectura fascista le molaron los arcos de triunfo y los incorporó a su expresión territorial de poder. El de Moncloa puede considerarse el legado de un régimen que sacrificó la cultura en aras de la pureza ideológica
Alicia Ramos 26/07/2023
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El día de las elecciones generales, el Ayuntamiento de Madrid pensó que podía ser una buena idea publicar en su cuenta de Twitter una pequeña reseña sobre un monumento emblemático de la ciudad, en la (cortísima) estela inaugurada el día anterior con un post sobre la Fuente de Apolo. El monumento elegido para el día de unos comicios en los que se daba por hecha la victoria del bloque de derechas que iba a suponer la entrada de los ultras en el gobierno del Estado fue el Arco de la Victoria de Moncloa. Alguien debió de hacerles ver que no era apropiado y retiraron el tweet, pero ahí quedó la intención. El Arco de la Victoria, que nunca llegaría a inaugurarse formalmente, se incardina en la tradición romana de los arcos de triunfo. Un triunfo era una exaltación pública a la que se hacía acreedor cualquier general que hubiera conseguido una serie de victorias cuantificables en número de esclavos obtenidos, talentos de oro y plata expoliados, territorios sometidos a la autoridad de la República romana, y otros hechos objetivos como ser de buena familia, y consistía originalmente en un desfile en el que el general victorioso repartía oro a manos llenas y exhibía los despojos del enemigo, y al enemigo mismo cargado de cadenas si era posible. Y un par de toros blancos, había que sacrificar un par de toros blancos. Bien gordos. Yo creo que por esa manía se extinguieron los toros blancos. El vir triumphalis, luego triumphator, se revestía de los elementos simbólicos de origen remoto que le convertían en una especie de rey temporal (en una sociedad que había construido su orden institucional sobre el rechazo a la monarquía). Tuve un profesor que aseguraba que Roma era como esa gente que se compra una sartén nueva pero conserva la vieja por si un día hace falta, y así en sus tradiciones convivían elementos anacrónicos y contradictorios que encajaban perfectamente sin problema. Yo soy un poco así, también te digo.
Un tiempo estuve obsesionada con esto de los arcos de triunfo y averigüé en un texto de Tito Livio (el libro XXXIII de Ab urbe condita) que un pavo que se llamaba Lucius Stertinius, a su regreso en el año 196 a. C. de la Hispania Ulterior, renunció a su triunfo (qué sé yo, tendría enemigos a cascoporro en el Senado o algo) y prefirió entregar una burrada de plata al erario público y mandar construir de su propio bolsillo, si las togas tuvieran bolsillos, tres hornacinas, dos en el Foro Boario, una frente al templo de la Fortuna y otro ante el Mater Matuta, y la tercera “en el área” del Circo Máximo, sin especificar dónde exactamente. En el interior de estas hornacinas hizo colocar unas estatuas doradas. Livio no nos dice cuántas ni qué representaban. Me gustaría recordar que es muy posible que estos primeros arcos estuvieran confeccionados en madera o cualquier otro material perecedero, porque Roma en esta época era una aldea llena de barro, troncos, charcos nauseabundos y excrementos de vaca. Lo del mármol y la piedra es posterior.
Los elefantes resultan ser demasiado voluminosos para las puertas de la ciudad. La gloria de Roma no cabe en Roma
Ay, aprovecho para contar una anécdota que me gusta mucho y que recoge Josiah Osgood en el capítulo 7 de su Roma, la creación del estado mundo: Pompeyo, un siglo después de las hornacinas de Lucius Stertinius, a la vuelta de sus brillantes campañas en Oriente, pretende entrar en Roma en un carro triunfal tirado por cuatro elefantes. Pero los elefantes resultan ser demasiado voluminosos para las puertas de la ciudad. La gloria de Roma no cabe en Roma.
La palabra para estas hornacinas era fornix, fornicis, y, por contar otra tontería, a estas debemos el verbo fornicar porque entre sus sombras se escondían las parejas furtivas para amarse. Ya entonces el amor se practicaba a escondidas y la violencia a plena luz.
Bueno, al lío, que yo pienso que en estas hornacinas puede encontrarse uno de los orígenes de los arcos de triunfo, que son una de las aportaciones genuinamente romanas a la arquitectura de la Antigüedad. Pero a lo mejor nadie más lo piensa.
A la arquitectura fascista, por lo que fuera, le molaron los arcos de triunfo y los incorporó a su expresión territorial de poder omnímodo. Y este de Moncloa es muy previsible en ese sentido. Tiene un solo vano, con cuarterones por dentro y toda la vaina, pero solo tiene esculpido el friso, el resto es la típica mole de hormigón. Ah, encima tiene un conjunto escultórico de bronce representando a Minerva guiando una cuadriga. Es espantoso.
A lo que yo iba es que además, tatatachán, tiene inscripciones en latín, porque, claro, me he saltado lo de explicar que la razón de ser del monumento es la conmemoración de lo que los promotores de esto llaman la “batalla de Ciudad Universitaria” y que el pueblo llano conoce como la “defensa de Madrid”: los tres angustiosos años en los que el pueblo de Madrid organizado resiste a los embates de las tropas fascistas hasta que el coronel Casado se rinde y les abre las puertas.
Todo esto lo cuento porque la inscripción principal, en la fachada noroeste, empieza con un sonrojante “ARMIS HIC VICTRICIBUS”, dativo plural, “a los ejércitos aquí victoriosos”. Arma, arma es de la segunda declinación y solo se declina en plural y significa en este contexto ejército, tropas. Y es neutro. Pero se ve que depurando la Universidad española de rojos peligrosos se les fue la mano y no dejaron a nadie que supiera latín, y la persona encargada de redactar el latinajo ad hoc pensó que si arma era femenino en español ¿por qué no iba a serlo también en latín? Pero ya no quedaba nadie a quien preguntar, así que en vez de victor, victrix, y a correr: ARMIS VICTRICIBUS. Y a otra cosa.
Y ahí sigue, casi setenta años después y a nadie se le ha ocurrido corregirlo, revisarlo, qué sé yo, revocarlo con cemento rápido. Aunque bien mirado puede considerarse el verdadero documento histórico: el legado de un régimen que sacrificó la cultura y el conocimiento en aras de la pureza ideológica y la lealtad al Caudillo. Muera la inteligencia.
(Yo conocí el Arco de cerca por primera vez una noche de julio de 2012, cuando la marcha de los mineros, después de diecinueve días, entró en Madrid por la A6. Fue un momento emocionante en un contexto político y social que creíamos constituyente, y que marcó el inicio de un ciclo político que estas elecciones querían dar por muerto y enterrado y que, con muchas desilusiones e insatisfacciones, ha mejorado la calidad de la participación ciudadana en política y “la vida de la gente”. Muchas cosas han cambiado para siempre. Pase lo que pase en el Parlamento).
El día de las elecciones generales, el Ayuntamiento de Madrid pensó que podía ser una buena idea publicar en su cuenta de Twitter una pequeña reseña sobre un monumento emblemático de la ciudad, en la (cortísima) estela inaugurada el día anterior...
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Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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