DESAPARECIDOS EN MÉXICO
Hasta que los encontremos a todos
“Cuando aparezcan mis hijos voy a estar unos días de reencuentro con ellos para enterrarlos. Después, seguiré buscando a los hijos de otras madres”. Relato en varios tiempos de momentos compartidos con María Herrera Magdaleno
María González Reyes 31/08/2023
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Se llama María Herrera Magdaleno. Tuvo diez hijos y una hija. “Me vivieron ocho. De los ocho, cuatro están desaparecidos”. Tiene un pañuelo de tela sujeto en la mano. Hay momentos cuando habla que se emociona.
Como técnica de presentación cada cual tiene que contar una manía. Se trata de que las personas de la Caravana Abriendo Fronteras a la que María ha sido invitada como testigo se vayan conociendo. Ella dice que su principal manía es que le gusta que la abracen. Luego, cuenta que su dolor por la desaparición de sus hijos en México la llevó a abrazar a otras madres que estaban en la misma situación. Que era una manera de abrir el dolor y la rabia digna para salir a buscar a sus seres queridos.
Nadie busca solo a los suyos, entre todas buscan a todos. Dice que excavar para encontrarlos es una manera de dejar un mundo mejor a las siguientes generaciones. Dice que no son víctimas, que son activistas del cambio.
“Yo soy realista”, comenta, “ya solo los busco bajo tierra”
“Yo soy realista”, comenta, “ya solo los busco bajo tierra”. Y continúa: “Al principio pensé que lo que les había pasado a mis hijos era para robarles, pero cuando vi la cantidad de gente desaparecida, de un Estado a otro, supe que se trataba de otra cosa. Comenzamos a unirnos y nos organizamos. Todas las familias sabemos que no se puede procesar un duelo de esta forma, sin el cuerpo”. Hace una pausa. “Cuando encontramos restos bajo la tierra sabemos que hemos encontrado un tesoro, pero cuando la persona está con vida, cosa que no sucede casi nunca, no se puede describir con palabras. Cada triunfo lo celebramos como una victoria colectiva, es lo que nos anima a no rendirnos”.
Sonríe si tu mirada se cruza con la suya. Con esa sonrisa que te escuece por dentro cuando conoces su historia. No tiene la tristeza pegada. Dice que es la misma actitud vital de otras madres. Que juntas consiguen resistir a la tristeza de una forma que nunca lograrían por separado.
“También han matado a muchas madres buscadoras de familias, han sido asesinadas cruelmente”
“También han matado a muchas madres buscadoras de familias, han sido asesinadas cruelmente. En realidad todas las personas buscadoras, de una u otra manera, saben que pueden tener una muerte violenta. En los últimos dos años han asesinado a seis compañeras”. Por eso María vive con escolta hace años. “Al principio no quería, no me fiaba de la policía porque fue la policía quien hizo desaparecer a mis hijos, luego ya no me quedó más remedio. Las peores amenazas que me han hecho es decir que se van a llevar a más de mis hijos”. Respira, bebe agua. “Cuando más riesgo corremos es en las búsquedas”.
María cuenta que sus hijos han desaparecido de dos en dos. Con los dos primeros se organizaron en la familia para salir a buscarlos. “Todo comienza con una llamada en la que alguien te dice: no regresaron a casa. Pasan las horas y algo en tu corazón de madre tiene claro que lo que les ha pasado es malo”.
El primer impulso de los familiares es siempre buscar. Ese impulso tiene que durar años porque no aparecen. También hace falta dinero y eso lo hace más difícil. 28 de agosto de 2008. 22 de septiembre de 2010. Hay fechas que se le quedaron tatuadas en la piel.
En la búsqueda se encontraron con otros familiares de otros desaparecidos que estaban haciendo lo mismo. Tratar de encontrar los restos para dar una sepultura digna y descansar en paz. Comenzaron a organizarse porque juntas lo difícil (el dolor de la pérdida, la incertidumbre, el miedo…) era más llevadero.
Hicieron dos grupos, los que buscaban a personas vivas y los que buscaban a personas muertas. Se busca diferente sobre la tierra o debajo de ella
Hicieron dos grupos, los que buscaban a personas vivas y los que buscaban a personas muertas. Se busca diferente sobre la tierra o debajo de ella. Hay mujeres a las que no matan, las utilizan en la trata de personas.
Ahora son una red nacional de colectivos que se extiende por todo México. Familiares en Búsqueda. Dan avisos, mensajes sobre dónde hay cuerpos. Dan apoyo emocional. Son casi doscientos grupos en la misma lucha desde hace más de diez años. María acompaña en la formación de los grupos nuevos. “Lo bonito de la búsqueda es sentirnos hermanadas, con un mismo fin”.
