Cartas desde Meryton
La chica de la curva
Salimos a votar preocupados pero alegres, combatimos el tsunami facha con risas y en comunidad, movilizándonos y resignificando el insulto, devolviendo a quienes nos lo lanzaron el verdadero reflejo de lo que ellos representan
Silvia Cosio 25/07/2023
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Ahora que no nos escucha nadie, confesaré que tengo dos vicios nada secretos: me encanta Disneyland. No hay nada que me podáis decir contra este sitio que no me haya dicho yo a mí misma antes, pero he asumido que si hay gente que es del Madrid, y otros del Barça, entonces yo seré de Disneyland París y aquí paz y después gloria. La gente que me quiere ha aprendido a respetar esta tara mía y yo, en agradecimiento, les regalo llaveritos de Star Wars y Frozen.
Mi otra debilidad es Supernatural, que para quien no lo sepa es una serie sobre dos hermanos –los Winchester– que viajan en un Impala del 67 muy chulo matando monstruos y salvando gente, todo ello escuchando buen rock mientras lidian con el apocalipsis, demonios varios, ángeles “voxorizados”, leyendas urbanas como la chica de la curva y hasta el mismísimo Dios, que es un pinta bastante chungo. Esta serie me ha servido de refugio en mis peores momentos, durante duelos complicados y alguna enfermedad, durante los altibajos de mi proceso de adopción y en los días más jodidos del confinamiento, me ha arrancado sonrisas y alguna lágrima, y todavía puedo recordar el fotograma exacto en el que le di a “pausar” el día en el que sonó mi móvil y nos dijeron, a mi marido y a mí, que ya éramos padres. Así que a nadie le extrañará que la tuviera, desde el 28M, en mi lista de reproducción, dispuesta a arrojarme a los brazos –metafóricamente, no piensen mal– de Dean Winchester. Desde mi ciudad recientemente voxorizada y retaurinizada, contemplaba el desolador panorama político que se nos estaba viniendo encima, esa mezcla de fascismo de bazar barato, negacionismo del humanismo, jetarismo del de toda la vida, trincones, franquismo, censura, ignorancia y revanchismo que es la suma PP-Vox. Tras cuatro años de machacona propaganda, de prensa desatada, de noticias falsas, de lawfare, de memes e insultos, junto con el derrumbe de Podemos y el ruido que montaron en torno a Sumar y las encuestas apocalípticas... yo ya tenía claro que esto no lo arreglaban ni los Winchester, y eso que habían parado el apocalipsis.
La primera semana de campaña acabó por hundirme del todo, aquel debate-trampa en el que Feijóo, con la colaboración de toda una cadena de comunicación, acorraló con mentiras y desfachatez a Sánchez y sentenció, aparentemente, la campaña; todo ello aderezado además con la consiguiente encuesta que auguraba que nos íbamos a ahogar en un tsunami azul. Para más inri la izquierda cuqui, la que yo considero tan orgullosamente mía –fui a votar de rosa porque soy cuqui y elegantona–, estaba desvaída, desaparecida. “¿Cómo nos van a votar si ni siquiera nos ven? Silvina –que es como me llamo a mí misma cuando me hablo, pero si me llama así, pongamos, un González Pons de la vida, lo mismo pierde un ojo–, mejor te refugias en tu adolescente, en tu marido y en tus amigos durante estos cuatro años porque van a ser muy duros y vamos a necesitar no solo cuidarnos mucho, sino también muchos maratones de Supernatural”. Todo esto me decía yo hasta que de repente, el lunes siguiente, mi tocaya Intxaurrondo, con solo dos repreguntas, dejó desnudo al candidato popular –aprovecho ahora para pedir que se suscriban a CTXT, que el periodismo libre está en peligro– y, lo que es más importante, provocó que en muchos de nosotros se encendiera, al fin, una lucecita, no solo de esperanza, también de perspicacia. Tras años de trumpismo y guerras culturales que parecía que íbamos perdiendo irremediablemente, comprendimos, de un chasquido, que el populismo y la carcundia se combaten confrontando. Hay que perder el miedo a sacar el colmillo, a un cierto “macarrismo” y a llamar mentiroso al mentiroso. Pero este solo era el primer aprendizaje. El segundo aprendizaje, el más importante, el definitivo, fue que aprendimos a reírnos de ellos, porque ya es imperdonable que esta gente se tome en serio a sí misma, pero lo es mucho más que nos los hayamos tomado en serio nosotros. Esta segunda semana de campaña electoral, que estoy segura de que se estudiará en las facultades de ciencias políticas, ha sido un caramelito para amantes de la lingüística y de la filosofía y ha resultado, además, un regalo iluminador. El debate a tres, con Feijóo desaparecido tras la humillación en prime time del lunes, permitió a Díaz lucirse y hacer que Abascal le bajara la mirada en más de una ocasión, mientras exhibía un sanísimo buenrollismo con su socio de Gobierno, desmontando de un plumazo el relato de un gobierno a la gresca y dividido, sin perder la ocasión de marcar agenda política propia. Pero no sería el único relato tenebrista que veríamos hacerse añicos ante nuestras narices: la presencia de Sánchez en el podcast más escuchado por la gente joven movilizó un voto que nadie parecía preocuparse en cultivar y seducir, y que ha sido decisivo.
El uso de los memes y del humor destruyó de un plumazo toda la narrativa que se ha ido montando en torno al sanchismo
El uso de los memes y del humor destruyó de un plumazo toda la narrativa que se ha ido montando en torno al sanchismo: ya nadie podrá llamarle “Perrosanxe” nunca más como un insulto porque él mismo se ha apropiado de ese insulto y lo ha convertido en algo divertido, alegre. Y así salimos a votar, preocupados por lo que se nos venía encima, pero alegres, porque combatimos el tsunami facha con risas y en comunidad, movilizándonos y resignificando el insulto, apropiándonos de él y devolviendo a quienes nos lo lanzaron el verdadero reflejo de lo que ellos representan. La jornada electoral fue una Space Mountain emocional, pasamos de la ilusión al miedo, de la sorpresa al alivio, del alivio a la alegría, de la alegría a las risas y al sentido del humor.
Al igual que la mayoría, yo he tenido ya emociones suficientes, construyamos ahora juntos un camino más sosegado en comunidad, pero sin perder de vista el peligro. Pero sonriamos porque, al contrario que la chica de blanco, el 23J, al doblar la carretera, no tuvimos que decir “En esta curva me maté yo”.
Ahora que no nos escucha nadie, confesaré que tengo dos vicios nada secretos: me encanta Disneyland. No hay nada que me podáis decir contra este sitio que no me haya dicho yo a mí misma antes, pero he asumido que si hay gente que es del Madrid, y otros del Barça, entonces yo seré de Disneyland París y aquí paz y...
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Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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