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Jazmín Beirak / política e investigadora cultural

“La cultura puede servir como campo de transformación o perpetuación de las desigualdades”

Esther Peñas 10/08/2023

<p>Jazmín Beirak es autora del ensayo<em> Cultura ingobernable</em> (Ariel, 2022). / <strong>Asís Ayerbe</strong></p>

Jazmín Beirak es autora del ensayo Cultura ingobernable (Ariel, 2022). / Asís Ayerbe

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Hija de exiliados argentinos, Jazmín Beirak (Madrid, 1978) se licenció en Historia y Teoría del Arte, estudió interpretación en la Escuela de Cristina Rota, trabajó como investigadora en la Biblioteca Nacional y fue activista en el Círculo de Cultura de Podemos, partido por el que entró como diputada en la Asamblea de Madrid. Más tarde se embarcó en Más Madrid, desde cuyas listas ha renovado su condición de diputada, revalidando su cargo de portavoz de Cultura. Acaba de publicar su ensayo Cultura ingobernable (Ariel, 2022), donde reivindica un trabajo que fomente y establezca vínculos entre la gente y la cultura, de manera que ésta sea algo cotidiano, entreverado en las pequeñas cosas, y no algo que ocurra sobre los escenarios o en la gran (o chica) pantalla.

“Primero va la vida, después el cine”, aseguró el ministro de Cultura Rodríguez Uribes durante la pandemia. Habría que recordar que en Altamira se pintaron bisontes. ¿Hasta qué punto es importante la cultura para el ser humano, para su calidad de vida, para su bienestar psíquico?

La cultura es importante en todos los niveles; siempre se ha medido o se ha justificado con base en los impactos económicos, en su repercusión en el PIB y el empleo, pero cada vez se analizan más los efectos positivos, el bienestar que procura. La cultura afecta a otros sectores como la salud, la educación, la igualdad… me gusta mucho hacer énfasis en cómo influye en nuestras condiciones materiales. Hablo en el libro de la frase “queremos pan y queremos rosas”, que es una reivindicación de la belleza, de la hermosura de la vida. El arte es un lenguaje específico, nos permite pensar las cosas de manera no normativa, distinta, donde un árbol puede ser azul y un rostro puede verse de muchas maneras. Es lo que el politólogo Subirats denominó “la mochila cultural”, la diferencia entre quien va a un colegio privado o a uno público no adquieren las mismas competencias culturales, cada cual tiene un capital cultural, una capacidad expresiva, creativa, de sociabilización, de trabajo en equipo, etc., que redundará en sus competencias profesionales, y ambas le ayudarán a mejorar su calidad de vida. La cultura tiene que ver con la dimensión estética y con el código social, pero también con las condiciones sociales, con la igualdad y la redistribución social. La cultura está infiltrada en nuestro desarrollo a todos los niveles y hay que entender todas sus aportaciones para darnos cuenta de que no es prescindible, sino imprescindible tanto para los individuos como para la sociedad, para la propia profundización democrática, la capacidad expresiva y de vincularnos a los demás, de generar comunidades y tejidos, y reforzar los mimbres democráticos en los que la comunidad pueda expresarse.

La cultura tiene que ver con la dimensión estética y con el código social, pero también con las condiciones sociales, con la igualdad y la redistribución social

¿Hay mucha confusión entre educación y cultura?

Sí, bastante, y creo que viene desde los orígenes de la política cultural; al principio, la cultura estaba dentro de los despachos del rey, vinculada al fomento de los bienes materiales y espirituales, y dentro de los espirituales empieza a entenderse como instrucción moral, como fomento del espíritu, y de ahí evoluciona para colocarse en el desarrollo educativo de las personas. Eso es lo que hace que, en la Europa que se conforma, no exista derecho como tal a la cultura. Más tarde, se asocia a la promoción de actividades culturales. Por eso, es urgente definir qué significa tener derecho a la cultura. Es cierto que hay una asimilación que no es siempre cultural, que tiene que ver con la educación, y tienen que trabajar entrelazadas, por ejemplo, para llevar el arte a los entornos escolares, algo fundamental para crear un capital cultural y un público. La diferencia radical entre educación y cultura es que la cultura no es finalista. Cuando tienes un problema educativo se trabaja con la adquisición de competencias concretas; lo cultural es incontrolable, nunca sabes a dónde te va a llevar. A nivel administrativo, defiendo que la cultura ha de tener su propio espacio porque si no las necesidades educativas se llevan por delante lo que tiene que ver con cultura. Juntar educación y cultura en un ministerio me parece un error.

