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literatura

El cuerpo no binario y politizado de Kim de l'Horizon

Vivir en un cuerpo sin binarismos en una sociedad como la actual puede ser extenuante

Rubén A. Arribas 28/08/2023

<p>Trenes entrando en la estación central de Zúrich, en Suiza. /<strong> bahn.photos</strong></p>

Trenes entrando en la estación central de Zúrich, en Suiza. / bahn.photos

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I

Mientras leía Libro de sangre, de Kim de l'Horizon (De Conatus, 2023), sentí la necesidad de bajar de la estantería Manuel Puig y la mujer araña, la biografía que escribió Suzanne Jill Levine, y consultar algunos pasajes que había subrayado. En concreto, releí un fragmento donde Jill Levine, traductora al inglés de la obra de Puig y amiga personal del escritor argentino, cita una larga declaración extraída de una entrevista que este concedió en 1985. Allí Puig, en sintonía con Theodor Roszak, el teórico de la contracultura, afirma que “la mujer más desesperadamente necesitada de liberación es la mujer que cada hombre tiene encerrada en la mazmorra de su psiquis”. Además, subraya, ni la homo ni la heterosexualidad existen; en todo caso, existe el afecto.

Parafraseando al autor de El beso de la mujer araña se podría decir que la novela de De l'Horizon (Ostermundigen, Suiza, 1992) sostiene algo parecido. A saber: que los hombres y las mujeres más desesperadamente necesitados de liberarse son quienes han encerrado en la mazmorra de su psiquis la posibilidad de fluir entre un género y otro. Para De l'Horizon el binarismo sexual es un “cuento de terror” que narra la historia de “dos glaciares infundibles que son justo lo contrario uno del otro”. Una historia que excluye realidades corporales como la suya –persona no binaria–, y las relega a la categoría de enfermos o monstruos.

El binarismo sexual es un una historia que excluye realidades corporales como la suya –persona no binaria–, y las relega a la categoría de enfermos o monstruos

He ahí el motor de la escritura de alguien que propone fundir esos glaciares normativos y que mutemos hacia una concepción del ser humano más acuosa y abierta, menos rígida y dogmática, más libre. He aquí la novela de autoficción y de aprendizaje de una voz que quiere hablarnos en calidad de “testigue de este tiempo, de este cuerpo”.

II

En la escritura de Libro de sangre (De Conatus, 2023), el lenguaje desempeña un papel relevante. La voz de Kim, el narrador protagonista que funciona como trasunto de De l'Horizon, aspira a entremezclar varios registros; entre ellos, el lírico, el coloquial, el realista sucio, el lúdico, el documental, el permeable a los anglicismos o el político que apuesta por las terminaciones en -e. Por un lado, Kim intenta lograr una escritura fluida, esto es, una textura capaz de mezclar materiales dispares. Por otro, aspira a ser un genderfucker de familia obrera que hackea no solo el género sexual, sino el literario.

Por eso, en su coctelera, caben verbos como sextear y ghostear, el interés por las orquídeas o el arte de tricotar, invocaciones a Donna Haraway y Starhawk o digresiones sobre Foster Wallace, así como múltiples juegos de palabras en alemán o inglés difícilmente trasladables al español. Eso ocurre, por ejemplo, con los sustantivos madre (Meer) o abuela (Grossmeer), que actúan como nombre propio de dichos personajes en la novela; en alemán dialectal de Berna (Suiza), esas palabras son polisémicas y remiten al mar o al océano.

En ese sentido, la escritura recoge una tensión propia de la lengua alemana: la que existe entre hablar en el prestigioso alto alemán –goethear lo llama De l'Horizon– y utilizar algún habla dialectal, entre lo culto y lo vulgar. Si bien algunos de esos matices no se pueden apreciar en la versión española, la traducción de Ibon Zubiaur logra transmitir la complejidad que palpita en el original.