“Solo de madre a madre se entiende la realidad de este problema, nadie puede entender como otra madre. Siempre surgen preguntas: ¿cuánto tiempo llevaría ahí?, ¿le causaron mucho dolor antes de morir?, ¿cuánto sufrió?... Por las noches es cuando peor se pasa, pensar que están sufriendo y con vida es insoportable. Todas las madres tenemos las mismas preguntas y el mismo coraje para encontrar a nuestros hijos y a nuestras hijas”. Hace una pausa. “Los hombres se cansan más rápido porque no hacen lazos tan fuertes como entre nosotras, por eso hay más mujeres en el movimiento”.
También van a las escuelas a dar charlas, para prevenir, para contar.
También exigen a los responsables de que hayan desaparecido que ayuden en la búsqueda.
“Con el tiempo hemos visto que nuestro dolor es el mismo que el de otras madres que tienen familiares desaparecidos en otros lugares”. Las Madres de la Plaza de Mayo, las madres cuyas hijas e hijos han desaparecido tratando de atravesar fronteras. “Para ellas es todavía más duro, sus hijos están al otro lado de una frontera que no pueden atravesar para ir a buscarlos”.
Sentada en un parque bajo un ficus gigante, después de haber comido ensalada y algo de fruta, María continúa charlando. Por la mañana habló para un grupo numeroso de personas. Sujetaba en las manos las fotos de sus hijos y la de otro buscador que murió hace poco. Ahora el encuentro es más íntimo. Está sentada en un banco hecho con un mosaico de azulejos blancos y azules. Hay algo de brisa a pesar del calor. Dice que hay cosas que solo se anima a contar en momentos de más intimidad.
Una vez le dijeron a una familia dónde estaba el cuerpo de su hijo junto al de otras siete personas. Al final acabaron sacando a 142
“Amontonan los cuerpos en fosas comunes, tal cual van cayendo. A veces alguien se salta la norma del silencio y sale la información. Una vez le dijeron a una familia dónde estaba el cuerpo de su hijo junto al de otras siete personas. Al final acabaron sacando a 142. El último cuerpo era el del hijo. Ese muchacho sirvió para sacar a todos los demás”.
“Si das información sobre desaparecidos en México te juegas la vida”. Por eso se les ocurrió poner ‘Buzones de paz’ en las iglesias que se lo permiten. Hay personas que meten dentro mensajes anónimos con la información y con las indicaciones de dónde está la fosa. “En realidad la gente de la zona sabe dónde los enterraron o si hubo alguna masacre”.
Contó informaciones concretas que les habían dado para localizar fosas, porque hay gente que, a pesar de todo, no puede con el silencio. Informaciones que es mejor no dejar por escrito. Por encima del miedo hay gente que rompe el silencio y habla.
“Las evidencias están por todos lados, solo hay que querer encontrarlas”. La lluvia ayuda, a veces los entierran casi en la superficie, con prisa o porque son muchos cuerpos y no caben. El agua se lleva la tierra y aparecen.
Para encontrarlos tratan de establecer un diálogo con los funcionarios del gobierno. “No estamos ante el crimen organizado sino ante el crimen institucionalizado. El gobierno no va a salir a buscar porque si buscan a los causantes de las muertes se van a encontrar a sí mismos. Sabemos que muchas veces el lugar donde denuncias la desaparición es el mismo donde hay gente involucrada”.
“No estamos ante el crimen organizado sino ante el crimen institucionalizado”
“Hemos tenido que aprender los términos que usan las instituciones. Los familiares somos los que más sabemos sobre todo esto, hemos aprendido mucho, las familias nuevas que llegan hacen los primeros trámites que les piden desde el gobierno mucho más rápido que antes. Ya sabemos cómo agilizar, qué hay que pedir, cómo pedirlo”.
Hace una pausa, habla con una determinación indestructible. “Les decimos que sentados detrás de los escritorios no van a encontrar a nuestros hijos”.
“A menudo los funcionarios del gobierno nos dicen que no hay nada en el lugar en el que alguien nos contó que hay una fosa. En una ocasión, una mujer que venía en el grupo excavó con un palo en el suelo y sacó una mandíbula. En el mismo lugar ellos aseguraban que no habían encontrado nada. Otra vez, caminando por una zona de huerta pasó lo mismo. A veces hemos encontrado montones de ropa, pañales, biberones y juguetes. Ya saben lo que significa eso. En una de las zonas de búsqueda había un horno. Ahí quemaban a las personas. En las paredes habían intentado escribir cosas con sangre, las víctimas querían dejar constancia del horror. Las personas de las huertas cercanas narran gritos de dolor indescriptibles. Hemos vuelto cinco veces a ese lugar, siempre hemos encontrado más restos. Huesos también de niños y bebés, secuestraban a familias enteras”.