Habla de la cultura ingobernable como contradictoria, inacabada. ¿Cuál es la distinción radical de la cultura ingobernable frente a la cultura del canon, la oficial, la del mainstream (perdón por el palabro), de esa cultura convertida en mercancía?

La idea de cultura ingobernable en el fondo sostiene que no sabemos cuáles son los efectos de un proceso artístico-cultural; es material transformador

La idea de cultura ingobernable en el fondo sostiene que no sabemos cuáles son los efectos de un proceso artístico-cultural; pero ese material transformador, que creo que las experiencia culturales provocan, puede venir de cualquier parte, también de lo mainstream. Antes de meterme en política institucional, trabajaba en ámbitos de reflexión cultural desde la izquierda y parecía que la cultura transformadora solo podía venir de algunos entornos, sobre todo alternativos, pero es importante entender que algunas sagas como Los juegos del hambre, las películas canónicas o del circuito de masas han terminado en el imaginario colectivo y han ayudado a abrir procesos sociales y a generar críticas y símbolos. La cultura ingobernable no se puede encerrar en un objeto de consumo ni en un canon, es una manera que expresa cómo estás en el mundo, que está en continuo proceso de evolución y que cuando la nombramos, ya incluso, se nos escapa el concepto que acabamos de acuñar.

¿Quiénes serían los prescriptores de una cultura ingobernable?

Lo importante sería, desde la política institucional, generar condiciones para que haya una multiplicidad de prescriptores, no necesariamente la estructura de prescripción actual, que en cierto modo ya está rota, no tiene que ver con que determinados sectores sociales denuncien lo que hay que ver o consumir, sino que, de alguna manera, en la práctica cotidiana la cultura esté tan incorporada que la prescripción sea la propia práctica cultural y la experiencia compartida por los pares. Una prescripción dentro de lo ingobernable tiene que ver con que cada sujeto pueda establecer una relación cotidiana con la cultura, ser prescriptor y vincularse con otros.

Usted asegura que la cultura ha dejado de ser un baremo de rango social; sin embargo, gran parte de la industria cultural, sustentada en el comercio, está vetada para las clases menos adineradas; pienso en la ópera, ciertos conciertos, algunas exposiciones…

Hay barreras económicas cada vez más acuciantes, es cierto; lo vemos en el hecho de que incluso en los conciertos hay distintas zonas que marcan rangos, es el delirio total del capital, comprar cualquier tipo de experiencia y tener algo más que lo que tiene el de al lado. Hay que pensar desde lo público cómo se puede equilibrar esa situación y saber que no es solo una cuestión de precios, porque hay conciertos y espectáculos gratuitos a los que sigue yendo la misma gente. El bono cultural fomenta el consumo cultural, fomenta el consumo y no la producción. Tiene que fomentarse la costumbre de relacionarse con el arte y la cultura, hay que redistribuir el capital cultural, romper la idea de que la cultura son solo las grandes bandas de música, los cantantes de moda.

Tiene que fomentarse la costumbre de relacionarse con el arte y la cultura, hay que redistribuir el capital cultural

La cultura, ¿ha dejado de reflejar la tensión entre clases? ¿De qué manera la cultura construye ciudadanía?

Es interesante que haya en estos momentos un retorno del análisis de clase mejorado. Layla Martínez escribió un artículo en Público sobre cómo la novela está volviendo a recuperar el análisis de clase que se había dejado apartado y comienza a visibilizar las desigualdades no atendidas (discapacidad, género, raza). En el ensayo La cultura es mala para ti, se analiza también esto, el retorno del discurso de clase con una visión interseccional. Es muy interesante el hecho de que la cultura sea de los campos más desiguales que existen, tanto en la producción como en el acceso, no se trata solo de que haya mucha gente que no acude a las actividades culturales, sino que es muy difícil que las clases más modestas, las clases obreras, tengan un acceso al empleo en este sector. Lo normal es que quien trabaja en el mundo de la cultura venga de una familia que ya lo hacía o de una clase media-alta. Hay estudios que aseguran que la actividad cultural impulsada por fondos públicos solo llega al dos por ciento de la población, y ese porcentaje pertenece a la clase media y a la clase alta. Hay un problema entre aquel que trabaja en lo cultural, que reproduce la distinción de clases y el relato de un sector concreto de la sociedad, y aquel que accede a esos lenguajes. Urge resolverlo cuanto antes, y este problema tiene que ver con la falta de relevancia de la cultura. Hay tantas capas excluidas en lo cultural que es normal que a la gente, en general, no le importe la cultura, lo cual tiene que ver con la no legitimación de las políticas culturales, con la sostenibilidad del sector cultural y con que la gente se sienta interpelada por la cultura. Si esa potencia que tiene la cultura de transformación social no funciona como herramienta operativa porque no hay vinculación social, no sirve. La cultura, así como puede ser un elemento clave para la transformación social, también puede servir para perpetuar la desigualdad, y eso hay que tenerlo en cuenta para hacer políticas y acciones que redistribuyan el capital cultural y los recursos culturales.

