LITERATURA
Una implacable exhumadora del pasado
Daša Drndić contra el olvido del fascismo en Europa
Marc Casals 30/09/2023
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En la reseña de un libro escrito por su admirado Thomas Bernhard, Daša Drndić describió la obra del austriaco en términos aplicables a su propia literatura: “De manera refinada e ingeniosa, pero sin hacer ninguna concesión, desafía a la conciencia petrificada, autosatisfecha, vanidosa y soberbia del individuo de nuestro tiempo”. Esta autora croata fallecida en 2018 desarrolló una sólida trayectoria sin miedo alguno a los temas complejos –el exilio, los crímenes nazis, la enfermedad en la vejez–, que abordaba mediante narraciones fragmentarias donde se combinan textos e imágenes de todo tipo. Comparada con Bernhard, W.G. Sebald y Claudio Magris, Drndić buscaba desenterrar el pasado más siniestro de Europa, en particular la violencia fascista que la arrasó en el siglo XX, así como denunciar las continuidades entre aquellos regímenes totalitarios y las democracias de hoy para prevenir el resurgimiento de su ideología asesina. Su posición casi marginal en Croacia por no encajar en el paradigma nacionalista hizo que, mientras vivió, Drndić cosechase un reconocimiento inferior al merecido, pero las recientes traducciones de novelas como Trieste, Leica Format o Belladonna –que el 11 de octubre publica en castellano Automática Editorial– la han consolidado como una de las voces más rotundas de “la otra Europa”.
Aunque era nacida en Zagreb (Croacia), Drndić pasó treinta y cinco años en Belgrado (Serbia), porque su padre, Ljubo, diplomático al servicio de Yugoslavia, decidió instalarse con la familia en la capital del país. Especialista en filología inglesa, Drndić irrumpió en la vida intelectual belgradense a principios de los ochenta con El camino hasta el sábado y Una piedra caída del cielo, dos novelas ambientadas en el Adriático Oriental que entremezclaban la trama con una abundante documentación sobre la zona, escenario principal de casi todos sus libros. Trabajaba como directora de teatro radiofónico en Radio Belgrado, impartía clases en una universidad de izquierdas y, durante un tiempo, fue compañera sentimental de Danilo Kiš. Todo cambió con la llegada de Slobodan Milošević al poder en Serbia y las presiones para comulgar con el credo nacionalista. Drndić dimitió de la radio por negarse a emitir propaganda y, cuando su hija Maša fue humillada en la escuela –la maestra la obligó a leer en voz alta al resto de alumnos un texto de su madre advirtiendo que se trataba de una “enemiga del pueblo”–, optó por marcharse a Croacia.
Drndić volvió a chocar con el nacionalismo: no quiso representar el papel de “croata amenazada en Serbia”
En aquel tiempo, Croacia se acababa de independizar de Yugoslavia y Drndić volvió a chocar con el nacionalismo: no quiso representar el papel de “croata amenazada en Serbia” que le hubiesen recompensado las autoridades, ni tampoco adaptarse al estándar croata de nuevo cuño por considerarlo una imposición arbitraria. Así las cosas, hizo de nuevo las maletas y emigró con su hija a Canadá. Este “pequeño doble exilio en un país en el que nadie le importa a nadie” le devolvió la voz como novelista. En Muerte en Toronto y Canzone di guerra, las primeras obras que publicó desde los inicios de los ochenta, Drndić refleja la caída de la clase media yugoslava en una sociedad burocrática y distante donde sobrevive haciendo trabajos no cualificados: “Reparten pizzas, conducen taxis, guardan a niños ajenos, hacen encuestas telefónicas [...] friegan platos [...] limpian casas [...] hacen compañía a viejas señoras discapacitadas y sacan perros a pasear”. La propia Drndić padecía esta situación alienante: “Comprábamos ropa de segunda mano, vajillas de segunda mano, libros de segunda mano y llevábamos una vida de segunda mano. Los dos años en Canadá no trajeron nada, ni estabilidad ni futuro. Había algo que faltaba”.