III

Libro de sangre puede leerse como una novela generacional. Pese a que De l'Horizon presume en los paratextos de haber nacido en el bolañesco año de 2666 en el planeta ursulo-k-leguinesco de Gethen, su personaje se asume como alguien que emerge de una juventud de “apolíticos autocumplidos entre la generación Boomer y la Gen Z” y que creció “en una época apolítica de neoliberalismo hipercapitalista”.

La voz milenial de Kim tematiza su disidencia sexual frente al binarismo, habla de la misoginia que caracteriza a cierto sector gay e incluye la perspectiva de clase social

Pese a tener ese punto de partida, la voz milenial de Kim tematiza su disidencia sexual frente al binarismo, habla de la misoginia que caracteriza a cierto sector gay, incluye la perspectiva de clase social o problematiza las condiciones objetivas en las que escribe. Asimismo, cuando aborda el racismo interiorizado, las relaciones amorosas o el lesbianismo de su madre, da cuenta de las contradicciones en que incurre. Quizá su generación sea apolítica, pero Kim no lo es.

IV

El personaje de la novela vive tan pendiente de las notificaciones de Grinder sobre posibles fuckdates de extrarradio como otras personas lo hacen de las fluctuaciones de la bolsa, su perfil en las redes sociales o las noticias de su equipo de fútbol. La promiscuidad de Kim es de tal intensidad que está a medio camino entre el placer, la adicción, lo identitario y la anestesia inmediata. Ante cualquier contingencia vital, por pequeña que sea, lo tiene claro: “Hago lo que siempre que no soporto algo: me acuesto con la primera persona que tengo a mano”.

En paralelo, se muestra como alguien que se ha desclasado culturalmente gracias a un “yo cebado con toneladas de Bourdie & Eribon”. Eso sí, su origen obrero y suburbano le hace intentar alejarse de las “formas elitistas de producción del saber” y ponerse a resguardo de cualquier signo de distinción, aunque no siempre lo consigue. Por ejemplo, trata de evitar considerarse mejor que su madre debido a que tiene una formación cultural superior; sin embargo, le cuesta lidiar con la culpa que le produce saberse la causa de esa situación. Si tiene estudios universitarios y su madre no, es porque ella renunció a tenerlos y trabajó en empleos precarios para darle esa oportunidad.

Asimismo, Kim, en vez de considerarse superior al estereotipo del ostentoso macho balcánico de extrarradio (Mercedes, Rolex, buenos bíceps, etc.), que tanto le pone, prefiere buscar el denominador común. Además de la importancia que ambos le conceden al sexo, Kim encuentra esta otra similitud: “Hombres ataviados igual que yo con las insignias de la clase a la que anhelaban pertenecer. Su alargamiento de pene eran los caballos del coche. Mi chute de ego eran los metros de Foucault, Bourdie y Butler que ostentaba mi estantería. Escupíamos sobre el capital económico, pero lamíamos con tanto mayor ansia el capital cultural”.

V      

“La madera de haya encarna como ningún otro material la transmisión de saber”, escribe Kim. Y es que, en esta novela lo “genuinamente helvético” no lo encarnan la fondue, el chocolate Lindt & Sprüngli, Roger Federer o la cantidad de bancos dispuestos al blanqueo de capitales, sino un árbol: el haya de sangre. De hecho, el título original, Blutbuch, significa tanto ‘libro de sangre’ como ‘haya de sangre’. A su vez, como cualquier árbol, remite a la genealogía familiar, esa especie de novela río cuya lectura nos obliga a decidir si seremos una dócil y previsible rama más o el injerto que buscará hacer mutar a la especie.

En el caso del protagonista de la novela, la infancia estuvo marcada por la presencia del haya de sangre plantada por su bisabuelo materno para celebrar el nacimiento de una de sus hijas 

En el caso del protagonista de la novela, la infancia estuvo marcada por la presencia del haya de sangre plantada por su bisabuelo materno para celebrar el nacimiento de una de sus hijas –la abuela de Kim– en 1919. Al investigar el origen de ese árbol, se da cuenta de que puede establecer vínculos con asuntos como el ideario nacionalista, el clasismo social, la moda del paisajismo en el siglo XIX o su propia familia. El haya de sangre se convierte así en un símbolo que estructura la narración.