Algo de lo que usted comenta lo confirma el hecho de que a la gente le parezca caro un libro y, sin embargo, pague ese mismo precio por una copa, o que no vaya al teatro por su precio y desembolse sin angustia cien euros en unas zapatillas…

Es verdad, y podemos pensar por qué se le da menos valor, porque las zapatillas te duran más, o por otros muchos elementos, pero quizá los que trabajamos en el mundo de la cultura debemos dejar de pensar en que la gente está equivocada por no interesarse en la cultura y empezar a pensar qué podemos hacer para conectar la cultura con la gente. Tomando de referencia lo que te comentaba antes, del elemento de clase y de desigualdad, hay que entender que las políticas culturales han estado destinadas al sector cultural y no a la gente, y la responsabilidad pública no es proveer actividades culturales a la gente que ya las tiene, sino crear oportunidades para el acceso a esos lenguajes. Llevamos mucho tiempo quejándonos. Desde ahí no vamos a conseguir nada, vamos a pensar qué está ocurriendo en el campo cultural que expulsa  a la mayoría de la gente. Hay un problema en torno a esta cuestión: cuál es el lugar de la cultura en la sociedad y cómo destinamos las políticas culturales a un sector concreto.

La responsabilidad pública no es proveer actividades culturales a la gente que ya las tiene, sino crear oportunidades para el acceso a esos lenguajes

¿Cómo ha afectado la corrección política a la cultura?

En realidad no creo que haya afectado mucho. Si se hace un análisis de lo que se podía o no decir en otros tiempos, antes había más censura y control de lo que hay ahora; es cierto que estamos en un momento polarizado, y que hay veces que se tiende a juzgar la ficción con las leyes de la realidad, y eso es ridículo, porque lo artístico no entiende de moral ni de ética. Hay que apostar por una total libertad. También es cierto que hay cierta autocensura, sobre todo económica, una autocensura por evitar posibles problemas… pero no más que en otras épocas.

Una de las potestades de la cultura es permitirnos pensar de maneras no normativas. ¿El hecho de que haya triunfado el pensamiento único significa el fracaso cultural? ¿Tiene que ver con esto el que muchos contenidos culturales sean complacientes, no nos incomoden, propongan patrones de vida poco tendentes al disenso o al cuestionamiento?

Que el pensamiento se estreche no tiene tanto que ver con que los espectáculos sean o no complacientes, sino con que el lenguaje y código artístico y cultural no están imbricados en nuestra vida. Tendemos a pensar que el único lugar desde el que podemos relacionarnos con los códigos artísticos son los lugares de la cultura y desde ahí no se puede influir en la sociedad. Influye que en un colegio aprendas lenguajes artísticos que estimulen el pensamiento; el arte estimula a pensar el mundo desde maneras diferentes, pero no solo en los teatros, el estrechamiento del pensamiento tiene que ver con el estrechamiento de los espacios de la cultura. Esa plasticidad que da el arte puede beneficiar a las personas porque el arte consiste en conectar cosas distintas, imprevistas, pensamientos divergentes.

Como decían los surrealistas: hacer de la vida poesía…

Sí, pero sin el enfoque elitista que acabó teniendo el surrealismo dirigido por Breton. Las vanguardias, que son importantes, terminan siendo elitistas, y el arte, que proporciona mecanismos de pensamientos más nutritivos, ha de llegar a todos.

En el ensayo, usted apuesta por constituir un triunvirato cultura/feminismo/ecologismo. ¿Podría ahondar en esta idea?