En Canzone di guerra, la narradora entabla una relación sentimental con un descendiente de ustachas, colaboracionistas nazis en Croacia durante la Segunda Guerra Mundial, muchos de los cuales lograron escapar a través de las “rutas de ratas” hasta América. Sigue un collage de pequeñas biografías dedicadas a criminales ustachas que perpetraron un triple genocidio contra serbios, judíos y gitanos. Es la primera vez que, en la obra de Drndić, aparece el que será su tema fundamental, la memoria borrada del fascismo en Europa: “Primero vino el fascismo, luego el comunismo y luego el fantasma del comunismo. La inmundicia de aquel tiempo se barrió debajo de la alfombra. Pero está aquí, todo está aquí, transformado en una democracia que, en realidad, no lo es”. El Holocausto centra dos obras mayores de Drndić: Trieste (Automática, 2016), inspirada en el secuestro de niños judíos por los nazis para luego criarlos como arios, y Abril en Berlín, que parte de una residencia literaria de la autora junto al plácido lago berlinés de Wannsee, donde se ideó la Solución Final.
A lo largo de toda su producción de madurez, Daša Drndić exhuma los muertos de Europa. El ejemplo más gráfico es la aparición en Trieste de una lista con los nombres de los nueve mil judíos asesinados en Italia y los países ocupados por ella, o bien deportados a los campos de concentración, bajo el título “Detrás de cada nombre hay una historia”. A diferencia de estas víctimas, cuya existencia se ve cercenada de forma trágica, un número considerable de sus asesinos salen bien librados de la caída del fascismo: antiguos guardias en los campos o científicos que han realizado experimentos con niños son condenados a penas menores que ni siquiera cumplen por entero antes de reintegrarse como miembros respetados de la sociedad. Drndić también se ocupa de aquellos a quienes denomina bystanders, observadores pasivos del crimen, cuya inacción en realidad bordea el colaboracionismo. Evitando tomar partido, la familia de Haya Tedeschi, protagonista de Trieste, acaba siempre del lado de los fascistas, y es al investigar el pasado en busca de su hijo cuando ella toma conciencia de los horrores que en su momento se negó a ver.
A lo largo de toda su obra, Drndić se revuelve contra la amnesia respecto al fascismo que prevalece en la Europa contemporánea
La vuelta obsesiva de Drndić a la Segunda Guerra Mundial es una denuncia del olvido que sufre el Viejo Continente: “Dado que el paso del tiempo se ha tragado los años entre 1936 y 1948, la memoria histórica y colectiva se ha contraído, acorralada por el olvido general, el discurso público y las prácticas de los medios”. A lo largo de toda su obra, Drndić se revuelve contra la amnesia respecto al fascismo que prevalece en la Europa contemporánea. No es solo que muchos criminales de guerra llegasen con total placidez al fin de sus días, sino también que antiguos lugares de ejecución funcionen hoy como parques naturales o que empresas colaboradoras del Tercer Reich –Volkswagen, Bayern, Ford, Daimler Benz, BMW, Siemens, Telefunken, Shell, Agfa– continúen operando como si nada hubiese ocurrido. Drndić plantea la exigencia ética de investigar, de saber, de volver una y otra vez a ese pasado abyecto para que no envenene el futuro: “Si el pasado no llega a las raíces de su tronco, al centro donde está el estiércol viejo, lleno de gusanos, no hay ninguna salvación para los que quedan, para los que todavía tienen que vivir”.