Otro elemento que vertebra lo relatado son las brujas y su historia, un interés compartido por Kim y su madre, y que se sustantiva en un título emblemático: Calibán y la bruja, de Silvia Federici. Partiendo de ese ensayo y de unas inesperadas averiguaciones familiares que ha realizado la madre, entre las dos construyen una genealogía familiar desde el siglo XIV en adelante, pero recorriendo exclusivamente las ramas femeninas, donde acaso se oculten brujas, esto es, mujeres estigmatizadas por diversas razones y cuyas historias han sido mal contadas o ni siquiera han sido contadas.

Entre esas brujas familiares, hay mujeres que fueron obligadas a reprimir su fantasías sexuales, que descubrieron tardíamente el placer de la masturbación, que fueron relegadas al papel de meras máquinas reproductoras –hasta dieciocho hijos parió una– o que vieron cómo les extirparon el útero sin importarle al médico si estaba mutilando además la identidad de la paciente. Eso, por no hablar de aquellas que fueron violadas por su padre y dieron a luz un hijo, y debieron soportar además el oprobio de ser señaladas como madres solteras o incluso de ser recluidas en la cárcel de Hindelbank. En fin, a eso puede ayudar un buen haya de sangre: a transmitir ese saber.

VI

“Quería contarte mi constante temor a mi cuerpo: a estar conchabade en la cama con el peor de los monstruos. Sólo que no me envuelve una manta, sino mi piel. Temor como cuando vives en una cabaña destartalada y llega una tormenta. Sólo que la tormenta no llega, sino que está ahí: siempre, en todas partes, sin salida. A veces la sensación de que está bien vivir en esa cabaña. Y otras veces, por fases, la sensación de estar en falso –el horror insondable, que todo lo mina, de estar en mí hasta la ultimísima fibra. El deseo de arrancarme con unas pinzas muy finas cada célula concreta y disolverla en ácido”.

Vivir en un cuerpo no binario en una sociedad como la actual puede ser extenuante. Duele ser constantemente no solo el objeto de la mirada ajena, sino tener que soportar que cualquiera se sienta con la autoridad suficiente para opinar sobre tu cuerpo, humillarte o incluso darte una paliza porque sí, por el mero hecho de ser diferente. Por eso, si bien Kim ama su “salsa de corporeidades”, a veces pide “que este cuerpo cese”.

VII 

En su kafkiano Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas (Anagrama, 2023), el filósofo y activista Paul B. Preciado explica que, cuando comenzó su proceso de transición sexual, se dio a sí mismo “dos leyes más fuertes” que cualquier otra norma o convención social: una, “abolir el terror a no ser normal” que le habían inculcado desde la infancia; otra, negarse a sí mismo toda simplificación y dejar de suponer que sabía qué era “un hombre, una mujer, o un homosexual o un heterosexual”, y experimentar. Con esos dos vectores por brújula, comenzó a cavar un túnel para encontrar una salida a la jaula donde la subjetividad hegemónica del binarismo sexual lo había encerrado.

En definitiva, de eso va Libro de sangre: de una persona que, guiada por las certezas que emite su cuerpo, cava en múltiples direcciones en su intento por construir una identidad sexual propia, una que sea expresión real de su “personalidad más íntima”; en este caso, una que le permita prescindir de todo tipo de etiquetas y fluir entre ser hombre y ser mujer sin tener que decantarse por uno u otro género. Escribir sobre ello le ha permitido a De l'Horizon no solo apropiarse de su historia personal, sino invitarnos a que nos imaginemos colectivamente –tengamos un cuerpo normativo o no– de una manera más compleja y más diversa. Con menos etiquetas y biopolíticamente más libres.

I

Mientras leía Libro de sangre, de Kim de l'Horizon (De Conatus, 2023), sentí la necesidad de bajar de la estantería Manuel Puig y la mujer araña, la biografía que escribió Suzanne Jill Levine, y consultar algunos pasajes que había subrayado. En concreto, releí un...

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