En los años ochenta empieza la industrialización de la cultura y la cultura como industria mercantil; el ministro de cultura francés Jacques Lang habla de “cultura y economía, el mismo combate”. Llevamos décadas tratando de vincular la cultura a la economía para justificarla, pero quizá no tiene tanto que ver con la economía, sino con los movimientos sociales que han movido los cimientos de la manera de relacionarnos con el mundo, de producir y de consumir. La cultura va al corazón, a los vínculos, a la estructura democrática, crea comunidad. Sería necesario operar desde ella como han hecho el feminismo o el ecologismo, pasar de lo sectorial a lo estructural y transversal. El feminismo y el ecologismo son los parámetros desde los cuales hay que hacer propuestas de mejora, planes nacionales e internacionales donde la igualdad de género y el cambio climático estén en el centro. Hace años resultaba impensable, pero ahora es una realidad. La cultura puede hacer eso mismo, convertirse en una política de redistribución e interpretar el mundo, basta sacarla de ese lugar sectorial y convertirla en las gafas con las que interpretar el mundo. El investigador John Hawkes habló del “cuarto pilar cultural”, porque la cultura está implicada en procesos sociales que tienen que ver con la autopercepción de una comunidad, el bienestar personal, la relación con el entorno urbano… sería interesante hacer informes culturales del mismo modo que se hacen de género o de impacto ecológico, cada vez que se haga una normativa, desde luego, que conlleve una memoria de impacto cultural. Las políticas públicas tienen un impacto cultural que afecta a nuestro desarrollo integral, individual y colectivo. Puede hacerse. El problema es que, desde la ecología y el feminismo hay una militancia, en la cultura no, pero si impulsamos un movimiento social por la cultura, que no sea tanto por reivindicar las necesidades de los trabajadores culturales, sino por la importancia social de la cultura, como herramienta de mejora de la calidad de vida, funcionaría; se crearía una masa crítica parecida a la del feminismo o el ecologismo.

Para ello, ¿no habría que mejorar las condiciones laborales, sobre todo las retributivas de los trabajadores culturales, en concreto las de los creadores?

Uno de los principales problemas es que lo que a la gente le gusta hacer no se considera trabajo y, por tanto, no se paga como debería. La precariedad en la cultura tiene dos elementos: la hiperconcentración de los beneficios en determinados eslabones de la cadena y que, mientras haya un desinterés social por lo cultural, no se podrá sostener por sí mismo; por tanto, estará condenado a la precariedad. La mejor política para el sector cultural no es tanto una política sectorial, sino aquella que se gire hacia los públicos y a la gente, de manera que se haga más sostenible el trabajo cultural.

¿La cultura es de izquierdas? ¿Está ideologizada?

Es cierto que, en principio, la mayoría de artistas, al menos los más visibles, se alinean con cuestiones de izquierdas, pero no es cierto que la izquierda haya tratado mejor a la cultura; la izquierda no es consciente de la importancia de la cultura, bien por cuestiones materialistas (primero las necesidades básicas y después la cultura), bien por una visión culturalista, que la entiende más en temas discursivos. Estoy a favor de ideologizar la cultura pero no en sus contenidos ni en sus mensajes, sino para que promueva las lógicas y condiciones materiales que permitan una ordenación del campo cultural; creo que hay una política que apuesta por la centralización cultural y otra por la descentralización, una que apuesta por la cultura como algo siempre en construcción, que no sea elitista, que favorece la distribución de los beneficios en toda la cadena. Lo ideológico también está ahí, en cómo configures el campo cultural, si puede participar más o menos gente, en el grado de centralización…

¿Cómo es posible que no nos demos cuenta de la importancia que tienen  los programadores en los contenidos culturales, aquellos que ocupan puestos de responsabilidad?

No solo se trata de quién, sino dónde se programa, cómo, para quién. ¿Por qué no hacer exposiciones en centros de salud, en mercados? Al final, se trata de romper las fronteras entre espacios culturales y no culturales, en promover la gestión comunitaria.

Se trata de romper las fronteras entre espacios culturales y no culturales, en promover la gestión comunitaria

Disculpe la impertinencia. Que una escritora, como Zoe Valdés, vaya por las listas de Vox, ¿a usted le da lástima, coraje, le da igual?

No creo que la cultura sea una vacuna contra nada, depende. La cultura depende de la idea que de ella se tenga, y si alguien piensa que la cultura ha de ser algo elitista votar a Vox no es una contradicción, tiene que ver con la idea de qué lugar crees que ocupa la cultura. Por eso no me parece llamativo, pero prefiero una escritora a un torero, en cualquier caso.

¿Los toros son cultura?