Drndić era reacia a lo lineal y sus narraciones están compuestas de fragmentos que combina con destreza. La trama acostumbra a ser escueta, un tenue curso argumental que, como un aluvión, arrastra materiales de toda índole. Pese a que la escritora se resistía a la calificación de sus novelas como “documentales”, lo cierto es que se sostienen en una ardua labor de documentación y, a la vez, el documento es uno de sus principales vehículos narrativos. Drndić cita o inventa libros, panfletos, cartas, testamentos, informes psiquiátricos, fichas policiales, actas de interrogatorios y listas de víctimas hasta componer un rompecabezas que nunca encaja del todo. También reproduce elementos visuales como fotografías, árboles genealógicos, mapas, partituras, carteles publicitarios o portadas de revista, recurso que le ha valido comparaciones con W.G. Sebald. Finalmente, incluye pasajes de numerosos autores –los más frecuentes son Paul Celan, T.S. Eliot, Witold Gombrowicz y Anna Ajmátova– a los que pone en diálogo entre sí o con el narrador para crear un efecto polifónico. El narrador de la novela EEG justifica todas estas técnicas fragmentadoras del relato: “En este tiempo truncado, mutilado no tiene sentido dar una imagen global”.
Pese a que la escritora se resistía a la calificación de sus novelas como “documentales”, lo cierto es que se sostienen en una ardua labor de documentación
Aunque Drndić es una autora de horizontes europeos que abarcan desde el Adriático Oriental hasta Siberia, en todos sus libros reservaba espacio para arremeter contra la Croacia contemporánea, a la que jamás se adaptó. Con el auge del nacionalismo en los años noventa, numerosos ustachas huidos tras la Segunda Guerra Mundial volvieron a la madre Patria; se desarrolló una neolengua que, a Drndić, le recordaba a la del Tercer Reich descrita por Victor Klemperer; se recuperó la moneda nacional de la Croacia títere de Alemania e Italia, y, en general, comenzó un intento de rehabilitar a los ustachas que aún continúa. Este cúmulo de motivos lleva al narrador de Belladonna a asegurar: “Por la República de Croacia siguen flotando pequeños islotes de veneno”. Drndić denuncia las continuidades con el ustachismo, como también el intento de la sociedad croata por mirar hacia otro lado: “En Croacia es mejor no hurgar en nada. Cualquier disidencia parece aberrante porque altera el Sueño Croata sobre la propia importancia y grandeza en el mundo. En realidad, es un país pequeño que solo ofrece una vida pequeña, es como una rana que levanta con orgullo su hocico diminuto y baboso”.
Dentro de Croacia, la peor parte en la obra de Drndić se la lleva Rijeka, donde la autora se instaló en 1998 tras volver de Canadá. Aunque está considerada como la ciudad más abierta del país, Drndić la fustiga en sus libros por cerrada, autocomplaciente y tediosa. En Leica Format (Automática, 2021), la narradora presenta el antaño boyante puerto austrohúngaro como un lugar provinciano en declive: “Aquí predominan la modosidad y un enorme recato embozado. Predomina una facilidad para sentirse ofendido a la que llaman sensibilidad y con la que es difícil lidiar, porque oprime y ahoga como un collarín ortopédico. Aquí la gente dice ‘estamos bien’, aunque luego se queje por menudencias singulares. [...] Aquí soy una loser de manual”. E insiste: “Mi vida aquí es angosta y breve, insignificante, hueca y enjuta, y así es preciso que sea, y es aquí adonde sí pertenezco, a este erial, a esta pequeña ciudad muerta que, al igual que yo, hubo un tiempo en el que rebosaba vida. Ahora ambas pervivimos en nuestra pequeñez, yo airada y ella muda, atestiguando nuestra mutua miseria, evidenciando la agonía de la otra, hozando los detritus de nuestras entrañas”.