Les dicen a los funcionarios: ponte en mi lugar, imagínate que fuera tu hijo, o tu hija, o tu hermana. Les dicen: si no cambiamos esta situación de violencia tus familiares también pueden desaparecer. “Hablo con ellos a veces llorando, pero siempre con coraje. Las instituciones no ayudan, pero hay personas dentro de ellas que sí lo hacen cuando logras establecer un diálogo, cuando logran entenderte”.
La voz se le rompe varias veces. En todas ellas continúa hablando.
“Cuando se encuentran restos hay una sensación de dolor y de alegría a la vez”
“Hemos conseguido regresar a tres personas con sus familiares”. Hace una pausa, parecería que su mente está volviendo a esos momentos. “Cuando se encuentran restos hay una sensación de dolor y de alegría a la vez. Nos abrazamos. Piensas lo primero que podría ser tu hijo o tu hija. Si se consigue saber la identidad es hermoso y muy doloroso a la vez”.
En el parque, mientras María está contando esto, comienza una pelea entre dos chicos jóvenes. Ella se levanta, con sus 75 años, para ayudar a separarlos. Después cuenta que, en su pueblo, siempre la buscaban a ella cuando había gente que se peleaba. Ella sabía cómo calmarlos. Y así es. Habla con uno de los chicos y se calma. “Mi madre cantaba en la iglesia y nos pedía que llevásemos té y comida a otras casas que no tenían. Viendo esas casas es como aprendí”.
El sol va pasando sobre el ficus. Es una gran oradora. El grupo la escucha como hipnotizado alrededor de una lumbre.
“No tenemos otra opción que alzar la voz y contar lo que está pasando”. Su organización sigue creciendo porque siguen matando. Van a un barranco a buscar a ocho personas y aparecen 47, 103, 146. Siempre son más de las que parecía que había en principio.
Van a un barranco a buscar a ocho personas y aparecen 47, 103, 146. Siempre son más de las que parecía que había en principio
“Yo no me quiero morir sin entregarle a mis nietos lo que quede de mis hijos. No los llevo a las búsquedas, se siente mucho coraje y resentimiento y ya están muy dañados por la desaparición de sus padres. No quiero que se dañen más”. Hace una pausa. “Un día me dijeron que cuando sean mayores querían ser policías. Yo me preocupé, pero me aclararon que querían ser policías no para matar, sino para ir a buscar a sus papás, para encontrarlos. Están en otra lógica que no es la de la venganza”.
Hila los relatos como hila el hilo para coser que le sirvió para ganarse la vida. Comenzó fabricando ropa para sus hijos y luego siguió cosiendo para el barrio. Entre historia e historia hace algunas bromas.
“El problema es mundial y la solución tiene que ser mundial. Mis hijos no desaparecieron por migrar, pero cuando estoy en otros espacios de masacre como en Melilla se reaviva el dolor por mis hijos. Tenemos que alzar la voz por los que no son escuchados”.
Otro día, en otro lugar, también hay un círculo que la escucha. “Quiero que en mi país sepan que estuve acá y que grité con fuerza”.
Nos pide que pongamos la canción Las buscadoras. Ella canta mientras llora, dice que llorar le alivia.
Donde hay maltrato hay que poner derechos. Donde la gente camina en alambradas, hay que conseguir que se acabe con la clandestinidad de la ruta. Hay brutalidad pero hay resistencia. Hay impotencia pero hay dignidad. Hay muchas cosas que tienen que desenterrarse además de los cuerpos.
María y mujeres como ella son las que sostienen la memoria de las personas que ya no están. Las que saben que no hay otro camino que seguir buscando las formas de no rendirse.
“El tiempo que me queda de vida voy a dedicarlo a buscarles. Si los encuentro antes de morirme voy a estar unos días de reencuentro con ellos y a darles un entierro digno. Después, voy a seguir buscando a los hijos y las hijas de otras madres hasta que los encontremos a todos”.
Se llama María Herrera Magdaleno. Tuvo diez hijos y una hija. “Me vivieron ocho. De los ocho, cuatro están desaparecidos”. Tiene un pañuelo de tela sujeto en la mano. Hay momentos cuando habla que se emociona.
Autora >
María González Reyes
Es escritora, activista de Ecologistas en Acción y profesora de Educación Secundaria.
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