Creo que el debate no es ese, hay cosas que forman parte de la tradición y que pueden haber sido manifestaciones culturales que, en un momento determinado, se desechan por el contrato social. Pensemos en los gladiadores. Era un espectáculo de entretenimiento hasta que se decidió que importaba más la vida. No entro siquiera en la cuestión de si hay belleza o no en la sangre, sino en el hecho de que los toros colisionan con un derecho consolidado, el del respeto a los animales, y dejan de tener cabida. Además, prácticamente no tienen respaldo social.

¿De dónde brota esa idea de que la cultura es un disfrute sin esfuerzo alguno?

La cultura sirve para generar mejores condiciones de vida 

De nuestros propios ritmos de vida, que proponen una cultura paliativa; estamos tan cansados que lo que queremos es llegar a casa y ver una serie hasta que nos entre el sueño. Llevamos vidas complicadas, pero hay que pensar la relación con la cultura como algo indisociable con la mejora de la calidad de vida de todos los ámbitos. Si no tienes una vivienda digna, si careces de acceso a los servicios públicos, ¿cómo vas a disfrutar de la cultura? La cultura sirve para generar mejores condiciones de vida. También rechazamos el esfuerzo porque no estamos entrenados en los lenguajes artísticos; por eso es fundamental incorporarlos en el ámbito educativo, no es que no seamos capaces, sino que no tenemos instrumentos. No es una cuestión esencialista, sino estructural. Necesitamos una cultura que transforme y perturbe. También que nos alivie.

¿Qué le parecen las denuncias de apropiación cultural vertidas sobre algunas artistas como Rosalía o Madonna?

Es un debate que no tengo resuelto, me parece difícil. Por un lado, la cultura es permanentemente una apropiación cultural, la cultura no existe sino tomando préstamos constantes de otras expresiones. Creo que la cuestión no estriba en el hecho de incorporar elementos de otras culturas sino en la acción extractiva, es decir, usar un elemento de una cultura no reconocida para generar un beneficio no redistributivo, es un problema del capitalismo, porque si la cultura es algo, precisamente, es mezcla, mutación, contaminación.

¿Y qué le parece la exigencia del sistema de hacer de la cultura una bulimia de experiencias?

Tiene que ver con la cultura paliativa; la cultura puede servir como campo de transformación o de perpetuación de desigualdades, te permite entrar en contacto con diferentes partes de tu existencia, incluso con aquellas que generan angustia e inquietud, el arte y la cultura es una mediación para poder pensar y relacionarnos con cosas que solo podemos hacer mediante la ficción, porque en la realidad serían insoportables, pero la cultura también puede ser utilizada para tapar todo eso que no queremos ver, para ocultar nuestro vacío. La propia estructura capitalista se alimenta de esa necesidad humana de tapar esa angustia, la tendencia al consumo que te anima a tapar el ruido de tus propias preguntas.

“Hacer política cultural no es suministrar cultura, sino generar las condiciones materiales, establecer los marcos legales y promover las lógicas de producción y circulación que propicien la proliferación de la cultura”. ¿Cómo?

Es posible, ya hay ejemplos interesantes en Brasil, en Colombia, incluso en Barcelona, con el Plan de Derechos Culturales promovido por Ada Colau. Es posible pensar políticas que giren tuercas para que la cultura pueda multiplicarse. Hacer acciones culturales en cárceles, centros educativos, centros de salud, residencias de mayores, en distintos ámbitos; hacer políticas de descentralización cultural, promover la participación, dotar a los barrios con equipamientos de proximidad, como bibliotecas o centros culturales, favorecer escalas intermedias de los profesionales culturales, estimular proyectos culturales que no solo generen beneficios, sino que permitan seguir haciendo cultura. Se puede recuperar esa relevancia social. En los últimos 40 años, hacer política cultural ha sido generar una agenda cultural, pero tenemos que ser mucho más ambiciosos. Unos recursos que son de todos no pueden distribuirse solo entre quienes ya tienen acceso. Hay que promover lo que llamo “lógicas democráticas de la cultura”, colocando el derecho a la cultura en el centro, más allá de la cultura como objeto de consumo.

Hija de exiliados argentinos, Jazmín Beirak (Madrid, 1978) se licenció en Historia y Teoría del Arte, estudió interpretación en la Escuela de Cristina Rota, trabajó como investigadora en la Biblioteca Nacional y fue activista en el Círculo de Cultura de Podemos, partido por el que entró como diputada en la...

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1 comentario(s)

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  1. Salvador Blissett

    Yo quisiera haber sido tú, qué envidia de entrevistas. Enhorabuena y gracias Esther.

    Hace 1 año 1 mes

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