Muchos recriminaban a Drndić su fijación con los temas trágicos: “¿Por qué tantos libros sobre el Holocausto? Escribe algo sobre la Naturaleza y el amor”. Sin embargo, la autora no solo conservó sus viejas obsesiones, sino que, a partir de Belladonna, publicada ahora por Automática Editorial en traducción de Juan Cristóbal Díaz, introdujo una nueva: la enfermedad. El protagonista, Andreas Ban, es un “fino decadente, antiguo habitante de metrópolis internacionales al que una pequeña ciudad provinciana ha derrotado, al cabo de veinte años de combatir contra ella. Ahora se desgasta, por fuera y por dentro”. En el ambiente opresivo de Rijeka, asistimos a la descomposición física y moral de Andreas Ban, personaje con rasgos de la propia Drndić y de varios de sus amigos. Ban sufre una enfermedad degenerativa de la columna, problemas en una rodilla que le hacen cojear, cataratas en los ojos y, para colmo de males, le detectan un cáncer de mama, pese a su menor frecuencia mucho más letal en hombres que en mujeres. Al mismo tiempo, Ban se va deshaciendo de muebles, ropa, cuadros, libros y otras señas de su individualidad.
Las novelas de Daša Drndić se pueden considerar Stolpersteine literarios, artefactos que buscan sobresaltarnos e incomodarnos para sacudir nuestra inercia y desmemoria
Como ocurría en libros anteriores de Drndić, el protagonista recuerda episodios de su biografía, lanza pullas contra la sociedad croata, viaja a otras ciudades de Europa y denuncia los crímenes del siglo XX. Sin embargo, tanto en Belladonna como en su secuela, EEG, irrumpe con fuerza una nueva obsesión, la de la vejez indigna. Andreas Ban y el resto de pacientes con quienes comparte tratamiento deben ceder el control sobre sus cuerpos a médicos y personal de enfermería e ir errando por departamentos de hospital y consultas donde les aguardan ratos interminables en salas de espera: “Estos esperantes se entregan al tiempo que los devora. Cuando el tiempo los escupe, los esperantes salen del hospital o la clínica como seres exprimidos, amorfos”. Hacia el cierre de EEG, el narrador, enfermo como la propia Drndić al escribir la novela, intenta ordenar los escasos fragmentos de vida que los achaques le han ido dejando y el texto cobra un tono de recapitulación final: “Ahora tengo tiempo en un tiempo en el que ya no me queda tiempo”. EEG apareció en 2018 como obra póstuma, ya que, meses antes de su publicación, Daša Drndić había muerto en Rijeka tras dos años de lucha contra el cáncer.
En los libros de Drndić aparecen con recurrencia los Stolpersteine o ‘piedras de tropiezo’, obra del artista alemán Gunter Denmig. Se trata de cubos de cemento recubiertos de latón con nombres de víctimas del exterminio nazi que se incrustan en las aceras, frente al último lugar donde el asesinado residió de forma voluntaria. Como estas piedras doradas sobresalen del pavimento, existe la posibilidad de que el viandante tropiece con ellas y ese tropiezo le obligue a agacharse, mirar y recordar el crimen. Las novelas de Daša Drndić se pueden considerar Stolpersteine literarios, artefactos que buscan sobresaltarnos e incomodarnos para sacudir nuestra inercia y desmemoria, para forzarnos a hacer nuestro un pasado que sería peligroso olvidar. Esta ética queda resumida en la actitud de los protagonistas de Trieste, una madre y su hijo separados porque los nazis secuestraron al segundo cuando apenas era un bebé. Cada cual por su lado, investigan los crímenes del Tercer Reich con la esperanza de encontrarse: “Juntos nos hemos puesto los vestidos de los pasados ajenos, convencidos de que esos pasados son nuestros pasados. Seguiremos observando así el mundo, esperando que el pasado se nos acomode en el regazo como un gato gordo y negro”.
En la reseña de un libro escrito por su admirado Thomas Bernhard, Daša Drndić describió la obra del austriaco en términos aplicables a su propia literatura: “De manera refinada e ingeniosa, pero sin hacer ninguna concesión, desafía a la conciencia petrificada, autosatisfecha, vanidosa y soberbia del individuo de...
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